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  • Foto del escritorRevista Adynata

Conversaciones después de clase / Fernando Stivala

Nervios


Fantasmas que fantasean con lo controlable.

Quedarse callado, que el momento te juegue una mala pasada, no saber qué decir.

Eso que se siente en la vibración, en la respiración.

Temblor que también habla del entusiasmo.

Nace de una tendencia. Algo que quiere expresarse.

Una conversación.


Mejor invitarlos, antes que reprimirlos.

Estado pasajero

Excitación momentánea. Ansia.

Temor a no poder controlarlo, no saber cómo, y a la vez querer hacerlo.

Control: tener dominio sobre lo que estamos diciendo, cómo lo estamos diciendo, y también sobre la recepción de quienes escuchan.

Siempre en relación con enfermedades.


Esa relación de desconfianza con lo inesperado.

Hablar de los nervios, un modo de conjurarlos.

No es fácil habilitar que pasen, de pronto, pasan.

Algo que los hace pasajeros es el olvido.

'"Me olvidé que estábamos hablando y nos están escuchando´

Momento donde charlás como si estuvieras en el bar.



Oráculos


Conversación que quiere declarar su intensión: la de tirarte de la lengua, aún más.

Agradecido de todo lo que ya la has es - tirado.

Aprovechar el rato.

Vertiginosidad.

Como los griegos, en la antigüedad, yendo a dialogar con el oráculo de Delfos.


Charla que surge de la intención de construir un diálogo para el programa de radio ´la peor de todas´.


Flechazos de ideas que se encadenan en la serie de textos ´esquirlas´ escritos durante el confinamiento 2020; confiando en que vibran allí, las tantas ideas que hay en otros libros y textos que acompañan eso que se podría llamar una vida, una obra.


Desde la radio se pensaron unos sintagmas, ya no recuerdo autorías.

Una especie de separadores.

Sintagmas que nacen de lo mucho.


La idea es hacerlos hablar, tirarle la lengua, desenvolverlos.

Se vuelven cortos, con la confianza de que incluyen mucho.



Caprichos


Oráculo

Oralidad, voz, predicción, respuesta.

Consulta a los dioses a través de alguna intermediación.

Entre la pregunta y los dioses hay una intermediación que escucha y traduce.

Consultar para saber el porvenir, lo que nos va a pasar.


Bion piensa al grupo como un oráculo callado.

Un oráculo que devuelve un vacío.

Donde la pregunta ´qué me está pasando´ se encuentra con el silencio.

La clínica es la pregunta a un oráculo que no responde, y en esa no respuesta, precipita al encuentro con las propias preguntas.

La clínica como un movimiento contra oracular.

Un gesto vacío de una respuesta que nunca llega.


El capricho por elegir esto y no lo otro.


Primer capricho:

Cambiar la lengua para cambiar el mundo


Se habla en general, y siempre da para pensar un poco más.

Pensando en el problema en torno a la tierra, a la propiedad, lo que pensamos tanto en relación al Yo, o a la idea de Sujeto.

¿Qué relación efectiva y concreta hay entre la lucha de los pueblos y los pensamientos radicales? Una me viene rebotando.

Cambiar o contagiar o afirmar otra distribución de valores.

Una especie de doble movimiento: mientras interrumpe y denuncia, se van afirmando algunos valores nuevos a distribuir.

Sabemos el efecto de las palabras, los discursos.

Siento ahí como una trinchera de producción de valores colectivos para luego viralizarlos y distribuirlos.

Por un lado se dice así de literal: cambiar la lengua para cambiar el mundo.

Y por otro lado lo haces: ese momento donde elegís incluir común antes del sustantivo.

Común estar, común orfandad, común debilidad.

En esa sutileza se recupera lo que puede la palabra.

Veo por lo menos dos movimientos a la vez. Se denuncia que eso no tiene el imaginario que dice de esa palabra, o por lo menos, no solamente. Y mientras denuncia, le quita esa pegatina hollywoodense y representacional que se nos viene en automático con esa palabra; le devuelve su posibilidad, su potencia.

