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  • Ya lo dijo Cristina Peri Rossi: inmovilidad de los barcos / Agustina Falco

    La vida no puede decirse sino entre metáforas; interesa más el entre, ese espacio en medio de, que lo que lo circunscribe y delimita. En simultáneo, podría pensarse, las palabras quedan desasidas de su capacidad poética si no se encuentran cercanas a lo que es. Cercanas a lo que es no llama, necesariamente, a la idea de verdad, objetividad o sentido común. Metáforas y ficciones resguardan una íntima amistad. La idea de resguardo implica, necesariamente, la percepción de una amenaza y el reconocimiento de la propiedad, pero también responsabilidades, cuidados, sutilezas del saber a medias una fragilidad. Para “hacer la plancha” se necesita, al menos, saber el flotar o sino la astucia para localizar rápidamente alguna cosa que haga las veces de ayuda de flotación. “Hacer la plancha” es una locución que refiere, o intenta nombrar, un momento de descanso, de no obligación, de relajo. También podría aludir a un estado de liviandad de un cuerpo para ofrecer la mínima resistencia posible al fluir del agua; para posibilitar, de alguna manera, una suerte de composición. Naufragar es un verbo. Y como todo verbo porta en su decirse lo moviente. Naufragar es un verbo. Pero no es cualquier verbo: toma una modalidad que lo vuelve de particular interés: la intransitividad. La misma modalidad que Derrida pudo encontrar en la palabra “temblar”. Él dice que anteponerle un “yo” al verbo (temblar) sería de una gran estupidez, además de colaborar a sobremanera con el mundo de las trascendencias. La intransitividad refiere a que, en una oración cualquiera donde se presente un verbo que pueda tomar esta modalidad —porque no todos pueden—, se podría (incluso en muchos casos se debería por obligación dela lengua) suprimir el objeto de la oración sobre el que recaería la acción. Yo, nosotras, ustedes, ellos, seguido de “naufragar” en su correspondiente conjugación sería una soberbia que, por imposición de supremacías ejecutoras, provocaría el ahogamiento del verbo. Del mismo modo sucede en caso de contestar a la pregunta -siempre tramposa- por aquello a lo ¿qué se naufragaría?; esa respuesta devolvería al sujeto —de la oración, y no— a su lugar soberano de estabilidad y poderío, y volvería a instalar la dualidad conceptual de que si existe algo así como un sujeto, debe existir algo así como un objeto, que mutuamente se definirían por comparaciones opositivas y excluyentes. El verbo intransitivo naufragar se presenta, quizá, por ahora, como una belleza en medio de la lengua. Una belleza no refiere, solamente, a cuestiones de tonalidades, dicciones, seguidillas de letras, sino a posibilidades efectivamente vitales que se corresponden con la liberación de una o más potencias; por aquello en donde insiste, por lo que no busca decir, por lo que contempla la modalidad que toma, por las torsiones que insta a hacer, por la polisemia a la que invita por metáfora y ficción.

