Como quien dice abuso y desaparece. Como quien dice mar y siente el revuelco de la ola, y ese ahogo de la infancia que no para de volver. Sentir que las palabras son papeles arrojados al suelo. Pisados. Ensuciados. Nada. Abusa la sordera de las palabras, Duelen, más que los hechos. No querer cortarse. Llegar a prometer no cortarse. Contarse las cortaduras con una amiga, también de 13 años, y hacerse nuevas para estar empatadas, esconderlas debajo del buzo; acompañarse. Hospitales que cierran sus oídos no admiten, no reconocen, no registran. No cantan, no pintan, no cuentan. Como máquinas de inventar palabras, palabras-casa, palabras-abrigo, palabras-vaivén, palabras-tiempo, palabras-arrullo de nuevas palabras, los hospitales, han muerto. Las madrugadas traen historias a las guardias cuando todavía no son historias. Contar los abusos, del 1 al 7. Uno a uno. Crueldad a crueldad, denuncia a denuncia, impunidad a impunidad. Un gusto por el dibujo dibuja números, los imagina distorsionados los dibuja en lápiz, los superpone, los aumenta, los une, los borra, los reescribe. Los llama números creativos. Necesitar hablar con oídos que escuchen. Oídos que quieran volver a nombrar el mundo. Que quieran lenguas que no se sequen. Estar en conversa con bandas de k-pop, novelar ahí. Consultorios de “salud mental” llenos de silencios, vencidos de descreimiento, inundados de “evaluar y derivar”, a veces, también, se llenan de tiempo. Soportan la vergüenza de “desbarrancar”, de transformarse en una charla trasnochada, entre bandas coreanas, rusas y risas de imitarlas. Escuchan que algunas palabras nuevas, llegan de una banda del k-pop. Llegan de lo que no se entiende. Sostienen una deslealtad con la lengua de la institución, la anomalía de escuchar en lo de siempre, en un resquicio, en un desquicio, algo nuevo. Triangular la conversación, hacer pasar al consultorio un BTS imaginario y otras esporádicas irrigaciones que entibian consultorios, envuelven con una magia inesperada, urgente. Y pasa algo. Cada tanto alguien se va con algo nuevo, una palabra, un gesto, no se sabe. Y la confianza de que, lo que se tuvo una vez, impalpablemente, incorpóreamente, se sigue teniendo. La memoria de la carne sabe de persistencias como sabe de instantes.
Revista Adynata
Post Guardia XXIII / Débora Chevnik
Actualizado: 23 mar 2021
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