Esa sinfonía [la 2ª de Sibelius], así como empieza con partículas de sonido, acaba en la indefinición; desde el tema fastuoso del Finale se contrae, se oscurece como… un tarareo de madrugada después de una fiesta. Y a pesar de todo esa también es una forma de acabar. Uno no necesita el chimpún, la definición…, ¿me entienden? Y entonces yo me dije… Hace un rato, me dije, pensando en esa música… Me dije: A lo mejor no solamente lo rotundo está completo. A lo mejor yo mismo, acá, sin encontrar un final para lo que estuve contando… ¿Por qué no?, me dije. ¿Por qué no?
-¿Por qué no qué? – dijo Clarisa, y se agarró de la mesa-. ¿De qué cuerno estás hablando?
-Del descubrimiento –dijo él-. De no ser una obra sino un sonido acaso… O una fuente de sonidos. Un arpa eolia. Eso. Un arpa eolia… Una boca de la naturaleza, un instrumento solitario colgado de la rama de un árbol en un claro del bosque, con las cuerdas movidas por el viento… Eso tendría que haber querido ser yo. Un arpa eolia… Pero, en cambio, ¿para dónde agarré? En cambio… quise ser oído absoluto, qué codicia. El oído absoluto es una dádiva del azar… Es la facultad de cantar ahí nomás cualquier nota que a uno le pidan o reconocer sin titubeos el sonido que alguien toca. Hay gente capaz de oír un piano y descubrir ipso facto que está afinado un semitono más bajo… Es casi magia… Mozart tenía ese don a los siete años… No sé qué músico famoso decía que el padre se sonaba la nariz en sol… Extraordinario, ¿no? No todos los genios están así dotados. Wagner, por ejemplo, o Schumann… Y yo tampoco quería… No… Porque en realidad yo era más obtuso… Más desaforado… Yo no quería tener… Quería ser el oído absoluto… El germen de la afinación universal quería ser yo; el compadre del fuelle de los sonidos… Y miren lo que pasó… Adónde fui a parar. Miren… Acá estamos…”.
Fuente: Cohen Marcelo (1989). El oído absoluto. Editorial Eudeba. Buenos Aires, 2013
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