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La necesidad tiene cara de hereje / Silvana Bigón

  • Foto del escritor: Revista Adynata
    Revista Adynata
  • hace 4 días
  • 12 Min. de lectura

Actualizado: hace 3 días

Lo que no se puede decir, no se puede callar”.


1.

Un fragmento de la novela de Armonía Somers “Sólo los elefantes encuentran mandrágora”.

“…adentro de la carpeta la ficha, eso sí que una verdadera desgracia. Ya desde el primer momento los datos recabados para llenar tal requisito molestan. Al paciente se le obliga a decirlo todo ¿y con qué derecho o garantías de reserva? De suerte que el modelo de respuesta que ella ensayó tuvo la virtud de ser verídico sin constituir un indiscreto inventario de la vida.

Nombre: Sembrando Flores Irigoitia Consenza, o Fiorella, o Sembrando Flores de Médicis, segunda época.

Edad: la de sus dientes, aun todos naturales.

Estado civil: viuda del Dante Alighieri

Ocupación: trabajar con recuerdos.

Enfermedades anteriores: otitis reiteradas en la infancia, pero con cura radical en el mismo período por medicina de excepción.

Antecedentes familiares: novelísticos. Nieta literaria por vía materna del escritor español Enrique Pérez Escrich. Y por la paterna del autor de la novela Sembrando Flores, el librepensador también español Federico Urales.

Datos colaterales de interés: una tribu autóctona llamada en su medio Los Caña, dado el hábitat.

¿Antecedentes psiquiátricos?: oh, sí. Conflicto ideológico familiar catolicismo conservador versus definición de Spencer: Yo quería un mínimo de gobierno…Búsqueda de la mandrágora e inconclusa limpieza de un aljibe en la niñez. Dos mujeres pelirrojas obsesivas y tres incendios a lo largo de la vida.

Síntomas actuales: cierta combinación brutal de tos, ahogos, dolor de espalada, palpitaciones y un sentirse desfallecer.

Desde el principio su extraño y sugestivo nombre hizo explosión en el sanatorio. Con el correr del tiempo que estuvo allí, que alcanzó a ser mucho según quienes podían evaluarlo, hasta ese rebuscado modo de llamarse se borró y fue El Caso. Y finalmente El Caso asumió caracteres esotéricos cuando sobrevino el diagnostico, algo que cayó con tanta puntería y oscuridad simultaneas como las Centurias de Nostradamus”


Una cita de Leila Guerriero tomada de “La llamada. Un retrato”.

Entonces, a lo largo de mucho tiempo, nos dedicamos a reconstruir las cosas que pasaron, y las cosas que tuvieron que pasar para que esas cosas pasaran, y las cosas que dejaron de pasar porque pasaron esas cosas. Al terminar, al irme, me pregunto cómo queda ella cuando el ruido de la conversación se acaba. Siempre me respondo lo mismo: ‘Está con el gato, pronto llegará Hugo’. Cada vez que vuelvo a encontrarla no parece desolada sino repleta de determinación: ‘Voy a hacer esto, y lo voy a hacer contigo’. Jamás le pregunto por qué”.


2.

Matar ¿libera? ¿Dios manda matar, dios manda a la cárcel? ¿Hay un momento en que matar, deja de ser sólo una idea desesperada? ¿De qué está hecho ese momento? ¿De qué? ¿Quién mata? ¿Quién escucha un dolor deshilado, desamparado?

Lo que sigue, el andar de un entre escuchas decidoras. De ese andar, algunos balbuceos.

Un día de febrero de 2025, Ella quien escribe, recibe un wasap en el que unas escuchas decidoras, le proponen retrabajar… ¿un malentendido “institucional”?, ¿una incomodidad? Ella quien escribe, piensa que ¿el motivo?, entre tantísimas maneras, podría formularse tentativamente así: darle, a una respuesta, el latido de un tiempo del pensar, del interrogar, del pausar.

Ante una respuesta, disponerse al preguntar.

Interrogar una respuesta cuasi refleja a una decisión político-institucional que conminó a un equipo de trabajo, a intervenir respecto de la situación de una mujer privada de libertad.

