Comedia en tres actos
Primer acto
Presenta la escena amplio hall amueblado con lujo de la casa Meurer. Escalera para las habitaciones altas. En el recodo, sofá y sillones forman un rincón confortable. Al foro, izquierda, vestíbulo por el que se ve pasar gente que entra al salón. A la derecha, puerta al comedor. Foro, derecha, salón.
(Al levantarse el telón, están en escena Elvira y Gracia. Elvira, vestida de visita. Impecablemente elegante. Gracia, de casa. Gracia tiene veinte años y es una criatura inmaculada -como su nombre. Elvira tiene treinta años. La edad perfecta de la mujer, según algunos literatos con éxito entre las señoras. Es alta y magníficamente pálida. Está Gracia tumbada en un sillón, en cuyo brazo, casi a caballo, Elvira le acaricia la frente y apartándole los cabellos, la mira en los ojos. Hablan.)
Escena I
Gracia y Elvira
Elvira: Qué linda eres, Gracia. Qué frente tan blanca, qué ojos tan claros tienes. Cuando te miro así, pienso en la luz del sol, en el agua fresca, en todo lo bueno, en todo lo puro... (La besa en la frente y se levanta.)
Gracia (rechazándola mimosamente): Loca, déjame. Soy como las otras. Solamente que vos además de verme con cariño, me ves con tu manía.
Elvira: ¿Con qué manía?
Gracia: Con la poética. (Riendo.) ¿Ya no haces más versos?…
Elvira (se pasa la mano por la frente, suspira y viene a sentarse frente a Gracia): Ya no hago más versos, tesoro. Hace muchos años. Me conformo con tener sobre mis hombros toda la prosa de la vida... (Pausa. Transición.) ¿Te acuerdas cuando vos ibas a la escuela, todos los ditirambos que canté a San Martín y a Belgrano?
Gracia: Qué no me voy a acordar... El corte que me daba yo en la clase de declamación. La maestra me los pedía para hacérselos copiar a las otras.
Elvira: Cómo pasan los años. Me parece que era ayer… ¿Te acordás de la escuela? Tenía un patio grande de ladrillo lleno de naranjos. En el pueblo decían que estaba asombrada. Que de noche en ella los fantasmas arrastraban cadenas...
Gracia: Y desde el oscurecer ya nadie pasaba por esa vereda. Íbamos por la de enfrente y calladitos... Algo había, che...
Elvira: Yo, después de cenar, me escapaba a mirar por las ventanas. Horas. Nunca vi nada.
Gracia: Hasta de chica has sido fantástica vos...
Elvira: Después la tiraron. Pobre vieja escuela. En nombre del adelanto del pueblo, mataron tus fantasmas. Estaban allí bien. Ellos nos enseñaban a soñar. (Suspira.) Me da pena acordarme de estas cosas, es tonto, ¿verdad? Pero son tan hermosas las cosas lejanas que nos hicieron sentir mucho. Cuando seas vieja como yo sabrás lo que valen algunos recuerdos...
Gracia: Vieja, vos... (Ríe, cuenta con los dedos.) Hace dieciséis días que cumpliste treinta años. Y nadie te los da...
Elvira: Eso sí es verdad. Nadie me los da... de lejos. Pero mirándome cerquita del espejo como yo me miro… No me hago ilusiones. Nuestra señora la vejez señaló ya en mi cara, con su dedo fino, el lugar donde van a marcarse las arrugas. (Ríe.) Me lo tapo con polvos… Si yo tuviera ahora mi cara de rosa de los veinte años. Tú tienes veinte años... Los gloriosos veinte años que ya no vuelven... (Suspira.) A tu edad me casé yo… Veinte años...
Gracia: Gran cosa. Diez años...
Elvira: No dirás eso cuando hayan pasado por ti... Cuando seas como yo, una mujer casada... y cansada...
Gracia: ¿Es un chiste?...
Elvira: Quizá. Cansada. Cansada. Sin una ilusión... Cómo nos caen encima los años y la vida. Casarse, Gracia… Cómo ansiamos casarnos las mujeres. Vivir, cambiar… Y nos casamos.
Gracia: Ya empiezas, Elvirota. Cállate. No me desilusiones. Todas las amigas casadas son iguales. La que te dice cosas trágicas. La que te dice cochinadas. Todas.
Elvira: Yo no. Perdóname. Conserva tu ilusión, que es lo único que te dará tu formal amor de niña pura. Además, te digan lo que te digan, ríe... No hay palabras que puedan matar la ilusión... La ilusión de amor, dura poco… (Ante los ojos de Gracia.) o mucho, tesoro. Pero es ciega, sorda, egoísta. Vive su vida intensamente. Nace y muere brutalmente. Y como nadie puede matarla, nadie tampoco puede hacerla revivir. Además, no eres tú de las que fatalmente se desilusionan...
Gracia: Oh, no... No pienso desilusionarme. Me has dicho tantas veces que soy una mujercita vulgar...
Elvira: ¿Yo te he dicho eso?...
Gracia: Sí. Sí... Nunca te acuerdas de lo que dices.
Elvira: Tienes razón... Pero no eres vulgar... No. No sabe tu novio lo que se lleva... Hoy no se encuentran novias como tú. Estás hecha de la pasta de las felices… (Suspira.)
Gracia: ¿Y vos?
Elvira: ¿Yo?... Yo soy de las otras.
Gracia: Hay que respetar las manías... Vos, desgraciada… Es gracioso. Como dice mamá, la suerte tuya no se ve dos veces... Metida allá en el pueblo, pescarte nada menos que un ministro.
Elvira: Entonces era sólo senador...
Gracia: Y millonario... La plata, che, es una gran cosa...
Elvira: Y tanto... Eso no lo discuto.
Gracia: Bueno, ¿y qué más querés?...
Elvira: Tenés razón, qué más quiero... Es que soy chiflada; tendré que decir como Gloria...
Gracia: Ya salió Gloria... ¿Qué dice, Gloria?
Elvira: Dice, que bendice su chifladura, que es en ella una especie de vacuna.
Gracia: ¿Vacuna?...
Elvira: Contra la locura completa...
Gracia: Más loca de lo que es... Decime si no tiene razón tu marido en no querer que seas amiga de Gloria.
Elvira: Mi marido tiene siempre razón en todo.
Gracia: ¿Y entonces?... ¿Por qué no le haces caso?...
Elvira: Por eso. Porque tiene demasiada razón. No hay que abusar ni de la razón...
Gracia: No, che, pero en lo de Gloria... Ya vez; nosotras no somos ningunas ridículas. La recibimos siempre. Pero cuando se escapó con los chicos, el bochinche del pleito... fue horrible.
