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El futuro dijo / Ezequiel Buyatti

  • Foto del escritor: Revista Adynata
    Revista Adynata
  • 2 abr
  • 10 Min. de lectura

Sabe que aún no ha muerto porque la osamenta de su pecho se levanta bajo la presión de la pena.

Pero yo te amo, Vida. Te amo a pesar de todo lo que te afearon los hombres.

Roberto Arlt, Los lanzallamas



Existe en la trilogía de Arlt –El juguete rabioso, Los siete locos, Los lanzallamas– un sentimiento de crisis que se potencia con la incomodidad, el rechazo, el asombro y la amenaza a raíz de las transformaciones de la modernización urbana. La ciudad como infierno, como espacio del crimen, de las aberraciones morales y la traición; la ciudad opuesta a la naturaleza, como laberinto tecnológico: todas esas visiones están en la literatura de Arlt, quien entiende y padece el despliegue de relaciones mercantiles, la reforma del paisaje urbano, la alienación técnica y la objetivación de los vínculos humanos.



Umbrales

Cuando se publica en 1926 El juguete rabioso, la novela de la ciudad –en ascenso–, se enfrenta con la culminación de la novela rural, Don Segundo Sombra –en declinación–. La novela de Arlt continúa con el desplazamiento de la palabra literaria del campo a la ciudad y propone una interpretación de la vida urbana con recursos variados y en múltiples planos. Noé Jitrik (1987) sostiene que la falta de acuerdo entre lo viejo y lo nuevo se instala en la escritura de Arlt y, a su vez, produce desgarramientos, discrepancias.


La imagen de la ciudad tiene aspectos de una vejez de fondo. En medio de la modernización, entre los golpes de campana de los tranvías y sus chispas violetas, Arlt entrelaza en la percepción de Astier –narrador de El juguete rabioso–, una imagen en la que “... el cacareo de un gallo afónico venía no sé de dónde” (Arlt, 2015, p. 71), como figura que contiene reminiscencias de una zona campestre inhallable. Por estas razones, podríamos pensar, entonces, que Arlt no emplea tal o cual recurso, sino, al contrario, tal vez “es empleado” por recursos que se le imponen como necesarios, como emanados de la experiencia misma en la que se sitúa su narración, mediante una prosa que es tensionada por la incipiente modernización en esos lugares o territorios tanto simbólicos como materiales en pugna.


La tensión de la época en la cual escribe Arlt necesita de marcos adecuados para inscribirse y explicarse. Eso genera descripciones de ambientes que son los grisáceos de una ciudad que está creciendo al impulso de una supuesta prosperidad, pero que contiene los gérmenes de un sentir angustiante tanto por lo nuevo como por lo viejo: “A momentos la súbita claridad de un rayo descubría un lejano cielo violeta desnivelado de campanarios y techados. El alto muro alquitranado recortaba siniestramente, con su catadura carcelaria, lienzos de horizonte” (Arlt, 2015, p. 47). Cruces indefinidos del arrabal y la ciudad, límites imprecisos de una atmósfera carcelaria. Umbral literario como artificio arltiano:


Por las chatas calles del arrabal, miserables y sucias, inundadas de sol, con cajones de basura a las puertas, con mujeres ventrudas, despeinadas y escuálidas hablando en los umbrales y llamando a sus perros o a sus hijos, bajo el arco de cielo más límpido y diáfano, conservo el recuerdo fresco, alto y hermoso. (Arlt, 2015, p. 145)


Sentires angustiantes sometidos a descripciones grisáceas que ya estaban presentes en el fragmento “Recuerdos del adolescente”, fragmento que Arlt suprime en la publicación final del Juguete en 1926: “Distinguíamos horizontes plomizos, variados por agolpamientos de nubes obscuras, distancias verdegrices, y nos llegaba el estridente ulular de las locomotoras lejanas, de las cuales solo veíamos un raudo penacho de humo negro blanco” (Arlt, 1922, p. 152).


Brotan los oficios y las costumbres, surgen los ambientes específicos y los lenguajes característicos, resultan imprescindibles las referencias topológicas; sobreviene, a partir de esa intención fundamental, una diversidad que puede dar lugar a un documento sobre la vida porteña entre 1920 y 1940. Sin embargo, la textualidad de Arlt no solo se reduce a ese aspecto, sino que puede existir “una suerte de residuo escriturario que todavía forma parte de nuestras posibilidades de escribir” (Jitrik, 1987, p. 120). ¿Cuáles son nuestras posibilidades de escritura? ¿Cómo escuchar esa voz de Dios o el Diablo que están junto a nosotros dictándonos inefables palabras? ¿El porvenir fue triunfalmente nuestro?