En algún lugar escribís: tal vez no en la fuerza, sino en una común debilidad residen las potencias que salvan.

Esa palabra sola (debilidad, orfandad, estar, entre otras) tienen la fuerza de una molécula de agua, o de un grano de polen. Con común delante… ya sabemos lo que pueden hacer las mareas embravecidas.


Simone Weil denuncia a la idea de fuerza.

Recupera la palabra debilidad.

Se medita sobre las palabras que cargan, transportan, llevan valores que pasan inadvertidos.

Cambiar la lengua para cambiar el mundo.

Cambiando la lengua no se cambia el mundo. La intemperie material no la cambian las palabras. Ahí hay crueldad y desigualdad.

Engels y Marx a propósito de la idea de ideología no están de acuerdo con que cambiando el lenguaje se cambia la materialidad. Ellos dicen que no alcanza con cambiar las conciencias para cambiar la materialidad.


¿Cómo cambiar las conciencias y los pensamientos que nos habitan?

No alcanza con combatir la lengua o las palabras para cambiar el capitalismo. Se trata de cambiar las relaciones de trabajo, las relaciones de explotación material, para que las conciencias puedan representarse otros modos de común estar.

Cambiando la lengua no se cambia la vida, pero esta práctica de volver a pensar las palabras, deshabituaciones del habla, pueden servir para no consentir automatismos cómplices con la vida que queremos combatir.

Luchar.

Lucha de la propia lengua.


El desplazamiento de la idea de lo común tiene ese sentido.

No es lo mismo decir un común estar, que un estar en común.

Un modo de estar puede ser en común. Otra cosa es decir un común estar, donde ahí, el adjetivo o la forma adverbial común, anticipa al infinitivo que se vuelve sustantivo.

Hipérbaton.

La figura retórica que invierte el orden. Altera el enunciado común, el normativizado, el habituado. Todas las figuras retóricas alteran el habla común.

Recuperar la retórica como astucias del habla que deshabitúan lo que solemos plantearnos y está naturalizado.

En el hábito pierden énfasis las palabras, pierden su potencia.

Pensar consiste en pensar de nuevo palabras envejecidas.

Las palabras pierden potencia. Pierden capacidad de diseminar sentidos no disciplinados. Romper las lógicas de captura.

Se enrarece la expresión, sacude automatismos, decide un énfasis, y persigue una posición política de la lengua: reponer en lo común una fuerza que se decide recuperar.

Reponer la fuerza de lo común porque sospechamos que está envejecida, o lavada, o desvitalizada.

Las palabras se gastan, se banalizan, se las vuelve complacientes.


Palabras de la civilización casi inutilizadas, desgastadas, desmerecidas, desprestigiadas: comunidad, comunicación, comunismo, comunión, colectivo.

La epidemia viral ha comunizado. El virus nos comuniza. Nos enfrenta, nos arroja a un destino común.


Cambiar la lengua no alcanza para cambiar el mundo, pero la práctica de la deshabituación en la lengua permite romper automatismos que consienten el mundo que queremos cambiar.


Una común debilidad, y no La.

Discusión enunciativa que también tacha al artículo que designa, inmoviliza.

Una no totaliza. Destotalizar el enunciado. Introducirle la vacilación que necesita.

Al ser una -más- entre otras posibles, se rehúsa a la totalización, al imperativo.


Segundo capricho:

Contaminando normalidades


Otra búsqueda afirmativa la encuentro en la elección de una escritura fragmentada, formas inconclusas, retazos de conversación.

Escribís que ´fragmentos no terminan ni concluyen. Inseguros puntos de apoyo flotan sobre un abismo. Cada fragmento se ofrece como un comienzo, esquirlas acumulan comienzos sin desenlaces´

Encuentro en esa idea, y en muchas otras, una desconfianza con eso que podríamos llamar desenlace.

