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  • Foto del escritorRevista Adynata

Una piedra en el zapato (del Estado): charla con Alfredo Cuellar / Periódico Gatx Negrx

Visibilizar que las cárceles como centros de exterminios de los sectores marginados y un beneficio económico para el Estado, mantener encendida la memoria solidaria y combativa de su hija, y luchar para que no asesinen más pibxs, son algunos de los motivos por los cuales recorre el país uniendo luchas contra las miserias del Estado. El papá de la China, se mantiene sereno pero firme, transmite calma y a la vez contagia digna bronca. No podría ser de otra manera, porque, como nos dice: “Le prometí a la China que iba a llevar esa idea de ella, esa idea que ella tenía”, la cual Alfredo vive día a día en la práctica y en movimiento.

“Todos me dicen que el caso de la China se fue visibilizando por todo lo que hice, yo creo que tiene que ver con lo que era ella: solidaria y rebelde”, nos cuenta Alfredo Cuellar, papá de Florencia, la China, la última de las nueve mujeres asesinadas desde el 2009 hasta el 2012 en la Unidad N° IV del Complejo Penitenciario Federal de Ezeiza. La responsabilidad de su asesinato recae en los agentes del Estado en su conjunto. Durante ocho años, su papá lleva una pelea infatigable contra las asfixias del sistema carcelario. A raíz de esto, ha sufrido persecuciones, amenazas, golpes y secuestros por parte de la mafia estatal.

En esta charla, Alfredo nos cuenta quién fue la China, cómo fue aprendiendo de ella y qué caminos trazó en el proceso de lucha que lleva a cabo, ese que “hay que seguir transitando a pesar de todos los obstáculos y las negaciones del sistema”. Nos trasmite sus experiencias en diferentes ámbitos como en escuelas, villas, cárceles de menores, actividades anti-represivas.


GN: Nos gustaría no ponernos en “periodistas” o “entrevistadorxs”, sino más como compañerxs. Queremos que esta charla sea para difundir tu lucha, que no es tuya solamente sino la lucha anti carcelaria en general y contra el Estado.


Alfredo: Está buena la iniciativa, que salga de algo que nosotros sentimos. No desde un lugar de “yo soy periodista, te voy a entrevistar”; somos todos compañeros. Me interesa mucho todo esto. Soy poco de dar notas a otros lugares, que son los hegemónicos. Siempre tuve en claro toda la situación, desde antes de que pase lo de mi hija. Nunca fui militante, nunca fui nada, fui un papá nomás, pero que siempre trataba de interiorizarme porque mi hija me llevó a un lugar que era un mundo nuevo para mí, esto de velar por los derechos. Yo de esto no entendía nada, ella me terminó enseñando muchas cosas. No sé si por el dolor… No puedo entender nada, pero es como que si ella me hubiera parido. Empecé a ver otra cosa, capaz que ella ya lo veía pero yo no, y empecé a verlo cuando murió. Me sirvió para que no sigan sucediendo cosas como le sucedieron a ella. Capaz le tengo que agradecer. Uno como padre no se prepara para ciertas cosas, simplemente para criar un hijo, darle lo mejor, que tenga un buen porvenir… Pero de golpe te caen estas cosas y no entendés nada. Sabía lo que me iba a pasar después de su muerte: que iban a venir los medios, los aparateadores, los ventajistas, los abogados. Estaba esperando que me toquen la puerta; al que venía lo agarraba y lo sacaba a patadas.


GN: ¿Qué nos podés contar de la China?

A: El resto de los chicos seguían las normas, pero la China en ese sentido era la peor; no le cabía nada. Con el tiempo se complicaba mucho más porque no la podía sostener, empezó a crecer y la rebeldía no era solamente en el colegio sino en la calle, en todos lados. Trataba de hablar con ella pero después entendí que no había forma, había que acompañarla de acuerdo a lo que quería. Algo que me sorprendía es que no quería comer porque quería que coman los hermanos. No me iba a enojar con ella, era decisión suya pensar de esa manera.

