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Repetición, degradación y plagio: la tendencia parasitaria en Borges / Ezequiel Buyatti

  • Foto del escritor: Revista Adynata
    Revista Adynata
  • 24 ago 2022
  • 15 Min. de lectura

Es raro que los libros estén firmados. No existe el concepto del plagio: se ha establecido que todas las obras son obra de un solo autor, que es intemporal y es anónimo

Jorge Luis Borges, ā€œTlƶn, Uqbar, Orbis Tertiusā€

La certidumbre de que todo estĆ” escrito nos anula o nos afantasma

Jorge Luis Borges, ā€œLa biblioteca de Babelā€


El periodista y escritor Ramón Doll, en los años 30, sostiene que Borges abusa de los textos ajenos; ademÔs de degradar esa ajenidad. No solo reproduce textos de otros, sino que lo hace inmoderadamente, como si nunca hubiesen sido publicados; pertenece a ese género de literatura parasitaria que consiste en repetir mal lo que otros han dicho bien. Asume una actitud de supuesta tolerancia para legitimar algo que incurre en el plagio. Repetición, degradación y plagio: literatura parasitaria. Borges no rechaza esta descalificación, por el contrario, revierte su sentido peyorativo y la convierte en su programa artístico.

Desplazamiento y anacronismo: artificios que modifican enunciados

La obra de Borges abunda en personajes subalternos que siguen como sombras el rastro de una obra o de un personaje mĆ”s luminoso. Traductores, anotadores de textos sagrados, intĆ©rpretes, bibliotecarios, cuchilleros: Borges define una verdadera Ć©tica de la subordinación. Estar inmerso en esta idea deliberada de dependencia literaria, ser una nota al pie de ese texto que es la vida de otro: ā€œĀæNo es esa vocación parasitaria, a la vez irritante y admirable, mezquina y radical, la que prevalece casi siempre en las mejores ficciones de Borges?ā€ (Pauls, 2006, p. 104). Esa tendencia parasitaria se representa claramente en el tercer cuento de Ficciones, ā€œPierre Menard, autor del Quijoteā€. Menard, personaje que funciona como el colmo del neoparĆ”sito subversivo, lleva la vocación subordinada a la cima.

Menard enriquece, por desplazamiento y anacronismo, los capítulos del Quijote de Cervantes. Los hace menos previsibles, mÔs originales y sorprendentes. Borges celebró la invención de una técnica que enriquece el arte de la lectura: la técnica del anacronismo deliberado y de las atribuciones erróneas. La literatura, como sostiene Barthes (2014) en Lección inaugural, es el trabajo de desplazamiento que se ejerce sobre la lengua, una esquiva y magnífica trampa que permite escuchar a la lengua fuera del poder, en el esplendor de una revolución permanente del lenguaje.

Alberto Giordano (2008) advierte que mĆ”s que una tĆ©cnica, en ā€œMenardā€ funciona un artificio inteligente que rige el universo literario:

Lo advirtamos o no, lo afirmemos o no, todas las obras son leídas a destiempo, todas devienen inactuales, todas difieren, por las lecturas, del presente improbable de su creación. Por lo mismo, porque recomienzan cada vez en otros contextos que les añaden un suplemento de sentido imprevisible, todas las obras se vuelven impropias, todas se desautorizan gracias a las lecturas, y el error, antes que un accidente deliberado que enrarece su atribución a un origen simple, es la fuerza y el medio de su supervivencia, del juego infinito de las versiones. (p. 1)

