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  • Foto del escritorRevista Adynata

Como tantas / Claudia López Mosteiro

El perro

El marido se murió hace unos meses. El perro desde entonces duerme en la cama con ella, la sigue por todos lados.

Cuenta que cuando él ya estaba muy mal, el perro aullaba. Y que dos días antes de que él se muera, el perro no quería entrar al cuarto.

A veces el perro se quedaba en el lugar donde él se sentaba en la cama, y miraba algo, como hacía cuando miraba a alguien hablando, como si estuviera siguiendo una conversación.

Dice que parece que los perros perciben cosas que nosotras no.

Cuenta que va casi todas las semanas al cementerio y le pide a su marido que la ayude con los chicos. Y luego de la última vez que fue, al mayor lo llamaron de Coto, y también para trabajar en una pizzería, donde finalmente quedó.

A veces va con el perro, y cuando llegan a la tumba del marido, el perro empieza a olfatear y a ella le da mucha ternura.


Como tantas


Una mujer ha vivido, como tantas, a la sombra de su marido. Él siempre le pegaba, también a sus hijos. Eran cinco. La mayor, de adolescente, empezó a hacerle frente.

Ahora tiene más de sesenta, y lo recuerda a menudo.

Me contaba que cuando se murió el padre, la madre soñaba que él aparecía, y entonces no se podía dormir. Ni muerto la dejó tranquila.


Tiempo de leer


Hace un tiempo en el centro de salud donde trabajo se abrió un espacio de lectura en la sala de espera. Lo llaman "Tiempo de leer". Inauguraron una mesita donde se exhiben libros para que la gente se los pueda llevar, y si quieren, devolver. Pero no es necesario.

Lo importante es que el que lo desee, lea.

Es dulce ver cómo algunas personas se toman unos instantes para mirar los libros, lentamente los hojean, eligen alguno y se lo llevan. A solas casi siempre, antes o después de salir de una consulta, en ese pasillo que comunica varios consultorios; hace un rato pacientes, devienen allí posibles lectores.

Hay una mujer a quien atiendo hace años. Va y vuelve. Intentaba separarse, no podía, lo logró este año. Dice que se siente culpable. Tiene cuatro hijos, dos chicas mayores y dos más chicos. Su único hijo varón, de diez años, le recrimina que “es todo culpa suya”. Ella dice que el padre le llena la cabeza, y es muy probable.

Un día le pregunté si les lee cuentos a sus hijos, y casi con vergüenza, con sorpresa, dice que les leía a los hijos de su patrona, pero nunca a los suyos. La invito a hacerlo, a llevarse libros de aquí. Mi compañera del espacio de lectura la orienta y le da varios libros, para ella y para sus hijos.

A la semana siguiente me cuenta que les estuvo leyendo a sus hijos, lo disfrutan todos, le piden más. Tiempo después me cuenta regocijada que empezaron un juego, como una teatralización: mueve las manos como asustándolos: “ahora vamos a leer cuentos ¡de terror!”, sus hijos se ríen y empiezan a escuchar.

El hijo ya no se angustia, ya no le recrimina.

Sucede que tiene más tiempo, un tiempo libre de peleas. Cuántas horas, cuántas noches de “vida en familia” -esa vida que a veces añora, a pesar de saber que ya ni se acercaba a quién sabe qué ideal de familia-; cuántas cenas temiendo tener que tener relaciones sin desearlo; y tal vez venga el quinto hijo.

Recuerda entonces una escena en la que cuando iban todos en colectivo, el marido subía y se iba para atrás, y la dejaba a ella cargando con los chicos, los cochecitos, todo, sola. Sin “ayudarla”, como suelen decir algunas mujeres.

Entonces expresa un deseo: le gustaría escribir. Pese a que no terminó la escuela primaria, “no tengo faltas de ortografía, porque siempre leí mucho”, dice. Eso nunca lo había contado.

Ahora que están separados, él le cuenta que un día en la plaza escuchó a un padre que le comentaba a otro –varios varones con sus hijos en la plaza- que su mujer se había ido al gimnasio. ¿Cómo habrá impactado esta frase en él? “Yo antes no te hubiera dejado, le dice, pero ahora, si vos quisieras, te dejaría”, confiesa, en su afán insistente para reconquistarla.

Por suerte, por ahora, esto no la hace vacilar.


Basta de misas

Aquél día me había dicho que estaba muy triste. Luego me di cuenta que era el discurso que se escuchaba en esos días, del lado de la iglesia. Fue el día en que ganó en Diputados la Ola Verde.

Dice que hace un mes que no va a misa. Que está harta de los fanatismos; pienso en los religiosos, pero no se refiere a ellos, porque agrega que está harta de las mujeres que dicen que odian a los hombres.

