Habrá que decirlo una y mil veces: urge escuchar a las sensibilidades clínicas que trabajan cuidando.
Resulta imprescindible atender agudezas subalternas que sobrellevan saberes disminuidos, considerados inferiores, silenciados.
No está bien olvidar a esas acrobacias que acompañan. A esas disponibilidades que dan su presencia para inyectar ánimos.
Habrá que decirlo una y mil veces: protagonistas de las horas de penurias necesitan para seguir trabajando de un equipo clínico: el refugio de un común hablar que posibilite demoras y relevos para tanta desolación.
Habrá que advertirlo hasta que ya no haga falta: sin cercanías que conversan, que se tocan, que comparten consuelos y desconsuelos, clínicas se rigidizan como rutinas heladas, como prácticas desapasionadas.
No se debe olvidar que el maltrato institucional vuelve mala a la gente.
Habrá que insistir hasta que se sepa en todas partes: vivimos porque nos han cuidado. Y la continuidad de esa gracia supone dar cuidados, antes que el mero acto reflexivo de cuidarse.
Habrá que decir hasta el cansancio: no se trata de diagnosticar enfermedades y administrar medicamentos, sino de atender vidas que buscan que alguien las escuche más allá de los diagnósticos y medicamentos.
Habrá que recordarlo siempre: para alojar dolencias desamparadas se necesita lo que Fernando Ulloa llama miramiento. Una mirada que aloja sin demandar, sin exigir, sin expectativas de resultados. Una dedicación que arropa, pero que no controla, no vigila, no corrige. Una disponibilidad que da la espera.
Habrá que declararlo cada vez que se pueda: una clínica del cuidado se ofrece como tregua. Como cese de todas las formas de hostilidad.
Urge reconocer a quienes se dan estando ahí. Porque ese dar que se da no se enseña, ni se obliga. Ese dar que se da se libera como íntimo impulso de acogida. Ese dar que se da no responde a una orden, ni se calcula, ni se simula. No se oficia como automatismo.
El secreto de la hospitalidad reside en saber darla no sabiendo cómo.
Habrá que decirlo una y otra vez eso que llamamos “el sistema de salud” se sostiene por las perseverancias de quienes tratan de hacer lo que pueden con lo que hay. Se sostiene porque esas implicaciones confían en que si hay una salida la encontrarán y que si no la hay, al menos, la habrán buscado.
Hace falta repetir y se repetirá que la hospitalidad tiene que abrirse paso, franquear muros, corazas, fronteras, violencias. Que la hospitalidad necesita astucias e inventivas alojadoras.
Vivimos tiempos que alertan que las pocas protecciones hospitalarias que quedan corren el riesgo de desaparecer.
Tiempos de clínicas extenuadas que no pueden contener tanto dolor. Ni tanta desigualdad. Ni tanta hostilidad. Ni tanto sin adónde ir. Ni tanto sin qué comer. Ni tanto sin con quién hablar.
¿Qué se hace con tanto? Al cabo, sin un común, tanto desamparo se lleva con indiferencia o se carga como mudez o estalla en los cuerpos.
Habrá que decirlo una y mil veces: sensibilidades que trabajan cobijando el dolor necesitan escucharse hablar de lo que les pasa cuando pueden algo y de lo que les pasa cuando sienten que no pueden nada.
Habrá que afirmarlo una y otra vez y se seguirá insistiendo: sin una institución hospitalaria con quienes trabajan, no habrá hospitalidad.
Sin un equipo en el que se pueda contar qué nos pasa con lo que se puede dar y con lo que no se puede, no habrá hospitalidad.
Sin una común conversación, no habrá hospitalidad.
Sin paga digna, no habrá hospitalidad.
Sin vecindades amorosas, no habrá hospitalidad.
Sin una protección económica universal, no habrá hospitalidad.
Mientras alguien diga “esto que a usted le pasa no me concierne” o “hay que hacer una derivación a otro lado”, no habrá hospitalidad.
Y, todavía se necesita decir que, aun así, lo hospitalario -por momentos- se hace posible.
Habrá que insistir a gritos para que esas últimas soledades de la acogida no desaparezcan.
Muy buenas como lo plantea, estoy como cuidadora y estoy muy convencida que cuidar al otrxs es necesario.