Empezó en la onda delictiva a los trece años. Era la época de De La Rúa, vino la malaria de 2001. No podía laburar porque tenía que cuidar a todos mis hijos, por ahí laburaba medio día para hacer una moneda. Me dediqué a juntar cartones en la calle, salía con todos mis hijos. Me parecía raro que ella no me quería acompañar. Yo salía a las cinco de la tarde y volvía a las once de la noche. Después entendí que se quedaba porque salía a delinquir. En un momento me sorprendió porque en mi casa comprábamos pan, no desayunábamos otra cosa, y de repente caía con medialunas, cosa que era inalcanzable para mí. Compraba y me decía “no, que vino la tía”, me chamuyaba. Hasta que un día llegué a casa y no estaba. Nadie sabía nada, había caído detenida. Ahí tenía 14 años, la fui a sacar al instituto. No podía pegarle, yo sabía por qué lo hacía. Le dije: “No te quiero ver así”. Empezó a agarrarle el gusto, le dije que esa no era la salida ya que tenía grandes posibilidades de cambiar las cosas porque era muy chiquita, podía estudiar. Logré convencerla hasta que entró a la secundaria, al Normal 8. No sé por qué razón ahí se metió de una a hacer quilombo para entrar al centro de estudiantes. Le interesaba mucho, venía y me comentaba, y yo tenía que aprender también para estar al tanto; ahí empecé a mirar la tele y otras cosas. Me sorprendió porque me dijo que no tengo que mirar la tele, que es todo mentira.

Un 21 de septiembre, día de la primavera, salieron todos a festejar y se armó una rosca. Salió un pibe lastimado. Cayó la policía y a la China la agarraron a dos cuadras, la llevaron detenida. Fui a la comisaría y lo único que les pedí fue que no le peguen. Les dije “es menor de edad, si la llegan a tocar a mi hija te hundo a vos, al comisario, a todos…”. Querían pegarle porque se negó a decirles quiénes eran los otros pibes que estaban con ella, se hizo cargo de todo.

Yo sé que ahí falló la justicia; más allá de que ya la habían detenido dos o tres veces tampoco podían darle una condena efectiva por algo que ni siquiera era un delito muy grave. No robó a punta de pistola, fue una gresca que hoy en día me doy cuenta de que es una contravención. Ahí quisieron dar un mensaje a la juventud, la engancharon a ella para decir “esto les va a pasar a todos” y la condenaron a siete años de prisión efectiva. Yo no podía entender, di vueltas por todos lados, ella tenía 18 años, era el 2010. Le hicieron una causa federal; el juez directamente quería la condena para que los pibes de hoy sepan cual es la joda. No sé si fue un calvario para la China, porque dentro de todo la manejaba ahí.

Es una historia muy loca. Primero entró al instituto Manuel Rocca (Floresta) y a la semana la mandaron a la cárcel de menores. En ese tiempo esos lugares eran mucho más complicados que ahora. Se evitaban las muertes por el hecho de que eran menores, pero la violencia igual era terrible. En frente estaban las mayores, ahí nomás, las dividía un pasillo. Cuando pasás de un sector al otro, en frente están las presas viejas, y como pasa en todas las cárceles: te verduguean, te maltratan, te golpean, te hacen de todo. Ellas veían cuando las compañeras pasaban a mayores y la policía no hacía nada. Así que antes de cumplir los 21 la China se alistó, me decía: “Voy a pasar a mayores, así que me van a romper todo estas hijas de puta, me voy a preparar”. El día del traspaso me avisó para que estuviera atento porque se iba a agarrar a las piñas con las verdugas, las presas viejas. A las 11 de la noche fui al penal esperando que me llame y me quedé como hasta las 9 de la mañana. Cuando entré la vi, tenía un par de moretones, pero estaba bien. Me dieron permiso para hablar con ella. Estaba con las pibas, todas re contentas. Me dice: “Bueno, ahora te voy a contar, si no querés escuchar, me vas a escuchar igual”. A las 12 de la noche la metieron al pabellón. Me dice: “De todas estas hijas de puta que te verduguean no había ninguna, estaban todas durmiendo. Fui a golpearles la celda para que se levantaran y les dije `¿Ustedes verduguean a las compañeras? Bueno, acá estoy yo´”. Y se agarraron a las piñas. Agarró a la que manejaba todo, le dio una paliza tremenda. La tuvieron que sacar. A partir de ahí se terminó todo ese verdugueo con las pibas y quedaron ellas manejando todo.

A partir de entonces cambió la mentalidad, ahora las pibas estaban todas juntas contra la gorra. Al servicio penitenciario no le quedó otra que actuar sin la complicidad de las presas viejas, porque las tuvieron que sacar de ahí. Aprovechaban cuando las pibas se descuidaban: las torturaban, las violaban, les hacían de todo. Así empezó a aparecer muerta una, después otra… Pero igual sé que hicieron un laburo muy grande. Yo hace poco tuve un informe de las pibas, de las que están ahora, y dicen que hay un cambio tremendo; pero eso también tiene que ver con la lucha que hicieron todas las pibas. Ahora las pibas pueden tener una heladera, una cocina, luz, gas; todo eso se pedía a través de la lucha. Tienen televisión, una biblioteca, clases virtuales, de todo. Para lograr eso tuvieron que morir muchas.