Borges destruye, por un lado, la idea de identidad fija de un texto; por el otro, la idea de autor; finalmente la de escritura original. Con el mĆ©todo de ā€œMenardā€ no existen las escrituras originales y queda afectado el principio de propiedad sobre una obra. El sentido se construye en un espacio de frontera entre el tiempo de la escritura y el del relato, entre el tiempo de la escritura y el de la lectura. La paradoja de Menard muestra que todos los textos son la reescritura de otros textos: ā€œEl texto es un tejido de citas provenientes de los mil focos de la cultura […], el escritor se limita a imitar un gesto siempre anterior, nunca original; el Ćŗnico poder que tiene es el de mezclar las escriturasā€ (Barthes, 1987, p. 69). Al mismo tiempo, el Quijote de Menard exige, como toda la literatura, que su lectura estarĆ” subordinada al contexto cultural especĆ­fico en el cual estĆ© inmerso y captarĆ” entre todos sus sentidos, un sentido histórico: ā€œTambiĆ©n es vĆ­vido el contraste de los estilos. El estilo arcaizante de Menard —extranjero al fin— adolece de alguna afectación. No asĆ­ el del precursor, que maneja con desenfado el espaƱol corriente de su Ć©pocaā€ (Borges, 2014b, p. 51).

En esta noción de marco contextual que modifica los sentidos de una obra convergen tanto la crĆ­tica de Pauls (2006): ā€œBorges opera sobre el contexto, es decir, sobre el marco y sobre las condiciones en las que el texto se presenta al lectorā€ (p. 117) como la de Sarlo (1993). Ambos advierten cómo opera Borges sobre un contexto activo y creativo:

El proceso y las condiciones históricas de enunciación modifican todos los enunciados. El sentido es un efecto frÔgil (y no sustancial) relacionado con la enunciación: emerge en la actividad de escribir-leer y no estÔ enlazado a las palabras sino a los contextos de las palabras. (p. 73)

Una de las reglas del funcionamiento borgeano es deportar de su contexto un material ya existente para insertarlo en un contexto nuevo: la política del parasitismo, el elogio de la subordinación, el goce de la lectura y la glosa, la desestabilización de las jerarquías y las clasificaciones; la idea de fuerza de una literatura que solo tiene sentido si se mueve, si se desarraiga, si pone en peligro su propia integridad. Leer, glosar, reseñar y traducir son solo algunas formas evidentes del parasitismo. También narrar, pero narrar a la manera de Borges, cuyos relatos recién se ponen en marcha una vez que descubren los tesoros de algún yacimiento ajeno. La narración no implica una progenitura, sino una especie de adopción tardía que se hace cargo de una historia ajena preservando todo lo que en ella delata que es ajena: las huellas de sus autores, las marcas que las circunstancias imprimieron en ella.

La gran apoteosis del arte contextual borgeano es sin duda ā€œPierre Menardā€. Borges fabrica un autor menor, francĆ©s, que no respeta el orden jerĆ”rquico atribuido a los originales. Repetir el texto del Quijote es someterlo al golpe de una diferencia que es, a la vez, inasible y radical: la diferencia de los contextos. Transitamos, entonces, por un sendero que va de lo razonable a lo imposible:

Componer el Quijote a principios del siglo XVII era una empresa razonable, necesaria, acaso fatal; a principios del veinte, es casi imposible. No en vano han transcurrido trescientos aƱos, cargados de complejƭsimos hechos. Entre ellos, para mencionar uno solo: el mismo Quijote. (Borges, 2014b, p. 49)

Esta ficción borgeana pone de manifiesto que toda letra escrita presiona, que toda letra inscribe una tensión. Que el acto de escribir, como el acto de leer, acaso parezcan —acaso sean— actos tautológicos: ā€œHablar es incurrir en tautologĆ­asā€ escribe Borges. Sin embargo, entre el texto de Cervantes y el de Menard, media una distancia indeterminada que no reduce sino enriquece la escritura o la lectura de un texto previo que la nueva escritura —o la nueva lectura— amplĆ­an. Los textos de Borges, al recuperar escritos anteriores, al anunciar escritos posteriores no determinan: literalmente indeterminan el lugar fijo en el que a menudo se entierra a la literatura. Desplazamiento, anacronismo y desarraigo literario: indeterminaciones contra fijezas y autorĆ­as sagradas.

