Comedia en tres actos
Segundo acto
Habitación de Juan Carlos, en un hotel cualquiera. Sin lujo. Cama en el rincón de la izquierda. Mesa chica al centro. A los pies de la cama, amplio sillón que desentona con el conjunto. Puerta al corredor, al foro, derecha. Sobre los muebles, frascos de farmacia. (Juan Carlos, en saco fumoir, sin cuello, “deshabillé”, está tumbado en la cama con un libro. Un mucamo muy gallego, da desconcertados plumerazos sin ton ni son, y canturrea.)
Escena I
Juan Carlos y Mucamo; después, Elvira
Mucamo (canturreando bajo, mientras sacude): “El querer de los casados / Anda por los alzadeiros / Si así facen los casados / Qué no farán los solteros...”
Juan (incorporándose): Cállate, por caridad... me enloqueces...
Mucamo: Bueno, bueno... (Sigue sacudiendo.)
Juan: Y no levantes más polvo... Me mareas, me ahogas… Vete...
Mucamo: Ya termino, ya...
Juan: ¿Qué hora es?
Mucamo: Son casi las doce. ¿Comerá usted ya?
Juan: Un momento. Pero pon la mesa. (Sale el mucamo. En la puerta se cruza con Elvira, que entra con una enorme brazada de flores. Trae un traje de mañana claro, elegantísimo.)
Mucamo: Buenos días, señora.
Elvira: Buen día, amigo. ¿Qué tal? (Entra.)
Escena II
Elvira y Juan Carlos
Elvira: Hola, encanto, ya levantado... ¿Se halla bien?
Juan (viniendo hacia ella): Perfectamente. Y viéndola a usted, figúrese. ¿Es para mí todo esto?... (Le toma las flores y las deja sobre la mesa.)
Elvira: Sí, pobrecito. Encerrado aquí con su fiebre, no ha visto llegar la primavera. Está todo espléndido. Hasta las mujeres. ¿No se ha fijado cómo embellecen las mujeres cuando llega la primavera? ¿No hay floreros por aquí?
Juan: No poseo esos poéticos adminículos.
Elvira: Pídalos, entonces...
Juan: ¿A quién?
Elvira: Al mozo, hombre... (Juan Carlos llama. Mientras, Elvira se quita el sombrero, los guantes. Se peina un poco. Maneja las cosas como en su casa. Habla mientras se arregla.) Hace un calor. He venido desde casa andando y me he fatigado. ¿Vino el médico ya?
Juan: Sí.
Elvira: ¿Y...?
Juan: Se ha despedido. Ya estoy bien, desgraciadamente...
Elvira: Hombre, si estar sano es una desgracia...
Juan: Y de las graves. Máxime si se tiene una enfermera como la mía.
Elvira (con un saludo): Se agradece…
Escena III
Dichos y Mucamo
(Entra el mucamo con mantel, bandeja, platos, que pone sobre la mesa.)
Mucamo (a Juan Carlos): ¿Ha llamado usted?
Juan: Sí. Consígase por ahí dos o tres floreros para esto.
Elvira: Prontito, ¿eh?
Mucamo: Bien. ¿Comerá aquí la señora?
Juan: Por supuesto.
Mucamo: Podremos adornar la mesa con un ramo de flores. Abajo hay unos jarrones espléndidos...
Juan: Pues, tráelos. (Sale el mucamo. Elvira lleva las flores de la mesa a la cama y se pone a arreglarlas.)
Escena IV
Elvira y Juan Carlos
Elvira: Cuánto me alegro de verlo levantado. Ahora sí que serán lindos nuestros paseos...
Juan: El primer día iremos al Tigre. ¡Cómo estará ya aquello!… A ver si ha perdido la mano para el volante.
Elvira: No, verá. Manejaré yo sola. Usted estará débil para eso. Iremos ligero. Me sacaré el sombrero y todo el aire me dará en la cara. ¡Qué dicha!
Juan: Y almorzaremos allá...
