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  • Foto del escritorRevista Adynata

Zaratustreanas IV De leones y dragones / Fernando Stivala

Humano demasiado humano


Segunda transformación: el espíritu se hace león.


El león quiere mandar en su desierto.


No se pone a luchar contra el camello, sino contra otro personaje conceptual: el dragón.


El espíritu del león no quiere venerar al dragón, no quiere que sea su amo.


Tú debes”, así se llama el gran dragón. *


El camello solo no funciona. La combinación de camello y dragón es lo que hace funcionar a las normalidades, a las morales.


El camello se arrodilla, es exigente, quiere lo pesado.


¿Con qué se exige? Con los ideales, con los tú debes, con el dragón.


Una exigencia ligada a ideales.


Camello con dragón da un movimiento en falso, una exigencia que se cansa y no hace más.


Obligaciones neoliberales. Meritocracia de la vida cotidiana. Ideales de belleza, de ser y hacer, de cómo pensar y vivir. Ideales abstractos por poco singulares. Por fuera del termómetro aumento y disminución de potencia.

Solo la fuerza del león, del “yo quiero”, es lo que va a poder derrotar la fuerza del camello-dragón.


La fuerza del león, esa fuerza pulsional, el querer.


El querer nietzscheano, no el querer del yo. Voluntad de poder.


El dragón nos trae valores milenarios, valores ya creados del inconsciente colectivo.


Valores milenarios brillan en esas escamas, y el más poderoso de todos los dragones habla así: todos los valores de las cosas relucen en mí.


Todos los valores ya fueron creados, y yo soy todos los valores creados. ¡En verdad, no debe haber más ningún “Yo quiero”!, así habló el dragón.*


Esos valores ya creados te dicen que no hay nada para hacer. Lo que le queda al espíritu del camello es conservarlos, cargarlos.


Solo gastar energía en cargar. No hay más querer, ya está todo inventado.


Por eso la crítica no puede ser un accesorio más de diferencia de lo igual.


La crítica implica la crítica a los valores establecidos, a los lentes de la repetición que tenemos puestos como humanos demasiado humanos. Al gran valor. A la medida hegemónica.


Voluntad de poder


La crítica a los valores como están hechos nos va a dar una especie de nihilismo; entonces quedará la construcción de nuevos valores, de nuevos sentidos.


Se necesita impregnarle afirmación leonina a la exigencia de ideales. ¿Para exigirle más a esos ideales? No. Para interrumpirlos y crear otra cosa.


Una exigencia leonina, terrenal, corporal, no ideal. Con el valor de aumento y disminución de la potencia, de la sensibilidad, del termómetro.


Contrarrestando al dragón es que vamos a poder crear nuevos valores.


El león logra interrumpir con su fuerza vital al otro peso pesado trascendental.


El dragón es trascendental, sus valores pesados vuelan por los aires. No quiere mezclarse con la tierra por donde corre el león. Siente el peligro de que sus valores pierdan vigencia, que se los dispute el león, y abra camino para la creación de otros.


El león se crea la pista, el camino, el diagrama. No crea el valor.


Es esa habilitación arma senderos. Se anima atravesar el caos, a meterse con el dragón y el camello.


Se crea medios para nuevos actos creadores.


Entonces tiene dos funciones: decirle un sagrado no a la obediencia (interrumpirla), y hacerse paso.


Crea libertad. Crea espacio y tiempo.



El león es lo más terrible para el espíritu de la pesadez obediente. Perturbador de su cómoda paz conservadora de tesoros.


El león le disputa libertad a la exigencia.


Exigencia que puede estar del lado de la pulsión y libertad, o del lado de la obediencia y conservación.


Exigencia disputada entre el león y el camello-dragón.

¿Qué hace el león cuando conquista esa exigencia libre de obediencia? Deviene niñx.


Devenir niñx es devenir inocencia y olvido.


El león necesita ser menos pesado que el camello y el dragón.


Devenir niñx: una invención de algo, un sagrado decir sí.


El espíritu quiere esa voluntad de sagrado sí,

esa voluntad de poder,

esa voluntad de lo que pueden las cosas.


El niño es inocencia y olvido, un nuevo comienzo, un juego, una rueda que gira por sí misma, un primer movimiento, un sagrado decir sí.*


*Friedrich Nietzsche, Así habló Zaratustra (Primera parte ´De las tres transformaciones´)


Florine Stettheimer 1912 Sin título (Diseño de vestuario) Gouache, acuarela, pintura metalizada y lápiz sobre papel 23,2 x 38,4 cm



Entre las figuras poéticas y retóricas, Adynata (plural de Adynaton, que suena a palabra femenina en castellano) compone lo imposible. Procura insurgencias, exageraciones paradojales, lenguas inventadas, disparates colmados, mundos enrevesados, infancias en las que “nada el pájaro y vuela el pez”.

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