Recuerdo una mañana húmeda, gris, maloliente, en una de las tumultuosas asambleas del pabellón cuatro del hospital Cabred.
Alguien dijo que, en la vida, se había sentido “como un barrilete sin cola”.
Entonces un compañero susurró los versos del tango Sueño de barrilete que compuso Eladia Blázquez:
“Y he sido igual que un barrillete, / al que un mal viento puso fin, / no sé si me falló la fe, la voluntad, / o acaso fue que me faltó piolín”.
En eso, una voz recordó al Diego, nuestro barrilete cósmico. Y alguien desde las sombras expresó: “¡Cuántas ganas de remontar una gran cometa en la que podamos irnos de aquí!”.
Y así, entre risas y recuerdos, una enfermera propuso hacer un taller de barriletes.
Un muchacho al que nadie le conocía el nombre dijo que solo se necesitaban cañas, telas, papel, pegamentos, muchos metros de hilo. Y que él podía ayudar.
Una psicóloga sugirió llevar el taller a la escuela que estaba en la entrada del hospital, y otra voz dijo que se podía invitar a vecinas y vecinos del pueblo.
Por fin, se decidió que los barriletes tenían que tener cola.
Y alguien quiso que, en cada tira de tela, se escriban nuestros deseos.
El más viejo del Pabellón propuso juntarnos una tarde ventosa y hacer la gran fiesta de las cometas frente a la Basílica de Luján.
Muchas soledades todavía esperamos día y hora de tan anhelada cita.
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