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Don Segundo Sombra: mitología del gaucho y anulación de conflictos sociales / Ezequiel Buyatti

Ya has recorrido mundo y te has hecho hombre, mejor que hombre, gaucho


Ricardo Güiraldes, Don Segundo Sombra


Existe en Don Segundo Sombra una nostalgia por algo que se está perdiendo. Se construye una instancia épica de la vida que en la novela se ve encarnada en el resero, en el domador, en el hombre de la pampa: “Todos me parecían más grandes, más robustos, y en sus ojos se adivinaban los caminos del mañana. De peones de estancia habían pasado a ser hombres de pampa. Tenían alma de reseros, que es tener alma de horizonte” (Güiraldes, 2010, p. 65).


Acontece una evocación rural hacia los muertos, el mundo rural y Don Segundo Sombra como una figura fantasmal:


Inmóvil, miré alejarse, extrañadamente agrandada contra el horizonte luminoso, aquella silueta de caballo y jinete. Me pareció haber visto un fantasma, una sombra, algo que pasa y es más que una idea que un ser; algo que me atraía con la fuerza de un remanso, cuya hondura sorbe la corriente de un río. (Güiraldes, 2010, p. 32)


La novela corona la mitología heroica del gaucho. En la brevedad de los diálogos se tiende a la mitificación de Don Segundo Sombra: “… el misterio, el hombre de pocas palabras que inspira en la pampa una admiración interrogante” (Güiraldes, 2010, p. 37), y, a la vez, construye un lamento por la pérdida de ese mito: “¿Sería un pasajero momento de duda al iniciar la tarea en que corrían al albur de no volver más a sus pagos, a sus familias? No conociendo lo que era extrañar la querencia, explicábame a media los sentimientos nostálgicos” (Güiraldes, 2010, p. 67). Fabio Cáceres, pequeño resero del comienzo de la novela, en este sentido, dirá en tono elegíaco al cambiar de vida:


Yo había dejado de ser gaucho. […] Más que las linderas con que hoy me agracia el destino, me valdría haber muerto en la ley en que he vivido y me he criao, porque no tengo condición de víbora pa andar mudando pelechos ni mejorando traje. (Güiraldes, 2010, p. 237)


Nos podríamos preguntar por qué el lamento de esa falta. Quizás la respuesta está en el progreso, como así también en los nuevos mandatos de una vida que se está modernizando y que obliga a ser un “señor”. Es decir, pasar de ser un gaucho libre, matrero y bravo a ser un “gaucho cajetilla”.


¿Se describe la pampa mediante artificios ajenos a lo gauchesco? Esta es una de las críticas hacia Güiraldes. Existe un problema técnico de cómo hacer hablar a Cáceres. Y hay en Don Segundo Sombra –a pesar de que el género gauchesco resulta un cruce entre la cultura letrada y la popular– un plus estético que no se corresponde con el estilo gauchesco, sino la elección de una opción moderna en lo estético: “Respiré hondamente el aliento de los campos dormidos. Era una oscuridad serena, alegrada de luminares lucientes como chispas de un fuego ruidoso. Al dejar que entrara en mí aquel silencio me sentí más fuerte y más grande” (Güiraldes, 2010, p. 64); y, a su vez, una elección conservadora en lo ideológico: “… la pampa es un callejón sin salida para el flojo. Ley del fuerte es quedarse con la suya o irse definitivamente” (Güiraldes, 2010, p. 224); “Un gaucho de a pie es buena cosa para ser tirada al zanjón de las basuras” (Güiraldes, 2010, p. 207). Es decir, al igual que la sentencia de Sarmiento en el Facundo, un gaucho sin caballo no puede ser considerado como tal.


Lo épico y lo elegíaco se hacen presente. Existe una aspiración a lo moderno en el estilo, en el lenguaje; una aspiración a lo conservador en lo temático. La ciudad aprueba la forma (lo moderno) y el campo aprueba el contenido (lo ideológico).