Elvira: Seguro. Ya me he acostumbrado a almorzar con usted. Con su enfermedad, nos hemos hecho más amigos que antes. Ya somos casi hermanitos. (Él la mira fijamente, sonriendo.) Lo que me da tristeza es tener que mentir tanto... Qué ridícula es la vida, ¿eh?... Y somos nosotros mismos los que la hacemos ridícula. Y después nos lamentamos... Mire que tener que ocultar nuestra amistad como un pecado...
Juan: Eso lo hace doblemente interesante. Usted no quiere convencerse de que el pecado es lo único que hace atrayente la vida. Para la mujer, sobre todo, no hay mayor voluptuosidad que la de comprometerse...
Elvira: Es cierto, ¿eh? Todos los días que vengo aquí, lo pienso: me comprometo. Bueno, esto no sería interesante si yo estuviera apasionada por usted, si fuéramos una especie de seres novelescos... pero, comprometerse por salir en auto, por almorzar, por charlar con un simple amigo a quien puede verse tranquilamente todos los días. Eso es una cosa extraordinaria. Y yo amo las cosas extraordinarias. Bueno. Ahí están los floreros.
Escena V
Elvira, Juan Carlos y Mucamo
Mucamo (entrando): Traigo cuatro floreros.
Juan: ¿Esos eran los jarrones espléndidos?
Mucamo: Son muy preciosos.
Elvira (riendo): Traiga... póngalos acá.
Mucamo (poniéndolos al lado de la cama): Cuidado, que tienen agua. (Elvira arregla las flores en los jarrones; mientras, Juan Carlos la mira largamente, intensamente. El mucamo pone la mesa.) He traído la lista.
Elvira: No hace falta. Para el señor, pollo y agua mineral como siempre. ¿Comería espárragos?
Juan: Comería palos de escoba. Me muero de hambre.
Elvira: No exagere. No será tanto. (Al mucamo.) Espárragos también; y para mí lo mismo.
Juan: Fruta y café... y ya está ¡Ah! y te conseguís champagne. Bien frappé, ¿eh?
Elvira: ¿Champagne? ¿A qué se debe?...
Juan: Un gusto... Festejo mi salud...
Elvira: Una genial idea. (Al mozo.) Pero todo rápido, rápido, que tengo que irme en seguida.
Mucamo: Bien, bien, me apuro. (Sale.)
Juan: ¿Cómo? ¿Hoy no leemos?
Elvira: No. Tengo que hacer unas compras. Hijo, con su enfermedad se me han dado vuelta las costumbres. Hay que normalizarlas. Ya se acabaron los almuerzos.
Juan: ¿Y el del Tigre?
Elvira: Ese será sólo una escapada. Estoy llamando la atención de todos. He agotado hasta mi inventiva. (Mientras habla, pone un florero sobre el mantel y reparte los demás por el cuarto.) Esto queda magnífico.
Juan: Usted y las flores convierten mi cuarto en un verdadero paraíso.
Elvira: Lo noto esta mañana desusadamente galante. ¿Qué le pasa?
Juan: A mí nada. Pero...
Elvira: Pero ¿qué?...
Juan: ¿Qué día vamos al Tigre? (Mientras hablan, Elvira se limpia las manos con una toalla y se sientan a la mesa frente a frente.)
Elvira: La semana que viene.
Juan: ¿Tanto?
Elvira: Y ... no le he dicho que no puedo, Y eso que tengo un verdadero deseo de manejar...
Mucamo (entrando con las fuentes): Ya está aquí la comida. (Sirve la mesa entrando y saliendo varias veces, según las indicaciones. Sale.)
Elvira (siguiendo la conversación, mientras sirve ella misma): Ya ve. Otro secreto. Esa habilidad con la que podría darme tanta importancia, si no me la hubiera enseñado usted. Tendré que hacer la comedia de que me enseñe, Juan...
Juan: ¿Ve? Para todo hay que hacer comedias en el mundo.
Elvira: Y aunque no queramos. Es la ley. Toda nuestra vida es sólo un tejido de pequeñas comedias... Dulces, amargas, risueñas, ridículas... Es claro, más ridículas que otras. Dígame si no es ridículo este secreto de nuestra amistad... El haber ocultado como un crimen el que yo lo cuidara... El que hubiera venido a verlo al saber lo enfermo que estaba... Era una cosa pura, era una cosa buena.