Elvira: Claro. Mientras tuvo hogar, marido, hijos... Pero, sola, cuando una ley absurda le quitó sus hijos, cuando necesitaba de todos... ¿Qué habría dicho la sociedad si se la recibía?…
Gracia: ¿Lo dices con ironía?...
Elvira: No. Con amargura. Mira, amor: cuando pasen años, cuando tus ojos claros y limpios hayan llorado, serás más comprensiva y más inteligente... Pobre Gloria... Tenía ella la culpa...
Gracia: Debía soportarlo como todas. No es motivo para deshacer un hogar, el que se sentía “incomprendida”; además, fueron novelerías... Te acordás de cómo lo quería. Todo lo hizo cuando se casó.
Elvira: Y fue eso. Vivir con un marido a quien no se ama… pase. Es lo común. Pero vivir con uno a quien “ya” no se ama...
Gracia: A veces no te entiendo...
Elvira: Y que el buen Dios libre a tu corazoncito por siempre de entenderme... que jamás enrede tu alma en los hilos sutiles de la angustia... de Gloria... y de tantas...
Gracia: No, che... Yo estoy libre. Nunca fui novelera… Además, como dijo tu marido, esas cosas no están en el código... Y ella se fue de su casa.
Elvira: Dame un beso y hablemos de otra cosa. Hay dobleces en tu corazoncito que no quiero ver.
Gracia: ¿Es malo que no quiera a Gloria?...
Elvira: Malo, no. Mezquinito... Hablemos de tu novio. ¿Cómo es? ¿Bueno mozo? Contame.
Gracia: A mí me gusta... Es muy simpático...
Elvira: Y muy inteligente... Y eso que es periodista, ¿eh?... Y a pesar de ser periodista, tiene también ingenio... Es amigo de Gloria, ¿eh? Te doy el dato… Trabajan en el mismo diario... Las cosas que le ha dicho a mi marido... (Ríe.) Hizo temblar dos Ministerios con un chiste...
Gracia: Olvídate de eso. Ya no volverá a suceder.
Elvira: ¿Por qué me voy a olvidar si me hace muchísima gracia? Yo admiro la insolencia en todas sus manifestaciones.
Gracia: ¡Qué cosa! Cuando Jorge lo trajo a casa, él ni se sospechaba que éramos tan amigos...
Elvira: ¿Y de dónde lo sacó Jorge?
Gracia: Vos sabés que Jorge ha escrito una obra de teatro...
Elvira: Ese Jorge. Ya no le falta nada. Mirá si se iba a quedar él sin su drama... ¿O es sainete?
Gracia: Drama. Vos dirás que es malo, claro, pero fue mi felicidad. En cuanto se hicieron amigos, Juan Carlos empezó a festejarme. Yo no se lo escribía porque como tu marido.. .
Elvira: ¿Y qué le importaba a mi marido?
Gracia: Nada.., Pero...
Elvira: Ya ves; lo que pensó, se lo calló.
Gracia: Pero no viene esta tarde.
Elvira: Vendrá a buscarme. Le presentaremos a tu novio.
Gracia: Ya verás; y los diarios de la oposición no se meterán más con él.
Elvira: Gracia, tienes alma de político. Ahora me explico por qué mi marido...
Gracia: Dice mi novio que estas cosas de política no influyen para nada en la futura amistad de los hombres.
Elvira: Los hombres y la política son una cosa tan particular...
Gracia: Yo sabía que iban a hacerse amigos. Por eso no quise que me diera el anillo hasta que ustedes vinieran… En el día de mi compromiso quería tener cerca toda mi gente querida... Te acordás de cuando vos te comprometiste... Qué fiesta dio tu mamá…
Elvira: Pobre mamá... Fue su último día feliz... Ya estaba tan enferma...
Gracia: Bueno. No te entristezcas.
Escena II
Elvira, Gracia, Señora Meurer y Chinita , que entra y sale con mate
Señora (en traje de casa, paquete) Gracia, hijita ¿todavía sin vestir?
Gracia: ¿Y vos, mamá?
Señora: Yo estaba ocupada arreglándolo y disponiéndolo todo bien. No quiero que cuando haya gente me estén llamando... ¿Qué hacían acá?...
Gracia: Conversando.
Señora: ¿Y no podían conversar en tu cuarto mientras te vestías?
Elvira (con mimo): Señora... a mí me “esgunfian” las escaleras.
Gracia: Ya subo, mamita. Estoy cansada...
Señora: Siempre estás cansada vos... (La mira despectivamente. Entra la chinita con mate. Elvira se lo arrebata con grandes exclamaciones.)
Elvira: Ay, mate... traé, m’hijita... Qué delicia es el mate… Hace tres meses que no tomo más que té... ¡puah!… nuestro mate. Nos hacemos elegantes... (Hablando al mate.) Negrito querido. Criollito de mi tierra... Eres lo que más me gusta en el mundo... Será porque mi marido te odia...
Señora: Dejalo en paz a tu marido... Hasta con el mate lo criticas... Pobre López Torres... Las ganas que tengo de verlo... Mirá que no encontrarlo anoche...
Gracia: Y el apurón que se dio... (Ríe.)
Elvira: Hay que disculparlo. “Alguien” lo esperaba impaciente. Salió de Mar del Plata una semana antes que nosotros...
Señora: Callate, ¿querés? Qué ganas de hablar de vicio...
Elvira: Sí, de vicio hablo...
Señora: Claro que de vicio... No digo que sea un santo… Tendrá sus cosas. Para eso es hombre. Las mujeres inteligentes no miran nunca lo que hacen los hombres. No lo saben.
Elvira (riendo): Ellos tienen sus derechos...
Señora: Aunque yo no creo nada, hija, ¿sabes? Un hombre tan serio, tan de respeto...
Elvira: ¿Serio?... No sé cómo se ríe... Y si no es de respeto, con su edad.
Señora: Muy buena edad que tiene. También querrás decir que es viejo.
Elvira: No me lleva más que veintiséis años. Casi nada.
Señora: Preferirías un mocoso como el novio de ésta.
Gracia: Mamá, un mocoso de treinta años...
Señora: Veinte me llevaba tu padre, y bien feliz que fui. Una mujer debe poder respetar a su marido... Y decime… Qué lo vas a respetar vos a tu novio... Diarero. Sin juicio, derrochador... una monada el mozo. (A Elvira.) Lo conocerás. Verás qué alhaja que se ha conseguido...
Elvira: Ya lo modificará usted cuando sea su yerno.
Señora: Claro... Verás vos...
Elvira (riendo): No lo vaya a asustar todavía. (Entra la china con mate.) Qué suegra va a ser usted. Así. (Un gesto grosero. Ríen las dos. La señora no oyó qué decían.)
