Este artículo constituye un trabajo parcial destinado a la confección de la Tesis de Maestría completa del autor
¿pero quién ayunará nombres
para oír lo herido
cantar lo impronunciable?
Una lectura después de “vidas después: derechos venideros para estar en común” [1], percibe que la consistencia de la lengua queda en estado de vacilación ante el más mínimo intento de designación. Destituir al logos de la razón como centro regulador de una lengua hace fulgurar las percepciones de las que una lengua en movimiento es capaz. Ese estado de vacilación pone a temblar los límites que componen las definiciones con las que una lengua ordena el mundo. Entre los derechos exclamados, se encuentran algunos entre los que se puede percibir la presencia de una trama invisible, una trama acerca de lo invisible. El derecho a la irreductibilidad, el derecho a devenir imperceptibles y el derecho a los animismos, componen una serie que interroga las modalidades bajo las que se encuentran instituidas las relaciones entre lo sensible y su perceptibilidad. Se trata de las condiciones de posibilidad instauradas y exigidas por una comunidad para que algo se torne perceptible, y como tal, obtenga a partir de allí derecho de existencia, legitimidad existencial. No es un asunto que se circunscriba a estrecheces o expansiones de la percepción, sino más sutilmente, se trata de cómo la vida en común se realiza a partir de un cierto reparto de lo sensible [2], un consenso inconfesado sobre la legitimidad e ilegitimidad de las percepciones, que funciona como la frontera política misma que instaura qué existe y qué no, una frontera de vida/muerte.
La gravedad del asunto consiste en que ese reparto de lo sensible ya constituye un fundamento sobre el que se asentará la repartición de la vida y la muerte, lo susceptible de vivir y lo susceptible de morir; qué vidas importan, qué vidas duelen e incluso qué vidas se perciben como tales; pero también la cuestión sobre qué muertes son ejecutables, y no sólo ejecutables, sino realizables sin considerar esa ejecución como un acto de dar-muerte, es decir, como si lo viviente nunca hubiera sido perceptible en aquello que, entonces, ha estado ya-siempre muerto, incluso antes de su ejecución indeclarada.
Según la relación que establezca con los dolores que pueblan lo común, se puede advertir si un pensamiento, una política, una comunidad, se dan como hospitalidad a lo vivo dolorido o si se empuñan como hostilidad que destierra lo doliente para que muera fuera de los alcances de la percepción. Los modos de repartición de lo sensible habilitados e inhabilitados en una comunidad, interesan como testimonios de las respuestas políticas al estado de vulnerabilidad que supone estar en exposición a la incesante proliferación de lo vivo, que vivientes acunados en la lengua ensayan, mientras oscilan indecidiblemente entre la hostilidad y la hospitalidad.
Francois Bonnet escribe:
“La parte sensible representada, percibida, es exactamente la parte comunicable, es decir, lo sensible del que se puede tener una experiencia común. Toda comunidad se funda a priori en cuanto comunidad de experiencias sensibles. Es viendo y escuchando las mismas cosas, volviéndolas comunicables, dando testimonio de ellas, que un sensible se constituye, que una comunidad se reparte.” [3]
De aquella trama de lo invisible que intuimos en la irreductibilidad, lo imperceptible y los animismos, se desprenden preguntas que podríamos escribir así ¿qué dolores en común es capaz de percibir una comunidad? O también ¿sobre qué muertes impercibidas se afirma la vida en una comunidad?
Derrida afina la tensión sobre este punto y plantea la relación irremisiblemente performativa entre constatar la muerte y dar la muerte:
“Pero el exorcismo eficaz no finge constatar la muerte sino para dar muerte. Como haría un médico forense, declara la muerte, pero, en este caso, para darla. (…) La constatación es eficaz. Quiere y debe serlo en efecto. Es efectivamente un performativo. Pero la efectividad, aquí, se fantasmatiza ella misma. Se trata de un performativo que intenta tranquilizar, tranquilizarse a sí mismo, asegurándose, pues nada es menos seguro, de que aquello cuya muerte se desea está bien muerto. Habla en nombre de la vida, pretende saber lo que es (…) (Se trata, ahí, de una manera de no querer saber lo que todo ser vivo, sin aprender y sin saber, sabe, a saber: que, a veces, el muerto puede ser más poderoso que el vivo” [4]
El señalamiento pone en escena que toda definición supone la conjura de un umbral, para transformarlo en una frontera que delimita y separa. Cuando el derecho a los animismos proclama: “Derecho a reconocer vida en lo que se considera inanimado” [5], se torna posible la disputa sobre lo definitivo de las definiciones, sobre la pretendida fijeza de las fronteras sensibles, y en este caso se trata de la frontera que afirma, firma, confirma dónde empieza y dónde termina lo viviente.