Trastocar la literalidad es un procedimiento retórico, igual que respetarla, y si ambas decisiones deben ser juzgadas, el criterio no es la relación con el original, sino la capacidad que cada una tiene de alterar, desestabilizar su identidad, desarraigar sus sentidos y recolocarlos en un bloque nuevo de espacio y de tiempo, volverlos permeables a circunstancias que nunca previeron pero que son, ahora, las que de algún modo estÔn leyéndolos, y mÔs tarde las que otros leerÔn como si formaran parte del texto original.

La disolución de la categoría de autor o la atribución de textos muy diferentes a una mÔscara literaria responden a una de las versiones borgeanas de la autoría en literatura. Muchos de sus cuentos presentan la idea de que la identidad del autor es irrelevante; la parÔfrasis, la cita oculta, las atribuciones verdaderas y falsas fortalecen esta perspectiva sobre la propiedad y la originalidad de lo escrito que solo responde a la situación de enunciación y de lectura.

Las ajenas historias siguen fundamentando la ficción en Borges, no solo como pretextos previos —excusas— sino como pre-textos funcionales. AdemĆ”s de fundamentar la situación narrativa asientan a sus actantes. Los personajes no se encarnan segĆŗn criterios extratextuales, sĆ­ se encarnan intertextualmente, en la pluralidad de relatos que los contienen: el MartĆ­n Fierro es ā€œun libro insigne; es decir, un libro cuya materia puede ser todo para todos […], pues es capaz de casi inagotables repeticiones, versiones, perversionesā€ (Borges, 2014a, p. 67). Esto es precisamente lo que hace Borges con la tradición literaria: pervertirla.

Matar a Fierro

Quien escribiera en la Argentina alrededor de la primera mitad del siglo XX tenía que examinar el mito gaucho y medirse con él, ya fuera para rechazarlo, para desviarlo o para adoptarlo. Lugones, Rojas, Martínez Estrada y Borges fueron algunas de las figuras intelectuales de este territorio que marcaron un claro posicionamiento frente al mito gauchesco en general y al Martín Fierro en particular. Los primeros dos con una clara intención canonizadora, los últimos rechazando dicha intención.

Lejos de esa lectura canonizada estaba la de Borges con respecto al poema de JosĆ© HernĆ”ndez —novela segĆŗn Borges, descontando el accidente del verso, por la imperfección y la complejidad de la obra—: MartĆ­n Fierro no era precisamente un hombre lleno de virtudes, sino un desertor, acompaƱado por la mala suerte, provocador de duelos sin motivo y habitante de las tolderĆ­as indias cuando debĆ­a huir de la justicia. Aunque Fierro habĆ­a matado sin razón suficiente y ofendido por bravuconada o por ebriedad, sin embargo, de un modo bastante curioso, la elite criolla se las arregló para hacer de Ć©l una figura nacional —pasando por alto su rebeldĆ­a y tambiĆ©n la rueda de injusticias que lo habĆ­a atrapado—, mientras que los sectores populares criollos tenĆ­an una imagen del gaucho rebelde y resistente a la autoridad, y los inmigrantes anarquistas lo consideraban un modelo de insurgencia social.

Borges escribió ensayos sobre el MartĆ­n Fierro y la gauchesca, prólogos a ediciones del poema y el texto ā€œEl MartĆ­n Fierroā€ en 1953. Sus lecturas del poema no coinciden jamĆ”s con la versión canónica. En su texto ā€œEl MartĆ­n Fierroā€ sostiene que el EjĆ©rcito argentino cumplĆ­a una función penal, la tropa se componĆ­a, en mayor parte, de malhechores y de gauchos arbitrariamente arreados por las partidas policiales. HernĆ”ndez escribió El gaucho MartĆ­n Fierro para denunciar ese rĆ©gimen. El protagonista, en un principio, es un gaucho cualquiera, o en algĆŗn modo, encarna a todos los gauchos. DespuĆ©s llegó a ser con la imaginación de HernĆ”ndez el individuo MartĆ­n Fierro.