El frecuente y abundante geometrismo que vehiculiza varias de sus descripciones se implanta y, al mismo tiempo, define un mundo que no sería otro que el de la técnica, sinónimo de modernidad indispensable. Fábrica y automatización, algo inaudito desde una mentalidad rural o barrial, todavía contemporánea a la inmigración. No obstante, los mismos elementos instauran la instancia de un deseo de destrucción que alimenta metáforas descriptivas, oscilando entre un sueño liviano que acompasa el estar y la imposibilidad de un destino social sin los muros civilizatorios. En este sentido, Astier, frente a la insistencia de la madre para que trabaje, la recordará con un tono nostálgico y taciturno: “Creía verla fuera del tiempo y del espacio, en un paisaje sequizo, la llanura parda y el cielo metálico de tan azul” (Arlt, 2015, p. 66).


Modernidad, trabajo, técnica, fábrica, alienación: engranajes del avance civilizatorio que conduce a los protagonistas, por un lado, a zonas de angustia y encierro: “…la terrible civilización lo había metido dentro de un chaleco de fuerza del que no se podía escapar. Veíase encadenado y con el traje de rayadillo, cruzando lentamente en una columna presidiaria, entre médanos de nieve, hacia los bosques de Ushuaia” (Arlt, 2005, p. 78); y, por el otro, a zonas donde acecha lo inhóspito y lo salvaje: “¡Ah!, entrar a un mundo más nuevo con grandes caminos en los bosques, y donde el hedor de las fieras fuera más incomparablemente dulce que la horrible presencia del hombre” (Arlt, 2005, p. 78).

Sin embargo, ambos mundos dialogan a lo largo de la trilogía arltiana, incluso desde “Recuerdos del adolescente”:


Era una hora en que la pesadez de la digestión me traía en el semisueño visiones truncas con frialdades de panoramas metálicos y con tumultos en ciudades lejanas y exóticas, a la orilla de mares tranquilos o al comienzo de dilatados desiertos. (Arlt, 1922, p. 152)


Las imágenes son aplastantes. El avance civilizatorio recae sobre almas angustiadas y recrea atmósferas de hierro y cemento que entumecen los cuerpos. La ciudad como prisión: “En todas partes se ha infiltrado el hombre. Piensa que hay murallas infinitas” (Arlt, 1968, p. 163); la modernidad que empalidece rostros y almas:


… única vereda de sol de una ciudad negra y distante, con graneros cilíndricos de cemento armado, vitrinas de cristales gruesos, y, aunque quiere detenerse, no puede. Se desmorona vertiginosamente hacia una supercivilización espantosa: ciudades tremendas en cuyas terrazas cae el polvo de las estrellas, y en cuyos subsuelos triples redes de ferrocarriles subterráneos superpuestos arrastran una humanidad pálida hacia un infinito progreso de mecanismos inútiles. (Arlt, 1968, p. 34)


Erdosain quiere huir. Huir de las prisiones de cemento: “… escaparse de la civilización; dormir en el sol de la noche, que gira siniestro y silencioso al final de un viaje cuyos boletos vende la muerte” (Arlt, 1968, p. 210). ¿Y qué es lo que queda debajo de ese infinito progreso de mecanismos inútiles? ¿Será nuestro tiempo-espacio extirpado por una supercivilización?:


Erdosain se detiene espeluznado. Es como si le encarrilaran el pensamiento en una elíptica metálica. Cada vez se alejará más del centro. Cada vez más existencias, más edificios, más dolor. Cárceles, hospitales, rascacielos, superrascacielos, subterráneos, minas, arsenales, turbinas, dínamos, socavones de tierra, rieles; más abajo vidas, suma de vidas. (Arlt, 1968, p. 158)



Destrucciones vigorizantes

Arlt es productor de una textualidad que reúne lo vigente y lo que ya no convence. Proporciona un sistema de atmósferas o de conflictos que tiene la forma de un análisis de un momento histórico. Se concentra en las clases medias, pero inscribiéndole un matiz de frustración, de fracaso, de angustia y de marginación. Los personajes tienen que decidirse a asumir una derrota y no lo pueden hacer: “... no hacíamos más que exasperarnos sordamente contra algo desconocido que no podíamos afrontar” (Arlt, 1922, p. 152) sostendrá el narrador del fragmento “Recuerdos del adolescente” que será germen de esa desidealización y de ese carácter pesimista de El Juguete rabioso.