Señora: ¿Qué?... ¿De qué se ríen?
Gracia: Nada, una pavada de ésta.
Señora: Como siempre... Se conoce que no tienen mucho en qué pensar que eternamente se están riendo.
Elvira: Y para qué pensar...
Gracia: Claro, che, se vive igual.
Señora: Esperen ustedes que yo les falte, que no tengan quien piense por ustedes... Vos (A Gracia.), con el marido que has elegido, vas a tener que aprender a usar los sesos, mi hijita, hasta para comprarte unas chinelas.
Elvira (muy mimosa): No... Usted hará con ella como conmigo... Verdad que me la va a prestar a Juana. Me la deja, ¿quiere?
Señora: Agarrala... Pero decime si no te da vergüenza. Ya es la tercera cocinera perfecta que te doy. Y en cuanto las tienes dos meses... Yo quisiera saber qué haces vos con los sirvientes, que se enloquecen en tu casa.
Elvira: Y, nada... Yo qué sé...
Señora: Es la última que te doy... Estoy cansada de ser profesora de tus cocineras.
Elvira: No sea mala... déjemela, de verdad, ¿eh? Si usted no tuviera cocineras para amaestrar y para rezongar con ellas… ¿qué haría? Y si no me tuviera a mí para enseñarme a vivir, ¿qué haría?
Gracia (imitándola): Y si no me tuviera a mí para decirme gansa, ¿qué haría?
Señora: ¿Y qué querés que te diga, hija; que te diga viva?... Mirá, cada vez que te miro y pienso en que te vas a casar con ese atorrante, no sé qué te diría. Gansa sería lo menos. Pero vos te das cuenta, Elvirita, de la elección de la niña... Para eso la he criado... Lo que es a vos, no tendré que enseñarte cocineras ni modistas, no.
Gracia: Bueno, me enseña a mí, me lo haré yo.
Señora: Para lo que vas a tener que cocinar, sabés suficiente, m’hijita, con cebar mate.
Elvira: No te aflijas, Gracita. Yo los voy a convidar a comer todos los días. Y el bebé va a ser para mí, no para ella.
Gracia: Loca...
Elvira: ¿Por qué loca?... ¿No pensás en un bebé?... Si Dios me hubiera dado un bebé a mí...
Señora: También te lo hubiera tenido que criar yo...
Elvira: Eso sí que no. (Con algo de amargura.) Por qué no habré tenido un hijo yo... ¿Sabés? Si yo hubiera tenido un chico... Hasta lo adoraría a mi marido. Me parecería Rodolfo Valentino. Tenelo vos, Gracita, por mí.
Señora: Seguro que yo voy a dejar la criatura en manos de ustedes. Y después, gansa... querría ver cómo le mudarías los pañales; estoy segura de que le darías la mamadera fría. Lo matarías. Es inútil, tendrán que vivir conmigo.
Elvira: Su yerno va a vivir con usted... ¿Usted lo va a tener aquí?
Señora: Y qué te crees. Que voy a dejar que se lleve por ahí la chica... mi hijita, mi hija es mía, ¿sabés?, y no voy a dejar que me la lleve ningún atorrante. Tendré paciencia, ya que a la niña se le ha ocurrido eso también, y le aguantaré el marido. ¿Qué le voy a hacer? ¿No le tengo a esas dos fieras que ladran toda la noche y muerden al que se arrima? Espero que tu marido no morderá a nadie ni ladrará de noche. Cuando me canse de ellos me iré a la estancia, o me iré con vos, que bastante falta te hago a vos también... ¿Pero vos te crees que me lo van a agradecer?... Vivirán hablando mal de la suegra: ya el joven me hace chistes.
Elvira (besándola de golpe): Qué buena es usted. Cómo la quiero. Viva mamita...
Señora: Mirá, dejame tranquila hoy que no tengo ganas de fiestas. (Por la Chinita, que entra y sale con el mate.) Mirá esto; como para estar tranquila. En cuanto vaya a la estancia, se la dejo a la madre. ¿Has visto el mate que ceba? Es lo único que hace. Cebar ese mate, meter los dedos adentro de todos los postres y dejarse pellizcar por el chauffeur.
Elvira: Aja. Y eso hacés vos. ¿No tenés vergüenza? ¿Con el chauffeur de la señora? Ni vergüenza ni gusto tenés. Andá, salí a la vereda y mirá el mío, que te va a gustar más. Vas a ver cómo cambiás. El mío es mejor. Tiene hasta una escarapela argentina en el gorro. Andá, míralo. (La chica sale con el mate, toda azorada.)
Señora: Pero Elvira. Fomentame la disolución de esta chica, ahora. (Gracia ríe a carcajadas.) Y vos, gansa, reíte. Mirá, andá a vestirte, que las horas se pasan y todavía tu novio te va a abandonar si no te encuentra elegante. Vieras las toilettes que se hace: por detrás, por delante, eremitas, pinturitas, uñas pintadas, un vestido diario, perfumes de odalisca... Y lo vas a ver al novio: lo vas a ver, Elvirita, lo vas a ver. Parece un boxeador, ¿sabés? Con unas manos así, y unos pies así... y diarero; y que, como todos los diareros, será mujeriego. Ya lo veo campaneándose a las bataclanas… Y a esta soltando lágrimas...
Gracia: Mamita... Cómo sos, mamita...
Señora: Llorá ahora un poquito por adelantado... Anda… marchá a vestirte, que va a llegar tu alhaja y todavía estarás en vetemos...
Gracia (subiendo lentamente la escalera): Vení, mamita,..
Señora (la sigue): Ya voy; sí... (A Elvira.) Mica, Elvirita, date una vuelta por el comedor. Ve si está bien. Fíjate en ese mozo que me han mandado de la confitería. Parece medio azonzado…
Gracia (desde arriba): Mamá, lo has de haber azonzado vos con tus recomendaciones, como a mí...
Señora: Callate, atrevida... (Entran. Sale Elvira riendo para el comedor.)
Escena III
Jorge y Juan Carlos
(Entran por el vestíbulo de la calle.)
Jorge: Han de estar arriba. Voy, y de paso me embellezco un poco yo también.
Juan: He venido muy temprano, pero conste que es por culpa tuya, Jorge.
Jorge: Mira. Entretenete fumando. De todos modos, sos casi de la casa.
Juan: Bueno. Fumaré
(Jorge sube; Juan Carlos se sienta en el sofá y fuma un cigarrillo.)
Escena IV
Juan Carlos, Elvira y Chinita
(Entra Elvira del comedor, con el mate, seguida de la Chinita; lo termina y se lo da.)
