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  • Foto del escritorRevista Adynata

Caligrafía nómade VI / Patricia Mercado

Cuando se conocieron supieron que caminarían juntos un largo camino. Eran jóvenes y vivían a la intemperie. Sin abrigo para el corazón.

Porque a veces la vida te deja sin techo al nacer. Y hay que andar en esa desnudez.

Fundaron un amor albañil. Tozudo. Un amor que fue a la obra muy temprano cada día. Con sol y con lluvia. Arquitectura que apiló año sobre año para dar reparo a las inclemencias que la vida supo traer.

Se pusieron un anillo de oro en el dedo anular y levantaron, de a poco, una casita en el terreno del fondo. A fuerza de ilusión y músculo tuvo piso, techo, cama .

Después vinieron los hijos, y los muebles fueron acumulándose.

A poco de armar el precario nido hubo que partir. Y así fue siempre. Cada tanto una circunstancia los llevaría lejos a empezar de nuevo.

Añoraban el amparo de un cosmos de órbitas amables, una constancia ajena a lastimaduras que, inexorablemente, sangraban. Una eternidad dulce de torta de limón perfumando la tarde.

Una vez y otra danzaron la ceremonia del desembarco: otro lugar, siempre un poco destemplado, un poco a medias. Ponían ahínco en pintar las paredes, ora pistacho, ora blancas, en hacer hogar con retazos encontrados por ahí.

Inventar reparo en un abandono que el corazón sabía definitivo.

Casas de puertas verdes y ventanas como ojos miopes que supieron abrirse y cerrarse como flores raras.

Extraño alquimista el tiempo, su coloratura no entrega a blanco y negro asuntos esquivos a la mordedura maniquea.

Deja caer caudalosas intensidades por agujeros aleatorios de la memoria.

O retiene nimiedades en la filigrana de palabras que no se pronuncian, por recato o por ignorancia.

Del tiempo la sustancia de inexorables mutaciones. El cuchillo sin filo en el fondo de un cajón, el polvo sobre los muebles como una llovizna seca.

Ella colgaba cuadros en el living.

Él traía salamín y pan a la vuelta de la oficina. Y sin mancharse el traje lavaba los platos indispensables para servir la cena.

Hablaban a lo ancho y a lo largo de una entelequia que llamaban la pareja. Y el perro marrón los escuchaba en silencio sin objetar ni una coma de todo aquello.

Luego, lacerante la necesidad y volverse a mover. Desmontar el provisorio techo como un cielo con su sol y su luna.

Guardar en cajas el fragor de ollas y sartenes, el calor de las frazadas, el peso de los libros.

Interrumpir a los niños que juegan a hacer el mundo.

Y darse a la imperceptible errancia de buscar la siguiente puerta como quien cae en cámara lenta, perdiendo pie átomo por átomo, hasta que una abertura los devolvía a un universo humano.

Juntos buscaron una casa que jamás hallaron.

La búsqueda arropó los años. Los ató como un racimo de uvas del que comieron una y otra vez.

Envejecieron en esos intersticios, en ese estar gerundio de las raíces.

Corazones sin puerto, flotando apenas, mientras las mareas del tiempo tallan, infatigables, signos en el ansia.


Cy Twombly [una pintura en doce partes] 2001 Parte VI Acrilico, crayon oleo sobre bastiods 211.5 x 304.2 cm


Entre las figuras poéticas y retóricas, Adynata (plural de Adynaton, que suena a palabra femenina en castellano) compone lo imposible. Procura insurgencias, exageraciones paradojales, lenguas inventadas, disparates colmados, mundos enrevesados, infancias en las que “nada el pájaro y vuela el pez”.

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