Juan: No. Era malo.
Mucamo (entrando): Aquí está el pollo. Parece de oro… (Lo deja y sale. Empiezan a comer, violentos.)
Elvira (mirando a Juan Carlos, que no come casi): ¿Y esa era el hambre?
Juan: Es que no puedo comer. Le dije que era malo...
Elvira: ¿Por qué malo?...
Juan: Ríase. Ríase todo lo que quiera.
Elvira: Pero ¿de qué quiere que me ría?
Juan: De mí. Me pasa una cosa muy rara, vieja. Creo que me he enamorado de usted. (Ella se queda mirándolo con un aire de extrañeza un poco exagerado.)
Elvira: Muy bien. ¿Y qué más?
Juan: Y que sufro de veras al pensar en que estos días de dicha se han terminado... Que la estoy mirando y que el alma se me sube a la boca, que tengo que decírselo… Que no duermo, que no vivo, pensando en usted. Que esta es otra enfermedad.
Elvira (con una risa violenta y fingida): Esos son romanticismos de la fiebre y del encierro. Se le disiparán con el aire.
Juan: No se ría. No es cosa de risa. Hemos jugado con algo demasiado grave. ¿Por qué vino?
Elvira: Está usted haciendo un soberbio papelón indigno de usted. Con sentimentalismos a mí... Es gracioso.
Juan: No son sentimentalismos. Es la vida. Yo no soy una salamandra, soy un hombre... y usted es una mujer...
Elvira: Sí, ¿eh?... No lo sabía...
Juan: No se haga la graciosa. Escúcheme.
Elvira: No me gusta escuchar tonterías...
Juan: Elvira, por favor...
Elvira: Qué feo, qué feo... qué cursi...
Juan: Óyeme... Eres divina, eres única... ¿Por qué esconder tu alma?... (Ella queda mirándolo silenciosa.) Siento en la frente tus manos frescas que templaban mi fiebre. Veo tus ojos. Oigo tu risa. Te veo luego a mi lado como mi amigo... Eres la mujer completa, única, que puede serlo todo...
Mucamo (entrando): Fíjense ustedes en las manzanas… Huelen como las manzanas de mi pueblo. Y parecen pintadas. (Las pone en la mesa. Elvira, con la interrupción, se hace dueña de sí y vuelve a reír. Juan Carlos se fastidia.)
Juan: Bueno, déjalas ahí y hasta que yo llame no vengas con el café.
Mucamo: Está bien. Está bien. (Sale entre extrañado y picaresco, cerrando la puerta. No hablan un momento. Elvira sirve y empieza a comer. Juan Carlos se levanta y viene a sentarse junto a ella.)
Juan: Hablemos. Y no se ría, que es fingido. Escúcheme. Usted no es una chica tonta. Usted sabía que esto tenía que llegar.
Elvira: Lo sabía. ¿Y qué?
Juan: Y que usted ha jugado conmigo, o...
Elvira: Con quien he jugado ha sido consigo misma… Pero esto, esto es estúpido, ridículo. . .
Juan: No. Es bueno. Es lo único bueno de todo.
Elvira: Hasta que lo evoquemos es una infamia. Y yo no he sabido evitarlo. Y ahora se ha roto nuestra franca amistad que me hacía tan feliz... (Se le llenan los ojos de lágrimas.)
Juan: No quiero ver en tus ojos lágrimas. No, Elvira, no. Nuestra amistad era sólo una comedia, como todo...
Elvira: No. Nunca podrá saber usted lo que era su amistad. Para mí tan sola... tan extraña a todo lo que me rodea... Y no he sabido defenderla...
Juan: ¿Y nuestro amor? ¿No es nada para ti?
Elvira (hostil): Nada.
Juan: Tienes razón. Eres una coqueta como las demás. Peor que las otras. Coqueteas más refinadamente… Coqueteas fríamente, cerebralmente... Pero gustas como todas de pasearte por el borde del abismo. Eres una titiritera sentimental. Nada más.
Elvira (en la misma actitud dolorida): Tal vez tenga razón. Soy peor que las otras. Soy también más desgraciada que las otras.