  • Carta abierta a las hembras de la especie humana / Marce Joan Butierrez

    Un grupo de feministas TERF, autopercibidas hembras humanas, pidió una medida de amparo ante el poder judicial para modificar las preguntas sobre género del Censo 2022 en la Argentina. Una posición recorre su presentación: que ser mayoría las faculta para imponerse por sobre las percepciones, afectividades y emociones de las personas trans. ¿Puede un grupo de mujeres cis, de clase media alta, académicas y de tez blanca ostentar el poder de impugnar los marcos legislativos vigentes y que han sido votados por los representantes del pueblo argentino? ¿Existe algún poder especial que emana de sus corporalidades biológicas que las faculte para pretender anteponer sus ideologías a aquellas determinaciones legítimamente tomadas por el orden democrático de una nación soberana? Carta abierta de Marce Joan Butierrez. Estimadas hembras humanas de la República Argentina. Habiéndome informado respecto a la presentación realizada recientemente ante el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INDEC) y ante el Ministerio Público Fiscal, requiriendo una serie de modificaciones tendientes a conservar intacta la pureza de las categorías varón y mujer, argumentando que “el sexo no es asignado por la cultura hegemónica ni se atribuye o diagnostica clínicamente, tampoco es una liberalidad ni un acto de discernimiento, sino que es una realidad material”, procedo a responder abiertamente de cara a la sociedad y de modo detallado a todas las falacias, improperios y expresiones violentas, fascistas y transodiantes que constan en su presentación. Quienes firman el documento son reconocidas feministas e intelectuales de la clase media alta: la doctora en filosofía María José Binetti (investigadora del CONICET con sede en el Instituto Interdisciplinario de Estudio de Género de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA), la historiadora Graciela Tejero Coni (directora del Museo de la Mujer, integrante del Consejo Asesor ad honorem del Ministerio de las Mujeres, Géneros y Diversidades), la abogada Julieta Luisa Bandirali (presidenta de la Comisión de la Mujer de la Asociación de Abogadas y Abogados de Buenos Aires), la profesora de filosofía y licenciada en Psicología Valentina Cruz y la abogada y mediadora Marisa Andrea Piumatti (directora del Instituto de Estudios Legislativos del Colegio de Abogados de La Plata, integrante de la agrupación “Mujeres en la Abogacía”). Ellas, en representación de las mujeres “hembras de la especie humana, seres humanos y personas adultas del sexo femenino” comparecieron ante el Juzgado Federal en lo contencioso administrativo N° 12 para anteponer un reclamo que consta básicamente de tres puntos, cito textual: 1- ELIMINAR la categoría “mujer”, “mujer trans”, “varón” y “varón trans” de las opciones de identidades de género en el formulario censal, tanto del que se realizará en forma presencial como el que se realizará en forma digital. Ninguna autopercepción debe afectar o confundir el registro legal del sexo mujer y varón. 2- RESERVAR la categoría “identidad de género” en el formulario censal a las personas que se reconozcan “trans”, esto es aquellas cuya vivencia corporal no coincide con el sexo registrado en el nacimiento. En concreto, que la respuesta a dicha pregunta no sea obligatoria*. 3- REFORMULAR la pregunta que inquiere sobre “identidad de género” de acuerdo a lo solicitado precedentemente, en el Formulario Censal que será utilizado tanto en la versión digital como en la versión presencial y tanto para Viviendas particulares como para Viviendas colectivas (ubicada en página 3 pregunta 3) del siguiente modo: De acuerdo a la identidad de género, se considera… Feminidad trans/travesti: persona que, al nacer, fue registrada como varón y en la actualidad se autopercibe como mujer trans o travesti (independientemente de que haya realizado o no la rectificación de su DNI o alguna intervención sobre su cuerpo). Masculinidad trans: persona que, al nacer, fue registrada como mujer y en la actualidad se autopercibe como varón trans (independientemente de que haya realizado o no la rectificación de su DNI o alguna intervención sobre su cuerpo). No binario: se refiere a una persona que no se identifica dentro del binomio de genero masculino/femenino y sí como de género no binario. Otra/ninguna Ignorado Aunque a primera vista las demandantes pretenden camuflar su transfobia procurando una alternativa de relevamiento sobre las identidades trans, a lo largo de su exposición dejan en claro que su principal interés es preservar la categoría mujer únicamente para aquellas facultadas por la biología. Remarcan que “ni mujer ni varón son identidades de género. Son sexos”, es decir que son cuerpos que cuentan con “las características biológicas, anatómicas y fisiológicas que diferencian a las mujeres de los varones”. Y remarcan además que “tampoco existen mujeres trans o varones trans. Hay mujeres y varones”. Todo su escrito resalta la superioridad de sus identidades, justificándose en lo biológico y atacando de modo burdos y falaces al género, por entender que se trata de una construcción social sujeta a arbitrariedades. El texto redactado por Binetti y sus adeptas insiste permanentemente en la necesidad de que el censo dé cuenta fielmente de la realidad y que se vea expresada en él la cantidad real de mujeres que integran la sociedad, algo que en principio no sería un inconveniente con la redacción actual del censo que muy a pesar de las críticas que pueda despertar entre los activismos trans continúa relevando el sexo de modo binario en la pregunta sobre el “sexo asignado al nacer”. Esta pregunta existe precisamente para poder seguir expresando la comparativa histórica, ya que una de las funciones del censo es poder mostrar los cambios y continuidades de las características de la población de un país. Los censos son herramientas dinámicas, en constante cambio, que deben dar cuenta no sólo de números, sino de los éxitos y fracasos de las políticas públicas en un periodo de diez años. En este sentido es imposible negar que desde el último censo en 2010 al presente, las demandas feministas, de los movimientos de gais y lesbianas y los activismos travestis, trans y no binarios han reconfigurado los modos en que el estado aborda la cuestión del sexo y el género. Han sido 12 de años de transformaciones, que no puede obliterarse únicamente por la resistencia de quienes pretenden sostener el imperativo biológico por sobre las incesantes agudas discusiones teóricas que denuncian las tramas sociales, políticas y económicas que sustentan el andamiaje de la matriz cisheterosexual. Las hembras humanas que suscriben la demanda sin embargo pretenden desconocer todos estos avances. Literalmente declaman que “la categoría de ‘identidad de género’ introducida por los Principios de Yogyakarta ha reinterpretado el género como un sentimiento profundo que define a las personas y que por lo tanto debe ser reconocido y protegido en lugar de erradicado. El sexo, por el contrario, sería algo asignado extrínsecamente por la cultura hegemónica. Pero es menester dejar claro que los llamados Principios de Yogyakarta no son más que la expresión de deseos de una ONG. Dichos “principios” NO constituyen un tratado o convención internacional al que haya adherido el Estado Argentino, ni ningún otro. Por ende no tienen entidad jurídica ni fuerza vinculante alguna”. Y a posteriori cuestionan el artículo segundo de la ley de Identidad de Género 26.743 donde se define que el género es una experiencia autopercibida que no está sujeta al escrutinio médico o legal. No conforme con esto, valiéndose de algunas confusas definiciones de la CEDAW pretenden señalar que “la ley 26.743 devendría inconstitucional y aquellas normas que la referencien como fundamento correrían por idéntico derrotero, tal como estaría sucediendo con los actos administrativos que han creado el cuestionario censal”. ¿Puede un grupo de mujeres, hembras de la especie humana, de clase media alta, académicas y de tez blanca ostentar el poder de impugnar los marcos legislativos vigentes y que han sido votados por los representantes del pueblo argentino? ¿Existe algún poder especial que emana de sus corporalidades biológicas que las faculte para pretender anteponer sus ideologías a aquellas determinaciones legítimamente tomadas por el orden democrático de una nación soberana? La demanda exhibe con preocupación que la inclusión de la pregunta sobre la identidad de género alteraría los datos obtenidos por el censo: “Así las cosas, en lugar de aportar información socio-política fidedigna, el Censo aportará a la confusión y distorsión de la categoría legal “sexo”, definida internacionalmente por estándares contrastables y científicos, y a la equivocidad de la información recabada con fines estadísticos”. Sin embargo, ignora dos aspectos centrales. Por un lado, existen diversos documentos internacionales elaborados por Departamento de Asuntos Económicos y Sociales de Naciones Unidas y la Comisión Interamericana de Derechos Humanos que insisten en la necesidad de que los estados recaben información no sólo sobre la identidad de género, sino también sobre las condiciones de vida del colectivo LGBTIQ. Pero además, el censo no podría ser nunca un espejo fiel de la realidad, sino una simple operacionalización matemática de una serie de variables sociales en permanente modificación. Y dentro de esas variables, negar la existencia de mujeres y hombres trans atentaría contra la realidad actual y contra las normativas jurídicas consensuadas por la democracia. No contentas con estas expresiones, las demandante reafirman su pensamiento fascista y transfóbico al señalar que “Se ha elevado de este modo a teoría científica lo que no es otra cosa que una creencia (la queer), un relato post-moderno, que reconoce adeptos y financiamiento internacional, pero que carece de asidero como para ser considerada fundamento para normativa alguna que involucre a la generalidad de la población. Se han elevado como condiciones obligatorias a cumplir por la población en general lo que son sentimientos o percepciones (autopercepciones) subjetivas de un sector minoritario de la sociedad que no se adecúa a la realidad material de sus cuerpos, como si ello fuera una vivencia social y comunitaria”. El afán totalitario de las feministas trans-excluyentes que suscriben la demanda dista del espíritu de pluralidad y tolerancia que la ciencia persigue. Acusan a la teoría queer de imponerse por sobre la sociedad, al mismo tiempo que se escandalizan ante el hecho de que las personas trans exijamos nada más y nada menos que respeto. Nos piden adecuarnos. Para estas hembras humanas el simple hecho de ser mayoría las faculta para imponerse por sobre las percepciones, afectividades y emociones de las personas trans. Esto no tiene nada de científico, es simple y llanamente una posición fascista, antidemocrática y que promueve el odio por las personas trans. ¿Hasta cuándo?¿Hasta dónde?¿Cuánto más pretenden avasallar el orden democrático y los avances políticos del feminismo y los activismos travestis y trans en la región? ¿Por qué sienten que su configuración biológica las habilita a impugnar la producción científica de las demás personas? Creo que es necesario que evidenciemos que todas estas pretensiones y pedanterías de un grupo de científicas blancas, universitarias y de clase media alta no son científicas, no tienen ninguna argumentación lógica, ni defienden ninguna realidad material. Simplemente son defensoras del statu quo y promotoras de una sistema de jerarquías sexuales basadas en lo biológico. Se resisten a compartir con nosotres les trans la categoría “identidad de género” porque se consideran superiores a nosotres. Creen que sus vulvas son el argumento incontrovertible para que no se les pregunte su género, aunque lo tienen: son mujeres cis. Si en algo falla el instrumento censal es en haber colocado varón y mujer sin el prefijo cis, asumiendo que les rares, les deformes, les inadecuades somos nosotres les trans. No me es del todo grato escribir esta carta abierta. Sé que me expongo al ataque directo de las mencionadas en la nota y también de las cada vez más numerosas adeptas del feminismo TERF. Pero tengo la convicción de que nuestro silencio no contribuye a minimizar la avanzada fascista de estos sectores. Ya hemos menospreciado bastante a quienes destilan su odio en redes sociales, las hemos minorizado y tratado como simples twitteras confundidas. Pero no lo son. Hechos como estos evidencian que se trata de personas y grupos muy bien posicionados dentro del feminismo, que ocupan cargos en universidades y organizaciones, que se sientan a la mesa del Ministerio de Mujeres y que sin lugar a dudas están financiadas por los mismos capitales internacionales que apoyan los neo-fascismos latinoamericanos en emergencia y los partidos que disfrazados de liberalismo promueven una ideología conservadora. Hoy es una demanda judicial, que ha tenido lugar en un juzgado federal. Muy pronto estas serán iniciativas que formen coaliciones con los múltiples políticos conservadores y fascistas que ocupan las pantallas de TV destilando odio contra las personas trans y difundiendo falsedades. Debemos recordar los pensamientos de Lohana cuando insistía en señalar que debemos defender el derecho inalienable de nuestros cuerpos travestis. Debemos alzar los puños en alto y responderles con furia travesti que ¡NO PASARÁN! ¡NUNCA MÁS! *Las negritas y subrayados de las citas textuales pertenecen a las demandantes. Fuente: Agradecemos a Latfem y a Marce Joan Butierrez permitirnos compartir esta nota publicada en https://latfem.org/carta-abierta-a-las-hembras-de-la-especie-humana/