De las fuerzas performativas que actúan en estos tres derechos, nos atrae especialmente, la que restituye no sólo la pregunta por si eso definido como no ser, no existente, no viviente, puede ser considerado viviente a partir de otros puntos de percepción sensible, sino también la sospecha sobre cómo los modos de habitar el lenguaje pueden ya-realizar, en forma inaudible, modos sigilosos de dar-muerte. La instalación de una sospecha tal, obra como un llamado a indagar qué relación hay entre aquello que conformaría la cualidad de lo viviente y la demarcación sensible que permite percibirlo como tal, más allá de la cual se nos convence de que no hay sino la inescrutable noche indolente de la nada. Esa relación abriría el umbral sensible en el que titilan lo imperceptible y las vidas de lo invisible.
La inquietud que nos ocupa podría formularse así ¿cuánta vida habrá en el amparo de lo imperceptible? Ahí donde las legislaciones de la muerte constatan, firmando, confirmando y afirmando que ya acabó la vida o que nunca ha comenzado. Y dando un paso más ¿cómo pensar allí el estatuto de lo que vive, lo que pervive, lo que insiste vida no estando, lo que sobrevive sin la consistencia de la evidencia solicitada por la metafísica de la presencia?
Entonces, ¿cómo componer con la lengua una recepción hospitalaria con lo apenas, con lo tenue, lo infra-sensible, ya ido antes de ser formulado, o incluso todavía no llegado pero intuido en estado de fragilidad?
"Un silencio cortés, extremadamente cortés, ante las cosas y los seres...
ellos debían aparecer con su vida secreta sólo llamando el silencio,
pero con cuidados infinitos, ah, y con humildad infinita..." [6]
En la obra poética de Juan L. Ortiz se pueden encontrar no sólo modos de dar respuesta a las preguntas que venimos formulando, sino un extensísimo trabajo de instauración [7]de múltiples modos de lo vivo impercibidos por su delicadeza, su fragilidad y su fugacidad existencial. Esa trama de lo invisible que los derechos performativos procuran instaurar en el porvenir, se está ya realizando en las preocupaciones que componen la poética en Juanele. Allí se encuentra un tratamiento inagotable, por momentos insomne, hecho de una interminable gentileza para intentar responder desde la abertura poética de la palabra a ese llamado “vivo, vivo, que nos rodea, y tiembla en la sombra...” [8] que los derechos venideros para la vida en común formulan como pedido de una “convicción, tejida entre proximidades, que acentúe que las potencias de lo vivo residen en la indeterminación y en la inconmensurabilidad.” [9]
Tal vez podamos decir que la poesía en Juanele se realiza como un gesto de hospitalidad infinita [10] abierto a la indeterminación y la inconmensurabilidad de lo viviente en todas su manifestaciones e inmanifestaciones, apariciones e inapariciones, formas e informas, alcanzando incluso a cruzar esos umbrales performativos de inteligibilidad que son las ontologías del ser y la metafísica de la presencia, para destituir ese paso fronterizo sacrificial y restituir lo vivo en lo que se considera inanimado.
Allí donde los derechos venideros reclaman,
“Quizás algún día tendrá fuerza de ley la consideración de que todo lo viviente siente. Y también habla.” [11]
Juanele formula una invitación:
"Hagamos un silencio como el de las orillas oscuras
para escuchar esta voz innumerable y tenue.
