Hay veces que odio la pedagogía,
¿cómo erradicar de ella
la domesticación y la opresión
si fue inventada para tal fin?
Hay veces que el juego de las aulas,
-reales, virtuales-
nos entrampa en el monólogo dialógico evangelizador
que no contempla
que en tantas ocasiones
los pensamientos viajan
como ráfagas,
guiados por la contundencia
de lo que se vive
cuando se lo vive.
Quizás el odio crezca
como escudo
para evitar la devastación que asoma
desde el dolor.
Otras veces, quizás funcione
para ilusionar cierta fuerza posible
que derribe, alguna vez, al monstruo,
-aunque sabemos que no lo derribaremos
con las mismas herramientas
que ha germinado para perpetuarse...
Cuando se produce el registro
de cómo este dolor
se compone con otros y otros
y otros.
Cuando se advierte la serie interminable
de sangre derramada,
de muertes evitables,
de masacres y genocidios
que dejan orfandades entristecidas,
difícil que odios no colonicen vidas.
Pero hay veces
algunas veces
aunque sea una vez,
que logra mutar
a furia trava
a digna rabia
y encarnarse en perpetuar
alocadamente
la transmisión expansiva
de aquellas experiencias que ensayaron
y vivieron
de a ratos,
por algunos meses,
por algunos días, algunos años
otras maneras de vivir.
Y entonces recordamos
que entre sangre y muertes
inventaron revueltas,
comunas, caracoles,
barricadas, emancipaciones, autonomías,
periódicos, murales, graffitis, stencils, hackeos,
rondas y hasta escuelas…
Y así, aún con “gusto a poco”
recuperamos la locura de esos gestos
que aquellas luchas concebidas
nos legaron
como pistas de mundos por inventar.
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