  • Posibilidades / Wislawa Szymborska

    Prefiero el cine. Prefiero los gatos. Prefiero los robles a orillas del río. Prefiero Dickens a Dostoievski. Prefiero que me guste la gente a amar a la humanidad. Prefiero tener en la mano hilo y aguja. Prefiero no afirmar que la razón es la culpable de todo. Prefiero las excepciones. Prefiero salir antes. Prefiero hablar de otra cosa con los médicos. Prefiero las viejas ilustraciones a rayas. Prefiero lo ridículo de escribir poemas a lo ridículo de no escribirlos. En el amor, prefiero los aniversarios no exactos que se celebran todos los días. Prefiero a los moralistas que no me prometen nada. Prefiero la bondad astuta a la demasiado crédula. Prefiero la tierra vestida de civil. Prefiero los países conquistados a los conquistadores. Prefiero tener reservas. Prefiero el infierno del caos al infierno del orden. Prefiero los cuentos de Grimm a las primeras planas del periódico. Prefiero las hojas sin flores a la flor sin hojas. Prefiero los perros con la cola sin cortar. Prefiero los ojos claros porque los tengo oscuros. Prefiero los cajones. Prefiero muchas cosas que aquí no he mencionado a muchas otras que tampoco he dicho. Prefiero el cero solo al que hace cola en una cifra. Prefiero el tiempo de los insectos al tiempo de las estrellas. Prefiero tocar madera. Prefiero no preguntar cuánto me queda y cuándo. Prefiero tomar en cuenta incluso la posibilidad de que todo tiene una razón de ser. Fuente: “Gente de puente” (1986) en Poesía no completa, con edición y traducción de Gerardo Beltrán y Abel Murcia, Fondo de Cultura Económica, 2021.