Seamos vagas orillas de silencio inclinado
o los oídos de la misma noche
abiertos a qué hálito de flor y de agua juntos?" [12]
Recurrir a la poesía trazada en ese espacio de manifestación que llamamos Juan L. Ortiz [13], se articula con un señalamiento que Blanchot formula como exigencia a la historia de la metafísica recién en 1969, al escribir que “es preciso decir que la filosofía primera no es la ontología (el afán, la cuestión o el llamado del Ser) sino la ética, la obligación hacia el otro.” [14] La lectura del obrar-ortiz [15], pone en relieve que la poesía hace tiempo efectúa eso que Blanchot le reclamará años después al quehacer filosófico. El pasaje de la ontología hacia la ética supone tomar como punto de partida del pensamiento, ya no la cuestión de lo propio del ser, sino justamente todo aquello que ha sido negado y sometido a la inexistencia en procura de instaurar lo propio del Ser como valor trascendental. Esa línea demarcatoria está ya dibujada en el logocentrismo de la lengua en la que vivimos, por eso el quehacer poético es antes una escucha silente de lo que habla más acá de la lengua, que una palabra que define y constata qué es lo que hay. Lo que Blanchot menciona como obligación hacia lo otro, podría pensarse aquí como la necesidad de desaprender una lengua para aprender a escuchar lo que mora en lo indecible, ya dolorido por la privación de amabilidades, gentilezas, suavidades, necesarias para que ello adquiera existencia. Aunque ello consista en un respiro del apenas, en una tangente de luz, en la declinación de una noche, en un rumor del viento sobre los sauces, una melodía de las colinas.
A propósito de los mundos impercibidos, esos territorios infra-sensibles que llaman más acá de las fronteras del no, Francois Bonnett anota:
“Un mundo tiembla. El infra-mundo no es una realidad especulada. Es la parte muda y ciega de lo real, muy exactamente su parte maldita. Es el mundo de las impresiones y las acciones excluidas, pero no es sin embargo un mundo ausente. El infra-mundo es el mundo que escapa a la percepción, mundo infra-liminar.” [16]
En un poema en el que se pregunta si hay que estar muerto para sentir amor por lo imperceptible, y que lleva por epígrafe los versos “Para ‘comprender’ este paisaje habría que estar muerto” adjudicados lacónicamente a “un poeta español”, Juanele pregunta:
"¿O es que de veras sólo desde no sabemos qué formas, siempre
más allá de las que llamamos ahora vivas,
podríamos dar en el secreto de estas horas,
que parecen venir de una desconocida gracia
con un sentido que se dijera no es de este mundo,
tal es su transparente inocencia, tal su sueño
espacial de allá lejos en que hay alas tenuísimas
que brillan y se apagan con una melancolía ya celeste?" [17]
Notemos que Juanele intuye un no-saber de formas más allá de lo vivo, que serían perceptibles con sentidos que no pertenecen a este mundo. Cómo no recordar aquí el modo que Rimbaud encuentra para explicar qué se requiere para devenir poeta, o más bien, qué solicita la poesía para hacerse: “Me estoy esforzando en hacerme vidente (…) Ello consiste en alcanzar lo desconocido por el desarreglo de todos los sentidos” [18]. Ese desarreglo de los sentidos puede pensarse como desarreglo de aquello que llamamos reparto sensible, una otra distribución de los sentidos, otra partición de lo sensible, un desarreglo de las limitrofías que recortan los umbrales de sensibilidad. Aún con esta cercanía trazable entre Juanele y Rimbaud, dejemos señalada la problemática de la videncia, porque en Juanele nunca se trata de ver, hacer aparecer, manifestar, alumbrar, develar, evidenciar, verbos tan solidarios con la tradición metafísica de la presencia como aparición de la verdad, revelación de la luz, iluminación develadora, sino algo que tal vez la tradición filosófica se haya negado a pensar: el cuidado de lo invisible como tal, que se acerca más bien a esa deconstrucción de la ontología que Derrida explora a través de los espectros como fantología. De allí la forma inaudita de hospitalar lo indescifrable, lo intraducible, lo inconmensurable, que Juanele expone en estos versos que tiemblan:
"Y no busca nunca, no, ella...