Después del tercer asesinato me di cuenta de que era algo contra ellas, pero no se me pasaba por la cabeza hablar con los familiares. Siempre me enfocaba en mi hija, que no le pase nada, yo la quería sacar de ahí, llevarla a La Pampa, y me decía: “Yo me quedo acá, si me quieren matar, que me maten, yo de acá no me muevo”. Y se quedó. Ella sabía muy bien que la iban a matar, ya la venían persiguiendo, se había salvado dos veces. Una vez estaba durmiendo y se dio cuenta de que venía una piba a cortarle el cuello, se rescató al toque. Sabía que tenía que cuidarse porque en cualquier momento la iban a poner. Por eso yo sé que ella no se suicidó.


GN: ¿Cómo funciona el sistema carcelario? ¿Cómo es el negocio del Estado con la cárcel?

A: Nosotros venimos luchando contra una situación muy difícil dentro de las cárceles, donde hay una diferencia de intereses políticos. Cuando hicieron un relevamiento en las cárceles, se dieron cuenta de que están abarrotadas de pibes que ni siquiera tienen que estar adentro. Algunos ni tendrían que haber ingresado. Se está haciendo un trabajo sobre el sistema para descomprimirlo; la cámara de casación habló con la cámara federal, y se pusieron de acuerdo por intereses políticos. Pero el Poder judicial no le quiere dar la libertad a nadie, quieren que se mueran todos adentro. Entonces, ¿cómo nosotros podemos buscar la forma de solucionar esto?, no hay forma, porque la vida humana de los pibes no le importa a nadie, les interesa más la clientela política, que yo no soy de Fernández, no soy de Cristina, una cosa de esas. Entonces eso lleva a que los pibes se mueran y no le importe a nadie. ¿Cómo puede ser que una jueza haya mentido diciendo que estaban largando a los violadores, a los femicidas? Era una mentira de ella que después se retractó. Es una funcionaria pública, la tienen que sancionar, la tienen que echar a la mierda. Después se llegó a hacer una investigación a esa jueza: había metido a sus dos hijos en un calabozo dentro del juzgado, hacía una semana que estaban ahí. Después ella dice que todos los pibes que condene, se van a morir adentro, porque se lo merecen. La justicia, el Estado, todas sus leyes, ¿qué hacen?, nada. Si yo agarro y me robo un vaso voy 10 años en cana. Por eso digo que hay que cambiar el sistema entero, sino vamos a seguir viviendo en esto, siempre en esto.

Para nosotros que trabajamos en las cárceles, sabemos que no largar a la gente que tiene que salir es ilegal, porque hay gente que está pasada de condena, y no los largan porque hay problemas burocráticos. Hay algunos que están procesados, cuando vos estás procesado no podés pasar más de dos años y tenés que estar en libertad. Hay personas que están procesadas hace diez años. Hay gente que está por consumo y tendrían que estar un año, sin embargo llevan seis, siete.


GN: ¿Y eso por qué lo hacen?

A: Porque hay una negligencia en la parte judicial.


GN: Es un limbo jurídico. A ellos les conviene que las cárceles estén llenas.

A: Te digo por qué les conviene. El Estado generalmente por año le baja una gran cantidad de plata, al servicio penitenciario, millones. Según dice la Constitución, el Estado tiene que garantizarle al detenido salud, trabajo, educación, comida, agua, luz. Todo preso genera un gasto de ochenta mil pesos. Imaginate que en el país debe haber 106.000 detenidos, multiplicalo por $80.000 ¿A dónde va a parar esa plata? Si no hay salud, no te dan estudio, no te dan laburo, la comida y los medicamentos se los llevamos los familiares. Se siguen muriendo los pibes. Entonces salen los medios a decir que de nuestros impuestos les pagamos a los presos, pero no se dan cuenta de que la plata esa que ponen se la lleva el servicio penitenciario. Por eso yo creo que es una de las fuerzas más grandes que tiene el sistema.


GN: ¿Qué experiencias territoriales nos podés contar?

A: Hace un tiempo estaba haciendo un trabajo en la villa 31, se ponía en un fanzine todos los derechos de los pibes, cómo tenían que actuar. A mí me sacaron de ahí, vinieron los punteros políticos y me dijeron: “Este es nuestro trabajo”. Y le dije: “Bueno, hacelo entonces. Yo vengo acá porque los pibes no tienen conocimiento de nada”. Ahora tengo que estar en el normal 11 que también me sorprendió que me llamaran. Son de Parque Patricios, querían hacer la historia de la China en el centro de estudiantes. Querían ponerle el nombre de la China, entonces yo les dije: “Podría ir a hablar, pero sabés lo que pasa, que los directivos de la escuela tienen que hablar con los padres. Si están de acuerdo…”, digo porque yo voy a los lugares y siempre tengo el rechazo de los padres, porque no quieren que hable sobre las cárceles. Dicen que yo estoy incentivando a la delincuencia y nada que ver. Y bueno, como que ahora en estos días me está escribiendo la directora.