Elvira: Tomá, vieja. No me dés más. Está fierísimo tu mate. Tiene razón la señora. Andá con todo arriba y lo seguís allá. Le decís que todo está bien; que no es tan zonzo el mozo como parece; que hay unos merengues de chantilly colosales. ¿Entendés? Colosales. Y que ya te los has diezmado vos... Che, qué te resulta mejor: ¿los merengues o el chauffeur?
Chinita: Niña Elvira... Pero niña Elvira...
Elvira: Bueno, andá, hacés bien; andá... comete los dulces y amá, que eso es lo único que vos vas a sacar de la vida. Pero deberías de elegir mi chauffeur, que es más buen mozo. De ése vas a tener un chico chueco. Vas a ver.
Chinita: Pero niña Elvira. No sea mala usted también.
Elvira: Mirá, no me llorés. Yo te conozco a vos. Andá mañana a casa. Vas a ver qué te doy. Así le coqueteas al chauffeur y al vigilante.
Chinita: Bueno, niña Elvira. ¿Qué es, niña Elvira?
Elvira (imitándola): ¿Qué es, niña Elvira? Bueno, niña Elvira... Mañana verás. Ahora andate. Déjame en paz.
Chinita: Sí, niña Elvira. Gracias, niña Elvira. (Sale feliz. Elvira la mira irse con una sonrisa triste, indefinible; suspira, se mueve, ondula con un gesto íntimo de fatiga, reacciona, se pasa la mano por la frente con el gesto de tirar una idea, y se adelanta silbando y marcando un paso de tango. Juan Carlos, cuando ya está cerca, se levanta; ella recién lo ve.)
Juan: Qué bien silba usted, niña Elvira.
Elvira (sorprendiéndose): Hola... Encantada, señor Juan Carlos Gutiérrez.
Juan: Encantado yo de que usted me conozca.
Elvira: No. No lo conozco a usted. Fue un palpito nomás. En cambio, usted sabe cómo me llamo.
Juan: He oído a ese pichón de entrerriana, encargada del mate y receptor de los nervios de esta casa, que es usted la niña Elvira.
Elvira: Entonces ya me conoce. (Sentándose.) Me ocuparé de entretenerlo un tiempo que puede variar de diez minutos a diez horas: Las señoras se visten.
Juan: Deploro, niña Elvira, que nadie me haya presentado a usted.
Elvira: No hace falta. Charlaremos mejor. Tengo un gran interés en conocer a usted bien; y no hay cosa que estorbe más para conocerse, que el conocerse.
Juan: Niña Elvira. Creo que eso se llama paradoja.
Elvira: Sí. Bueno. Pero no me diga niña Elvira, que me pone nerviosa.
Juan: ¿Y cómo le digo?
Elvira: Elvira, nomás.
Juan: Discúlpeme, Elvira, entonces. ¿Le molesta el cigarro? (Va al cenicero y lo tira.)
Elvira: Al contrario, me encanta. ¿Ya lo ha enseñado la señora a buscar el cenicero?
Juan (sentándose): Y como usted ve, soy un discípulo aprovechado.
Elvira: Lo felicito.
Juan: ¿Por la suegra?
Elvira: Por todo.
Juan: Tendré la crema de las suegras, ¿verdad?
Elvira: ¡Hola! ¿Usted también cultiva el placer de los dioses?
Juan: No sé. ¿Se puede saber cuál es?
Elvira: La ironía, precioso, la ironía...
Juan: A veces la cultivo. Es mi oficio.
Elvira: Su oficio es encantador; delicioso simplemente. Magnífico...
Juan: ¿Le parece? Pues yo mejor quisiera ser chacarero o guarda de tranvía.
Elvira: Pues yo quisiera ser periodista.
Juan: Hay gustos muy raros.
Elvira: El de comprometerse, por ejemplo.
Juan: Sí que es un gusto raro. Bueno, todos pasamos en la vida por un momento de esos.
Elvira (mirándole sonriente): Juan Carlos Gutiérrez. El sempiterno bohemio, el que despreciaba a todas las mujeres, el sonriente manfichista, el enamorado de Vithi Delmon... (Declama.) Vithi, tu extraordinaria, tu magnífica.
Juan: ¿Cómo sabe?
Elvira: Yo sé tantas cosas. Se casa como un burgués cualquiera y elige para casarse la más ingenua, la más dulce, la más simple de las provincianitas.
Juan: Eso prueba de que el aludido es un hombre de talento.
Elvira: Si usted lo dice. Pero hay en la vida cosas desconcertantes. (Ríe.)
Juan: ¿De qué se ríe?
Elvira: De usted.
Juan: Gracias.
Elvira: ¿Y usted qué me mira?
Juan: Su cara me es familiar. Yo la conozco a usted.
Elvira: No.
Juan: Sí, estoy seguro.
Elvira: Me habrá visto al pasar, pero no me conoce.
Juan: Su risa, su voz...
Elvira: Eso sí, ya lo creo que sí. (Ríe.) Solamente la voz y la risa.
Juan: ¿Por qué me intriga?
Elvira: Yo no lo intrigo.
Juan: Me hace sufrir, no recordar.
Elvira: Pobrecito... Sufre... ¿Y yo? Yo sufro el desencanto de su olvido...
Juan: Dígame, por favor.
Elvira (duda y se decide): ¿Se acuerda, Juan Carlos, de un complicadísimo asunto de un extravagante Ministerio, donde había empréstitos raros, cartas autógrafas de ministros, doces y medios por ciento, contrabandos de libreas y otros excesos? ¡Qué campañón que hizo su diario! Con datos telefónicos de fuente insospechada.
Juan: Usted. ¿Era usted? ¿Y quién es usted?
Elvira: Elvira.
Juan: ¿Pero Elvira qué? Es claro, usted, al parecer, íntima de esta casa, será también amiga de los López Torres, y por ellos...
Elvira: Ha acertado usted.
Juan: Pero interiorizarse tanto.
Elvira: Ahí está el secreto. Mire, hay cosas que me indignan. Esa fue una. A pesar de ser mujer, me permito el lujo de tener ideas, ¿sabe? Yo tengo ideas boxeadoras.
Juan: ¿Qué?
Elvira: Boxeadoras. Ideas que se dan directos y crosses y swings con la vida.
Juan: Es peligroso boxear con la vida.
Elvira: ¿Por el knock-out? No hay cuidado. En ese mi heroico match, usted me ayudó maravillosamente. Muchas gracias. (Se levanta, se pone delante de él y lo saluda; luego se da vueltas para que él la mire.) Míreme, míreme bien. ¿Le parezco un líder de probidades políticas? Bueno, yo soy eso. Yo soy un líder cívico. Entonces, impedí que cierta camarilla se embolsara millones... millones... Trabajé como una especie de Maquiavelo de la rectitud. No podía sola. Y pensé en usted, que ya había hecho esa formidable campaña de ridículo contra López Torres.
