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Foto del escritorRevista Adynata

La vida se juega ahora / Ezequiel Buyatti

Actualizado: 20 oct 2023

La esperanza, ese ligerísimo pero constante impulso hacia mañana que nos es comunicado día a día, es el mejor agente de mantenimiento del orden. Nos informan cotidianamente de problemas hacia los cuales no podemos hacer nada, pero hacia los cuales habrá seguramente mañana soluciones. Todo el sentimiento aplastante de impotencia que esta organización social cultiva en cada uno con la vista perdida no es más que una inmensa pedagogía de la espera. Es una huida del ahora. Ahora bien, nunca ha habido, no hay y nunca habrá más que el ahora


Comité invisible, Ahora



Escuchamos el detalle que se cuela por el cemento. Escuchamos los tenues vestigios de los cuerpos que nos susurran que otras maneras de vivir son posibles. Escuchamos esquirlas de esos vidrios destrozados por piedras que danzaron el algún otro tiempo. Escuchamos la insistente fractura vital del presente. A pesar de lo sugerente, preguntas –o provocaciones vitales– que entablan diálogo con la época: ¿hay que militar?, ¿hay que organizarse?, ¿hay que politizarse?, ¿hay que democratizarse?, ¿hay que ciudadanizarse?, ¿hay que civilizarse? ¿Hay que cambiar un gobierno o destruir el principio de gobierno, la política, el arte de gobernar, el mundo de opresores y oprimidos que nos llevó al colapso? ¿Habrá que desertar?


Si la militancia es el estadio superior de la alienación –nos dijeron hace años–, en la deserción quizás podamos encontrarnos, sin ofrecer nuestro tiempo vital a la organización, al partido, a la militancia. “La aleatoriedad es difícil de conseguir. Si no tienes cuidado, siempre vuelves a la organización”, “Muerte a la organización”, escuchamos en La ciencia del sueño. Lo real, lo existente, lo que es organizado, con sus costumbres y sus certezas, entumece la vida. Lo insurrecto, lo desconocido, lo caóticamente armónico interrumpe en la vida de todos, posibilitando el inicio de una práctica exagerada de libertad, leemos en Romper con esta realidad, sus defensores y sus falsos críticos.


Atomizados, alienados y fragmentados en pedazos de no-vida somos más propensos a que el poder, la representación, la política, el principio de gobierno y la mercantilización de la vida penetren por nuestros poros. ¿El poder, la representación, la política, el principio de gobierno y la mercantilización de la vida pueden capturar alianzas, redes, afectos, amistades, odios, amores, caricias, ternuras, cuidados, silencios, piedras, fuegos, ofensivas, lo sensible, lo frágil, lo colectivo, lo comunal, la fractura, lo subversivo, lo irreductible?


¿Por qué elegimos una y otra vez el camino de la mercantilización de los cuerpos, el tiempo histórico de los partidos, el cronometraje de lo vital?


Abandonar la idea de paz es la única paz verdadera.

No hay nada más violento que el pacifismo enraizado en el cuerpo de la pulcra ciudadanía.

No hay nada más violento que la pulcritud policial que se hace carne en el cuerpo social.

No hay nada más violento que la paz democrática del cemento muerto que día tras día anula la vida.


Lo existente –la representación, la institucionalidad y la política– no agota lo posible –la comunión asamblearia hacia la vida–. Todo gesto subversivo –efímero o perdurable, de amor y de odio, de creación y destrucción– contra la no-vida que impone y sugiere el arte de gobernar resulta un placer ineludible que dignifica nuestra existencia.


“En la acción común contra el Estado y el Capital renace, de manera embrionaria, la comunidad”. Quizás, en ese renacer, construimos la posibilidad de un ir hacia donde alguna revuelta vital nos pueda encontrar. Y en el caminar hacia esos encuentros –que nadie ni nada puede determinar– surgen posibilidades de otras formas de vida, de potencias insurrectas. Tan irreductibles como la poesía de la calle, como la caricia de los cuerpos, como la escucha del detalle, como el cuidado de los nuestros, como la danza de nuestro fuego.



Ahora. Andrés Masotto.

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Entre las figuras poéticas y retóricas, Adynata (plural de Adynaton, que suena a palabra femenina en castellano) compone lo imposible. Procura insurgencias, exageraciones paradojales, lenguas inventadas, disparates colmados, mundos enrevesados, infancias en las que “nada el pájaro y vuela el pez”.

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