Se intenta fijar un capital nacional en un mundo que se va perdiendo y se apunta a resguardar los valores de un mundo primitivo pero estetizado por un lenguaje moderno. Se guarda un capital que no se quiere perder construido mediante la impresión de cantidad (listas) y de los excesos que aproximan la novela a la dimensión épica (hipérbole):


Antes de andar haciéndome el “taita”, tenía por cierto que aprender a carnear; enlazar, pialar, domar, correr como la gente en el rodeo, hacer riendas, bozales y cabrestos, lonjear, sacar tientos, echar botones, esquilar, tusar, bolear, curar el mal del vaso, el haba, los hormigueros y qué sé yo cuántas cosas más. (Güiraldes, 2010, p. 79)

Hay un saber del autor: carneada, doma. Existe una dimensión científica, un saber del paisano: “Las tres primeras yeguas salieron mansas. […] Don Segundo se desmontó en un salto ágil, que le colocó a distancia prudente. Su respiración buscaba, hondamente, satisfacer el ansia de aire, levantando su tórax vasto” (Güiraldes, 2010, p. 51).


La palabra “vasto” contiene varias acepciones: la relación con el espacio geográfico de la pampa; un adjetivo literario que no pertenece a la oralidad; imprecisión de la extensión (sombra) y pérdida progresiva del realismo (una pampa idealizada): “Mi fantasía empezó así a trabajar, animada por una fuerza nueva, y mi pensamiento mezcló una alegría a las vastas meditaciones nacidas de la pampa” (Güiraldes, 2010, p. 94). No hay vastedad en el mar, sí en la pampa: “En la pampa las impresiones son rápidas, espasmódicas, para luego borrarse en la amplitud del ambiente, sin dejar huella” (Güiraldes, 2010, p. 75).


Además de una visión bucólica de la pampa, también aparece una contrastante pampa embrujada: “… pero la noche se poblaba ya para mí de figuras extrañas y una luz mala, una sombra o un grito me traían a la imaginación escenas de embrujados por magias negras o magias blancas” (Güiraldes, 2010, p. 94).


Por otra parte, existe también una conciliación que la novela busca resolver simbólicamente que en la vida no se puede resolver, una tensión social. Atenúa los conflictos sociales de la época. Hay una reconstrucción de una sociedad sin conflictos; un inventario nacional y una reconciliación amable entre los miembros de un espacio en común. Es decir, una neutralización de los conflictos. Esta es una de las diferencias claves con El juguete rabioso de Roberto Arlt, novela también de 1926.


La dimensión del trabajo está tratada de forma recurrente en la novela: en el arreo como cuidado del capital del propietario; en las acciones de los reseros donde se licua el conflicto entre las clases sociales mediante una alegría del esfuerzo. No se ve como trabajo, sino como aprendizaje. El cansancio se asimila a la cobardía.


Patrones y empleados es una dicotomía sin conflictos: “De un movimiento coincidente salimos sin necesidad de ser mandados. Las espuelas resonaron en coro; trazando en el suelo sus puntos suspensivos. La noche empezaba a desmayarse” (Güiraldes, 2010, p. 66). El patrón es ejemplar. El trabajo se presenta como generoso. Leandro Galván es el tutor y el patrón bondadoso. Fabio se queda porque lo recomienda Don Segundo Sombra. Este es su padrino, su guía: “Él fue quien me guió pacientemente hacia todos los conocimientos de hombre de pampa” (Güiraldes, 2010, p. 92).