Pensaba en lo seductor del desenlace. Es una garantía, una confianza. De resultado, de seguridad.

En el desenlace hay un premio seguro, o un castigo, pero hay algo.


Entonces también pensaba que para reemplazarlo, o por lo menos para no quedar a merced, necesitamos restituir esa confianza. Pero en dónde si no en el desenlace.

¿En la trama? ¿En lo que pasa?

¿Cómo se confía en lo que todavía no es pero está pasando? ¿Cómo se confía en lo que ni siquiera tiene garantías de que vaya a ser un desenlace?

Escribís: no conviene que políticas de los cuidados impongan conductas a través del miedo, o los reconocimientos…

Se necesitan convocar deseos, encantar voluntades, animar confianzas, propiciar disfrutes de un común cuidar.


Mesa de oportunidades


Uno de los grandes temas de las políticas de los cuidados tiene que ver con convocar al deseo de cuidar.

La ciudad Buenos Aires tiene una relación contradictoria con los cuidados.

El Estado y el cuidado.

Si el Estado puede atraer al deseo o solamente disciplinarlo. Los estados nacionales y una cátedra.

El problema de la evaluación, el momento de las indicaciones, de las consignas.

Siempre la pregunta trata de cómo atraer deseos.

Y el resultado, la aprobación, el juicio, el tribunal que supone una cátedra. La nota como sanción, como premio o como castigo. El contexto de la nota, los resultados en estas formas virtuales.

Comparto la incomodidad con los procedimientos de evaluación, con el formato disciplinario; pero a la vez no hay manera de sortear esa tensión. Hay distintas maneras de habitarlo, pero no se puede sortear en la universidad el problema de la evaluación.


Convocar al deseo es contar con que el deseo no acuda a la cita.

En lugar del deseo, acuden la rabia, la bronca, el desprecio, el maltrato, el desinterés, la frustración.

Difícil convocar ahí al deseo, al entusiasmo, a la complicidad.

¿Por qué ese llamado tendría que estar garantizado o tener la respuesta esperada?

¿Y cómo tolerar esa ausencia de lo esperado? ¿Y hasta qué punto poder alojar?

En un grupo de estudiantes, como también en un grupo de docentes, hay una convocatoria al deseo, y también aparecen rabias, enojos, equívocos, malos tratos, rivalidades que lastiman, calladas, endurecidas.

Un común estar que no es el desenlace de la libertad, de la alegría, de la felicidad.

Desenlaces y enlaces continuos con estados que presentan esta variabilidad de modos de afectividad, afectaciones, lastimaduras, sufrimientos, y alegrías.

Con la expectativa de que los sufrimientos en un común estar se desplieguen de un modo pasajero.


Retazos.

Es difícil que un concurso académico acepte la escritura fragmentaria como método, como afirmación.

El retazo como esa parte de la tela que no sirve para nada. Restos que no alcanzan.

Me crié en tiendas de telas con mi papá. Quedaban pedazos que no servían.

Retazos quedaban en mesa de oportunidades.

Tela atractiva pero que no alcanzaba.

El retazo está en ese borde entre lo inútil y presentarse como una oportunidad extraordinaria.


Tengo el gusto de construir textos con retazos.

Una gran libertad.

Al retazo no se le pide que satisfaga un modelo, una expectativa. Si el retazo no alcanza forma parte del retazo.

Los fragmentos no alcanzan para una idea. No sostienen una argumentación suficiente, pero no por pereza, fatiga, comodidad; sino que están ahí para atestiguar que no alcanza. Y eso les da la fuerza.

La argumentación completa disgusta.

Si bien los retazos tienen formas afirmativas, y convicciones; la misma fragmentación les impide realizarse como tales.

Introducen un corte en la omnipotencia del argumento.

Retazo, fragmento, esquirla.

Enlazan y desenlazan.

Empiezan con el aliento del enlace y se cortan ahí. El desenlace incompleto.