Juan: ¿Cómo sabía que era yo?
Elvira: ¿No le digo que yo sé demasiadas cosas?
Juan : ¿Con que era usted? Hubo un tiempo en que pensé mucho en usted.
Elvira: Por eso, en medio de las cosas prosaicas de que hablábamos, me decía usted piropitos.
Juan: Mis excusas.
Elvira: Retírelas ligero. Me encantaban esos piropitos. Oímos tantas estupideces en sociedad, que cuando nos dedican una frase con ingenio, debemos agradecerla aunque sea insolente.
Juan: ¿Con que era usted? Pero si somos viejos amigos… Qué sorpresa más grande.
Elvira: Y que dentro de un rato será mayor.
Juan: ¿Por qué dentro de un rato?
Elvira: Verá. Yo no debía haberme descubierto. Usted dirá que soy un monstruo.
Juan: ¿Un monstruo...? No...
Elvira: Sí.
Juan: En el peor de los casos, diré que es usted una mujer.
Elvira: Gracias, en nombre del sexo.
Juan: Bueno. Ahora hablemos de los López Torres.
Elvira: ¿Mal?
Juan: Por supuesto... Parece que la señora... Pero usted la conoce... no vaya yo a ...
Elvira: No, no la conozco...
Juan: Como me dijo...
Elvira: Le juro que creo que es la única persona en el mundo que yo no conozco. Despáchese a gusto, rico...
Juan: Parece que es íntima de mi suegra... Mi novia la adora... Tendré dos suegras... Encantadoras las dos...
Elvira: Parecidas...
Juan: Hombre... Se llama Elvira, como usted.
Elvira: Sí, es una casualidad.
Juan: Además, la señora canta y declama en las reuniones… Hágame el favor...
Elvira: Canta solamente...
Juan: Hoy cantará...
Elvira: No cantará ya…
Juan: Es lo mismo. Esa pareja de vejestorios políticos me amarga la vida. Es lo único desagradable de esta casa. Calcule lo violento que estaré.
Elvira: Se arreglarán las cosas. Se estrecharán la mano.
Juan: Y perderé el cliente.
Elvira: Consuélese. Yo, en cambio, le daré los datos para otro “potin” delicioso. Esta vez es diplomático...
Juan: ¿Y me hablará por teléfono como antes? No sabe cómo extrañé sus charlas. Es usted una amiga encantadora.
Elvira: ¿Le gusta a usted ser amigo de mujeres?
Juan: Inefablemente.
Elvira: Me lo explico. A mí no. Hablar con mujeres, me copia, me estufa, me esgunfia.
Juan: ¿Qué, qué? ¿Qué es eso?...
Elvira: Lunfardo puro. Un idioma encantador. Yo lo he adoptado para mi uso personal.
Juan: Es usted pintoresca. Alégrese, si le digo una cosa.
Elvira: ¿Qué cosa?
Juan: Usted no me hacía, ni me hace, el efecto de una mujer. Su voz me desconcertaba. Charlando, se me ocurría que podía ser usted un muchacho. Un buen camarada con quien podía tener deliciosas conversaciones de sobremesa. Filosofar, alacranear...
Elvira: Eso último, seguro... A mí me encantaría ser un muchacho. Saldríamos juntos. Conversaríamos. Yo fumaría cigarrillos con las piernas cruzadas y tendría el divino derecho de poder hacer todo lo que se me ocurriera.
Juan: Qué equivocada está... Ahora es cuando lo tiene.
Elvira: ¿Ahora?... No. Ahora soy mujer... Calcule si quisiera ser su amiga, su camarada.
Juan: Yo estaría encantado.
Elvira: Y me diría cursilerías. Se creería denigrado si no me hacía el amor.
Juan: Yo no soy un tonto.
Elvira: Qué gracia... Pero es un hombre...
Juan: Si estuviéramos en Norteamérica...
Elvira: Y fuéramos norteamericanos... Aunque eso de las castas libertades norteamericanas, me huele a bluff, querido...
Juan: ¿Es también una opinión personal?...
Elvira: Sí. Yo tengo muchas opiniones personales... Me las reservo... Si las expusiera...
Juan: La dejaría su novio.
Elvira: Yo no tengo novio.
Juan: Y “palpito” , como usted dice, que si sigue con esas opiniones, tampoco lo tendrá.
Elvira: Ni lo preciso.
Juan: No se dé corte. ¿Quién no necesita del amor?...
Elvira: Bobo.
Juan: ¿Por qué, bobo? (Mirándole las manos.) Ah... Lleva usted una alianza...
Elvira (mirándosela y desviando): No tiene importancia. ¿Trajo usted las suyas?...
Juan: Seguramente.
Elvira: A verlas... (Él saca el estuche del bolsillo y se las muestra. Mientras, se ve pasar gente a la sala. Hasta el fin del acto, se ve por el foro movimiento de gentes, que entran y salen, cada una a su tiempo.)
Juan: Mire...
Elvira: Qué delgaditas... Qué monas son... Y el cintillo es divino... ¿Ha visto? Cada día se usan más delgaditas.
Juan: También cada día es más frágil el vínculo...
Elvira: Está bien, ¿eh? Y ha de ser por eso nomás que así parecen tan bonitas...
Juan: Pruébeselas. (Ella se las pone.)
Elvira: Ay, me olvidaba... (Se las quita.) En mi provincia dicen que la que se prueba el anillo de una novia, le quita la dicha...
Juan: Son tonterías...
Elvira: Sí... Pero a falta de creencias más firmes, yo creo en esas tonterías... (Se las devuelve.) Guárdelas.
Escena V
Elvira, Juan Carlos y Jorge
Jorge (bajando): Estás muy bien acompañado, che. Si sé no me apuro tanto... Ya vienen Gracia y mamá. ¿Han conversado mucho? ¿De quién hablaron mal?
Elvira: De vos.
Jorge: Y sos capaz nomás. (A Juan Carlos.) ¿Pero vos no la conocías?
Elvira: Sí que me conocía...
Jorge: Si me venía diciendo...
Elvira: Que le era muy desagradable sernos presentados.
Juan: No... Cómo iba yo... (Jorge hace un gesto de asombro.)
Elvira: Preséntamelo, entonces...
Jorge: Claro. La señora Elvira Ancizar de López Torres...
Juan Carlos Gutiérrez. (Se dan la mano. A Juan Carlos lo ahoga la "batata" Elvira ríe estrepitosamente.)