En Arlt, diversas capas del habla urbana podían entrar en una escritura que, desde el inicio, deseaba trascenderlas: el lunfardo, el coloquialismo, la llaneza. Por lo tanto, la “corrección” es un obstáculo que se convierte en traba ideológica y, en consecuencia, escena de conflictos más amplios. Se podría ver en la textualidad de Arlt la materia y la oportunidad para entender la escritura como una actividad que manifiesta conflicto, angustia, denuncia, encierro, pero, a su vez, movilidad, apuro, dinamismo, vitalidad, literatura: “Para hacer estilo son necesarias comodidades, rentas, vida holgada. Pero, por lo general, la gente que disfruta tales beneficios se evita siempre la molestia de la literatura” (Arlt, 1968, p. 11).


El conflicto entre clases fue cambiando de forma en la medida en que hombres y mujeres del interior se ciudadanizaron y modificaron el concepto de clase obrera. Siendo otra la ciudad, otra debía ser la respuesta de escritura, otros los problemas para hacer entrar en ella lo que era la forma de la ciudad: momentos de indecisión y reinterpretación. Estos momentos resultan para Sarlo (2007) los que conforman a Buenos Aires como “el gran escenario latinoamericano de una cultura de mezcla” (p. 11). Es decir, modernidad europea y diferencia rioplatense, aceleración y angustia, tradicionalismo y espíritu renovador, criollismo y vanguardia. La ciudad misma es objeto del debate ideológico-estético: se celebra y se denuncia la modernización, se busca en el pasado un espacio perdido o se encuentra en la dimensión internacional una escena aún más civilizada. El nuevo paisaje urbano, la modernización de los medios de comunicación, el impacto de estos procesos sobre las costumbres son el marco y el punto de resistencia respecto del cual se articulan las respuestas producidas por la literatura de Arlt asediadas por “el dinamismo de todo lo circundante que con sus rumores de hierro gritaba en nuestras orejas” (Arlt, 2015, p. 35).


La mirada de Arlt se mezcla en el paisaje urbano con un ojo y un oído que se desplazan al azar. Tiene una atención flotante que pasea por el centro y por los barrios, metiéndose en la pobreza nueva de la gran ciudad y en las formas más evidentes de la marginalidad y el delito. Robar, por ejemplo, era considerado por Astier como una “acción meritoria y bella”. En Los siete locos, cuando a Erdosain “una pequeñita idea lo cercioró de que podía defraudar a sus patrones, experimentó la alegría de un inventor. ¿Robar? ¿Cómo no se le había ocurrido antes?” (Arlt, 2005, p. 12).


El transitar literario de Arlt, en su itinerario de los barrios del centro, atraviesa una ciudad cuyo trazado ya ha sido definido, pero que conserva todavía muchos espacios sin construir, baldíos o zonas despobladas: “… prevaleció [la superioridad intelectual de Astier] para ir a robar fruta o descubrir tesoros enterrados en los despoblados que estaban más allá del arroyo Maldonado en la parroquia San José de Flores” (Arlt, 2015, p. 27).


La densidad semántica del período de la modernización trama elementos contradictorios que no terminan de unificarse en una línea hegemónica. Esta densidad se trasluce en los sintagmas arltianos que condensan exquisitas paradojas con condimentos sinestésicos a lo largo de El juguete rabioso: “cierta jovialidad dolorosa”, “entramos sonriendo en el pecado”, “nostalgia dulce”, “estremecido de sabrosa violencia”; como también en el fragmento “Recuerdos del adolescente”: “admirable simplicidad destructora”.