Poética de Juan L. Ortiz. Empieza con una afirmación, y termina con un signo de interrogación. En el curso de la afirmación, ésta se volvió pregunta. La volvés a leer para ver cuándo se hizo el desvío. Una afirmación plena que termina en un tembloroso interrogante donde queda suspendido.


El suspenso.

El desenlace tiene una alteridad que es la de la suspensión.

Escena clínica, el momento donde la sesión se suspende.

Termina en el sentido literal, pero las expresiones no son de la terminación.

´Dejamos por ahora´, ´seguimos la próxima´.

Como las novelas de folletín que describe Puig: terminaban suspendiendo el desenlace, lo postergaban.

Como todo suspenso tiene una promesa que la conclusión no tiene.

La conclusión concluye con la promesa, el fragmento la sostiene.

Es muy importante recuperar un diálogo, o una escritura, que sostengan la promesa en la suspensión del desenlace.


Atestiguar lo que no alcanza.


Tercer capricho:

Echándole sombra al conocimiento


El año 2020 estuvo subrayado por una idea que venís vaticinando desde años anteriores, la idea de No saber.

El pensamiento se nos escapa.

Por otro lado, en el libro sensibilidades decís: el tinglado de demasías se llama normalidades.


Un no saber que no declara su saber, no necesita.

Su saber está en la misma afirmación: No saber.

¿Qué afirma esa declaración?


Quizás meterse allí no se trate del fin de toda racionalidad, sino de una afirmación que incluye la contingencia

Lo impensado; una exigencia más para el pensamiento, y no su destrucción.

Pensar esa contingencia le agrega matices al pensamiento, desborda el tinglado de las razones.

Desmentir o negar esos asuntos habla de la fatiga o de no tener el acceso a unir ideas de un modo rápido y simbólico.

Esa negación habla más de un impedimento de quien la porta, que de una verdad del conocimiento.

Decís: ´La necedad reside en actuar como si eso que sí se sabe no se supiera´.

Actuar lo que se sabe, haciendo como si no se supiera.

Un tipo de ideal del orgulloso.


Eso que fue llamado loco o loca, además de habitar una sensibilidad sufriente, es también transformador de cultura y chivo expiatorio.

Transformador en su doble sentido: cambia, y es vehículo de electricidad para que algo funcione. Estabilizador de la electricidad.

Inestabilidad para la persona, estabilidad para la general.

Desmesuras o demasías quedan siempre muy ligadas a lo inestable; también estabilizan.


Más que un irracionalismo, un pensamiento con más tonalidades, que traspasa la racionalidades de lo que sabe, de lo que conoce, de lo simbólico, de sus identificaciones: ´¡aaah, es esto!´.


No es la crisis de lo pensable, sino de hacernos cargo de que para pensar hay que elaborar una lógica singular, peculiar, creativa, situacional. Cada cosa con su lógica,

Cada cosa con su tema, y no carente de ella.

Proponés llamar ´singularidad no a la emergencia de un ser, sino a la composición de un momento único´, ´a un estar en común irrepetible´

Lo propio de algo es que trae una lógica suya que no responde a una lógica general.

Sobre un fondo alógico, por fuera de la protección del tinglado, cada singularidad que emerge, lo hace con una lógica.

Ni siquiera es que el Saber sea un horror, sino una pluralidad que se despliega una y otra vez de manera singular.

No hay La Razón porque hay miles de racionalidades.

Cada fenómeno trae una razón.


El chiste de Funes el memorioso.

De tan memorioso, ve que cada cosa no es igual a otra, nunca.

De tan memorioso, de tanto símbolo, muestra lo ridículo de querer encasillar.

Tanta memoria exige creación, alojo, casas nómades y momentáneas para lo distinto, cada vez.



El poco saber es una posición con la que podemos nombrar la vida.

Clarice Lispector, Para no olvidar.

“¿Cómo se llama?”

