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Foto del escritorRevista Adynata

Era tan rosa: historia de un primer fracaso / Dalila Iphais Fuxman

Finalmente se había decidido, estar con él iba a ser divertido. Ir a su casa se desglosaba en: pintar las paredes, comer lo que quisiéramos con papas fritas y ajo, bañarnos durante horas con pomposas burbujas de espuma, ir a los jueguitos, saltar en la cama elástica o en su cama era lo mismo; lavar el auto con nosotras adentro y ver pasar los rodillos o simplemente tomar un churro, a la tarde, comiendo un submarino.


Recuerdo la brisa sobre mi rostro pequeño, emblanquecido, aquel domingo. Era la hora en que es aún temprano, el sol se asomaba tibiecito, algo tímido. El juego: ir sentadas en la ventana de un Falcon mientras el auto crujía al pisar las hojas de aquel otoño, mientras algo ya había oscurecido. Yo, en verdad, no sabía dónde estábamos pero parecía un bosque y tenía algo así como un río. Entre las hojas secas correteábamos hasta desplomarnos. Buscando ramas nos entreteníamos jugando.


Recuerdo aquel vestido: era tan rosa, con sus volados tan nítidos, dos mariposas bien redondas una en verde y otra en amarillo patito. Luego por debajo, cortando la cintura, arriba de la barriga un lazo de la misma tela, tres botones por detrás y una caída pomposa de volados le daban un ritmo especial al caminar. Un cancán blanco y unas medias con puntilla eran abrigados por unas guillerminas. Así, sin pasar el metro, con tan sólo 5 años: estaba tan contenta. Yo tan rubia y cálida; el mundo, al lado, tan mezquino y frío.


El viento entre mis cejas detenía el discurrir del pensar. A esa edad uno siente sin separar lo pensado, uno juega hasta los cachetes colorados, hasta desprenderse del mundo en sueños enmarañados. En esos días en que todo el fulgor de mundo se inmiscuía en mis pupilas conocí la debacle existencial. Luego de almorzar en la costanera, tras caminar por los escombros de lo que hoy es Puerto Madero, llegamos a la reserva. La reserva ecológica era en ese entonces, la punta biológica y silvestre más citadina que conocía. El auto estacionó. Y ahí sin más, como si viera la libertad en esas escaleras, en la bruma que hacían las plantas sepia, con hojas de cola de avestruz corrí a fundirme en la naturaleza.


Como les decía, estaba yo tan rubia, tan de rosa, tan de rizos derrochando energía cuando me traicionó el destino y el agua de río... La corrida no la pude detener, había llovido, estaba todo inundado y esa libertad que aparecía entre el sepia avestruz y el verde pastizal rompió en un llanto voraz. Sentí la inundación en mis zapatos, sin posibilidad de evacuar mis medias, el agua sucia y el olor a lo estancado estaba por todos lados. De lejos mientras mi corrida se efectuaba en el mismo acto de mi hundimiento, rugía la voz en off de mi padre y mi hermana gritando: Nooo!!!. No pude detenerme, no pude detenerme hasta estar toda manchada de barro desbocada, atragantada en llanto. Entonces me rescató un abrazo, mis ojos se cerraron suavemente con la angustia en los labios, como quien conoce por primera vez el mundo, en una caída, en un fracaso hasta morir el día.



Lisa Armstrong Noble Miedo a ahogarse 2018 Oleo y acrílico sobre tabla papel 30.5 × 30.5 cm

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Entre las figuras poéticas y retóricas, Adynata (plural de Adynaton, que suena a palabra femenina en castellano) compone lo imposible. Procura insurgencias, exageraciones paradojales, lenguas inventadas, disparates colmados, mundos enrevesados, infancias en las que “nada el pájaro y vuela el pez”.

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