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Orillas de lo irreductible / Costanza Banús

  • Foto del escritor: Revista Adynata
    Revista Adynata
  • hace 4 días
  • 6 Min. de lectura

"Quizás un día se declare el derecho a la irreductibilidad. Una convicción en común que afirme que la vida no puede reducirse a un compendio de explicaciones. Que ninguna existencia puede quedar ceñida a diagnósticos, clasificaciones, desciframientos, ejecutados por un poder. Una convicción, tejida entre proximidades, que acentúe que las potencias de lo vivo residen en la indeterminación y en la inconmensurabilidad. Una convicción, hilada entre cercanías, que impida que se condenen sensibilidades a tener que cargar con identidades que estrechan el porvenir.”

Marcelo Percia


“Los enfermos mentales son como picaflores. Nunca se posan. Están a dos metros del suelo".

Arthur Bispo do Rosário1



Los colibríes −también conocidos como picaflores, chuparrosas, tucusitos, pájaros mosca, ermitaños o quindes− nunca se posan, llegan con cicatrices, heridas aún frescas, dolores ardiendo.


Aprendieron un diccionario que los describe: adicto, recaí, consumí, consumo, endiablada, pasta base, pastillas, alcohol, porro, crack, nevados, transas, detenidos, presa, unidad penitenciaria, patronato de liberados, servicio local, policía, buchón, cachivache, buche, loca, tóxica, chismosa, malamadre, tengoquehacerterapia.


Han ido de manera veloz, curiosa, imponente, de veneno en veneno.


Los venenos no empiezan con el llamado “consumo problemático”, vienen con familias, de familias signadas por abusos violaciones, golpes, carencias y laberintos, donde se han chocado contra los vidrios de las relaciones y las instituciones, chocan contra las ventanas de las escuelas, de los hospitales, de las casas, de la justicia, de las familias, de los trabajos. Cargan abandonos, golpes, violencias, abusos, pobrezas, excesos, aturdimientos, vociferaciones desesperantes, ternuras agrietadas por supervivencias -a, ante, contra, de, desde, para, por, según, sin, sobre, tras- las vidas que no requieren inclusión, que ya están incluidas en la sociedad (la de consumo también).

¿Cómo tratamos esas vidas?


Colibríes no saben cómo llegaron “hasta acá”. Y el sabor amargo de las sustancias arde en las lenguas de lo que no sabe a felicidad. La dulzura del olvido que les presta el aturdimiento se monta como un escenario donde se prenden fuego los teatros. Y ya no se sabe quién escribe esa obra que se incendia.


Los espacios de escucha se entrecruzan y pasan por teléfonos, recepciones administrativas, pedidos de internaciones urgentes, familiares desesperados, el juez lo manda, la policía pide informe, la jueza le dijo. ¿La libertad siempre es condicional? Reuniones de equipo que reformulan marcos de atención para “alojar la demanda” entre espacios, muchas veces, “sin disponibilidad”.


Las puertas se abren a un amplio espectro diagnóstico, vidas no caben en un diagnóstico, las puertas de los centros de atención y las buenas intenciones no alcanzan cuando los turnos no alcanzan, cuando no alcanza para la medicación, cuando no alcanzan los horarios de psiquiatría, ni las articulaciones, la familia no sabe cómo, o ya no quiere nunca, o llegamos tarde a vidas tomadas por “las voces” que las insultan y las maltratan, como las insulta y las maltrata la mirada de una sociedad que las pretende blancas, puras, castas, de espuma de nácar, como los versos de Alfonsina Storni.


Dejar de consumir drogas sin dejar de consumir dolor.


El Estado llega tarde: cuenta una colibrí que le sacaron los hijos, que se apuñaló con un vidrio toda la panza y casi se desangra, que son tres pero son seis, porque algunos se los dio a la familia del hombre con el que se prostituía, en esa casa, dice, la del chabón. La familia cría los hijos que él tiene con otras, pero ellos saben, y los crían bien. Dice que ella ahora quiere dejar de drogarse y recuperar a los hijos, que los tiene una familiar, que quiere ser buena y estar bien para sus hijos dice. Llora, dice que no llora nunca, que ahora llora y no sabe qué le pasa. Después de 15 años sin parar de fumar paco y tomar alcohol, hace un mes que no se droga, dice, que a la madre le gusta que ya no esté endiablada. Nunca volvió.


Un colibrí llega con cortes en el antebrazo. Su hijita de meses murió mientras él estaba detenido. Quería que a sus hijos no les falte nada, terminó preso. Su mujer y su suegra dieron los chicos al Servicio Local. Dice que para recuperarlos no se droga más y quiere “hacer las cosas bien”. Se cortó, se cortó tan profundo como pudo los antebrazos. La primera vez detenido, la última afuera, en el cementerio, junto a la tumba de su pequeña. Los otros chicos (sus otros hijos) están en un hogar, y el Estado les exige una casa, un lugar en condiciones, pero no hay condiciones para alquilar ni casas para habitar. Los lazos familiares y laborales se fueron oxidando y carcomiendo día tras día, estallido tras estallido. Un tratamiento para que pueda, pide.