Juan: Perdóname, Elvira. No te pongas así. No sé lo que digo. No sé lo que tengo...
Elvira: ¿Por qué me tutea?
Juan: No seas vulgar. No juegues al viejo juego. Escúchame. Piensa que antes de todo soy tu amigo.
Elvira: Ya no.
Juan: Sí. Ante todo amigo... Y te quiero. He llegado a quererte brutalmente.
Elvira: Y yo tengo la culpa.
Juan: Inconscientemente, pero la tienes.
Elvira: Inconscientemente, no... Óigame usted ahora… Usted ha hecho mucho bien a mi alma. No sabe cuánto… Nunca, por más que piense, sabrá lo que era mi soledad. La desesperación de mi soledad... La angustia de cerrar mi alma a todo... de atar mis palabras, mis gestos, mi voz... Y usted me dio la paz, la serenidad, el equilibrio que había buscado tanto tiempo en vano… Nuestros paseos, nuestras conversaciones, eran tanto para mí, obligada a callar siempre, a hablar nimiedades, a olvidarme de que podía pensar... En esos momentos, yo era otra mujer... Me llenaba de oxígeno el pecho el alma... Respiraba... Y después, muchas veces, cerrando los ojos te evocaba y encontraba en mí fuerzas para soportarlo todo. Era tan puro mi afecto... O yo me hacía la ilusión de que lo era... (Él le toma una mano; ella la deja abandonada, inerte.) Por eso en este momento me haces tanto daño. A veces yo veía con terror en que esto iba a llegar. En que era una cosa irremediable que llegase... Muchas veces pienso que tantas mujeres habrán caído por eso... Solamente por poder sentirse un minuto seres libres y conscientes... Yo, como tantas, pagaré el precio de mis cortos momentos de alegría... Y es mejor.., mejor que así sea... Tal vez...
Juan: ¿Ves? Tú también lo quieres... me quieres...
Elvira: No. Yo no quiero a nadie. Pero estoy tan sola, tan sola...
Juan: Yo te adoro, Elvira. Te lo juro.
Elvira: De una cosa noble y buena haremos una cosa infame… Yo no quiero perderte... Y es humano. No puede irse contra la vida...
Juan: Por qué infame. ¿Por qué?
Elvira: Tú lo sabes... Gracia, él…
Juan: No pensemos en eso. No... Vivamos este minuto… ¿Ves? Me tuteas... Qué dulce es el tú en tu boca... Hay palabras que sólo con él pueden decirse... Como “te amo”. Dímelo... Pero no me mires así... No pienses. Piensa sólo en nosotros... Más tarde, más tarde... sufriremos. Pero ahora... Ahora yo no puedo hacer más que quererte. He visto un rincón de tu alma. Quiero que me la des toda. Que te me des toda. Déjame besarte… Elvira mía. Amor mío... Mi Elvira... (Va a besarla. Ella, inerte, como entontecida, mira al vacío. Pero la puerta se abre violentamente y entran López Torres, Baudrix, el comisario y otro señor. El mozo, asustado, se queda en la puerta.)
Escena VI
Elvira, Juan Carlos, Baudrix, López Torres, un señor que no habla, Comisario y Mucamo.
(Elvira y Juan Carlos, se levantan sorprendidos. Ella queda de pie, junto a la mesa, temblorosa. Él, dominándose con un enorme esfuerzo, se adelanta.)
Juan: ¿Qué significa esto? ¿Con qué derecho?
Comisario: En nombre de la ley.
Juan: Comprendo. (A López Torres.) Estoy a su disposición, señor, en todos los terrenos.
López: Gracias, joven. No se trata de eso por el momento. Odio los escándalos.
Juan: Pues mayor que éste...
López: Este quedará entre nosotros. No pasará nada. El señor... (Por el comisario.) levantará un acta que firmarán como testigos los señores. Esto es perfectamente legal. Ese acta servirá para un divorcio discreto. Y desde este momento la señora queda en libertad para ponerme en ridículo con usted... o con quien le parezca mejor.
Juan: Es una manera ultramoderna de arreglar las cosas.