Ella, quien escribe, y escuchas decidoras, acuerdan día, horario y lugar para el retrabajo. (El uso de las negritas será retomado al final del escrito)

Llega el día. Ella, quien escribe, acude a la cita. Es recibida por una de las escuchas decidoras. Ella, quien escribe, elogia la belleza del lugar. Sorpresa cuando se encuentra con otra de las escuchas decidoras, a la que Ella, quien escribe, siente más cercana, ya ahí, sentada, en silencio, aguardando, en el espacio escogido.

Se suma, un rato después, la tercera escucha decidora.

Se inicia el relato.

Ella, quien escribe, toma algunas notas de los decires de las escuchas decidoras: Nombre, edad, de la mujer privada de libertad. Anota también que, entre la edad que la mujer privada de libertad dice tener, y la edad que “efectivamente” tiene, hay como ¿un desencuentro? “No ubica fechas”, dicen las escuchas decidoras, que la mujer privada de libertad, dice.

Ella, quien escribe, anota: la mujer privada de libertad, ubica una fecha inexistente en el calendario. Ella, quien escribe, piensa: fechar de una manera diferente al calendario que rige, no es lo mismo que no fechar.

Siguen datos institucionales. Significativos, por cierto. Evaluaciones, reevaluaciones. Informes.

Ella, quien escribe, también anota: la mujer privada de libertad tiene una hija a la que nombra con un nombre distinto al consignado en la documentación. ¿Otro desencuentro?

A Ella, quien escribe, el nombre con el que la mujer privada de libertad nombra a la hija, le sabe a leyenda

Durante el retrabajo, una de las escuchas decidoras, busca en Google, el nombre de la hija de la mujer privada de libertad. “El término (nombre) puede referirse a un pueblo indígena, una lengua o un topónimo”.

Para Ella, quien escribe, ese nombre, le evoca el nombre de una querida compañera que partió joven, antes de tiempo del que no hay un tiempo.

Ella, quien escribe, mira una pregunta: la mujer privada de libertad, que eligió ese nombre para dárselo a una hija que las escuchas decidoras dicen que no tiene, ¿le evoca a alguien a algo?

Sigue Google: “El origen del nombre como pueblo indígena, está estrechamente vinculado a la diosa Pachamama o Madre Tierra. La palabra original pudo haber sido de raíz ayma, y los sufijos siguientes, /ra/ que significa existencia; y /wi/ habitualidad pasada. Quechua y aimara son las dos lenguas indígenas más habladas en los Andes peruanos. Asimismo, ambas han sido unas de las más golpeadas en las últimas décadas, reduciendo su número de hablantes”

Orígenes. Descendencias. Lenguas castigadas. Lenguas silenciadas. Lenguas encarceladas. Lenguas que trinan.

La mujer privada de libertad, que Ella, quien escribe, llamará Lucila, se envuelve cobijada en recuerdos de la provincia en la que fue parida.

Ella, quien escribe, recuerda que, en la Historia Clínica, puede leerse: “conseguir materiales para tejer y bordar”.

Un personaje lugareño, provinciano, visita a la mujer privada de libertad, dice Ella, quien escribe, que las escuchas decidoras, dicen, que la mujer privada de libertad, dice.

La mujer privada de liberad y el personaje lugareño que la visita, ¿se cuentan? Tal vez sólo se miren, mordisqueando con silencios y en silencio, tanto ruido carcelario de rejas oxidadas de sudores, llantos y salivas.

En el relato relatado de las escuchas decidoras, aparecen nombres, palabras que, a Ella, quien escribe, le saben a leyenda.

En su infancia, la mujer privada de libertad, se cae de lo alto de un árbol. Desde entonces sufre epilepsia, dicen las escuchas decidoras, que la mujer privada de libertad, dice. ¿Sufre de epilepsia? ¿Sufre epilepsia? ¿Sufre de algo? ¿Sufre algo? A Ella, quien escribe, una pregunta que no es nueva, le vuelve: ¿es lo mismo decir de una manera que decir de otra? Ella, quien escribe, arriesga un no, y también arriesga que la diferencia en el decir produce consecuencias: Sufrir de epilepsia/sufrir epilepsia. Las consecuencias, las diferencias, las consecuencias de las diferencias, ¿se anotan?, ¿dónde?, ¿se notan?, ¿cómo? Ella, quien escribe, cree que en la vida misma. ¿Una exageración?