Para Borges, la ausencia de lo Ć©pico en el MartĆ­n Fierro tiene su explicación en lo que se llamarĆ­a un trabajo antimilitarista, y esto forzó a HernĆ”ndez a mitigar lo heroico, para que los rigores padecidos por el protagonista no se contaminaran con la gloria. AdemĆ”s, los castigos corporales, las picardĆ­as de los pagadores y de los jefes son materia que reducen el aspecto heroico y Ć©pico (Canto IV, verso 709-714): ā€œ/ Nos tenĆ­a apuntaos a todos / con mĆ”s cuentas que un rosario, cuando se anunció un salario / que iban a dar, o un socorro; / pero sabe Dios quĆ© zorro / se lo comió al comisarioā€ (HernĆ”ndez, 2005, p. 53).


En esta escena tambiĆ©n se mitiga el aspecto heroico que la elite criolla quiso vincular con los valores del ā€œser nacionalā€, ya que la potencia de la deserción de Fierro y su juramento contrarrestan la interpretación de Fierro como paradigma nacional:

Volvƭa al cabo de tres aƱos

de tanto sufrir al Ʊudo,

resertor, pobre y desnudo,

a procurar suerte nueva,

y lo mesmo que el peludo

enderecƩ pa mi cueva.

No hallƩ ni rastro del rancho,

”sólo estaba la tapera!

”Por Cristo, si aquello era

pa enlutar el corazón:

yo juré en esa ocasión

ser mƔs malo que una fiera! (HernƔndez, 2005, p. 63)

El poema debĆ­a ser liberado del peso muerto de una crĆ­tica esclerosada y reinstalado en una tradición productiva para la literatura contemporĆ”nea. Esa es la apuesta borgeana. Apuesta ganada a partir del cuento ā€œEl finā€ con el cual cierra narrativamente el ciclo gauchesco, corrigiendo al precursor y agregando algo que todavĆ­a nadie habĆ­a imaginado, en tĆ©rminos de una nueva interpretación, una revisión de la crĆ­tica sobre el poema y una afirmación polĆ©mica de su naturaleza narrativa. Publicado en 1944, ā€œEl finā€ presenta la muerte, en duelo, de MartĆ­n Fierro.

En el Ćŗltimo canto del poema de HernĆ”ndez, Fierro se aparta de sus hijos y del hijo de Cruz, PicardĆ­a, despuĆ©s de haber intercambiado las historias de sus vidas. Se separan una vez mĆ”s y, como preludio de ese final, Fierro —que ha matado, que es un proscripto y un desertor— presenta un alegato arrepentido y moralizante de sus errores. Antes de esta despedida, Fierro ha payado con un Moreno y lo ha vencido —la payada mĆ”s memorable del poema segĆŗn Borges—. Mucho antes de esa payada, Fierro habĆ­a insultado, sin ninguna razón, a un negro y lo habĆ­a asesinado. El negro asesinado —en ā€œLa idaā€ — y el vencido en la payada —en ā€œLa vueltaā€ā€” son hermanos. Subsiste una deuda de sangre que Fierro debe pagar y el hermano del asesinado tiene derecho a esperar que Fierro regrese (Canto XXX, versos 4445-4456):


Y queden en paz los güesos

de aquel hermano querido.

A moverlos no he venido;

mas, si el caso se presienta,

espero en Dios que esta cuenta

se arregle como es debido.