La promesa de que va a llegar un texto maravilloso.


2da parte

Cómo se llama


¿Cómo nombrar?

Nombrar es un ejercicio de poder. Poder y Saber.

¿Cómo nombrar? ¿Cuál es la relación de poder?

Aparece la pregunta de cómo se llama lo que siento, y Clarice se responde.

“Si recibo un regalo dado con cariño por una persona que no me gusta, ¿cómo se llama lo que siento? Una persona de quien ya no se gusta más, y ella tampoco gusta más de uno, ¿cómo se llama esa amargura y ese rencor? Estar ocupada, y de pronto parar por haber sido tomada por una despreocupación beata, milagrosa, sonriente e idiota,¿cómo se llama lo que siento?

El único modo de llamar es preguntar ´¿cómo se llama?´, hasta hoy, sólo pude nombrar con la propia pregunta. ¿Cuál es el nombre? Es este el nombre.”

Como se llama.


Pensando las intervenciones clínicas.

Nunca encontramos las palabras para decir lo que nos pasa.

Un tropiezo constante.

Estamos hablando y no encontramos la palabra.

En el dialogo clínico pasa eso. Falta la palabra, se tienta, se apuestan otras.

A veces esa falta de palabra provoca impaciencia, cansancio, desazón. Se completa lo que falta con las palabras en las que estamos adiestrados. Adherimos a términos por automatismos que funcionan para calmar lo que nos pasa.

No se soporta no encontrar la palabra de cómo se llama lo que nos pasa.


Clarice dice que el único modo de llamar es preguntar ´cómo se llama´.

Alojar eso, no impacientarse en esa falta de palabra.

No hay que concluir rápidamente.

Nuestra labor reside en dar con las palabras más apropiadas para rodear lo que nos pasa, acompañarlo. Estar ahí junto al dolor.

Palabra no plena, a la que no le falta nada, la que nombra lo que nos pasa.

Dar la palabra a veces es no decir nada.

Se da la palabra sin nombrar.

Se da la palabra en silencio, sin etiquetar.

Se da la palabra volviendo a escuchar la palabra.

A veces dar la palabra es dar sus indecisiones, temblores, arrepentimientos.

No es dar la palabra como sentencia.

Aunque a veces, hay que darla sin dudarlo, cuando funciona como torniquete silábico. Para detener hemorragias de sentimientos que ahogan se dice: ´esto es angustia´. En esos momentos se da sin dudarlo.

Pero otras veces, se duda mucho de dar las palabras.

Ese no dar con la palabra lo acompaña el silencio.

Muchas veces nos abstenemos de dar la palabra para no lastimar, para no reducir, para no confiscar lo que se está viviendo al uso reducido de esa palabra, y porque también esa palabra puede tener una historia en una vida que se nos escapa, que tenga un sentido que ni sospechamos.


La Idea de no dar con la palabra para decir lo que nos pasa tiene que ver con el saber.

Es una herida.

El saber no dar con la palabra.

El saber no decir.

El saber sobre lo que no se puede decir.

Invierte el mundo del pensamiento.


Amamos la idea de un saber que sabe que no puede dar con aquello que nombra lo que nos pasa. Y frente a ese saber que no puede dar, encontrar, o nombrar; no se impacienta, no se desespera, no se refugia en sentencias, estereotipos, ni en una racionalidad profesional.

El tinglado, una cobertura clínica para alojar el no poder nombrar, el no saber.

¿Cuál es el nombre? Ese es el nombre: ´cómo se llama lo que siento´, y poder sostenerlo.

No es solo sostener un interrogante, sino pasar por muchas palabras sin concluir en ninguna.

Lo inconcluso, lo incompleto del poco saber, del poco nombrar.

No es no nombrar, puede ser pasar por los nombres sin encallar en ninguno.

Un saber que no encalla.

Encallar: quedar inmovilizado en el lodo, en el barro, en la tierra, en las palabras, en el lenguaje.