espera, espera, toda desnuda, con la lámpara en la mano,
en el centro mismo de la noche..." [19]
Daniel Freidemberg acierta cuando señala que sería inútil describir una poética de Ortiz que no se refiera a la vez a una ética y una actitud ante lo existente.[20]Pero más precisamente, en Juanele, la inquietud por lo otro está lejos de agotarse en una problemática humana, ni siquiera en una problemática reducida a la fenomenología de lo existente, “lo otro” no queda contorneado por ningún a priori antropomórfico, que le dé una forma humana a lo viviente (no se trata de una oda al humanismo), ni ontológico que le exija entidad fenoménica. Si bien extiende el derecho a existir a lo animal, el viento, los sauces, el agua, la orilla, el crepúsculo, las brisas, los montes, los jacarandá, los juncos, los sauces, el río, el alba, las noches y otras tantas presencias que palpitan vivientes en su poesía, lo más desconcertante acaso sea que lo otro tampoco queda supeditado a una metafísica de la presencia de lo que es, de aquello que tiene con qué dar testimonio palpable, tangible, visible, de su manifestación existencial. Juanele radicaliza la hospitalidad de la palabra, ahonda el silencio, afina el oído hacia lo invisible, lo infra-sensible, lo inmanifestado para dar paso a sentidos que no se dirían de este mundo, a formas más allá de las que ahora llamamos vivas.
"-Muchas cosas, muchas cosas, habrán de dolernos todavía en la gran amistad,
precisamente porque ella será grande
hasta las cosas casi imposibles. Muchas cosas…" [21]
La poesía orticiana se da tendiéndose hacia una extraña (in)consistencia persistente que va adoptando un sinfín de nombres que fluyen sin encallar jamás, por momentos son llamadas criaturas secretas del mundo, pero también auras, soplos, hálitos, oscuros reinos, criaturas en espera, cosas que tiemblan en su halo sensible, presencias secretas, impalpable presencia, llamado vivo que tiembla en la sombra y un extensísimo etcétera. Se trata de impresencias sutilísimas, delicadísimas, vidas de lo invisible que oscilan cada vez entre las fronteras de lo imperceptible, lo infra-sensible, y van haciendo de la escritura orticiana un ejercicio tentativo, trémulo y balbuceante para permitir a esos indecidibles indecibles [22] una morada en la palabra, como morada en el mundo, pero una morada que realiza la paradoja de nombrar respetando y cuidando el misterio de lo que pide asilo en el lugar del silencio.
Allí donde Bonnet señala:
“Lo que revela la vacilación sensible, la incertidumbre frente a las formas-fronteras, es que el mundo no puede en rigor ser sustituido por el mundo representado. Existe un resto, un suplemento que nos irriga y despunta en nuestra relación con el mundo sin nunca formarse lo suficiente como para ser designable. Este impresentable es lo que rechaza toda formalización, toda muerte. Es la manifestación infra-sensible aunque sensible de un espacio inefable en el que no se expresa pero sin embargo se siente.” [23]
Juanele siente:
"La vida grita, hermanos, en lo profundo del mundo y de nosotros mismos.
La vida herida grita y es inútil nuestro intento de eludir el grito
en el adorable y reposante refugio de nuestra soledad o de nuestra comunión con las
[criaturas secretas del mundo." [24]
La gentileza que llamamos Juanele, advierte en la poética la posibilidad de un común estar con los dolores impercibidos del mundo, llama intemperie [25] a esa apertura. Apertura que podría situarse como una restitución de la continuidad de la materia-mundo que deshace las fronteras instituidas por la re-partición sensible de ese performativo filosófico-político que “lo humano” realiza para constituirse como tal. Fronteras que habilitan el uso instrumental del mundo a partir de su desvitalización y des-sensibilización, es decir, a través de afirmarlo indolente, inerte, ya-muerto, dándole en ese mismo acto la muerte.
“qué distraídos somos, qué torpes somos para las humildes almas que nos buscan desde su olvido y quieren como asirse de una chispa, siquiera, ínfima, de amor…” [26]
Juan José Saer, una de las amistades a las que Juanele llama tantas veces en los poemas, señala que hay una inquietud en Ortiz por lo que él llama “un dolor metafísico” en el mundo. Sensación de una herida que lastima lo viviente en tanto infinito desenvolvimiento de lo múltiple indeterminado. Esa interferencia dolorosa se realiza a través del reparto sensible de la forma humana, instaurada por la serie de disyunciones humano/inhumano, perceptible/imperceptible, visible/invisible, existente/inexistente, vivo/muerto, inaugura la funesta fábula que desacopla lo humano de lo viviente. La sutileza de ese trazo define al mismo tiempo, una política de lo que debe vivir, del cómo se debe vivir, y una política de lo expuesto a morir.
