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  • Foto del escritorRevista Adynata

Emancipación ante libertad / Alejandro Kaufman

Hace rato ya que de este lado hemos dejado de decir libertad para decir emancipación, tal vez de modo casi inadvertido, solo porque la opresión se autodesigna como libertad desde hace demasiado tiempo. La libertad de los opresores es la libertad para oprimir, es la libertad para cazar y depredar. Es la célebre libertad del zorro en el gallinero. Si no se le deja ingresar al gallinero, el zorro aduce ausencia de república, censura, aherrojamientos inmorales. Nuestro problema de ahora, por seguir con la fábula, es cuántas gallinas piden que se le deje ingresar al gallinero, y votan por el zorro entusiasmadas con el destino que él les augura con sus mentiras tan poco esforzadas y tan eficaces. La fábula, como toda fábula, es asimismo engañosa. Algunas o hasta muchas promesas del zorro son plausibles y verosímiles (anuncios de quienes realizan lo que auguran). Como dicen ellos, la evidencia los avala. De lo que no hablan es sobre el precio a pagar por ello -ilimitadamente sacrificial-, y sobre lo que mienten es acerca de las criminales taras que atribuyen a sus adversarios.


Prosperan porque cuentan con coreutas que les dan eco con complacencia obtusa y fascinación. Pueden decir cualquier macana, semiverdades, crueldades encubiertas, vaticinios fallidos y otras supersticiones, y todo ello es objeto de miradas cálidas de aprobación.


Postulan como fundamento del lazo social el derecho incondicionado a la propiedad, un derecho que en toda sociedad comprometida con la justicia habrá de tener limitaciones, y que en el capitalismo desatado que nos agobia se formula como ilimitado. No debe haber límites a la acumulación privada de la riqueza. Una sola persona debería poder entonces en teoría poseerlo todo, todo lo existente. Alguien, si lo lograra por los medios que fueran, podría por ejemplo ser dueño del aire de la biosfera y negarle la respiración a quien fuere que no pudiera pagar por respirar. Parece una hipótesis desmesurada, pero no lo es ni estamos tan lejos de ello.


La verdad de lo que postulan como libertad no reside en las respectivas frases filosóficas que citan malamente ni en pretendidas “ideas” sino, a los efectos de lo que en verdad importa, que es lo que en verdad les importa: la libertad de apropiación. Demasiada gravitación ha tenido en la historia cultural y ética la adversidad opuesta a las prácticas de la apropiación, origen encubierto de la propiedad, de la acumulación de riqueza. La apropiación que la historia revela y el derecho olvida, que el arte, la literatura y las teologías liberadoras recuerdan siempre, y que la propaganda dispensada hasta el hartazgo por los poderes más formidables presenta como incitación alucinatoria y fraudulenta.


Su verdad reside en una moral de la apropiación, la conquista, la explotación y el sometimiento. Se nos señalará siempre la existencia de dominios “vírgenes”, “desiertos” o “vacíos”, que no pertenecen a “nadie”, y que ya pueden estar situados en tierras lejanas, en las entrañas terrestres, en los lejanos espacios estelares, o en los cuerpos subyugados que por esclavitud, salario o “emprendimiento” se ven destinados a luchar por su sustento para que ellos se enriquezcan. Este es su secreto: determinar que todo lo que todavía no les pertenece, entonces no pertenece a nadie, y es por lo tanto meritorio y legítimo que se lo apropien no importa cómo ni a qué precio. Se trate de imperios coloniales, saqueos racistas, ocupaciones territoriales, “patrimonios” culturales o extractivismos mineros y agroganaderos (la palabra patrimonio fue acuñada por el régimen de apropiación). El crimen de la apropiación cuenta en su favor con los bienes de cultura: ¿cuántas veces se ha dicho y repetido, cuántas veces, durante siglos?



Libertad para designar aquello de qué apropiarse, referida a todo aquello que todavía no les pertenezca, y que es todo lo que existe y pueda “ponerse en valor”. Libertad para desentenderse del costo de tales apropiaciones, costo tan infinito como la codicia que mueve a la apropiación. Solemos hablar de maneras dispersas de otras formas de existencia, como es el caso de la propiedad comunitaria, o lo común, o también lo distante y desconocido, y de cada una por separado, cuando lo que las reúne es la apropiación, para la cual todo lo que no es su inherente lógica bélica de conquista y de conformación jurídica reconocible para sus mismos criterios es de “nadie”, y por lo tanto es apropiable. La apropiación es siempre violencia de algún tipo, ya sea contra quien se interponga, por habitar y existir sin poseer, o por la “competencia” y rivales.


Es la libertad como desconocimiento de la responsabilidad por los propios actos y sus consecuencias. Es la libertad como impunidad frente al lazo social. Es la libertad del crimen frente a las otredades, libertad cuyo destino es el exterminio de las otredades. De ahí que la historia cultural de la emancipación es una historia contra el crimen impune de las libertades apropiadoras. El auge depredador, con su indumentaria de cuero negro, viene a reprimir el rumbo emancipador que cada vez pone más en tela de juicio el régimen colonial patriarcal de la propiedad privada de cuerpos, ideas y mundos.




Paco Pomet Cosio d’Arroscia 2020 Óleo sobre tela 60x 81 cm.

Entre las figuras poéticas y retóricas, Adynata (plural de Adynaton, que suena a palabra femenina en castellano) compone lo imposible. Procura insurgencias, exageraciones paradojales, lenguas inventadas, disparates colmados, mundos enrevesados, infancias en las que “nada el pájaro y vuela el pez”.

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