  • Escribir la escucha: territorio de la abstinencia / Lucas Lorenzo

    Lo que anima al psicoanalista a escribir no es sin duda de la misma naturaleza que lo que lo autoriza a decir. Quizá la pasión por escribir resulte a veces de la impotencia para decir, e incluso para pensar. J.-B. Pontalis (…) la abstinencia concebida como una suerte de arte marcial, que no suprime el registro sino la acción inmediata; al hacerlo, logra trascender lo aparente y acceder a otro conocimiento. Fernando Ulloa Los comienzos de la práctica analítica confrontan con preguntas que, desde mi perspectiva, exceden a la formación teórica, aunque simultáneamente esta última puede constituirse como un faro en el pantano clínico. Escribo las siguientes líneas como apuntes para darle forma a una idea sobre la escritura en su relación con la escucha clínica y la abstinencia, apostando también por la necesaria propuesta de Marcelo Percia (2013) de “(…) imaginar una escritura que recree condiciones de una experiencia única” (p. 62). Sucede que en las supervisiones grupales que presencio, percibo un registro minucioso y literal de los dichos de un paciente, así como del analista, sesión por sesión, más atento a quién dijo qué que al espacio entre analista y analizante. Fantaseo con la posibilidad de que haya quienes graben los encuentros y luego transcriban los diálogos, con el fin de no perder siquiera una palabra, a riesgo de no abandonar la idea del todo, de una completitud a sostener. Quizás se trate de un parapente para amortiguar una caída. O, tal vez, mi fantasía sea un pretexto para perder de vista mi impotencia para escribir mientras escucho. Lo cierto es que, al disponerme a escuchar a un paciente por primera vez, me asaltó por algunos segundos el pensamiento intrusivo de tener que escribir para registrarlo todo, ya que es lo que parece que hacen los supervisantes. Me resistí. Tomé la lapicera, abrí el cuaderno y decidí escribir sólo unas pocas palabras-clave para luego poder enhebrar los hilos dispersos que manchan la hoja en blanco. Recordé los consejos de Freud (2017), palabras instituyentes de una ética, para sostener una atención parejamente flotante, como correlato de la regla fundamental: evitar todo recurso auxiliar a la memoria que implique una fijación deliberada en un fragmento particular, en detrimento de una escucha que aspire a atender a la superficie discursiva en su complejidad. La práctica analítica, en tanto experiencia que precisa de una disponibilidad e inclinación hacia el/lo otro, confirma la aserción de Marcelo Percia (2013): “Hacer un lazo social es habitar un temblor” (p. 94). Desde el instante en que se decide practicar la escucha clínica, vacilan las referencias, trepida el cuerpo y un saber en menos se hace carne. Ahora bien, este no-saber, o quizás poco-saber, deviene productivo para poder alojar las palabras del otro, siempre y cuando no vire hacia la impotencia paralizante. Es esta la tarea que habría que situar en primer plano: dar alojo al/lo otro. Para Fernando Ulloa (2012), la operación clínica se basa en una unidad mínima que consiste en mirar, pensar y hablar. El primer eslabón, el mirar, podría ser otro nombre de lo que llamo alojar al/lo otro. Se trata de un mirar con demora, un dar tiempo del que nace la escucha como disponibilidad delicada. En cuanto al pensar, Ulloa (2012) entrelaza los verbos sentir, querer y creer, en tanto figuras que designan la afectación del clínico, involucrado emocionalmente, por su inclinación hacia el paciente, con un pilar fundamental para sostener la posición, el lugar, la función del analista, su “estar analista”: la abstinencia. Escribe: Si el psicoanalista habla desde su creencia, desde su “creo que”, está sólo opinando. Esta opinión implica, más que una objetivación concerniente al campo, el imperativo de una catarsis emocional. Abstenerse de ella transforma ese “siento”, “quiero”, “creo”, en algo así como un importante nicho ecológico emocional, pronto a albergar una próxima idea, aún impensada (Ulloa, 2012, p. 104). Al concluir el primer encuentro con un paciente, una peculiar escritura se me impuso. Se trata de trazos depositados en una hoja en blanco, que advienen como ecos de lo acontecido, como resonancias de una afectación. Es una escritura que hace caso omiso a las repeticiones y que no persigue la linealidad de una cronología, sino que se deja tomar por una memoria afectada, infectada del/lo otro. Al “nicho ecológico emocional” del que habla Ulloa (2012) le da cuerpo esta escritura, en pos de configurar una demora necesaria, una espera sensible, así como una cartografía de aconteceres del diálogo clínico que le da forma a lo informe, permanencia a lo cambiante y vida, aunque frágil, a lo inanimado, como recuerda J.-B. Pontalis (1993). La escritura posterior, con el estilo descripto, se constituye, además, como una terceridad que desbarata toda ilusión de dualidad en el encuentro entre un analista y un (posible) analizante. Es una salida ante la amenaza de la encerrona imaginaria que supone la creencia en la intersubjetividad del diálogo analítico. Es testimonio vivo de lo que Jean-Luc Nancy (2015) denomina estar a la escucha: Estar a la escucha es, por tanto, ingresar a la tensión y el acecho de una relación consigo mismo: no, es preciso subrayarlo, una relación «conmigo» (sujeto supuestamente dado), ni tampoco con el «sí mismo» del otro (el hablador, el músico, él también supuestamente dado con su subjetividad), sino la relación en sí (…) Por esta razón, la escucha (…) puede y debe aparecérsenos no como una figura del acceso al sí mismo, sino como la realidad de ese acceso, una realidad, por lo tanto, indisociablemente «mía» y «otra», «singular» y «plural», así como «material» y «espiritual» y «significante» y «asignificante» (pp. 29, 30, 31). La escritura propuesta materializa y performa la figura del estar a la escucha, como espaciamiento de su resonancia, su dilatación y reverberación, que, a su vez, penetra al escuchante que está tanto adentro como afuera de dicha espacialidad. Percibo este trabajo de escritura como una artesanía, como una invención que torna habitable el lugar de analista, despojado de nombre propio, y que deviene espacio tercero, no solipsista, de cocción a fuego lento, de reflexión y meditación sobre la práctica, para luego leer desde otro lugar y aventurarse a dar un paso en falso. Es esta escritura, territorio de la abstinencia. El deseo del analista pulsa, trabaja, sueña, escribe, sin importar el día ni la hora, el lugar ni la estación. Bibliografía Freud, S. (2017). Consejos al médico sobre el tratamiento psicoanalítico (1912). En J. Strachey (Ed.). Obras completas: Sobre un caso de paranoia descrito autobiográficamente, Schreber; Trabajos sobre técnica psicoanalítica y otras obras: 1911-1913 (Vol. XII, pp. 108-119). Buenos Aires: Amorrortu. Nancy, J.-L. (2015). A la escucha. Buenos Aires: Amorrortu. Percia, M. (2013). Deliberar las psicosis. Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Lugar Editorial. Pontalis, J.-B. (1993). La fuerza de atracción. México: Siglo XXI Editores. Ulloa, F. (2012). Novela clínica psicoanalítica: Historial de una práctica. Buenos Aires: Libros del Zorzal.

  • Zaratustreanas III De camellos y pesadeces / Fernando Stivala

    Espíritu cuerpo Les menciono tres transformaciones del espíritu: cómo el espíritu se transforma en camello, y el camello en león y, por último, el león en niño. * Espíritu como lo invisible, lo inmaterial, aunque se expresa en una forma material. Se expresa en un cuerpo camello, un cuerpo león, un cuerpo niño. Son fuerzas inmateriales que nos hacen ser. Pierde fuerza la idea hegemónica de espíritu. No es espíritu esencia. Es espíritu transformación. Espíritu devenir. Espíritu cuerpo. Ese espíritu camello quiere ser fuerte y resistente. Su fortaleza demanda peso y dificultad. ¿Qué es pesado?, así se pregunta el espíritu de la pesadez, y se arrodilla como el camello, y quiere que lo carguen bien. * Camello nos trae elementos de pesadez, de carga, y de disfrute en llevar esa carga. Camello como esa exigencia abstracta, con ideales. Fuerza sin sensación. Liviandad, lo contrario a pesado. Burlarse de las verdades, de la filosofía, de la solemnidad que viene con un valor establecido que hay que cargar sí o sí. Reírse de las verdades ¿Qué es lo más pesado para ustedes, héroes?, así se pregunta el espíritu de la pesadez, para que yo lo cargue sobre mí y me alegre de mi fortaleza. * El espíritu de la pesadez y el espíritu de la seriedad se manifiestan cuando la filosofía se torna demasiado seria, grave, académica. Contra todo ello quiere pensar el espíritu de ligereza y liviandad, que restituye a la filosofía sus posibilidades creadoras. Leer, un escritorio. Una extraña acción. Burlarse de la filosofía es verdaderamente filosofar. No es desestimar lo serio o lo que viene como valor sino liberar posibles a partir de esos valores que vienen. Liberar posibles a partir de una verdad no es lo mismo que venerarla. Si se liberan posibles a partir de una verdad, la idea de verdad pierde fuerza como sentido común hegemónico. Se deconstruye la idea de verdad esencia. Cuando tenemos paciencia para que venga la liberación de nuevos posibles a partir de lo que se va mirando, leyendo, escuchando, viviendo, pensando; el mundo de reproducir una verdad, por más buena que sea, pierde valor libidinizante, emocionante, enamoradizo, pulsional, chisposo, tendiente. La verdad como búsqueda absoluta pierde esa fuerza pulsional. La reproducción de una verdad no tiene esa fuerza. Paréntesis desvío: (Preferimos llamar fuerza pulsional a eso que en general está ligado a adolescencias, enamoramientos, locuras, aventuras, desmesuras, incivilizaciones, creaciones. Creaciones es la más respetada por las normalidades debido a su capacidad de sublimación. Normalidades: valores ya armados. Pero, una pregunta: ¿A las normalidades le vamos a dar el criterio de valor? ¿A ellas que dejan la libido tirada, no la incentivan, y prefieren apagarla para estar cómodas? La fuerza pulsional está del lado de los que queramos seguir activando el armado de valores guiados por el termómetro, cada vez. La voluntad de mantener la chispa y no la verdad, aunque de las chispas muchas veces nazcan verdades. La voluntad de hacer, aunque ingresar en los caminos de las fuerzas nos lleve a lugares desconocidos.) ¿Qué son verdades? Teorías, pensamientos, películas, carreras, tesis, libros, palabras, artes, noticieros, políticos. Burlarse de las verdades. Normalidades pesadas El espíritu del camello y de las normalidades quiere cargar peso. Es el espíritu de las veneraciones de las verdades, el espíritu de las normalidades cansadas. Verdades que piden peso. Tienen sensación de regocijo en ese hacer cargando peso. Piden afirmarse ahí. Por eso Nietzsche las va a llamar fuerzas reactivas. Lo reactivo no es solamente algo que descompone. Descompone, pero tiene el secreto de que lo que descompone quiere vivir. Lo que retorna siempre está vivo, incluso para las normalidades. Solo que en ellas se ponen al servicio del conservar. El escritorio de las normalidades con su energía ontológica, con su chispa moviente que luego se apaga y se cansa, con su camello, está puesta al servicio de ser guardián de una verdad (o varias) y de un conjunto de valores que ya se dijeron. Otra manera de decir moral o mayoría. ¿Qué es pesado? Así pregunta el espíritu de la pesadez y esa es su alegría. Que el camello se llene de una tristeza justificada que actúa como alegría. ¿De qué está hecho del camello? ¿Cómo se subjetivó para ser camello? ¿Cómo fue ejercitando una manera de ser a través de los dispositivos que lo hacen ser camello? ¿O acaso es: alimentarse de las bellotas y de la hierba del conocimiento y padecer hambre anímica por amor a la verdad? ¿O acaso es hacer amistad con sordos que nunca oyen lo que quieres? ¿O acaso es: amar a quienes nos desprecian, y ofrecer la mano al fantasma cuando nos quiere asustar? * De estas preguntas se llena el espíritu del camello. Y… así se interna él en su propio desierto. * Fuente: Friedrich Nietzsche, Así habló Zaratustra (Primera parte ´De las tres transformaciones´)