"Ah, que nuestra más secreta melodía se abra siempre y busque las otras melodías
hasta que los límites con éstas no se sientan como ahora se sienten, como algunos los sienten.] "[27]
Es por esta inextinguible percepción de lo dolorido del mundo, provocado por la demarcación sensible que la forma y la gramática humana [28] intentan instituir como experiencia (in)sensible legítima, compartida y repartida, que en Juanele la poesía se escribe como una política de la hospitalidad, una ética sensible por la más mínima irradiación de lo viviente, celebración de la exuberancia de lo múltiple, y también infinita responsabilidad por la intuición de que hay incluso vidas ínfimas, sutiles, inaudibles, tan delicadamente imperceptibles que ya están siendo arrojadas a un enmudecido dolor por la indolencia de la forma humana.
Por eso se hace preciso recordar a los amigos que la poesía es intemperie sin fin, y aquí la poesía no admite distancia con la vida, coincide con ella, por ende la existencia es intemperie sin fin. No sólo nos acomuna la intemperie sino que además está cruzada por llamados infinitos, llamados como una interpelación que precede a cualquier quién que pueda decir “Yo respondo”. No responde un sujeto, el responder aquí, supone un desarreglo irreversible de los sentidos para que acontezca una disponibilidad, un espaciamiento, una recepción sensible que a veces Juanele llama ternura, comunión, dicha, canto íntimo del mundo, melodía de la unidad, o invento del amor… Existir es ya exposición al llamado, un desconcertante estar a disposición de lo que está-no-estando y de lo que aún no está pero se anuncia en el silencio de una inminencia insabida. Responder al llamado es restituir una resonancia sensible con lo imperceptiblemente vivo y permanentemente sacrificado. Aquí es donde la poesía en Ortiz se compone como hospitalidad incondicional para lo viviente, y lo viviente allende lo perceptible.
Eso que insiste como lo invisible en el obrar Juanele es una intuición sensible (siempre frágil, tenue, delicada, temblorosa, nunca clarividente) del dolor que llama por debajo de la línea de horizonte que demarca qué es lo vivo, y al mismo tiempo un gesto de hospitalidad a través de una imposible afinación de lo sensible, intentando expandir su capacidad de reverberar con lo infra-sensible. Y todo aquello a sabiendas de que se trata de una tarea interminable, infinita, informulable, Juanele sabe que el mundo es una infinita dispersión de la materia abierta a su transformación en cada contacto entre sus formas de expresión, la intemperie sin fin. [29]
A la poesía le corresponderá una tarea de porvenir (tal vez como lo sugiere Derrida, como promesa en estado de diferición), tan cercana a lo que los derechos performativos enuncian como necesidad de inventar cuidados en común que llamamos clínicas:
“Posteridades pensarán una clínica como expansión de lo incomprensible. Y como custodia de lo indescifrable.” [30]
Juanele llama a esa custodia de lo indescifrable “la delegación de lo invisible en unas sílabas de porvenir”. Si hay porvenir, si hay sílabas en donde quepan promesas que leguen algún porvenir, será cuidando y expandiendo las vidas de lo invisible, a través, tal vez, de una sutilísima afinación que haga aparecer oídos para lo infra-sensible. Delicadezas que no se confían ni siquiera a las palabras ya instauradas, sino a las sílabas: ese inacabamiento musical de la palabra aún no formulada.
A quién,
—lo había inquirido, ya, no?—
a quién quejarse
de que lo "inmanifestado” “cayera” en la sal, aquella,
de la “separación”,
y siguiera con la de las lágrimas
de las orillas?
(…)
Y esa mudez, de Agosto que le tendía solo ramas
era el fin, acaso,
de la república del cristal,
a la que él quería traer la delegación de lo invisible
en unas silabas de porvenir? [31]
Bibliografía:
- Blanchot, M. (1993) El diálogo inconcluso, trad. P. La Place, Caracas, Monte Avila,
- Bonnet, F.J. (2020). El infra-mundo. Ed. La Cebra. Bs. As.