Y si otra ocasión payamos

para que esto se complete,

por mucho que lo respete

cantaremos, si le gusta,

sobre las muertes injustas

que algunos hombres cometen. (HernƔndez, 2005, p. 267)

Este segundo encuentro entre Fierro y el hermano de su vĆ­ctima no ocurre en el poema de HernĆ”ndez. Borges dirĆ” en su texto ā€œEl MartĆ­n Fierroā€ que el moreno prefigura o prepara algo que luego no sucede o que sucede mĆ”s allĆ” del poema. Por lo tanto, estĆ” en nosotros como lectores imaginar esa venganza del moreno por la muerte de su hermano. ā€œEl finā€ plasma en el papel ese acto imaginativo que podrĆ­amos haber tenido como lectores. Ese acto latente de venganza, de deuda o de destino inconcluso que no ocurre en el texto de HernĆ”ndez pero sĆ­ en ā€œEl finā€.

Borges imagina la historia a partir de ese punto, imagina lo que HernĆ”ndez no escribió para escribirlo Ć©l mismo. Siete aƱos han pasado desde que Fierro payó con el moreno. La misma distancia temporal entre ā€œLa idaā€ y ā€œLa vueltaā€. La narrativa borgeana de ā€œEl finā€ inserta, entonces, esta secuencia temporal: 1872, 1879, 1886. Fierro es ahora casi un viejo, que aguarda la muerte sin mĆ”s que una esperanza: que sea una muerte decente. De acuerdo con el código de honor y venganza, una muerte decente, para un hombre que tiene deudas morales, es una muerte en duelo. El moreno comparte esta creencia: aunque no peleó con Fierro cuando se encontraron en la payada, por reticencia a entablar un duelo ante sus hijos, ha esperado con paciencia una segunda oportunidad. Sabe que va a encontrar otra vez a Fierro, porque Ć©l tendrĆ” que pagar su deuda.

El cuento de Borges transcurre en una pulperƭa donde el moreno espera a Fierro. Cuando este llega, ambos entablan un diƔlogo de honor, que explica la paciencia del moreno y el cumplimiento de Fierro:

Sin alzar los ojos del instrumento, donde parecĆ­a buscar algo, el negro dijo con dulzura:

—Ya sabĆ­a yo seƱor, que podĆ­a contar con usted.

El otro con voz Ôspera replicó:

—Y yo con vos moreno. Una porción de dĆ­as te hice esperar, pero aquĆ­ he venido. (Borges, 2014b, p. 198).

El moreno recuerda su Ćŗltimo encuentro, siete aƱos atrĆ”s, cuando no pelearon porque los hijos de Fierro y Cruz estaban presentes: ā€œLes dije, entre otras cosas, que el hombre no debe derramar sangre del hombreā€. El moreno contesta: ā€œHizo bien. AsĆ­ no se parecerĆ”n a nosotrosā€ (Borges, 2014b, p. 199).

Ambos personajes recuerdan el pasado, que habƭa sido contado por HernƔndez en su poema al que Borges estƔ escribiƩndole un final, a Ʃl y a todo el ciclo gauchesco que, de este modo, se incorpora a su propia literatura y clausura una historia abierta. Lejos del paradigma nacional que buscaba establecer Lugones, el Fierro de Borges es un hombre calmo que respeta su destino y no quiere encontrar en sus hijos una rƩplica de sus actos que ya no considera ni siquiera estimables. Borges hace lo que no hicieron ni Lugones ni HernƔndez porque pone un cierre al ciclo y reescribe el Martƭn Fierro agregando un episodio decisivo: el de la muerte del personaje. Pero esta no es una muerte cualquiera, porque Fierro es derrotado por alguien que no habƭa podido derrotarlo en el poema de HernƔndez: un moreno, un hombre de la raza que Fierro habƭa insultado.