GN: Hay veces que son los pibes los que despabilan a los padres, que por ahí tienen prejuicios y piensan de determinada manera sobre las cárceles. Algunos ven otras cosas.

A: Está bueno hablarles a los chicos, aunque algunos son muy zarpados. Por ejemplo una vez en el Colegio Nacional de La Plata fui con una compañera, Sandra Gómez, y en un momento se puso mal porque estaba hablando de Omar Cigarán, su hijo asesinado por la policía y un chico le dijo que lo mataron porque era chorro, que se lo merecía. Les dije que no necesariamente al tener un estudio están salvados de esta situación que estamos viviendo, nadie está exento; la policía mañana viene y te pega un tiro porque quiere, ¿y de qué te sirvió portarte bien, creer en Dios? También tienen que entender que ustedes tienen la posibilidad de estar estudiando porque tu papá y tu mamá tienen un trabajo. Tenés que fijarte que nosotros somos pobres, lo único que podemos tener es un laburo para comer al día, y no les podemos comprar unas zapatillas ni mandarlos a un colegio… Después noté que me escuchaban todos. Muchas veces me duele darme cuenta de que hay gente que es abogada, tiene muchos estudios y es estafadora. Le digo: “Vos le faltaste el respeto a una mujer, cuando la directora se entere va a hablar con vos. Yo te respeto aunque tengas otra manera de pensar”. Después se calmó un poquito. Pregunté si alguien más tenía algo para decir, entonces me preguntaron por qué la policía me perseguía si no soy delincuente. Expliqué que no necesariamente tenés que ser delincuente para que la policía te atropelle. “Te vas a dar cuenta, con el tiempo, que formas parte de una sociedad. Yo sé que hoy procediste mal. Me gustaría que le pidieras disculpas”, le dije. Quedó tranquilo, pero no es fácil hablar con los chicos.

En otra experiencia también en una escuela una madre me dijo que no tenía derecho a hablar porque mi hija era delincuente y estaba presa, que era una falta de respeto a sus hijos, que ellos eran decentes. Le molestaba que defienda a los presos. Cuando terminamos, le dejé los fanzines con mi contacto y ocho meses después me llamó: “Soy una de las señoras que te cuestionó aquella vez, tengo vergüenza de hablar con vos porque al final lo que nos decías era verdad”.


GN: ¿Pensás que en general los presos se perciben como tales injustamente o sienten que tienen que estar ahí porque cometieron un delito?

A: Hay diferentes clases de presos. Hay quienes te dicen que son inocentes, otros que hay causas armadas, que están presos por cosas que no hicieron, y después están los otros grupos de presos que saben que se tienen que preparar para tratar de salir adelante, salir de la cárcel de alguna manera, a través de los derechos de las leyes. Pero es muy difícil unificar un solo criterio o un solo pensamiento, se necesita trabajar dentro de las cárceles y no te lo permiten, salvo a aquellas personas que sean funcionales al Estado. El año pasado hicieron un mural dentro de la cárcel, casi en frente del pabellón de la China, que tiene como cinco metros, y me mandó un relato una chica que no conocía a la China, y me dijo: “Bueno, hicimos el mural de la China, yo no la conocí, pero acá hay algunas pibas que sí, nos llevó como una semana, y seguro ahora cuando venga el director va a ver el mural y nos van a querer cagar a palos y torturar. Yo no soy creyente, pero ahora le vamos a pedir a La China que no nos caguen a palos”. Tenían miedo de que les vayan a pegar porque habían puesto “Ni una menos en las cárceles” y pensaban que eso las iba a perjudicar. Entonces cuando ella me comenta esa historia me puse en contacto con los organismos y eso las salvó. Ya hace más de un año y medio que está el mural, porque que esté ahí es un golpe al corazón de todo esto.


*publicado en el Periódico Gatx Negrx Nro 13, octubre 2020 y en https://periodicogatonegro.wordpress.com/2020/10/14/una-piedra-en-el-zapato-del-estado-charla-con-alfredo-cuellar/


Horacio Zabala, Anteproyectos de cárceles: sobre columna, flotante, subterránea, 1973. Lápiz sobre papel de calco.

Tríptico: 47 × 116 × 3.5 cm

Entre las figuras poéticas y retóricas, Adynata (plural de Adynaton, que suena a palabra femenina en castellano) compone lo imposible. Procura insurgencias, exageraciones paradojales, lenguas inventadas, disparates colmados, mundos enrevesados, infancias en las que “nada el pájaro y vuela el pez”.

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