- Cragnolini, M. (2008) “Amistades y amores no canónicos. Sobre el debate francés en torno a la comunidad”, en Perspectivas Metodológicas, Univ. De Lanús, Año VIII, N° 8, pp. 9-20.
- Del Barco, O. (2008) “Notas sobre Paul Celan” en La intemperie sin fin. Ed. Alción. Córdoba.
- Derrida, J. (1995) Espectros de Marx, el estado de la deuda, el trabajo de duelo y la nueva internacional. Ed. Trotta. Madrid.
- Derrida, J. (2004) "Autoinmunidad: suicidios simbólicos y reales" (entrevista de Giovanna Borradori con Jacques Derrida el 22 de octubre de 2001 en Nueva York), en La filosofía en una época de terror. Diálogos con Jürgen Habermas y Jacques Derrida, trad. de Juan José Botero y Luis Eduardo Hoyos, Taurus, Buenos Aires. Recuperado de: https://redaprenderycambiar.com.ar/derrida/textos/septiembre.htm
- Freidemberg, D. (2000) “Reverberaciones, llamados, misterios: Juan L. Ortiz”. En Diario de Poesía. Buenos Aires.
- Lapoujade, D. (2018). Las existencias menores. Ed. Cactus. Bs. As.
- Ortiz, J. L. (2005). Obra Completa. Ediciones Universidad Nacional del Litoral. Santa Fe.
- Percia, M (2020) Cap. 5. derechos. En Sensibilidades en tiempos de hablas del capital. Ed. La Cebra. Bs. As.
- Ranciére, J. (2009) El reparto de lo sensible. Estética y Política. Trad. Cristóbal Durán, Helga Peralta, Camilo Rossel, Iván Trujillo y Francisco de Undurraga. Ed. LOM. Santiago de Chile.
- Rimbaud, A. (1995). Iluminaciones & Cartas del vidente. Poesía Hiperión. Traducción de Juan Abeleira.
[1] Percia, M (2020) Cap. 5. derechos. En Sensibilidades en tiempos de hablas del capital. Ed. La Cebra. Bs. As. Una primera versión del capítulo circuló con el título “vidas después: 14 derechos venideros para estar en común”. [2] Ranciére (2009) llama reparto de lo sensible a “ese sistema de evidencias sensibles que al mismo tiempo hace visible la existencia de un común y los recortes que allí definen los lugares y las partes respectivas. (…) Es un recorte de tiempos y de espacios, de lo visible y de lo invisible, de la palabra y del ruido que define a la vez el lugar y la problemática de la política como forma de experiencia.” [3] Bonnet, F. (2020) El infra-mundo. Ed. La cebra. Bs.As. [4] Derrida, J. (1995) Espectros de Marx, el estado de la deuda, el trabajo de duelo y la nueva internacional. Ed. Trotta. Madrid. p.62. [5] Percia Op. Cit. 169. [6] Ortiz, J. L. (2005). “El Gualeguay” en Obra Completa. Ediciones Universidad Nacional del Litoral. Santa Fe. p 458. [7] Tomamos la idea de instauración del trabajo que David Lapoujade (2018) realiza sobre la obra de Étienne Souriau. El punto de partida del pensamiento de Souriau es el inacabamiento existencial de toda cosa. Escribe “Nada, ni siquiera nosotros, nos es dado de otra manera que en una suerte de media luz, en una penumbra donde se bosqueja lo inacabado, donde nada tiene ni plenitud de presencia, ni patuidad evidente, ni consumación total, ni existencia plenaria” (p 51). De allí que una de las preocupaciones fundamentales de sus indagaciones filosóficas sea la figura de los virtuales, es decir, existencias que están en un umbral entre lo presente y lo ausente, entre la afirmación y la disolución (noción que retomará Deleuze para componer la idea de vida como inmanencia y de la filosofía como teoría de las multiplicidades actuales y virtuales). La acción de instaurar, en Souriau, tiene que ver con legitimar una manera de ocupar un espacio-tiempo singulares: “Instaurar es volverse como el abogado de esas existencias aún inacabadas, su portavoz o, mejor, su porta-existencia. Portamos su existencia como ellos portan la nuestra. (…) Oír esas reivindicaciones, ver en esas existencias lo que tienen de inacabado es tomar forzosamente partido por ellas. Es entrar en el punto de una manera de existir, no solamente