En primer lugar, no hay que creer que el porvenir sea depositario de un bien capaz de colmarnos. El porvenir está hecho de la misma substancia que el presente. Es bien sabido que todo lo que se posee en cuanto a bienes, riquezas, poder, prestigio, conocimiento, amor de aquellos a quienes se ama, y otras cosas semejantes no basta para satisfacer a nadie. Pero se piensa que la satisfacción llegará por el incremento en la posesión de todas esas cosas; ahora bien, pensar así es mentirse a sí mismo. Si se reflexiona seriamente sobre ello por unos momentos, se comprende que es falso. De la misma forma, si se sufre a consecuencia de la enfermedad, la miseria o la desdicha, se cree que el día en que ese sufrimiento cese se estará satisfecho. También esto es falso; en cuanto se está habituado a la ausencia de sufrimiento, se quiere otra cosa. En segundo lugar, no debería confundirse la necesidad con el bien. Hay cantidad de cosas que habitualmente se consideran necesarias para vivir. A menudo esa idea es falsa, pues se sobrevive a su pérdida. Pero incluso si fuera cierto, si su pérdida pudiese ocasionar la muerte, o al menos, un daño a la energía vital, no por ello serían bienes. Pues nadie siente satisfacción durante mucho tiempo del hecho puro y simple de vivir. Se pretende siempre algo más. Basta no mentirse para saber que no hay nada en este mundo por lo que se pueda vivir. Basta imaginarse que todos los deseos encuentran su satisfacción. Al cabo de algún tiempo, se volvería a la insatisfacción. Se querría otra cosa y se sentiría la desdicha de no saber qué se quiere.
De cada cual depende mantener la atención fija en esta cuestión.
Fuente: Weil, Simone (1943). Pensamientos desordenados. Editorial Trotta. Madrid, 1995.
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