Estas relaciones entre el poema y el cuento se complican cuando, en las Ćŗltimas frases, Borges cruza el tema —universal, fantĆ”stico— del doble con su reescritura del MartĆ­n Fierro:

Limpió el facón ensangrentado en el pasto y volvió a las casas con lentitud, sin mirar para atrĆ”s [igual que Fierro cuando mata al hermano del negro: ā€œ/ LimpiĆ© el facón en los pastos / montĆ© despacio y salĆ­ā€]. Cumplida su tarea de justiciero, ahora era nadie. Mejor dicho era el otro: no tenĆ­a destino sobre la tierra y habĆ­a matado a un hombre. (Borges, 2014b, p. 200)

El cambio de lugares hubiera sido impensable dentro de la organización moral y social del poema de HernÔndez, que se clausura de dos modos: en la peripecia de una muerte que HernÔndez no había escrito y en la igualación moral de dos personajes que el poema había mantenido nítidamente separados. Al hacerlo, Borges introduce uno de sus temas mÔs recurrentes: el de un hombre que debe cumplir con su destino. El artificio literario se bifurca en esa operación binaria: el destino cumplido tanto de la venganza del moreno como de la deuda moral a pagar de Fierro, y la reproducción del destino de otro hombre; en el moreno de Borges se reproduce el destino de Fierro. Destino que no había sido escrito en el poema de HernÔndez.

Alianzas: Cruz y Fierro

En ā€œBiografĆ­a de Tadeo Isidoro Cruzā€, por otra parte, el narrador escribe que el MartĆ­n Fierro es ā€œun libro insigne […] capaz de casi inagotables repeticiones, versiones, perversionesā€ (Borges, 2014a, p. 67). Su reescritura y corrección del MartĆ­n Fierro es una actitud de traición hacia la tradición. La forma de la traición es contradecir otras interpretaciones del poema y volver a HernĆ”ndez para concluir lo que allĆ­ habĆ­a quedado abierto.


En ā€œBiografĆ­aā€, Borges anticipa la posición que luego tomarĆ” Cruz al unirse con Fierro. Escribe, inventa, pervierte un antepasado que explicarĆ­a esa unión que se produce en el poema de HernĆ”ndez: ā€œPasó ahĆ­ muchos dĆ­as, taciturno, durmiendo en la tierra, mateando, levantĆ”ndose al alba y recogiĆ©ndose a la oración. Comprendió (mĆ”s allĆ” de las palabras y aun del entendimiento) que nada tenĆ­a que ver con Ć©l la ciudadā€ (Borges, 2014a, p. 68). Como Fierro, en ā€œLa idaā€, no hay relación con la ciudad. Y como Fierro, tambiĆ©n habĆ­a matado y era un prófugo de la justicia.

El narrador del cuento borgeano se propone no repetir la historia de Cruz, sino solo una noche, decisiva y fundamental:

Había corregido el pasado; en aquel tiempo debió de considerarse feliz, aunque profundamente no lo era. (Lo esperaba, secreta en el porvenir, una lúcida noche fundamental: la noche en que por fin vio su propia cara, la noche en que por fin oyó su nombre. Bien entendida, esa noche agota su historia; mejor dicho un instante de esa noche, un acto de esa noche, porque los actos son nuestro símbolo). Cualquier destino, por largo y complicado que sea, consta en realidad de un solo momento: el momento en que el hombre sabe para siempre quién es. (Borges, 2014a, p. 69)

La ā€œlĆŗcida noche fundamentalā€ serĆ” cuando en el MartĆ­n Fierro el personaje de Cruz se convierta en un traidor (a los mandatos de la civilización pero no a sĆ­ mismo) y se una a Fierro. Ambos, desertores, ahora sĆ­, contra la justicia del Estado.

Una de las temĆ”ticas recurrentes de Borges vuelve a aparecer. Como en ā€œEl finā€, el destino se hace presente. Cruz ā€œcomprendió que un destino no es mejor que otro, pero que todo hombre debe acatar el que lleva dentroā€ (Borges, 2014a, p. 70). TambiĆ©n comprendió ā€œque las jinetas y el uniforme ya lo estorbaban. Comprendió su Ć­ntimo destino de lobo, no de perro gregario; comprendió que el otro era Ć©lā€ (Borges, 2014a, p. 70). Nuevamente la reproducción del destino de otro hombre. Si en ā€œEl finā€ el moreno reproduce el destino de Fierro —destino que no habĆ­a sido escrito en el poema de HernĆ”ndez—, en ā€œBiografĆ­a de Tadeo Isidoro Cruzā€, Cruz reproduce el destino de Fierro en ese acto, en ese momento ā€œen que el hombre sabe para siempre quiĆ©n esā€. Certeza, sin embargo, que la literatura una y otra vez se encargarĆ” de desestabilizar.