En efecto, en la trilogía coexisten elementos defensivos y residuales frente a programas renovadores; rasgos culturales de la formación criolla al mismo tiempo que un proceso descomunal de importación de bienes, discursos y prácticas simbólicas. Resultan novelas de incertidumbres –¿qué presente se construye?, ¿qué futuro se espera?–, pero también de seguridades –la Verdad es el hombre con su cuerpo–. Sarlo (2007) sostiene que “La modernidad es un escenario de pérdidas, pero también de fantasías reparadoras. El futuro era hoy” (p. 25). En este sentido, el postulado de Sarlo respecto a la modernidad, entonces, dialoga con la sentencia de Arlt en el prólogo a Los lanzallamas: “El porvenir es triunfalmente nuestro”. Estas ideas de “fantasías reparadoras”, de destrucciones vigorizantes, de escribir libros que encierren “la violencia de un cross a la mandíbula” y de un porvenir que se sitúa en el presente funcionan, entonces, como modos de intervenir la realidad, de discutir la sociedad en la que se vive. Es decir, existe una fantasía reparadora de injusticia:


Yo alternaba mis lecturas de Proudhon y Bakunin con el estudio de la química de los explosivos. Un regocijo extraño el de asimilar nociones de potencia destructora utilizables en cualquier momento de voluntad suprema jugaba en mis pesadillas, y comprendía que éramos numerosos aquellos que vislumbrábamos a través de las llamaradas y remolinos de humo negro del incendio, hacinarse las ciudades, unas sobre otras bajo una bóveda de trozos de hierro y ceniza aventados a los espacios por el formidable aliento de la explosión. (Arlt, 1922, p. 152)


Más allá de que Silvio Astier en el capítulo III de El juguete rabioso contesta: “No soy anarquista, pero me gusta estudiar, leer”, las novelas contienen ese germen anárquico del fragmento suprimido. En Los lanzallamas, cuando la trilogía culmina, el padre del jefe político del distrito dirá de Erdosain: “—Anarquista, hijo de puta. Tanto coraje mal empleado” (Arlt, 1968, p. 271). Un germen que se textualiza en las alusiones a Bonnot –mecánico y anarquista expropiador francés– y a Valet –miembro de la banda Bonnot–: “Bonnot desde el infierno debe aplaudirnos” (Arlt, 2015, p. 29); en la caracterización del robo como meritorio y bello frente a las vejaciones de la modernidad capitalista: “… qué regocijo nos engrandece las almas cuando quebrantamos la ley y entramos sonriendo en el pecado” (Arlt, 2015, p. 29); en esa intención de violencia contra los agentes del orden: “—Y fabricar bombas —continué—. Nada de lástima. Hay que reventarlos, aterrorizar a la ‘cana’. En cuanto estén descuidados, balas… A los jueces, mandarles bombas por correo…” (Arlt, 2015, p. 24); y, por último, en una fantasía reparadora de injusticia que sueña Astier: “¿Qué pintor hará el cuadro del dependiente dormido, que en sueños sonríe porque ha encendido la ladronera de su amo?” (Arlt, 2015, p. 98).


Quizás en ese cuadro se vislumbren y se condensen tensiones, conflictos e inequidades de una incipiente ciudad bajo las llamas de una literatura incendiaria. Quizás, la mentira civilizatoria que necesita la multitud: “Aquel que encuentre la mentira que necesita la multitud será el Rey del Mundo” (Arlt, 2015, p. 94), será derruida por verdades simples y sensibles: “Nuestro cuerpo tiene otras verdades. Es en sí una verdad. Y la verdad, la verdad es el río que corre, la piedra que cae” (Arlt, 1968, p. 23).


Mientras que la osamenta de nuestro pecho se levante –ya sea por presión de penas o alegrías– no evitaremos la molestia de la literatura. Y que el futuro diga.



Referencias bibliográficas

Arlt, R. (2015). El juguete rabioso. Buenos Aires: Edicol.

Arlt, R. (1968). Los lanzallamas. Buenos Aires: Los libros del mirasol.

Arlt, R. (2005). Los siete locos. Buenos aires: Centro Editor de Cultura.

Arlt, R. (1922). “Recuerdos del adolescente” en Revista Babel. Buenos Aires.

Jitrik, N. (1987). “La presencia y vigencia de Roberto Arlt” en La vibración del presente: trabajos críticos y ensayos sobre textos y escritores latinoamericanos. México: Fondo de Cultura Económica.

Sarlo, B. (2007). Una modernidad periférica: Buenos Aires 1920 y 1930. Buenos Aires: Nueva Visión.



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Entre las figuras poéticas y retóricas, Adynata (plural de Adynaton, que suena a palabra femenina en castellano) compone lo imposible. Procura insurgencias, exageraciones paradojales, lenguas inventadas, disparates colmados, mundos enrevesados, infancias en las que “nada el pájaro y vuela el pez”.

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