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  • Foto del escritorRevista Adynata

El camuatí (fragmento) / Edgardo Gili

Delta del Paraná, 1995


Natalia:


Luna se dio cuenta de que en el bulto de las provisiones estaba tu olor. Y yo lo supe al ver el movimiento de su oreja derecha y oír el gemido que inventó para vos. Cuando encontré la carta (venía prensada entre el paquete de yerba y el de harina) me miró como preguntando ¿dónde está ella?.


La leí junto al remanso, en voz alta, con una voz que me costó reconocer como mía. Luna descansó su cara sobre mis rodillas y emitió algún suspiro de esos que te hacían decir que deberíamos aprender su lenguaje. Cuando terminé la lectura nos quedamos en silencio, quietos, por largo tiempo. Nos interrumpió un cliente que necesitaba saber cuánto le cobraría por reformar un altillo. El sol ya estaba bien alto. Después de despachar el asunto caminé despacio hasta el “Camuatí”, quería prolongar ese momento. Debajo del ceibo imaginé tu mano sobre cada página, observé la forma de cada letra, te retuve conmigo. Cuando empecé a sentir frío, regresé. No podría decirte si estaba triste o alegre. Había salido de mí, había llegado a un estado en que las cosas cambian de nombre y los nuevos nombres aún no se conocen.


Eso fue hace tres días. El mundo volvió a poblarse. Igual que las otras veces, fui tomado por asalto, me convertí en otro. Soy un instrumento ejecutado por una mano que está más allá, resueno y vibro con sonidos que no creí que existieran; los percibo desde adentro, como si su origen no estuviera en esa mano, sino en mí. Hasta que, en cierto límite, cuando la nota más intensa es la del terror, regreso. Así ocurre desde que te conocí. Así sucedió al leer tus palabras. Sé que no había forma, para mí, de conocerte sin quedar vulnerado. Y que no puedo contar tu historia sino la mía. O la de algo que entre nosotros anduvo, anda, como un resto sin nombre ni dueño.


Fuente: Gili, Edgardo. El camuatí. La Cebra. Buenos Aires, 2012.


Edouard Martinet Avispa 2013 Escultura con reciclados. 27,9 x 15,25 x 40,7 cm

Entre las figuras poéticas y retóricas, Adynata (plural de Adynaton, que suena a palabra femenina en castellano) compone lo imposible. Procura insurgencias, exageraciones paradojales, lenguas inventadas, disparates colmados, mundos enrevesados, infancias en las que “nada el pájaro y vuela el pez”.

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