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  • Foto del escritorRevista Adynata

Conversaciones después de clase: Ah, esto era pensar! / Karina Androvich

“Naufragamos, señal de que navegábamos bien”

Schopenhauer


Se podría pensar a esta pandemia mundial como un tiempo de una común suspensión.

Un entre de duración indefinida, un paréntesis inacabado que por lo pronto llama a pensar. Pensar como una manera de generar oxígeno, ahí donde el covid nos quita el aire. ¿Pero cómo? Y las otras pandemias dentro de la pandemia ¿cómo se piensan?

Se llega a esto por la omisión de acciones ante las voces que lo predijeron, por arrogancias del capital.

¿La pandemia como una lente de aumento de las otras pandemias dentro de la pandemia o como pantalla que puede ocultar?

Suspensión de rutinas, de ritmos, de hábitos, de rituales, de espacios, de certezas, a las que cada cual responde como puede, pero desde muy distintas circunstancias.

¿Cómo pensar albergando esa común suspensión?

¿Cómo oponerse a la pereza de un pensar que solo admite apurar el retorno de lo mismo? ¿Cómo pensar con la mayor amplitud posible en estos tiempos de una común incertidumbre?


Todavía no sabemos qué nos está pasando con lo que nos está pasando.


Vivimos sin saber cómo nos afecta, salvo inmediatas primeras impresiones. A veces se tiembla de tanto, a veces es demasiado, a veces nos pasa un océano por arriba, entonces no se encuentra cómo hablar.


¿Cómo escuchar la mudez de lo doliente? ¿Cómo pensar para hablar desde ese lugar?


Orienta escuchar que desde el no saber puede surgir un modo y que las llaves de esos modos podrían estar en la boca. La boca como una compuerta que expresa una incomodidad que habita el cuerpo y se topa en la garganta con palabras que duelen y no salen o porque salen duelen o porque no hay cómo nombrar. Un malestar que da con los estragos de las hablas del capital y afecta a todas las vidas de modos obscenamente diferentes.


Todo puede ser pensado sin duda de nuevo, pero no hay pensamiento sin olvido de sí, dice Marcelo Percia. Es la ilusión del sí mismo -que sostiene, atrapa, cautiva, aprisiona-, lo que tiene que partir para empezar a pensar. Es el sí mismo el que cierra toda posible vacilación de sentido con predicaciones, adjetivaciones, sentencias y vigilancias normalizantes imposibilitando así cualquier pensamiento que no fuese ilusorio. Úrsula Le Guin imagina una comunidad sin propiedad, una lengua sin uso de posesivos, dice que pensar otro porvenir va a necesitar otra gramática.


Entonces, ¿cómo aprender a perderse para empezar a pensar?


De esto se habla en las conversaciones después de clase.

Por deseo de estar ahí. Entusiasmos hablan de cómo pensar, de cómo hablar desde una perplejidad perdiendo firmeza para que tambaleen las certezas y también la sensibilidad. De la necesidad de que emerjan escrituras con carnadura que afecten sensibilidades y no escrituras aforísticas y sentenciosas que refuercen clasificaciones. De la cautela necesaria de suspender conclusiones, de perder el hilo como algo buscado. De que hay que aprender a vacilar, a desnombrar. De lo conmovedor de un titubeo o de una errancia a la deriva que contagia el deseo de trabajar en torno al lenguaje, de hallar modos distintos de habitarlo, de ejercer una retórica disidente o el derecho a molestar entre tanto esperpento. De pensar para actuar. De encontrar un modo para que esas ideas que irrumpen se encarnen en los cuerpos, como cuando los alumnxs se estamparon en sus remeras las frases que crearon, por ejemplo: “¿cuántas autoras mujeres tenés en el programa de tu cátedra?” y se pasearon semanas así por la facultad. Del movimiento entre el nombrar y el no saber nombrar para en esa suspensión darle lugar a un desvío. De hablar sin esa vigilancia, con la perspectiva de hablar y escuchar algo que no sabíamos que podríamos decir. O de pensar escribiendo, como dice Macedonio. De buscar ideas que no sean fácilmente absorbidas por las hablas del capital que permitan resquebrajar muros que sentencian con arrogancias. De que el deseo convoque entusiasmos de darse a un pensar que naufraga como figura. Figura que supone perder la seguridad de una embarcación que se sostiene en sí misma y pasar por un momento de debilidad que incluya la incertidumbre sin esperar auxilio alguno, que incluya la pregunta: ¿qué va a pasar con nuestras vidas?


Querer inventar un modo más habitable de querer estar, esta decisión de querer seguir estando: en la clínica, en las aulas, en la vida, pero de un modo distinto. Más habitable. A pesar de no saber cómo. “Podemos pensar mal, pero intentamos pensar lo que hacemos desde un lugar de descontento con un pensamiento y sus gramáticas y retóricas” se escucha. Poder ser un grano de arena en la rueda y no aceite, como dice Eugenio Barba.


¿Cómo juega el cuerpo que naufraga?, alguien pregunta. -Con el riesgo de hacer doler y el amparo de una cercanía, se oye.


Ofrece una cercanía, la sola imagen de una polifonía deseante que acude a una cita a conversar desde este lugar. El lugar ético del pensar como naufragio, al amparo de una común debilidad como deseo, intentando pensar un común estar más habitable, es lo que quiero agradecer. Tal vez, sea también eso lo que virtualmente resuene y haga eco, eso que precipita el latir de la vida viva, el pedacito vivo de la vida suspendida, que enciende una chispa y empieza a habitar a esta curiosidad que habla, por ejemplo.


“Poder convivir con eso que no se deja capturar por el lenguaje. Necesitamos entrarnos a un porvenir que soporte la incertidumbre y la vida en común, que soporte: el “heme aquí, no me violentes” de Levinas, que implica: hablemos, conversemos, pero no concluyas, no me adjetivices, no prediques; respetame, no me llenes de las certidumbres de tu mismidad. Una posición ética. Cualquier otra forma de expresividad es la potencia de un misterio. La ética es respetar un misterio. Nada que ver con soportar” se escucha.


¿Dale que hay un lugar para poner en juego la fragilidad sabida que no sea el pequeño teatro privado, que podemos hacer algo que entusiasme con el ahogo de la tristeza por la repetición de ciertas palabras, con el estado de despedida constante que tiene la vida? ¿Dale que nos conocimos en un naufragio jugando a hablar sin pisar el palito propietario? Dale.


Hasta el próximo “vivo”.



Nota: Este texto se aventura a un pensar que se con-mueve con las últimas “Conversaciones después de clase” que la cátedra gruposdos de la facultad de psicología de la UBA sostiene en vivo por Instagram. ¡Gracias por la invitación a escribir!



Sara Não Tem Nome, “Belo Horizonte”, 2015, fotoperformance, políptico, 60 x 90 cm (cada imagen)

Entre las figuras poéticas y retóricas, Adynata (plural de Adynaton, que suena a palabra femenina en castellano) compone lo imposible. Procura insurgencias, exageraciones paradojales, lenguas inventadas, disparates colmados, mundos enrevesados, infancias en las que “nada el pájaro y vuela el pez”.

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