Callar como ese repliegue en lo silenciado.


Cuarto capricho:

Tercera Orilla


Inventás una idea: coreografía de cuidado.

Otra estrategia anti representacional.

Otro movimiento doble que comparte intención.

Discute la representación en el arte, discute la representación en la clínica. Ambas unidas por una intención política: desmarcarse de las representaciones para darle aire a la cosa.

Allí está presentada y declarada, y en esta definición desarrollada, escribís: ´En lugar de repetir el sintagma salud mental, se podría ensayar: demoras en un común estar que pueden alojar bienestares y malestares transitorios´.

El asunto de los bienestares.

´Propiciar disfrutes de un común cuidar.

Convocar, encantar, animar, propiciar´

Muchas veces algo atrasa los bienestares.

Derecho a bienestares, sin más.

La salud, la salud mental, la clínica, la psicología, el psicoanálisis están muy ligadas en torno a los padeceres.

Decís también: ´llamamos interioridad a una forma de encierro´

´La vida en común fabrica sentimientos sin que lo notemos´

Alojarlos, pero con la prevención de esa máscara subjetivante, la peor de todas: ser el relato de ese malestar, siempre.


Y por otro lado la idea de Oury, estar ahí.

Un estar ahí que sienta el bienestar de simplemente estar ahí, haciendo algo, o nada.

Escribís que en ´ocasiones se cuida absteniéndose de actuar.

Que cuidados, a veces, practican el solo estar.

Un estar ahí como secreta sabiduría clínica.

Sin prisas, ni impaciencias.´

No quiero olvidar el contagio por esa vibración, eso irrepresentable, pero que mientras viva está prendido. Ese entusiasmo que no tiene objeto.

No se pide, no se reclama, no se enseña, no se transmite. Se lo puede habitar, y quizás contagiar.



El padecimiento, el malestar, el sufrimiento.

El problema del ´Sí o sí´.

Una complacencia con la queja.

Atrasa los bienestares. Los pone atrás, los hace llegar tarde, o nunca.

Se privilegia el malestar como un signo de pertenencia.

Pertenezco al malestar y exhibo esa pertenencia como un bien. Sospecha con vacilación.


¿Se puede pensar el malestar como una actuación, disfraz, puesta en escena?

En la clínica de las demasías, en los manicomios, se suele escuchar: ´hace un manejo´. ´se hace la víctima´, ´te seduce con su malestar´.

Miedo a no leer bien lo que está pasando. Caer en un estado de seducción, de compasión, de quedar tomado ahí.

El problema de considerar eso sí o sí como un manejo, corre el riego de desestimar el dolor, y posicionarse en un estado de insensibilidad ante el mismo. De creer que eso no es un dolor genuino. ¿Hay dolores genuinos? ¿Puede haber un estado de simulación?

No le quitaría importancia al dolor.


Atraso de los bienestares.

La situación clínica finalmente se sostiene en el deseo alegre de estar ahí.

Hay, la alegría de ese estar ahí.

Ese momento de las cercanías, del contento de encontrarse y despedirse, de pasarla bien conversando, sostiene la relación clínica.


Duele del dolor su inmovilidad.

Pasarla bien conversando.

Pasarla bien aun hablando del dolor.

Un hablar del dolor, de lo que nos pasa, sin saber hablar.

Compartir un balbuceo.

La alegría de charlar, de dudar, de errar en la conversación, de hablar despreocupadamente.

Me perdí, gran momento.

Perderse y poder decirlo. Ante otras presencias también perdidas, pero que permiten retomar.

Sostener la alegría del estar ahí.


Oury decía que la alegría del estar ahí es la pregunta que involucra la transferencia.

Estar ahí es un acto transferencial.

Tener la convicción, en ese momento, de que uno no quería estar en ningún otro lugar que no fuera estar ahí.

No es cualquier cosa estar ahí.

Tiene que ver con la transferencia.

Tiene que ver con el amor.

Amar estar ahí.