Juan: Señora...
Jorge (azorado): ¿De qué te ríes?
Elvira: De Juan Carlos...
Jorge (seco): No entiendo...
Elvira: Y te quedarás sin entender toda tu vida... Me voy a la sala. (Sale corriendo, riéndose aún.)
Escena VI
Juan Carlos y Jorge
Jorge: Tenías razón. Tras que era violento este momento, te cortó con su risa. Es muy guaranga, che, ya lo verás. (Pausa.)
Juan: Yo creía que era más vieja.
Jorge: No. Es joven. Y lo parece más. (Pausa.) ¿En qué piensas? (Pausa.) Es linda, ¿verdad? Pero antipática… Se las da de extraordinaria. No habla más que locuras… Dice cada cosa... A mí me revienta la tal Elvirita.
Juan (después de una pausa larga): ¿Se lleva bien con el marido?
Jorge: No sé... Pero sí, él es muy serio y ella es muy loca… En fin, viven... (Pausa.) Qué callado estás... Habla algo. Ahí viene mamá.
Escena VII
Jorge, Juan Carlos y Señora Meurer
Señora (llegando a Juan Carlos, que se adelanta al pie de la escalera): Buenas tardes. Ya baja Gracia. ¿Y Elvira?...
Jorge: En la sala, con gente...
Señora: Bueno. Hasta luego... (entra a la sala.)
Escena VIII
Jorge, Juan Carlos y Gracia
(Baja Gracia, radiante de juventud, algo tiesa y poco expresiva. Da la mano a Juan Carlos.)
Gracia: Buenas, tardes. ¿Cómo está?
Juan (con amor): Feliz... Y usted divina...
Jorge: Me voy a la sala. (Sale muy apurado.)
Escena IX
Juan Carlos y Gracia
Gracia (avergonzada): Qué atropellado es Jorge...
Juan: Es un buen chico. Sentémonos, querida, un ratito aquí. (La trae hasta el sofá, donde se sientan.) Hace dos días que no te veo... Tengo que contarte tantas cosas...
Gracia (inquieta): Qué dirán en la sala.
Juan: No hagas caso a los de la sala y dame tu manito preciosa. (Saca los anillos y se los pone. Le besa la mano.) ¿Te gustan?...
Gracia (emocionada): Mucho...
Juan: Ahora tú...
Gracia (le pone el anillo muy emocionada. Él la besa mucho en la cara) Juan Carlos, pueden vemos.
Juan: Y qué tiene...
Gracia (con reproche): Sí... Qué tiene…
Escena X
Juan Carlos, Gracia y Elvira
Elvira (entrando y casi sorprendiéndolos): ¿Se puede? Dice tu mamá que vayan... Disculpen. Me mandó tres veces...
Gracia (algo turbada, enseñándole la mano): Mirá, Elvira.
Elvira (la abraza y la besa): Amor... Te deseo toda la dicha... (Sin soltarla, da la mano a Juan Carlos.) Y usted hágala todo lo feliz que ella se merece. Bueno, no hay que emocionarse. (Los suelta.) Vamos a la sala a que los cumplimente la turba. (Van saliendo. Ella palmea a Juan Carlos en la espalda.) Hay que pasar el trago, amigazo. (Salen.)
Escena XI
López Torres y Baudrix
Entran de la calle López Torres y Baudrix. Se les ve dejar sus sombreros en el hall. Baudrix, un tipo de ave negra común. López Torres, viejo, calvo, de lentes. Frío, helado. Da la impresión de que se siente vivir en un plano superior, desde donde permite a las gentes dirigirse a él. Debe en este momento dar la impresión de su carácter: hielo y estolidez. Mide las palabras, que él está seguro centuplican su interés al pasar por sus labios.
López: Y no soy un chico ni un hombre vulgar, amigo. Soy un hombre de talento. No sólo soy un político, soy un gran psicólogo... Y la estudio... la analizo...
Baudrix: Pero podría equivocarse, mi doctor. Ya ve, me ha dicho que no habla jamás... cuando la señora Elvira es...
López: ¿Querrá usted conocerla más que yo? Estos últimos tiempos... En fin, yo no creo en las herméticas. La tengo envuelta en una red.
Baudrix: Ya ve, y no encuentra nada.
López: Ella es sagaz, pero yo soy más inteligente que ella... La desenmascararé. He visto mucho... gestos, miradas, graves motivos íntimos. Pero necesito más, más... pruebas. Eso es lo que me hace recurrir a su amistad. Con mi posición, mi nombre... Me comprende, verdad, Baudrix. Usted, como procurador, puede ponerse muy fácilmente al habla con esa gente...
Baudrix: No. No sabe doctor lo que son esas agencias. Verdaderas cuevas de bandidos... Se expone...
López: No importa nada. Yo soy un hombre de acción y cuando decido una cosa, debe ser. Tengo un plan práctico, a la moderna, nada de contemplaciones... Se la sigue... Se la sorprende... Método eminentemente francés, eminentemente francés...
Baudrix: Eminentemente francés será el escándalo que daremos, doctor; no se atropelle... Usted no debe olvidarse de su posición.
López: Pero debo defenderla... Yo sabré hacer que nada llegue a mi posición. (Van entrando a la sala. Mutis.)
Escena XII
Ramírez y Jorge entran por el comedor
Ramírez: Marea estar en la sala con tantas muchachas… ¡Qué amigas papas que había tenido Gracia! ¡Qué suerte, che, tener hermanas!
Jorge: ¿Te fijaste en Blanquita?
Ramírez: Te gusta a vos, ¿eh? ¿Y Elvira? ¡Qué linda ha vuelto!...
Jorge: ¿Linda? No sé lo que les gusta de Elvira. ¿Viste lo que dijo a Adelina cuando la saludó? Ya van dos calores que me hace pasar esta tarde. Ella cree que es muy original eso... Te aseguro que tiemblo cuando viene sola.
Ramírez: Me he fijado lo circunspecta que la pone el doctor. La domina con la mirada.
Jorge: Como los domadores a las fieras.
Ramírez: ¡Cómo la quiere tu mamá!
Jorge: ¿Has visto? Mamá, tan seria, tan intransigente, se encanta de verla fumar, le ríe las gracias y las palabritas. ¿Te das cuenta de las palabritas? Si fuera otra...
Ramírez: Es que se perdona todo a quien se quiere; y también ella con tu mamá, cómo es...
Jorge: De zalamera... Le conoce el genio... Se le hace la nena chica…
Escena XIII
Ramírez, Jorge, Juan Carlos, Gracia
Juan Carlos (entrando con Gracia del brazo): Tengo derecho a estar solo contigo. Ven, aprovechemos el viaje al comedor. (Al ver a Jorge y Ramírez.) Nos caímos.