Baudrix: Pero perfectamente legal.
Elvira (adelantándose, a López Torres): No sabía que leyeras a Maupassant. Y que te impresionaras hasta plagiarlo. Pero podías haber tenido un gesto más original. Espiarme, seguirme, traer policía. Es digno de ti, pobre imbécil.
López: Digno de usted, señora.
Elvira: ¿Qué sabes tú de lo que es digno de mí? ¿Me conoces, acaso?
López: Desgraciadamente, demasiado.
Elvira: Si me conocieras, no me obsequiarías con esta escena de pochade. Me habrías dicho, simplemente, que querías librarte de mí... o librarme de ti... (El comisario ha puesto sus bártulos sobre la mesa y se dispone a escribir.) Habríamos hecho entre los dos ese acta tranquilamente.
Juan: Pero eso no es posible. Le juro por mi honor, señor, que entre Elvira y yo existe sólo una simple amistad.
López: Eso me tiene a mí sin cuidado.
Juan: Es que usted no puede levantar un acta falsa.
Elvira: Déjalo. Que escriban lo que quieran. Yo lo firmaré. Firmaré todo... ¿Que lo engaño? Bueno, que lo escriban. No me importa gritarlo a los cuatro vientos si eso me libra de él.
López: Señora...
Elvira: Sí. ¡Porque lo odio... lo odio! Engañarlo... Como usted me engaña a mí, no... Todavía no... Pero escriba, sí... Escriba que lo engaño, que toda yo soy una mentira para él. Que toda yo soy odio y mentira. Que mis palabras, mis gestos, mi vida... Todo, todo es una mentira… Oh, lo engaño, sí... ¡Lo engaño con el alma, con el pensamiento, con el deseo, que es como engañamos las pobres, las desgraciadas mujeres honradas que no tenemos en la vida ni siquiera el valor de nuestros pecados!...
Juan: Serénese, Elvira, cálmese...
Elvira: Oh, amigo mío... Si estoy muy serena... Si casi me siento feliz... Si la tortura de todos los días tenía que terminar de cualquier modo... No lo veré más... Podré ser “yo”... ¿Qué me importa lo otro?
Juan: Pero usted debe defenderse.
Elvira: ¿Yo? Jamás.
López: La señora es doblemente infame. Ha elegido para... sus inocentes entretenimientos al novio de su mejor amiga...
Elvira (recordando con angustia): Gracia...
Juan: Qué horror...
Elvira: Gracia no debe saberlo. (A López Torres.) Y usted no lo dirá.
López: Lo sabrá todo el mundo. Un divorcio es cosa pública.
Elvira: Oh, es que yo no lo permitiré. Es que ante ella me defenderé... se lo diré todo... Y ella me creerá a mí. A mí sola... (Pausa larga. Elvira jadea. El hombre escribe.)
López: Hablando pueden conciliarse las cosas. Usted firma el acta en la que no se nombra al señor para nada... O se le da un nombre cualquiera. Yo me comprometo a que Gracia no sepa nada jamás. Podrá efectuarse el matrimonio. En cambio, usted renuncia a defenderse. No vuelve a mi casa. Yo le enviaré... aquí todas sus cosas... y su dinero.
Elvira: Acepto. ¿Dónde firmo?
Comisario: Aquí. (Elvira toma la pluma.)
Juan: Lea eso primero.
Elvira: ¿Para qué? Es lo mismo. (Firma. Firman también los testigos y el comisario, que guarda los papeles.)
Juan (a López Torres, mientras firman): Señor: creía a usted solamente un ser ridículo. Me he equivocado. Es usted un perfecto canalla, un cobarde, un sinvergüenza. (Va a darle una bofetada, pero antes de que los otros se acerquen, Elvira se lo impide sujetándolo de los brazos.)
Elvira: Déjalo, Juan Carlos. No lo toques tú. Que se vaya.
Juan: Donde lo encuentre le daré de patadas. Ahora por usted.
Elvira: Después sí. Haz lo que quieras. Ahora piensa en Gracia...
Juan: Tienes razón.
Comisario: Buenas tardes. Disculpen.
