¡Ay pero! ¡Cómo borbotean esas palabras en esas bocas! Tanto era el horror y el calor, y tanto significaban… que se terminaron volviendo… inaudibles. El ambiente se llenó de haches, de vientos, de voces áfonas. Ya sin esa bruma se dejaba ver la coreografía de los gestos. ¡Lo que eran esos rostros…y esos cuerpos!
Al unísono, bien afinados, los gestos y el borboteo. Fibras musculares mecían gritos muy finos y crispaciones muy rubias. La moral, tan prolija como de costumbre, acomodaba hasta las fibras más recónditas. Unas bien indignadas mecían las más íntegras pasiones progres por los derechos de niños, niñas y adolescentes. (¿Algún espíritu animador de convicciones modo dama de beneficencia había reencarnado en esas muecas tan vívidas?)
El teatro de las palabras sostenía el teatro de los gestos, que sostenía el teatro de los afectos. Los afectos…
Las fibras que sostenían coreografías enlatadas cuidaban las inmovilidades incuestionables de siempre. Se estremecían en acatamientos tan entrañables; y tan foráneos.
Espasmos de clase acababan con la marronada en cada contracción. Como orgasmo de burócrata al poner el sello en la hoja y despegarlo con la tinta aún mojada.
Cuerpos (con)sumidos en pasiones institucionales desplegaban bailes normalizados. Fantasmas indistinguibles de un fondo monocromo.
…y los deseos…sin aparecer.
Ausentarse en excitaciones mayoritarias, la petite mort del día a día del Excelentísimo/a/e Señor/a/e Empleado/a/e Estatal.

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