Se presenta una reconversión del dueño del campo para que encaje en este mundo sin conflictos sociales: “El patrón, hombre fornido, de barba tordilla, nos daba las buenas noches con sonrisa socarrona” (Güiraldes, 2010, p. 98). La anulación de los conflictos sociales se cristaliza mediante un trato igualitario entre patrón y empleado (que no parecerían serlo):


… el patrón, poniéndome la mano en el hombre, me decía:

—Ya has recorrido mundo y te has hecho hombre, mejor que hombre, gaucho. El que sabe los males de esta tierra por haberlos vivido, se ha templao para domarlos. Andá no más. Allí te espera tu estancia y, cuando me necesités, estaré cerca de ti. Acordate… (Güiraldes, 2010, p. 167)


La pampa como un idilio, un lugar de conciliación, una mitificación del campo. No hay alambrado, sino un recorrido libre de los reseros: “Llevados por nuestro oficio, habíamos recorrido gran parte de la provincia. Ranchos, Matanza, Pergamino, Rojas, Baradero, Tapalqué y muchos otros partidos nos vieron pasar cubiertos de tierra o barro, a la cola de un arreo” (Güiraldes, 2010, p. 93); “… de suerte que el campo era como de quien lo tomara” (Güiraldes, 2010, p. 195); “¿Quién es más dueño de la pampa que un resero?” (Güiraldes, 2010, p. 245).


La pampa de Güiraldes es simbólica, y la provincia de Buenos Aires una abstracción espacial adecuada para que Fabio supere las pruebas y realice los trabajos imprescindibles para su renacimiento: “Sobre la tierra, de pronto oscurecida, asomó un sol enorme y sentí que era yo un hombre gozoso de vida. Un hombre que tenía en sí una voluntad, los haberes necesarios del buen gaucho y hasta una chinita querendona que llorara su partida” (Güiraldes, 2010, p. 68). Una “chinita querendona” que había sido violada:


Empeñosamente la arrastré hacia el escondite de los tallos verdes, que trazaban innumerables caminos. Entorpecido por su resistencia, tropecé en un surco y caímos en la tierra blanda.

Aurora se reía con tal olvido de su cuerpo que hacía un rato tenazmente defendía, que pude aprovechar de aquel olvido. (Güiraldes, 2010, p. 61)


Se construye una aceptación del destino en los personajes. Fabio Cáceres, en este sentido, dirá de Don Segundo Sombra:


También por él supe de la vida, la resistencia y la entereza en la lucha, el fatalismo en aceptar sin rezongos lo sucedido, la fuerza moral ante las aventuras sentimentales, la desconfianza para con las mujeres y la bebida, la prudencia entre los forasteros, la fe en los amigos. (Güiraldes, 2010, p. 93).


Sin embargo, hay una diferencia con el personaje más famoso de la literatura argentina. Se edifica en Don Segundo Sombra un abordaje del destino diferente al del Martín Fierro. Esta es una de las diferencias que se establecen entre el personaje de Martín Fierro y el de Don Segundo Sombra. Si Fierro manifiesta que “todos tienen que cumplir / con la ley de su destino”, Don Segundo pareciera no inmutarse ante esta ley fatal: “Sólo Don Segundo me daba la impresión de escapar a esa ley fatal, que nos cacheteaba a antojo, haciéndonos bailar al compás de su voluntad” (Güiraldes, 2010, p. 223). Don Segundo Sombra, sin inmutarse y con absoluta indiferencia siempre permanece sereno y un paso más adelante que el resto de los mortales: “Cuando todos estaban de ida hacia la muerte, él venía de vuelta” (Güiraldes, 2010, p. 224).


Don Segundo Sombra, como la novela rural del siglo XX, construye una narrativa que erige la figura del gaucho como mito mediante un lenguaje que oscila entre la gauchesca y lo moderno. Con tono elegíaco, intenta rescatar una vida épica del gaucho que está siendo erosionada por el avance de la ciudad, y, en ese intento, el conflicto social –intrínseco al progreso y a los mandatos civilizatorios– se licua en la vastedad mítica de la pampa.


Referencias bibliográficas


Güiraldes, R. (2010). Don Segundo Sombra. España: Editorial Planeta.



Fernando Almeira. Vastedad mítica.


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Entre las figuras poéticas y retóricas, Adynata (plural de Adynaton, que suena a palabra femenina en castellano) compone lo imposible. Procura insurgencias, exageraciones paradojales, lenguas inventadas, disparates colmados, mundos enrevesados, infancias en las que “nada el pájaro y vuela el pez”.

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