A Ella, quien escribe, de la lectura de la Historia clínica, le sorprende que una y una más y otra vez, la palabra epilepsia se repite casi, como una carta de presentación, de la mujer privada de libertad.

Y también a Ella, quien escribe, la sorprende leer: “en la infancia”, la mujer privada de libertad, “comienza a prostituirse”. “Sexualmente activa: 10 años”.

“Está atada a dios”, dicen las escuchas decidoras, que la mujer privada de libertad, dice.

Ella, quien escribe, no sabe qué del relato escuchado la conmovió. Sabe sí que, la escucha del relato relatado por las escuchas decidoras, le provocó una deriva infinita o, al menos, larga.

Caleidoscópica. Enramada. Así como el follaje de muchos árboles estirándose al cielo, si se los mira desde abajo o caminando en compañía en un bosque bañado de luna, buscando el mar, casi desesperadamente.

Más tarde, Ella, quien escribe, extiende una pregunta: ¿Qué lugar ocupó en esa escena de retrabajo?

Ella, quien escribe, piensa que lo de escena, viene a cuento de aquello previo, de ese antes del disponerse a escuchar lo convidante. Palabra que irrumpió en un momento de escritura y que a Ella, quien escribe, le gustó.

Lo previo fueron escenas. Y lo escenográfico tuvo también su protagonismo en el relato de las escuchas decisoras. La mujer privada de libertad, “escenifica”, dicen, “eso que no puede narrar”. “¡Ay!... tiene muchos recursos”, Ella, quien escribe, dice de la mujer privada de libertad, a las escuchas decidoras.

Ella, quien escribe, saltimbanquea entre si el ¡ay! se siente o se piensa. El ¡ay!, se siente. Viene. Abraza. ¿Sobresalta haciendo pica, convidando a salir del escondite y animarse a escuchar con los ojos?

Dicen que la mujer privada de libertad, nombró a la madre. A la abuela. ¿Al padre?... Dicen que no lo nombra. Dicen que no le preguntaron por él.

Ella, quien escribe, percibe un entusiasmo, que hacía tiempo no percibía que la habitara. Es como una provocación: anhelar que Lucila, la mujer privada de libertad, sepa que ella quien escribe, la está pensando. Anhelo silencioso que acompaña. Anhelo para pensar.

Convocada, invitada, a escuchar un relato, fragmentario, por cierto, de una historia que, a Ella, quien escribe, la conmovió. Fragmentos del relato de un relato, lo convidante, y preguntas, algunas, que aún no toman forma. En un tiempo del hubo un tiempo, Ella. quien escribe, anhelaba también que un adolescente, del mismo apellido que Lucila, supiese que ella quien escribe, lo estaba pensando. Ya de noche, en su casa, fuera del horario y del espacio de trabajo. En ese otro tiempo y espacio necesarios. Los de la pausa, del dejarse ir liviana y sin prisa, convidada por la emoción del estar a solas con algo de Ella, quien escribe, con algo de él y de ese entre los dos. Así, como esta vez, con Lucila.

Lucila nació un día de julio de 1980 en Quitilipi. Si tuviese los años -la edad-, que dicen las escuchas decisoras que Lucila dice tener, hubiese nacido en el año 1969.

Surgente, una pregunta sorprende a Ella, quien escribe: ¿algo “trascendente”, en ese año 1980, sucedió en la provincia en la que la mujer privada de liberad, fue parida?

Ella, quien escribe, busca. Encuentra: “El año 1969 marcó un hito en la historia política, cultural y social de las provincias de Chaco y Corrientes”.

Ella, quien escribe, recuerda uno de los tantos registros en la Historia Clínica, de la mujer privada de libertad: “Manifiesta que quiere viajar a Chaco para votar”.

Y a Ella, quien escribe, entre resonancias, la asalta, surgente, una pregunta: ¡¿Qué tiene que ver con la clínica, esta escritura que Ella, quien escribe, va como hilvanando?

En esa pregunta surgente, Ella, quien escribe, no se detiene. Tal vez lo haga una próxima vez. Entre un bosque y un mar.