Quinto capricho:

Deslenguas y desmadres


Quería aprovechar para tirarte de la lengua, aun un poco más, en relación a los desboques, y desmadres; pérdida de la moderación.

En torno a la desmesura, lo incontable, lo inescrutable.

Escribís: ´esquirlas de miedo estallan cada día, no sonidos, ruidos que aturden. Perturban los sentidos.

Estado de aturdimiento.´

Procurás inocularle un sintagma a la lengua: ´Demasías no enferman, normalidades sí´.

Otra vez dar vuelta la lengua para cambiar el mundo.

Decís que nos cuesta pensar la demasiada vida.

Que se necesita hacerle lugar a la furia, no apaciguarla.

Y quería compartir un texto de Nietzsche que encontré en Aurora, no lo llama así, pero lo podríamos rebautizar como una especie de oración a la desmesura.


“¿Quién es capaz de fijar los ojos en el infierno de angustias morales —las más amargas e inútiles que se han podido dar— en el que se consumen probablemente las sensibilidades más fecundas de todas las épocas?

¿Quién tendría valor para escuchar los suspiros de los solitarios y de las extraviadas?: «¡Concedeme, Dios mío, la locura, para que llegue a creer en mí! ¡Mándame delirios y convulsiones, momentos de lucidez y de oscuridad repentinas! ¡Asústame con escalofríos y ardores tales que ningún mortal los haya sentido jamás! ¡Rodéame de estrépitos y de fantasmas! ¡Déjame aullar, gemir y arrastrarme como un animal, si de ese modo puedo llegar a tener fe en mí mismo! La duda me devora. He matado la ley, y ésta me inspira ahora el mismo horror que a los seres vivos un cadáver. Si no consigo situarme por encima de la ley, seré el más condenado de los condenados. Ese será mi castigo. ¿De dónde viene si no de ti este espíritu nuevo que late en mi interior? ¡Demostradme que te pertenezco, poderes divinos, naturaleza divina! ¡Sólo la locura me lo puede probar!».”



Meditaciones sobre críticas de la moral.

Martillazo a la moral.



Cierres


Finalmente se los puede conjurar a los nervios, contándole a la próxima vez, que es verdad que durante el transcurrir de la charla se van pasando, se van olvidando.

Lo pasajero, lo transitorio, son un gran auxilio en la clínica, en la vida.

Un problema del presente: estamos en presencia de algo que pocas veces ocurrió en la civilización. Entramos en un tiempo que no va a ser pasajero ni transitorio, y eso se niega.

Se cree que se vuelve a la normalidad.

Nos deja en un difícil momento planetario y civilizatorio. De acá es muy difícil salir y volver a lo de antes.

Está corriendo riesgo la vida planetaria ya mismo.

El capitalismo no funciona porque es injusto, y además porque destruye la vida.

Esta epidemia viral como historia distópica pone en juego la urgencia de pensar todo de nuevo.

Esto no parece transitorio.


Gratitud por esa desmesura del conocer.

Eso que siempre se hace un hueco, ese algo más, querer conocer algo más.

Esa relación con el No saber.


Escribís: hacerse responsable equivale a hacerse una vida.

Eso que a veces se llama poético, o tiene el nombre del amor, creo que es el tono de una obra que no niega los dolores pero aun así no deja de afirmar, de creer, de crear, de convocar, de encantar, de animar, de propiciar.


Un tono que conmueve porque se hace responsable de uno de los secretos de la vida.

Hay dolor pero aun así


*Versión de un diálogo con M. Percia acontecido el miércoles 18 de noviembre del 2020, en vivo por Instagram, #gruposdos


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Entre las figuras poéticas y retóricas, Adynata (plural de Adynaton, que suena a palabra femenina en castellano) compone lo imposible. Procura insurgencias, exageraciones paradojales, lenguas inventadas, disparates colmados, mundos enrevesados, infancias en las que “nada el pájaro y vuela el pez”.

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