  • Aurora (Tropezamos con las palabras en nuestro camino) / Friedrich Nietzsche (1881)

    Siempre que los humanos de las primeras edades colocaban una palabra, creían haber realizado un descubrimiento, creían haber resuelto el problema; y lo que habían hecho era dificultar su solución. Ahora, para conseguir el conocimiento, hay que tropezar constantemente con palabras que se han hecho eternas y duras como la piedra, tanto, que es más fácil romperse una pierna que romper una palabra. Fuente: Libro Primero, 47 “Tropezamos con las palabras en nuestro camino”, 1881. En Aurora, reflexiones sobre los prejuicios morales. Traducción de Eduardo Ovejero Maury, Biblok, España, 2019.

  • Una letra / Daniel Rubinsztejn

    El Inconsciente es un hecho nuevo que comporta una estructura nueva e implica un desmentido de la antigua relación sujeto-objeto.[1] Inicio de partida El objeto a no es objeto, no es objetivable, es sin objetividad. Es nada. El nada. Comenzar por el final es un modo de encarar la escritura del texto. La conclusión es conocida, pero lo esencial es el desarrollo para llegar allí. Ha sido un hallazgo de Lacan indicar su ex-sistencia con una letra. La a anota una función negatriz, (como acéfalo, aporía). La letra escribe una sustracción. Insurrección de una letra cuya presencia indica una ausencia. También escribe la falta de identidad: a no es igual a a. Entonces escribe una sustitución, una letra que se sustituye a sí misma. ¿El psicoanálisis infringe la lógica? Lacan lo piensa al revés: es la lógica la que comienza infringiendo la ley del significante cuando escribe a=a. Siendo que el sujeto es efecto del significante y el objeto su producto, ambos quedan ligados al concepto de corte. En algunas ocasiones, piensa al sujeto, otras al objeto, otras al inconsciente como corte: es su modo de enunciar una comunidad topológica. Si bien cada ocasión merece detenerse en las particularidades de su argumentación, podemos considerar que el corte da cuenta de la incidencia del significante, caída del objeto, y de sus consecuencias. El objeto a es en fuga, no tiene imagen, no es un fenómeno en el sentido kantiano del término, no se atrapa en las coordenadas de tiempo y de espacio. Objeto caduco, cae, pero no cae bajo ningún concepto (es a-conceptual). Su connotación es vacía. Está tomado del material significante. Es un operador obsceno, sucio, detestable, fuera de tiempo y espacio, fuera de escena pero la sostiene: “resto aborrecido del Otro”[2]. Resto que paradojalmente representa (¿representa?[3]) al sujeto en su real irreductible. Confutación: Las heces, el pecho, objetos parciales de la demanda anteceden y preparan los bordes de un cuerpo que se sostiene alrededor de pérdidas, y anticipan a la voz y a la mirada que enmarcan al deseo: complejo de castración[4]. La voz, la mirada, las heces, lo oral, objetos parciales que no son a. Ningún objeto lo es. El a también da lugar a que haya un intercambio de las zonas pulsionales. A veces al hablar se dice: “mira” lo que te digo. Llamado de la pulsión invocante es decir que está en la lengua esta intrincación pulsional en cuanto se van torciendo los lugares: del hablar a la mirada y al oír. El deseo no tiene otro objeto que el significante de su reconocimiento que al articularlo lo hace in-articulable: sombras del infierno que insisten, habitan en el deseo hasta lo no reconocido. Hasta un ombligo que traga, succiona y escupe. “La a es un término oscuro, opaco que participa de una nada a la cual se reduce. Más allá de esa nada, el sujeto buscará la sombra de su vida primeramente perdida”.[5] Letra ¿Se podría tal vez obviar la palabra objeto, y sólo recurrir a la palabra letra?[6] La letra escrita dibuja un borde -desde los inicios de la escritura- en piedra en arcilla, cuero, cerámica, madera, cera, papiros: libro (byblos), planta de papiro, escritos con una pluma de caña (kalamos). Introduce una diferencia en una superficie apta para el trazo. Heridas en el cuerpo que permanecen como cicatrices, marcas, letras a leer[7]. La escritura es rajadura, presencia de lo discontinuo. Un error o un salto de letras puede llevar a la muerte (como en el film Brazil), una letra -un borde distinto, distintivo- puede ser la diferencia entre vivir o no. La letra[8] es límite: vivifica porque ella evoca vestigios de goce, y –paradoja- mata subjetividad. La letra Alef con la que la biblia no comienza -lo hace con la b-, es un inicio que dio lugar a innumerables textos cabalísticos, filosóficos y de psicoanálisis que investigaron e intentaron dar sentidos a este salto. Alef ausente en el inicio. Sin embargo…objeto a. Nominarlo objeto reconoce una deuda con el descubrimiento freudiano. El objeto a es activo[9] y el efecto de esta actividad es poner al sujeto en posición subvertida, descentrarlo de sí mismo. “Es el objeto a el que desea.”[10] Fantasma Venimos de una escena en la que no estábamos. El hombre es aquel a quien le falta una imagen[11] Desear nos ubica en un punto ciego, como el espectador en Las Meninas. Al mirar, desaparecemos. La relación del sujeto con el objeto a no es una relación de identificación, ni de representación. Se trata de una relación de borramiento, de extrañeza, en el límite de lo unheimlich. El sujeto se experimenta como deseo; la respuesta del sujeto al deseo está en juego en el fantasma, ¿Qué clase de objeto somos para el deseo del Otro? Tener un lugar en el deseo del Otro es quedar reducido, en última instancia, a un objeto. El fantasma se produce -no es originario- a partir de la relación del sujeto y del objeto a. El fantasma ya no es ni sujeto ni objeto, ya no se trata del sujeto que se pierde indefinidamente en la cadena significante a través de la metonimia, ni tampoco del objeto absolutamente perdido. Es una nueva composición, precipitado de un movimiento de separación, de desasimiento del Otro. El fantasma olvida la contingencia del objeto de la pulsión: $<>D, “ese nudo radical en donde confluyen la demanda y la pulsión”[12]. “Enfrentamiento perpetuo” del objeto y el sujeto. El objeto que amenaza con estabilizar, en el borde, en el losange, sostiene una relación de corte. Dos caras, un borde. El objeto y/o el sujeto pueden desaparecer. "¿Dónde está el sujeto? Es necesario encontrar al sujeto como un objeto perdido. Más precisamente este objeto perdido es el soporte del sujeto”[13]. Por instantes, suponemos un sujeto[14], y le atribuimos un deseo (del sujeto). La preposición del, también introduce un equívoco. El deseo, ¿es del sujeto? Tal vez del indica una dirección, entonces decimos que del deseo se es objeto, se es deseado. Angustia El lenguaje nunca abandona el territorio de la generalidad y por ello el hablante al hablar, jamás puede decir un singular y cuando lo intenta ceñir, sólo puede enunciar un ser en general; entonces la angustia -ausencia radical de palabra- “dice” alguna singularidad. Angustia la revelación de algo innombrable, del objeto esencial que ya no es un objeto sino algo ante lo cual todas las palabras desfallecen, se detienen: “el objeto de angustia por excelencia”.