Gracia: ¿Qué?
Juan: Que haremos un poco de compañía a estos jóvenes sabios, que han encontrado un rincón de paz.
Gracia: Sentémonos aquí. (Se sientan.)
Ramírez: ¿Estorbamos?
Juan: Jamás. (A Jorge.) ¿Qué milagro que no estás haciendo el caballero de Blanquita?...
Jorge: No me pude acercar...
Juan: Ahora podés; andá a llevarla al comedor.
Jorge: Voy. (Se levanta.)
Escena XIV
Dichos, Elvira y Blanquita
Elvira (entrando con Blanca abrazada): Atención. Aquí estamos nosotras. Jorge: te traigo este regalo. Pueden conversar un ratito. Yo les doy permiso. Ramírez: cambie de asiento. (A Blanca) Sentate vos acá... Ya está (La sienta al lado de Jorge.)
Blanquita: Pero Elvira...
Elvira: Pero... ¿qué? Si ustedes afilan, es justo que se busquen, y que conversen; nosotros no los vamos a criticar.
Jorge: Mientras estemos aquí.
Elvira (se sienta de una manera inconveniente, cruzando las piernas): ¡Uff, qué opio la sala. Toda la gente joven está en el comedor. Y tu mamá atareadísima. Del comedor a la sala, de la sala al comedor, haciendo cumplimientos.
Blanquita: Secundada por Adelinita.
Elvira (a Gracia): Me dijo que te llame; pero no vayas, querida, no vaya…
Blanquita: Che, ¡qué lindos consejos que das! .…
Jorge: De aquí a un rato nos vamos todos al comedor, y nos ubicamos cómodamente.
Elvira: En previsión de eso, yo escondí en un aparador algo que destino a nuestro consumo particular.
Ramírez: Bravo, Elvirita. Elvirota, como dice Gracia.
Juan: Es usted una gran mujer.
Elvira: No tanto... No tanto.
Gracia: Qué bien se está aquí, ¿verdad?...
Blanquita: Yo me aburro en la sala...
Elvira: Y yo... ¿Quieren que les haga una confesión? Para mí no hay nada más ridículo que una sala llena de visitas de cumplido. Esas señoras tiesas mirándose de reojo inquisitivamente... Queriéndose engañar las unas a las otras... La “anfitriona” sufriendo y queriendo hacer que simpaticen. Armonizando las conversaciones... Y yo, allí entre todas, siento la sensación de que me he vuelto chica y juego otra vez a las comadres. (Imitando a las chicas.) ¿Cómo está, querida señora? ¿Están bien sus cuarenta y nueve hijitos? ¿Y sus siete esposos que se le murieron el año pasado? Yo los sentí mucho, señora… Pero me han dicho que a sus cuatro esposos nuevos les gusta mucho el chocolate... (Otra voz.) A mí mi tía me regaló un sombrero amarillo. (Otra voz.) Es una gran desgracia, esta mañana se ha muerto mi hija mayor. El perro de mi mamá le comió todo el pelo... y la cabeza. (Otra voz.) Pero cante, señora... Y a cualquier vejestorio cursi se le ocurre cantar o declamar... ¿No, Juan Carlos?...
Juan: ¡Qué envenenada es usted!
Elvira: ¿Yo? No. Sólo soy un bicho antisociable y salvaje, que tiene la desgracia de ver cosas raras que nadie ve. Cuando estoy entre toda esa gente tan bien educada, siento impulsos de decir malas palabras, de tirar sillas por el aire, de escandalizarlas... ¡A Adelina! ¡Las cosas que le diría yo a Adelina!.
Gracia: No seas mala.
Jorge: Adelina es muy buena.
Juan: Solterona, eso sí.
Elvira: Pero se defiende de la vejez como un tigre...
Juan: Como un tigre heroico,..
Jorge (a Juan Carlos): ¿Te contagiaste vos?...
Juan: Parece...
Ramírez: Cómo está de conservada...
Elvira: Cuando yo era así (Con la mano un poco del suelo.), ya andaba Adelinita despavorida buscando novio...
Gracia: Pero Elvira.
Elvira: Adelina es un símbolo. Espera su príncipe azul hace por lo menos cuarenta años. Y el príncipe no llega... Ella luce sus virtudes en visitas, en fiestas, en toda clase de piringundines. Y como esas muñecas de vidriera que nadie compra, se aja, se destiñe. Aparecen las canas, se dibujan las arrugas y el príncipe empeñado en no llegar... Y Adelinita, practicando el heroico deporte de la “caza a la cana”, saliendo con velo, sentimentalizando...
Juan: Ese deporte nuevo. ¿Cómo dijo?
Elvira: ¿Qué? Ah... La caza a la cana. Todas las mujeres lo practicamos alguna vez.
Ramírez (pensativo): El príncipe llegará. Es muy rica Adelinita...
Elvira: Llegará algún príncipe como ella, ajado, como ella, desteñido, que mientras ella se marchitaba dentro de sus virtudes, haya ido dejando pedacitos de su vida por todos los caminos... Y fundarán un hogar modelo, al que ella aportará su dinero y sus virtudes y él todo lo que haya cosechado por esos caminos... Y hasta tendrán un hijo, que tal vez tenga los huesos endebles, pero que nacerá con una gran posición...
Juan: Razona usted, señora, como un anarquista loco...
Elvira: ¿Yo? No. Los anarquistas son desmelenados que miran con odio; yo me peino y no odio. Me río. Ellos quieren destruir; yo no, si estas cosas se destruyeran, quiero saber de qué me divertiría yo.
Juan: Burlarse, ya es destruir.
Jorge: Mirá, te divertirás muy pronto, tapándote las arrugas y las canas como Adelina.
Blanquita: Con el deporte, che...
Elvira: Sí. Pronto tendré con qué entretenerme… ¿Deporte?... No, lucha, la más intensa de todas las luchas humanas.
Jorge: La lucha de la mujer contra la vejez.
Elvira: Que, como todas las luchas, tiene sus encantos.
Juan: Me parecen unos encantos muy problemáticos…
Elvira (empieza vagamente y se exalta a medida que habla): Ser joven, ser bella, ser amada... Es nuestra única misión... Lo único hermoso que nos da la vida. Y la misma vida nos lo va quitando. Hoy una cana, mañana una arruga... Oh, el triunfo de vencerlas... Por una hora, por un minuto, pero vencerlas... Porque la belleza joven, fresca y verdadera... (A Gracia.) Como la tuya, ya no es belleza, porque es inconsciente. Si yo fuera hombre, me enamoraría sólo de una mujer marchitándose, pintada sabiamente, de manos pálidas, de ojos ardientes...