López: Que sean ustedes muy felices. Adiós.
Baudrix: Buenas tardes. Mis excusas, señora... (Salen todos, menos el mucamo.)
Escena VII
Elvira, Juan Carlos y Mucamo
Mucamo: Señor... Yo no tuve tiempo de avisarles. Subía para eso, pero se adelantaron. ¿Puedo servirles en algo? (Elvira ha ido a tirarse al sillón de los pies de la cama, donde queda como anonadada. Juan Carlos se pasea por la habitación.)
Juan: Sí. Llévate eso y trae el café. Y cállate.
Mucamo: Bien. Bien. Cuenten conmigo para lo que quieran.
Elvira (tristemente): Gracias, amigo.
Mucamo: De nada, de nada. (A Juan Carlos.) Y... ¿traigo el champagne también?
Juan: Sí, tráelo. Trae todo lo que quieras. (Sale, cerrando la puerta. Hasta que vuelve, ellos continúan en la misma actitud. Ella, en el sillón. Él, paseándose.)
Mucamo (entrando): Aquí está todo. (Deja café y champagne sobre la mesa y sale, cerrando la puerta. Se arriman los dos a la mesa en silencio. Ella va a servir, pero le tiemblan las manos.)
Elvira: No puedo. Sirva usted. Es ridículo, pero estoy temblando. (Sirve él y toman el café en silencio.) Perdóneme, Juan Carlos, esta escena estúpida.
Juan: Hemos caído en una hábil trampa. Ya pasó... ¿Qué vamos a hacer ahora?...
Elvira: Yo qué sé.
Juan: Óyeme tranquila. Vas a divorciarte. No sabes la dura prueba que te espera. Necesitarás de todo tu valor.
Elvira: Es lo de menos...
Juan: ¿Y después?...
Elvira: Después... Dios dirá.
Juan (tomándole las manos y aproximándose a ella): ¿Quieres quedarte aquí?
Elvira: ¿Y Gracia?
Juan: Tienes razón. Yo te llevaré al campo con mi madre. Es muy buena, muy viejita. Tiene sus ideas, pero tú te la conquistarás. Y cuando termine tu divorcio, me casaré contigo...
Elvira: ¿Qué?...
Juan: Si tú quieres. Hace un momento te juré que te quería. Vi tus ojos. Hubiera hecho de ti mi querida. El destino hace que puedas ser mi novia.
Elvira: ¿Y Gracia?
Juan: Con tiempo.
Elvira: Sufrirá.
Juan: No. O muy poco. Es una chica. Además... También sufrirás tú. A ella, otro la hará más feliz...
Elvira: Pero tú la quieres...
Juan: En este momento te quiero a ti sola. Además, es irremediable. No la humillemos nombrándola, pobre amorcito... (Pausa larga. Los dos piensan.)
Elvira: Tenemos que tranquilizarnos antes de decidir nada. Yo me iré ahora a casa de Gloria.
Juan: Gloria, tienes razón...
Elvira: Hace tiempo que no la veo. Tengo tan dejado todo.
Juan: Yo puedo ir primero a...
Elvira: No. No hace falta. Iré a su casa y le diré: aquí estoy. Y ella me abrirá los brazos sin preguntarme más. Gloria no es como las demás personas. Es ella.
Juan: Como tú. (Le besa la mano.) Mi novia... Ahora eres mi novia aunque no lo quieras... (Le saca el anillo de casamiento, lo mira... Luego se saca el de él y pone los dos sobre la mesa.) ¿Te acuerdas cuando te probaste el anillo de Gracia?...
Elvira: Oh, sí... ¡Quién nos hubiera dicho!...
Juan: Bueno... no te entristezcas... Olvida... Luego iremos los dos a casa de Gloria. Pero primero vamos a tomar champagne. (Se levanta, descorcha la botella y sirve. Mientras habla...) Eres una novia que me ha regalado la primavera. Toma. Brindemos a lo imprevisto, señor del mundo, y a nuestra dicha... Bebe... Y ahora bésame. ¿Ves? (La besa.) Novia de la primavera. Novia florida… (Vuelve a besarla…)
TELÓN
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