(1)
Nadie sabe cómo ahijar.
(2)
Nadie sabe cómo alojar amores desafiantes y filosos, fallidos conjuros al abandono, furias que no pueden decir qué están pidiendo (aunque siempre se trate de ternura).
(3)
Nadie sabe cómo habitar una firmeza dolorida. Una firmeza insegura sobre a qué llamar firmeza. Tal vez: una perseverancia desalentada o un deseo que vacila.
(4)
Nadie sabe cómo apagar el incendio en otra soledad.
(5)
Nadie sabe cómo pasar por la frustración, por la súbita emergencia de monstruosidades que desconocemos, por las irreductibles extrañezas que desconciertan, por las formas queridas que -de repente- dan miedo.
(6)
Nadie sabe qué hacer cuando irrumpe la sospecha fatal: ¿Tal vez no nací para esto?
(7)
Nadie sabe cómo contener cuando impulsos desquiciados arrasan todas las palabras, todos los razonamientos, todos los abrazos.
(8)
Nadie sabe cómo poner límites sin lastimar, sin decepcionar o cómo decir NO sin expulsar.
(9)
Nadie sabe cómo evitar ponernos en primer lugar cuando no encontramos lugar.
Tal vez contener quiera decir contenerse de protagonismo.
(10)
Y, sin embargo, confiamos en que alguna manera vamos a encontrar, aun cuando, muchas veces, no la encontremos.
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