Pero sí se detiene, al menos un ratito, en un desvío, al que Ella, quien escribe, tal vez vuelva, esa próxima vez. La detiene el recuerdo de una frase: “la historia grande y la pequeña historia”. Esa frase, Ella, quien escribe, la escuchó de una mujer de cabello corto y entrado en canas. Menuda y potente. Amable. Sonriente. Casi diáfana. Su nombre, Francoise Davoine, viuda de Jean -Max Gaudillere. Juntos escribieron varios libros. A uno de ellos, lo titularon: “Historia y trauma. La locura de las guerras”. A ese libro, Ella, quien escribe, está casi segura, le pertenece la frase recordada.

Ella, quien escribe, busca, y encuentra: “El psicoanálisis nació hace más de un siglo. Es contemporáneo de dos guerras mundiales, de totalitarismos, imperialismos y genocidios. Las guerras y las catástrofes sociales e históricas constituyen circunstancias extremas en las que el desmoronamiento de todas las referencias y la explosión de las garantías de la palabra hacen surgir formas de lazos por fuera de la norma. En esos límites, las herramientas clásicas del psicoanálisis se ven cuestionadas ya que nada es más ajeno al orden de la palabra que la acción asesina. A partir de su experiencia analítica con casos de locura y traumatismos, Françoise Davoine y Jean-Max Gaudillière relatan historias singulares que pudieron empezar a decirse en un vínculo con la Historia. En todas ellas, más allá de los síntomas y las crisis, aparece el horizonte de los traumas de la historia y las sociedades. Esas zonas catastróficas se actualizan en el trabajo de transferencia y se precipitan en las sesiones a partir de resonancias con puntos de la historia del analista o de su linaje. Su historización hace existir zonas de no existencia y lleva en sí la génesis de un nuevo lazo social, de un sujeto de la palabra. Historia y trauma es el relato de una vasta y singular exploración en el campo de la locura. En este libro imprescindible Françoise Davoine y Jean-Max Gaudillière hacen la crónica de los combates a los que los han convocado sus pacientes en su lucha por el advenimiento de verdades rechazadas”. (Presentación del libro Historia y trauma. La locura de las guerras, editado en castellano por Fondo de Cultura Económica).

Al menos por el momento, cierre del desvío.

Entre un estado de duermevela, Ella, quien escribe, nubetea: compartir lo escuchado, lo leído, lo escrito, lo hilvanado, ¿hará pasaje del entusiasmo, la tristeza, la fatiga, las ganas renovadas, las preguntas encendidas, las respuestas que hacen sentir el ahogo de un adentro sin afuera, las propuestas a pensar, todo ese entrevero que la topó?

Y en el nubetear, Ella, quien escribe, se va hacia otras preguntas. En una Historia clínica, ¿qué se escribe? ¿Cómo se escribe? ¿Con qué se escribe? ¿Con quién se escribe? Para qué, para quién, para cuándo. ¿Con qué tiempo? ¿En qué tiempo? ¿A la ligera? Con traducciones, en nomenclaturas hechas de letras y números, que dicen son, para no estigmatizar. Con términos extraños, difíciles, para no decir: dolores, ausencias, olvidos, memoria en pedacitos, rarezas. Historias clínicas: escrituras de prácticas de cuerpos, entre tristezas, espasmos y cansancios. Entre no pocas alegrías ni pocos entusiasmos. A veces, entre soledades amontonadas.

En una Historia clínica, puede leerse, también: “Temores a estar sola, episodios en los que queda ciega, sorda y muda”. Consignado más de una vez. También, dicho y escrito, más de una vez: “No puede dormir y eso le genera desesperación”. “Aceleramiento del corazón”. “Disturbios emocionales”. “Refiere ser epiléptica desde los 10 años”. “Bien de salud, mal de plata”. Escritura transgresora de nomenclaturas.

Otro desvío. Historias clínicas, ocupan lugar en espacios pequeños.