Muchos de ellos, ellas y elles no tienen dientes, ni lugar, ni dinero para solucionar ese otro problema, uno más, pero sí traen risas y llantos.


Los colibríes se pierden a veces entre las espinas que crecen hacia adentro. Espinas que algunos llaman depresión y son maltratos, violencias, agobios, andares, donde la culpa va espinando “acá adentro” dicen, como aguijones desesperados.


Una existencia llega y cuenta que después de 8 años presa “la mandaron a terapia”. Su (ex)pareja mató a golpes a su hijito menor, ella salió a buscar ayuda, la procesaron por culpable y por partícipe necesaria, culpable del golpeador que nadie culpó antes. Después de años detenida y otros tantos de libertad, algunos meses de “terapia” y otra hijita que termina el primario, viajó kilómetros para verle la cara a esos otros hijos que el Estado dio en adopción. Atrás de un discurso que demoniza las redes sociales, ella los buscó, los encontró ahí y, luego de algún tiempo de hablar “por chat”, los fue a ver. Yo no supe qué decir, ella sí.


Algunos picaflores dicen: que en la operación le robaron todos los órganos, que cuando era chico sus hermanitas se murieron en un incendio y a él lo salvaron, que tiene 40 años y no sabe leer ni escribir, otro que estudia 8 ó 9 carreras, uno que sólo toma dos cervecitas a la mañana y dos al mediodía y dos a la noche, otro que dejó de tomar cuando pasó toda una noche viendo hombres con motos dentro de su casa, uno que dicen que abusó de una chica en el colectivo, pero no sabe qué le pasó porque estaba re loco por la droga, una que cuando fue a vivir con el padre y tomaban juntos cocaína se acostó con él pero no sabe si eso pasó o no, otros, otres, otras dicen que la madre lo trajo, que la madre la trae, que la madre le cuida los chicos, que la madre los está criando, que la madre no se le despega ni a sol ni a sombra, que como no puede salir sin drogarse se puso en un sitio de servicios de contenidos que van de lo erótico a lo pornográfico a cambio de dinero, otra que vive en la calle, otro que se escapó de la internación, que le robó a la familia, una que la hija la insulta, que la sacó de la casa, que no quiere que vuelva, que no puede más, que la madre que los parió no da más.


"Pensando en las orillas" por Joaquín Allaria Mena / @anarchivofotografico
"Pensando en las orillas" por Joaquín Allaria Mena / @anarchivofotografico

Picaflor pica sesos pica piedra. ¿La vida pica y envenena o venenos recorren vidas que no se resisten?


Colibríes se acercan llorando a mares los naufragios, o secos de todo lo no llorado por los siglos de los siglos, lógicas de aquello que no logra anclar ni andar a la deriva.


Arthur Bispo do Rosário decía: "cuando dejo de trabajar me vuelvo transparente, pero normalmente estoy lleno de colores".


Vidas no caben en una fórmula, ni en una institución. Nosotres también somos “El Estado”. En el Centro Comunitario pusimos algunos recipientes llamados talleres, terapias, espacios de escuchas que, entre polen, pétalos e insectos, se brinden como un antídoto posible y provisorio ante lo inconmensurable, como una posibilidad entre un estar transparentes y llenos de colores.




1 Brasileño, descendiente de esclavos africanos; natural de Japaratuba-Sergipe, fue carabinero de la Marina y pugilista, en 1938 después de peregrinar por varias iglesias del entonces Distrito Federal, terminó subiendo al Monasterio de Sao Bento, donde anunció que era un enviado de Dios, encargado de juzgar a los vivos y a los muertos. Dos días después detenido y fichado por la policía como negro, indocumentado e indigente, fue conducido al Hospicio Pedro II de Praia Vermelha, primera institución oficial de ese tipo en el país, destinada a albergar sujetos clasificados como anormales o indeseables. Un mes después de su internación, fue transferido con el diagnóstico de Esquizofrenia Paranoide, a la Colonia Juliano Moreira, en el suburbio de Jacarepaguá, donde permaneció por más de 50 años.


Nota: Re escritura de Derecho a la irreductibilidad, texto presentado y leído en el retiro Pensando en las orillas de marzo 2025.


Matthieu Venot Casa de Playa Amarilla, 2018 Impresión pigmentada de archivo 37 x 30 cm
Matthieu Venot Casa de Playa Amarilla, 2018 Impresión pigmentada de archivo 37 x 30 cm

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Entre las figuras poéticas y retóricas, Adynata (plural de Adynaton, que suena a palabra femenina en castellano) compone lo imposible. Procura insurgencias, exageraciones paradojales, lenguas inventadas, disparates colmados, mundos enrevesados, infancias en las que “nada el pájaro y vuela el pez”.

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