[15] La angustia no es la de un objeto, es el signo de que habría sujeto, el índice (shifter) de la falta de (en) la enunciación. Aphánisis, fading, desaparición, inter-mitencia, pulsación dan cuenta del vértigo que hace que quien todavía no es… jamás llegará a ser. Cuando el sujeto se viste de ser…esa vestimenta no le sienta bien: se escucha des-ser. Se revela un cuerpo, hay angustia. El objeto es decepción de una espera…siempre al borde de la angustia. “La poesía es la decepción de una espera, ahí donde espero una palabra me encuentro con otra” (R. Jackobson). Es un momento de destitución subjetiva…salvaje. Las significaciones que recubren el deseo, se rompen. La certeza angustiosa aparece frente al vacío de significación, cuando se interroga por su ser en el intervalo. Se suspende el tiempo, abismo temporal. Hay una angustia ante la pérdida y también ante el exceso de presencia. Lo que aparece en lo siniestro no es el objeto a, lo convoca. También angustia la inminencia de una respuesta posible: falta la falta, y se presentifica el otro sabiendo ¿gozando?; su presencia es la inminencia de goce...ajeno. La angustia tiene una función ontológica. Lo aclara el desarrollo de Heidegger en Ser y Tiempo[16]: La angustia revela un estado de yecto: el ser ahí es caído de sí mismo, ser perdido. El estado de yecto no es un hecho consumado, ni un factum definitivo. El ser ahí, mientras sea lo que es, continúa en yección, y se suma en el torbellino de la impropiedad del uno, fuga del ser ahí. El “ante que” de la angustia no es ningún ente intramundano, es indeterminado. Nada que es a la mano o ante los ojos dentro del mundo es lo que angustia. No sabe la angustia aquello que angustia. Se angustia ante el mismo ser en el mundo. En la angustia le va a uno inhóspitamente. Es decir no se está en su casa. (El habla es la casa del ser…dirá luego) En la angustia hay la posibilidad de un señalado abrir, porque la angustia singulariza. Esta singularización le hace patente la propiedad y la impropiedad como posibilidades de su ser. *** A partir de Kant lo que antes giraba en torno al objeto ahora gira alrededor del sujeto, pero a él se llega a partir del objeto: la experiencia. El sujeto trascendental está desde el inicio dividido (según J.L. Nancy) entre sus facultades: sensibilidad/ entendimiento. No es uno[17]. El objeto a, escribe la imposibilidad de una división perfecta. Escribe así una constitución fallada, cuyo núcleo es la división, cuya causa es el significante; es decir que no habría una disyunción entre significante (que causa la división) y objeto causa (del deseo). Son los elementos esenciales en la operación de constitución del sujeto: función del significante, caída del objeto. El sintagma “eso no es eso”, revela que el referente nunca es el bueno y un fastidio estructural entre el primer eso y el segundo. La letra a es la escritura de esta inadecuación. Final de partida La esencia del discurso analítico es que haya un discurso que articule esta renuncia al goce, y que haga aparecer la función del plus-de-gozar. La existencia misma del discurso implica una pérdida de goce. Pero, paradójicamente, el discurso mismo otorga los medios de goce. El objeto a es simultáneamente pérdida de goce y plus (basta, suficiente) de goce. La repetición es el intento de recuperación del objeto, a través de las marcas significantes que llevan –paradojalmente- a que al recorrerlas se lo vuelva a perder (Eurídice perdida dos veces). Sólo el intento de recuperación es posible, pero en lo que concierne al reencuentro del objeto queda expresado en potencial, “sólo se lo podría…”, expresión que nos indica una imposibilidad estructural. “En esta escuela del mundo ni siendo malos alumnos repetiremos un año, un invierno, un verano. No es el mismo ningún día, no hay dos noches parecidas, igual mirada en los ojos, dos besos que se repitan.” Wislawa Szymborska Aún (que) el sujeto espere entrar al saber, si ingresara quedaría indeterminado. Aún (que) el saber espere acoger al sexo, fracasa de nuevo. El objeto a es corte en la intersección de los tres registros, es lo que no cesa de perderse. Es el (des) encuentro entre el sujeto, el saber y el sexo. La suposición de saber permite que en la transferencia se diga... el fracaso[18]. Sujeto y objeto existen excluidos de la esfera del ser. Resuena la fórmula de La ciencia y la verdad: el sujeto está en exclusión interna de su objeto; es decir, un saber sin sujeto, es decir en el inconsciente el sujeto es a, es decir… [1] Lacan J, entrevistado por Pierre Daix, 1966. Revista En el margen, Buenos Aires 2020. [2] Lacan J, Seminario 10, La angustia, Paidós, Buenos Aires 2006. [3] El a representa, el significante representa al sujeto… tal vez sea in-eliminable algo de la representación. [4]“El material del significante, somos nosotros quienes lo proveemos, es con nuestros propios miembros -lo imaginario es eso- que armamos el alfabeto de ese discurso que es inconsciente, cada uno de nosotros en relaciones diversas, porque no nos servimos de los mismos elementos”. Lacan J, El deseo y su interpretación, Paidós, Buenos Aires 2014. [5] Lacan J., Seminario 6, El deseo y su interpretación, Paidós, Buenos Aires 2014. [6] Letra: soporte material; función localizada del significante; posibilita la operación de lectura, es decir, de interpretación; litoral…etc. [7] “Nosotros pensamos la forma sonora y la escritura como cuerpo de la palabra, la melodía y el ritmo como el alma, y lo relativo a la significación como el espíritu del habla”. M. Heidegger, Carta sobre el humanismo, Alianza Editorial, Madrid 2000. [8] “Menos literatura pero más atención a la letra”. Ibíd. [9] “El hombre piensa con su objeto pero ese objeto es ob, hace objeción a ser pensado”. Es lo que causa pensamiento. [10] Lacan, J, La angustia, Paidós, Buenos Aires 2006. [11] Quignard P, El sexo y el espanto, Minúscula Ed, Barcelona 2005 pág. 8. [12]Lacan J, Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, Barral, Barcelona 1974, pág. 217. [13]Lacan J., El discurso de Baltimore, en Lacan oral, Xavier Bóveda, Bs.As. 1983. [14] “El sujeto que se deduce del lenguaje y de su incidencia en un cuerpo no es algo que pueda caber en el concepto, ni siquiera en el de sujeto”. (Le Gaufey G., El notodo de Lacan, Ediciones literales, Bs.As. 2009, p.11). [15] Lacan J., El yo en la teoría de Freud y en la técnica psicoanalítica, Paidós, Buenos Aires 1983. [16] Heidegger M, Ser y Tiempo Losada, Buenos Aires. pág. 206 a 211. [17] A partir de Rousseau aparecerá el sujeto del derecho del contrato, activo, libre, responsable opuesto al sujetado, súbdito de su majestad. Objectum significa lo arrojado al encuentro. [18] Cualquier impostura del analista respecto de algún saber simularía que sabe algo (¿todo?) de lo que es imposible saber. Es una eternización de la transferencia, más que una apuesta a un final del análisis. No se trata de correrse de ese lugar, porque es el que permite escuchar. No hay escucha objetiva de lo que le pasa a un paciente, porque "el analista forma parte del concepto de inconsciente". Golpea los postigos desde adentro, para que se reabran.