Recuerdo -pero no se le digo- a una paciente, feminista. Ella, que en un encuentro de mujeres en el que estaban diseñando una gráfica, le pareció mucho que se propusiera una licuadora llena de penes. Y eso que también me contó que su papá mató a su mamá, cuando ella era muy chica.

Pero ahora ella duda. No ha de ser fácil ir a misa con dudas. Dice que no puede anteponer sus ideas religiosas, sus creencias, a lo que les pasa a las mujeres a las que atiende como ginecóloga.

Hace un tiempo se declaró objetora de conciencia; no quiere sentirse partícipe de las decisiones de las mujeres que abortan.

Dice que le gusta hablar conmigo y a veces hasta nos abrazamos al final de una charla.

Me digo que es bueno poder conversar con las que no piensan como una.

Sobre todo cuando empiezan a dudar.


Cuando el COVID


Los equipos de salud mantuvieron la atención presencial a las mujeres que deseaban interrumpir un embarazo.


Yo estaba en contra de esto

Una chica estudiante de abogacía, separada, se había quedado sin trabajo con la pandemia en un estudio de abogados, no pudo seguir pagando el alquiler. Vivía con su hija de cuatro años a quien llevó a vivir con el padre, y ella se fue a una residencia estudiantil.

Quiere interrumpir su embarazo, veo en la historia clínica que ya había consultado en otro CESAC dos veces –la orientaron bien, le dieron orden para ecografía, que trae ese día, y turno para los días siguientes.

Era la última mujer que veía (estaba medio pasada de vueltas ya). Como estaba de 6 semanas y muy ansiosa, tomó la decisión de derivarla al CESAC donde la vieron primero, los tiempos dan bien, y sospecho que si le doy el tratamiento hoy, lo va a hacer sin esperar a la semana 7 –como sabemos que es lo mejor-.

Me da a entender que no se sintió bien atendida allá, “no me dijeron nada, no me dieron nada”, llora, y dice “es que yo estaba en contra de esto”. Trato de calmarla, le digo que le dijeron y le dieron lo adecuado (orden para Ecografía, turno para siguiente consulta); y que todos los que trabajamos en esto lo hacemos con convicción, porque nosotros sí creemos en esto. Luego me pareció que fue un poco excesivo, pero me generó una reacción coorporativa/verde (defender o sostener al equipo que la atendió), a su vez intentar tranquilizarla (los equipos sabemos lo que hacemos, lo hacemos bien, y con convicción).

Al despedirla le pregunte si tenía amigas, alguien que la acompañe, y me dijo: “es que todas están en contra”. Le sugerí que intente hablarlo con alguna, que tal vez se sorprendía con que alguna la entendía y podía cambiar de opinión, como a ella le había sucedido. Le dije también: te daría un abrazo, pero no puedo, y le hice un gesto de abrazo.


Todes tenemos nuestros secretos


Una mujer no se presenta a la consulta posterior al tratamiento para interrumpir su embarazo. Miro en la Historia Clínica, leo que estuvo hace seis días en un hospital, fue hisopada por sospecha de COVID; pero no figura el resultado. La llamo por teléfono, me cuenta que está desde entonces en un hotel con el marido en aislamiento, luego de confirmarse el resultado positivo.

Sus hijos quedaron en la casa, todos negativos. Lo que la preocupa es que los vecinos tienen miedo a contagiarse, y ella teme lo que les puedan decir a su regreso; o a sus hijos, mientras están allí; ellos no tienen culpa de nada, me dice.

El aborto quedó en segundo plano, ya.

Ella me había dicho que no le pensaba contar nada al marido. Trato de imaginarlos juntos en una habitación de hotel, solos, aislados, con tantas preocupaciones. Le pregunto si ahora se lo contó, afirma que no.

Ese silencio me deja algo inquieta; cuando se lo comento a una compañera, me dice: quedate tranquila, todes tenemos nuestros secretos.


Vacilaciones

Llega al equipo ILE* (hablábamos aún de ILE -interrupciones legales de embarazos- en 2020, previo a la sanción de la Ley de IVE en 2021), una mujer de 42 años, se encuentra en pareja, él tiene 50 años, con él no tienen hijos. Ella tiene dos hijos de 22 y 7 años, de dos relaciones anteriores. Él tuvo cuatro hijos, uno falleció hace dos años, a los 24, de un infarto. Viven con el hijo menor de ella, y perdieron un embarazo hace 3 años.

Ella trabaja de peluquera, él es encargado en un edificio. Vivienda alquilada.

Viene derivada de un hospital, tiene un embarazo de riesgo de 14 semanas, por hipertensión arterial, que se manifestó en su segundo embarazo, tuvo un parto prematuro.