para ver por donde ella ve, sino para hacerla existir más, ampliar sus dimensiones o hacerla existir de otro modo.” (p 74) La tensión ético-política del dar existencia en Souriau se afirma en la convicción de que hacer existir es siempre hacer existir contra una densa ignorancia o un furibundo menosprecio por lo sutil, lo efímero, lo delicado. [8] Ortiz, Op. Cit. 355. [9] Percia Op. Cit. 156. [10]Entre la visitación y lo infinito se conjuga la versión derrideana de hospitalidad incondicional: “Pero la hospitalidad pura o incondicional no consiste en una invitación («yo te invito, yo te acojo en mi casa [chez moi] con la condición de que tú te adaptes a las leyes y normas de mi territorio, según mi lengua, mi tradición, mi memoria», etc.). La hospitalidad pura e incondicional, la hospitalidad misma se abre, está de antemano abierta, a cualquiera que no sea esperado ni esté invitado, a cualquiera que llegue como visitor absolutamente extraño, no identificable e imprevisible al llegar, un enteramente otro. Llamemos a esta hospitalidad de visitación y no de invitación.” (DERRIDA, 2004) [11] Ibid. 169. [12] Ortiz, Op. Cit. 314. [13] Aquí recuperamos un precioso señalamiento que hace Oscar del Barco (2008) sobre la poesía, al destacar que eso que llamamos “poeta” no es un sujeto agente de una acción poética, sino un “espacio-de-manifestación: el poeta no es una intencionalidad constructora del poema sino que llamamos poeta al espacio de manifestación del don del poema”. [14] Blanchot, M (1993) El diálogo inconcluso, trad. P . La Place, Caracas, Monte Avila,, 104. [15] Consideramos que la escritura poética de Ortiz no es susceptible de cierta detención que implica la idea de Obra Completa, sino que se realiza más bien como un obrar inacabado, acaso cercano a la propuesta de diálogo inconcluso en Blanchot. Hay un testimonio en verso: “Me has sorprendido, diciéndome, amigo, / que ‘mi poesía’ / debe de parecerse al río que no terminaré nunca, nunca, de decir…” (Ortiz 2005, 861) [16] Bonnet Op. Cit. p. 88 [17] Ortiz Op. Cit. p 364. Las bastardillas son nuestras. [18] Rimbaud, A. (1995). Iluminaciones & Cartas del vidente. Poesía Hiperión. Traducción de Juan Abeleira. [19] “Ella…” en Ortiz, Op. Cit. 487 [20] Freidemberg, D. (2000) “Reverberaciones, llamados, misterios: Juan L. Ortiz”. En Diario de Poesía. Buenos Aires. [21] Ortiz, Op. Cit. p 435. [22] Pensamos estas figuras a nivel ontológico de los espectros, tal como señala Mónica Cragnolini: “Estas imágenes del extranjero, de exiliados, son entonces, figuras fantasmáticas a nivel ontológico, figuras indecidibles, no capturables en formas determinadas: elusivas, transitivas, esquivas. Pero asediantes, asediantes con ese modo de presencia que es la ausencia, con el asedio de los fantasmas, que están allí aunque no se los vea.” (Cragnolini 2008) [23] Bonnet Op. Cit. 77. [24] Ortiz, op. Cit. 277. [25] No olvidéis que la poesía, si la pura sensitiva o la ineludible sensitiva, es asimismo, o acaso sobre todo, la intemperie sin fin, cruzada o crucificada, si queréis, por los llamados sin fin y tendida humildemente, humildemente, para el invento del amor... (Ortiz, 533) [26]Ibid. 420. [27] Ibid. 358 [28] Daniel Freidemberg recuerda que Ortiz decía de las lenguas occidentales que parecían creadas para dar órdenes. [29] Algo que vuelve a coincidir con el modo en que Bonnet concibe lo infrasensible y el infra-mundo: “Los territorios recubiertos por lo sensible son vastos. Su administración es riesgosa, precaria. Lo sensible no es, sin embargo, asimilable a su formulación. En la resistencia de las formulaciones de lo sensible perdura el infra-mundo.” (p. 77) [30] Percia, Op. Cit 157. [31] Ortiz, “El Gualeguay” en Op. Cit. p. 661.
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