  • Vocal / Monique Wittig – Sande Zeig

    El pueblo de las amantes que se ha instalado en Tonga, isla de Polinesia, habla actualmente una lengua que carece de consonantes. Hablan una lengua que parece un canto. La voz se ahueca, sube, baja, recorre todo el registro de graves y de agudos, estalla, crepita, vibra, murmura, silba, susurra, se detiene, disminuye, se despliega, se estira. Está hecha de estridencias, de disonancias, de ruidos, de largos deslizamientos, de susurros, de dulces roces. Tiene sonidos cerrados, sonidos abiertos, sonidos breves, sonidos largos, sonidos húmedos, vocalizaciones nasales, labiales, dentales, palatales, sibilantes, guturales, velares. Aquellas que han escuchado alguna vez el canto de las ballenas blancas tienen un conocimiento aproximado de esta lengua. “Cuando ellas hablan con la voz sostenida sobre una e, una o, o cualquier otra vocal, no es para mí una frase, es una modulación. La práctica de esta lengua modifica los músculos del rostro. Tengo la impresión de que los músculos se desplazan en algún sentido, de la misma manera que las serpientes cuando reptan” (Anna Weish, Sonidos de ningún lado, Celtia, edad de gloria). Fuente: Wittig, M. & Zeig, S. (1976) Borrador para un diccionario de las amantes. Traducción de Cristina Peri Rossi. Editorial Lumen. Barcelona 1981.