Jorge: De Adelina, por ejemplo...
Elvira(sin oírlo): ¡Oh! La mujer que lucha no por su belleza, sino por lo que está detrás, que es el amor… Y que pone en su brega todo el dolor de su alma, toda la angustia de lo que se va con su juventud... Y el vencimiento final, que llega implacable, la renuncia a luchar... Es hermoso... es hermoso. (Se exalta.) A veces yo veo por las calles una de esas mujeres que fueron bellas, que llevan aún un destello tras de la máscara que les puso el tiempo. Las miro con angustia y con ansia. Así seré yo, pienso... Y querría morir antes... Miro sus ojos rojizos, su cara surcada... su boca, sus cabellos… las manos huesudas, nudosas, como si se hubieran deformado con el enorme esfuerzo de asirse a la juventud y al amor... y pienso: cómo viven, cómo pueden vivir aún... (Transición.) Ramírez, deme un cigarrillo. (Ramírez se lo da, y fuego.)
Jorge: Mirá que sos desequilibrada... Ves las cosas como en las novelas, declamas, literatizas...
Juan: Pobre Elvira. Es usted demasiado cerebral. La compadezco. Eso es un pecado.
Elvira: ¿Y usted compadece a los pecadores? (Encendiendo el cigarrillo, a Ramírez.) Gracias. (Fuma.)
Juan: A veces...
Jorge: Las mujeres se acostumbran a la vejez como a todo. Si envejecieran en un día, me explico... Pregúntale a Adelina si piensa esas cosas.
Elvira: ¡Ay! Dramaturgo, psicólogo, poeta, Jorgito. ¿No te das cuenta de que la mujer de que yo hablo sólo pertenece a la literatura?
Jorge: Como siempre... ¡Tienes una manía divagatoria!
Elvira: Jorge: me esgunfias. Dicen que cada día nace un gil. Cuando vos naciste, hacía un mes que no nacía ninguno...
Jorge: ¿Qué decís?
Juan(a Elvira): Baja usted de las más altas cumbres al llano, con una facilidad que asombra.
Elvira: Es la costumbre de los equilibrios, amigo. Yo soy así, funambulesca…
Escena XV
Dichos y Adelina
Adelina (entrando): Muy bien, chicos. Qué bien están aquí, ¿eh? ¿Por qué no me llamaron? (A Juan Carlos.) ¿Cómo está, Juan Carlos?
Juan: Adelina. (Se estrechan la mano.)
Elvira: Estamos de lechuceo.
Adelina: ¿De qué?
Elvira: De lechuceo. Es una moda nueva de Mar del Plata...
Adelina: Dice la señora que vayan. Gracita. Vamos...
Elvira: Quédese con nosotros un ratito, Adelinita. Le enseño el verbo. Venga. Mire. Yo lechuceo. Tú lechuceas. Él lechucea. Venga, va a ver qué lindo.
Adelina: No, hija. Vení vos. Hace más de una hora que ha llegado tu esposo. ¿Dónde estabas? (Es visible el hielo que cae sobre Elvira.)
Gracia (levantándose.): Vamos, Juan Carlos.
Juan: Iré después.
Jorge(levantándose y saliendo con Gracia y Blanquita): No lo esperábamos tan temprano.
Adelina: Está en el comedor.
Blanquita: ¿Venís, Elvira?
Elvira: Ya va. (Se queda sentada. Tira el cigarrillo)
Escena XVI
Elvira, Juan Carlos, Ramírez y Adelina
Elvira: Siéntese, Adelina...
Adelina: No, hija, vamos...
Ramírez: Sí. Sí, vamos. (Se levantan él y Juan Carlos.)
Adelina: Elvirita, vení a recibir a tu marido, Hacele los honores. Servile el té... Qué muchacha. Cómo sos de desatenta. Y con la monada de esposo que tenés. Capaz que se resiente con vos. (A los otros) Yo estoy encantada con López Torres.
Elvira: Se lo regalo. ¿Lo acepta?
Adelina (sonriente): Qué loca sos... Pero no es por decir, ¿eh? Conversar con un hombre así, instruye, eleva el espíritu. Un hombre tan recto, tan culto...
Elvira (con ironía angustiosa): Basta, Adelinita, por favor... Le agradezco de todo corazón ese elogio conyugal, pero basta...
Juan: Ofende usted la encantadora modestia de la señora.
Adelina: ¿Modestia? Usted no la conoce. De consentida, de feliz.
Elvira: Adelinita. Sea buena y vaya usted a atenderme a mi maridito, ¿eh? Le sirve el té, le da pastitas... Le dice que ya voy... ¿Quiere?
Adelina: Con muchísimo gusto, querida. Cómo no… ¿Qué caballero me acompaña?
Ramírez (ofreciéndole el brazo): Mi brazo, Adelina, siempre. En todas las ocasiones.
Adelina (tomándolo): Gracias, Ramírez.
Juan: Qué buena pareja hacéis... Irreprochable.
Adelina (halagada): Sí, ¿eh? La estatura, nomás. (Ramírez echa una mirada de indignación a Juan Carlos por detrás de ella y salen.)
Escena XVII
Juan Carlos y Elvira
(Se hace un gran silencio. Juan Carlos enciende un cigarrillo. Elvira piensa.)
Juan(casi en broma): ¿Está “esgunfia”, Elvira?
Elvira (reaccionando, busca comprender): Ah, sí... mi palabra. (Pausa.) Estoy nerviosa, amigo... No sé. He hablado muchas tonterías, ¿verdad? Con mucha frecuencia me pasa eso. Hablo, hablo, hablo. Peor sería que llorara, ¿verdad? O que me diera algún patatús. (Pone los brazos rígidos, con un gesto histérico.) Hoy tengo los nervios como las cuerdas de una guitarra. (Se estremece con una especie de gemido, levantándose.)
Juan (mirándola): Es usted desconcertante. Desconcertante y pálida... Dos cualidades maravillosas en la mujer...
Elvira: No, Juan Carlos. Soy simplemente una pobre mujer... Una pobre mujer absurda que vive de una manera absurda. Vamos. (Van saliendo.)
Juan: Será usted quien me presente a su...
Elvira: Sí. Vamos a eso. En este día de la fiesta a la juventud, a la esperanza y al amor... a su juventud, a su esperanza y a su amor, voy a presentarle a mi señor y dueño. (Ríe con una risa tajante y falsa. Él la mira en los ojos intensamente un minuto y corta su risa... Ella rompe el encanto de la mirada y con voz de angustia, levantando la cortina, le dice:) Pase usted primero.
TELÓN RÁPIDO
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