Sin título (2025) Fotografía. Verónica Scardamaglia
Sin título (2025) Fotografía. Verónica Scardamaglia

Espacios pequeños, habitados por pasiones grandes, alojantes de desdichas. Desdichas que son dolores y que, de a poquito y en compañía, alojantes de desdichas van haciendo, entre detalles, guiños, risas, gestos y palabras, que lo desdicho de las muertes, tan cruelmente cotidianas en los barrios maltratados, pueda empezar a decirse, a nombrarse como dolor, como herida, como pérdida. Y entones, en compañía de alojantes de desdichas, ese dolor hasta entonces enmudecido, comience a sonar, para empezar a ser, entones, un poquito más, audible, soportable, digerible.

Alojantes de desdichas, no curan de las muertes.

Alojantes de desdichas, van abriendo espacio de a poquito, con palabras, abrazos, juegos, rondas, rituales rescatados, invitaciones suaves, a agujeros que muertes han abierto.

Alojantes de desdichas, no curan, pero van sanando. De a poquito, cada vez.

Alojantes de desdichas, no olvidan que no cuentan con espacios/tiempos/recursos hospitalarios de quienes tienen la responsabilidad política de garantizarlos.

Alojantes de desdichas, no olvidando, hospedan, se hospedan, en la risa y ocurrencias, de niños y niñas. Humanidades pequeñas, otras ya no tan tanto, pero lastimadas todas, que siguen buscando no sólo sobrevivir. Rebuscan vivir, sanar, en este tiempo que no estaría dando tiempo a: y a la una, y a las dos, y a las tres. Y por eso, justamente, estar ahí.

Ella, quien escribe, vuelve del desvío y comparte: quisiera conocer a Lucila. Sentarse a conversar con ella. Pedirle que le cuente del lugar donde fue parida. De los árboles. De la infancia. De los juegos y los miedos. En la infancia. De las cosechas. De las risas y los chillidos. De su padre. De su abuela. De su madre. De su hija. Que le cuente de a poquito. Despacito. O a borbotones. Como le salga. Tal vez, mirando hacia arriba y hacia abajo, a un lado y al otro, y en esos movimientos, no dejar pasar de largo, la pausa que distancia de la prisa que precipita.

Ella, quien escribe, quisiera que Lucila la tome de la mano y la lleve a recorrer esa tierra donde fue parida, y ella quien escribe, contarle que sería encantador que en esa tierra habiten pájaros, y ojalá también, mariposas.

Quitilipi. Es el nombre de una ciudad de la provincia de Chaco. En lengua quom: lugar donde cantan las lechuzas. De origen quichua, donde “kinti” significa “par, ambos” y “lipid” significa “parpadeo rápido, instantáneo”.

Allí, en ese lugar, nació Lucila. Lucila que dice: “Me duele el corazón porque cambió la luna”.

“El quechua es un idioma muy dulce, porque todas las despedidas en quechua siempre implican un “volver a encontrar”.

La cita inicia así: “En quechua no existe el adiós”



Gratitud a:

Las escuchas decidoras

La mujer privada de liberad. Lucila

“Marcelo Percia en Conversación”. En aquellos terribles tiempos de pandemia. No sólo en esos tiempos. También ahora. Y siempre.

Armonía Somers. “Sólo los elefantes encuentran mandrágora”.

Leila Guerreiro. “La llamada. Un retrato”.

Dalila Iphais Fuxman, por la generosidad de compartir la cita sobre el quechua.

Francoise Davoine.

Alicia Stolkiner. Por las consideraciones sobre el sufrimiento del estigma. Por el significado de dignidad. Jornadas sobre Psicoanálisis: Freud y la clínica actual. Rosario. 2012

Alojantes de desdichas

Las existencias que habitan en la que habito y deshabito.


*Para ella, quien escribe, el resaltado con negritas de las palabras retrabajo y retrabajar, es memoria de una deuda. Negritas para no olvidar. Negritas para recordar.


iRosario, marzo de 2025. Hacia las orillas.




Katharine Burns - "Salpicadura" - 2020 Óleo sobre lienzo - 91,4 × 121,9 cm
Katharine Burns - "Salpicadura" - 2020 Óleo sobre lienzo - 91,4 × 121,9 cm

Entre las figuras poéticas y retóricas, Adynata (plural de Adynaton, que suena a palabra femenina en castellano) compone lo imposible. Procura insurgencias, exageraciones paradojales, lenguas inventadas, disparates colmados, mundos enrevesados, infancias en las que “nada el pájaro y vuela el pez”.

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