Manifiesta ambivalencia, quisiera tenerlo, pero su marido no quiere. Llora, está angustiada, se la ve indecisa, presionada, sin saber qué hacer. Se indaga sobre posible violencia en la pareja, dice que no, que se llevan bien.

Pero él dice que ya perdió un hijo: “mirá si te pasa algo, o si sucede de nuevo”. Acá se mezcla la pérdida del embarazo anterior y la muerte del hijo del marido. Cuesta despejar las causales que se mezclan (hipertensión, riesgo, el marido no quiere, ¿ella quiere interrumpir, o no quiere tenerlo porque es él quien no quiere tenerlo?)

Se encuentra también afectada por el fallecimiento de su padre, que coincidió con su segundo embarazo.

Se la cita a otra entrevista, ante las dudas que presenta, y se le explica que en caso de decidirse a interrumpir se haría una derivación al 2º nivel.

En la siguiente entrevista imagino que no va a venir, pero viene. Llega tarde y dice que estuvo caminando horas, haciendo tiempo.

Dice que no le contó a nadie salvo a su hermano, quien se ofreció a ir a la casa para hablar con su marido. El hermano le ofrece acompañarla si decide tener el hijo, tiene una casa grande, podría ir a vivir con su familia: “si vos ya criaste a tus hijos sola”, le recuerda. Al segundo, porque el novio la dejó cuando estaba embarazada. La familia de él y él le ofrecieron casarse y tenerlo, pero a condición de que no vivieran con su hija mayor, que la llevara a vivir con su madre. Ella, no aceptó. Ahí conoció a su actual pareja, y al tiempo se fueron a vivir juntos.

Se percibe, y lo expresa, que le costaría muchos más sobrellevar un aborto, que criar otro hijo.

Cuenta que cuando estaba en tratamiento psicológico “la psicóloga siempre me decía que tengo que tomar mis decisiones”.

Le digo que por lo que expresa se muestra más decidida a tenerlo que a interrumpir. Que así como acompañamos en las ILEs*, la podemos acompañar en su decisión de continuar con el embarazo. Que ya se está imaginando cómo sería, cómo se organizaría, los apoyos con los que cuenta, etc.

A pesar de eso me pide: “pero si vuelvo sin el papelito de la derivación, mi marido se va a enojar”. Vuelve a afirmar que no hay violencia, pero se percibe que le cuesta confrontarlo, y afrontar esa diferencia.

Trato de acompañar ese recorrido vacilante, a tientas, para la toma de una decisión crucial, casi sin tiempo, entre dos opciones excluyentes, sin incidir en la decisión, intentando abrir luz allí donde aparece una brizna de claridad en la imaginación de lo porvenir, con el menor sufrimiento posible.

Le sugiero que puede contar con el equipo ILE* si decide interrumpir, volver al hospital para el seguimiento de su embarazo de riesgo, si así lo decide, y contar con nosotros para apoyo psicológico.

Esta fue primera situación que vi de este tipo. Era el primer año de la pandemia, estaba trabajando sola, cuando antes lo hacíamos de a dos. Tratábamos de minimizar los recorridos de las mujeres a la vez que garantizar el acceso a la atención, tanto del embarazo como de la decisión de interrumpir. La mayoría de las mujeres que acuden al equipo de IVE/ILE* llegan decididas, con más o menos dudas, pero en algunos pocos casos, la entrevista les permite clarificar su deseo de continuar ese embarazo.

Esta situación sería casi la antípoda a la de la mujer que no le contó al marido acerca del embarazo ni de su interrupción, y luego del tratamiento para interrumpir, terminaron ambos aislados en un hotel por COVID.

Muy determinada, antes, durante y después, en su decisión, su silencio y su secreto.


Fugaz


Una trabajadora social trata de conseguir un hotel para una familia que está en situación de calle. Cuando está a punto de lograrlo, la familia recibe diagnóstico de Covid positivo y los envían a un hotel para permanecer en aislamiento. Con alegría le mandan fotos del hotel 4 estrellas al que los confinaron. Ella se agarra la cabeza –teme que se pierda la gestión que le llevó tanto tiempo- ante esta felicidad pasajera.

Pero en verdad ¿cuál no lo es?

* ILE: Interrupciones Legales de Embarazos. IVE Interrupciones Voluntarias de Embarazos

Dolora N° 30. Pepe Lara.jpeg

Entre las figuras poéticas y retóricas, Adynata (plural de Adynaton, que suena a palabra femenina en castellano) compone lo imposible. Procura insurgencias, exageraciones paradojales, lenguas inventadas, disparates colmados, mundos enrevesados, infancias en las que “nada el pájaro y vuela el pez”.

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