Al presentar la muerte en duelo de MartĆ­n Fierro, Borges tambiĆ©n mata al personaje mĆ”s famoso de la literatura argentina. AsĆ­ responde a la pregunta estĆ©tica acerca de quĆ© debe hacer un escritor con la tradición: su propia inserción en el ciclo gauchesco zanja la cuestión de manera original. Borges enfrenta el texto fundamental —el texto sagrado— y teje su ficción con los hilos que HernĆ”ndez habĆ­a dejado sueltos. Al igual que con ā€œPierre Menard, autor del Quijoteā€ hay una desjerarquización, una irreverencia hacia el texto progenitor; los sentidos se recombinan sin orden jerĆ”rquico: el primer texto no es mĆ”s original que su Ćŗltima copia y todos los textos son, en el lĆ­mite, borradores. Sin embargo, en ā€œMenardā€ opera un artificio paradójico que consiste en mostrar dos pĆ”rrafos idĆ©nticamente iguales en su escritura pero que el proceso y las condiciones históricas de enunciación modifican a la misma: ā€œEl escritor es un ingeniero de contextosā€, sostiene Pauls sobre esta operación borgeana de manipular contextos. En ā€œEl finā€, por el contrario, la historia de Fierro es representada, escrita en prosa, incluso parafraseada, y, al mismo tiempo, modificada para siempre. Hay una desjerarquización, una reescritura del texto primigenio. Los procedimientos borgeanos nos inducen a ser unos meros lectores anacrónicos del siglo XXI. El lector funciona como un lugar en el cual se depositan las mĆŗltiples escrituras de diversas culturas de la historia literaria.

En el poema de HernĆ”ndez, Fierro enunciarĆ” (Canto XXX, versos 4481-4486): ā€œYo no sĆ© lo que vendrĆ”, / tampoco soy adivino; / pero firme en mi camino / hasta el fin he de seguir: / todos tienen tiene que cumplir / con la ley de su destinoā€ (HernĆ”ndez, 2005, p. 268). ā€œEl finā€ de Borges precisamente cumple con la ley del destino de Fierro: la muerte en duelo por tener una deuda moral. Ese acto latente de un destino incumplido o inconcluso no se manifiesta en el texto de HernĆ”ndez pero sĆ­ en ā€œEl finā€ por medio de la irreverencia de la escritura borgeana con el texto canonizado.

Borges celebra la infidelidad hacia el sentido del supuesto texto original, los desvíos y las adulteraciones a que es sometido. Se entrega a los placeres que los malentendidos proporcionan a la lectura de traducciones, la lectura de versiones originales en idiomas extranjeros, los ejercicios de la traducción propia y ajena. Construye un elogio de la subordinación, una desestabilización de jerarquías y un parasitismo literario que enriquece la literatura. Llega a esto recorriendo un camino paradójico: el de la cita, la versión, la repetición con variaciones de historias que no le pertenecen, la combinatoria anÔrquica de una idea que hace de la literatura un solo texto infinitamente variable, del cual ninguno de sus fragmentos pueden aspirar al nombre de texto original.


Referencias bibliogrƔficas

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Pauls, A. (2006). El factor Borges. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.


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Agustina Salinas. Un Aleph en Parque Patricios, C.A.B.A.


Entre las figuras poéticas y retóricas, Adynata (plural de Adynaton, que suena a palabra femenina en castellano) compone lo imposible. Procura insurgencias, exageraciones paradojales, lenguas inventadas, disparates colmados, mundos enrevesados, infancias en las que “nada el pájaro y vuela el pez”.

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