  • Las descentradas (1929) Segundo Acto / Salvadora Medina Onrubia

    Comedia en tres actos Segundo acto Habitación de Juan Carlos, en un hotel cualquiera. Sin lujo. Cama en el rincón de la izquierda. Mesa chica al centro. A los pies de la cama, amplio sillón que desentona con el conjunto. Puerta al corredor, al foro, derecha. Sobre los muebles, frascos de farmacia. (Juan Carlos, en saco fumoir, sin cuello, “deshabillé”, está tumbado en la cama con un libro. Un mucamo muy gallego, da desconcertados plumerazos sin ton ni son, y canturrea.) Escena I Juan Carlos y Mucamo; después, Elvira Mucamo (canturreando bajo, mientras sacude): “El querer de los casados / Anda por los alzadeiros / Si así facen los casados / Qué no farán los solteros...” Juan (incorporándose): Cállate, por caridad... me enloqueces... Mucamo: Bueno, bueno... (Sigue sacudiendo.) Juan: Y no levantes más polvo... Me mareas, me ahogas… Vete... Mucamo: Ya termino, ya... Juan: ¿Qué hora es? Mucamo: Son casi las doce. ¿Comerá usted ya? Juan: Un momento. Pero pon la mesa. (Sale el mucamo. En la puerta se cruza con Elvira, que entra con una enorme brazada de flores. Trae un traje de mañana claro, elegantísimo.) Mucamo: Buenos días, señora. Elvira: Buen día, amigo. ¿Qué tal? (Entra.) Escena II Elvira y Juan Carlos Elvira: Hola, encanto, ya levantado... ¿Se halla bien? Juan (viniendo hacia ella): Perfectamente. Y viéndola a usted, figúrese. ¿Es para mí todo esto?... (Le toma las flores y las deja sobre la mesa.) Elvira: Sí, pobrecito. Encerrado aquí con su fiebre, no ha visto llegar la primavera. Está todo espléndido. Hasta las mujeres. ¿No se ha fijado cómo embellecen las mujeres cuando llega la primavera? ¿No hay floreros por aquí? Juan: No poseo esos poéticos adminículos. Elvira: Pídalos, entonces... Juan: ¿A quién? Elvira: Al mozo, hombre... (Juan Carlos llama. Mientras, Elvira se quita el sombrero, los guantes. Se peina un poco. Maneja las cosas como en su casa. Habla mientras se arregla.) Hace un calor. He venido desde casa andando y me he fatigado. ¿Vino el médico ya? Juan: Sí. Elvira: ¿Y...? Juan: Se ha despedido. Ya estoy bien, desgraciadamente... Elvira: Hombre, si estar sano es una desgracia... Juan: Y de las graves. Máxime si se tiene una enfermera como la mía. Elvira (con un saludo): Se agradece… Escena III Dichos y Mucamo (Entra el mucamo con mantel, bandeja, platos, que pone sobre la mesa.) Mucamo (a Juan Carlos): ¿Ha llamado usted? Juan: Sí. Consígase por ahí dos o tres floreros para esto. Elvira: Prontito, ¿eh? Mucamo: Bien. ¿Comerá aquí la señora? Juan: Por supuesto. Mucamo: Podremos adornar la mesa con un ramo de flores. Abajo hay unos jarrones espléndidos... Juan: Pues, tráelos. (Sale el mucamo. Elvira lleva las flores de la mesa a la cama y se pone a arreglarlas.) Escena IV Elvira y Juan Carlos Elvira: Cuánto me alegro de verlo levantado. Ahora sí que serán lindos nuestros paseos... Juan: El primer día iremos al Tigre. ¡Cómo estará ya aquello!… A ver si ha perdido la mano para el volante. Elvira: No, verá. Manejaré yo sola. Usted estará débil para eso. Iremos ligero. Me sacaré el sombrero y todo el aire me dará en la cara. ¡Qué dicha! Juan: Y almorzaremos allá... Elvira: Seguro. Ya me he acostumbrado a almorzar con usted. Con su enfermedad, nos hemos hecho más amigos que antes. Ya somos casi hermanitos. (Él la mira fijamente, sonriendo.) Lo que me da tristeza es tener que mentir tanto... Qué ridícula es la vida, ¿eh?... Y somos nosotros mismos los que la hacemos ridícula. Y después nos lamentamos... Mire que tener que ocultar nuestra amistad como un pecado... Juan: Eso lo hace doblemente interesante. Usted no quiere convencerse de que el pecado es lo único que hace atrayente la vida. Para la mujer, sobre todo, no hay mayor voluptuosidad que la de comprometerse... Elvira: Es cierto, ¿eh? Todos los días que vengo aquí, lo pienso: me comprometo. Bueno, esto no sería interesante si yo estuviera apasionada por usted, si fuéramos una especie de seres novelescos... pero, comprometerse por salir en auto, por almorzar, por charlar con un simple amigo a quien puede verse tranquilamente todos los días. Eso es una cosa extraordinaria. Y yo amo las cosas extraordinarias. Bueno. Ahí están los floreros. Escena V Elvira, Juan Carlos y Mucamo Mucamo (entrando): Traigo cuatro floreros. Juan: ¿Esos eran los jarrones espléndidos? Mucamo: Son muy preciosos. Elvira (riendo): Traiga... póngalos acá. Mucamo (poniéndolos al lado de la cama): Cuidado, que tienen agua. (Elvira arregla las flores en los jarrones; mientras, Juan Carlos la mira largamente, intensamente. El mucamo pone la mesa.) He traído la lista. Elvira: No hace falta. Para el señor, pollo y agua mineral como siempre. ¿Comería espárragos? Juan: Comería palos de escoba. Me muero de hambre. Elvira: No exagere. No será tanto. (Al mucamo.) Espárragos también; y para mí lo mismo. Juan: Fruta y café... y ya está ¡Ah! y te conseguís champagne. Bien frappé, ¿eh? Elvira: ¿Champagne? ¿A qué se debe?... Juan: Un gusto... Festejo mi salud... Elvira: Una genial idea. (Al mozo.) Pero todo rápido, rápido, que tengo que irme en seguida. Mucamo: Bien, bien, me apuro. (Sale.) Juan: ¿Cómo? ¿Hoy no leemos? Elvira: No. Tengo que hacer unas compras. Hijo, con su enfermedad se me han dado vuelta las costumbres. Hay que normalizarlas. Ya se acabaron los almuerzos. Juan: ¿Y el del Tigre? Elvira: Ese será sólo una escapada. Estoy llamando la atención de todos. He agotado hasta mi inventiva. (Mientras habla, pone un florero sobre el mantel y reparte los demás por el cuarto.) Esto queda magnífico. Juan: Usted y las flores convierten mi cuarto en un verdadero paraíso. Elvira: Lo noto esta mañana desusadamente galante. ¿Qué le pasa? Juan: A mí nada. Pero... Elvira: Pero ¿qué?... Juan: ¿Qué día vamos al Tigre? (Mientras hablan, Elvira se limpia las manos con una toalla y se sientan a la mesa frente a frente.) Elvira: La semana que viene. Juan: ¿Tanto? Elvira: Y ... no le he dicho que no puedo, Y eso que tengo un verdadero deseo de manejar... Mucamo (entrando con las fuentes): Ya está aquí la comida. (Sirve la mesa entrando y saliendo varias veces, según las indicaciones. Sale.) Elvira (siguiendo la conversación, mientras sirve ella misma): Ya ve. Otro secreto. Esa habilidad con la que podría darme tanta importancia, si no me la hubiera enseñado usted. Tendré que hacer la comedia de que me enseñe, Juan... Juan: ¿Ve? Para todo hay que hacer comedias en el mundo. Elvira: Y aunque no queramos. Es la ley. Toda nuestra vida es sólo un tejido de pequeñas comedias... Dulces, amargas, risueñas, ridículas... Es claro, más ridículas que otras. Dígame si no es ridículo este secreto de nuestra amistad... El haber ocultado como un crimen el que yo lo cuidara... El que hubiera venido a verlo al saber lo enfermo que estaba... Era una cosa pura, era una cosa buena. Juan: No. Era malo. Mucamo (entrando): Aquí está el pollo. Parece de oro… (Lo deja y sale. Empiezan a comer, violentos.) Elvira (mirando a Juan Carlos, que no come casi): ¿Y esa era el hambre? Juan: Es que no puedo comer. Le dije que era malo... Elvira: ¿Por qué malo?... Juan: Ríase. Ríase todo lo que quiera. Elvira: Pero ¿de qué quiere que me ría? Juan: De mí. Me pasa una cosa muy rara, vieja. Creo que me he enamorado de usted. (Ella se queda mirándolo con un aire de extrañeza un poco exagerado.) Elvira: Muy bien. ¿Y qué más? Juan: Y que sufro de veras al pensar en que estos días de dicha se han terminado... Que la estoy mirando y que el alma se me sube a la boca, que tengo que decírselo… Que no duermo, que no vivo, pensando en usted. Que esta es otra enfermedad. Elvira (con una risa violenta y fingida): Esos son romanticismos de la fiebre y del encierro. Se le disiparán con el aire. Juan: No se ría. No es cosa de risa. Hemos jugado con algo demasiado grave. ¿Por qué vino? Elvira: Está usted haciendo un soberbio papelón indigno de usted. Con sentimentalismos a mí... Es gracioso. Juan: No son sentimentalismos. Es la vida. Yo no soy una salamandra, soy un hombre... y usted es una mujer... Elvira: Sí, ¿eh?... No lo sabía... Juan: No se haga la graciosa. Escúcheme. Elvira: No me gusta escuchar tonterías... Juan: Elvira, por favor... Elvira: Qué feo, qué feo... qué cursi... Juan: Óyeme... Eres divina, eres única... ¿Por qué esconder tu alma?... (Ella queda mirándolo silenciosa.) Siento en la frente tus manos frescas que templaban mi fiebre. Veo tus ojos. Oigo tu risa. Te veo luego a mi lado como mi amigo... Eres la mujer completa, única, que puede serlo todo... Mucamo (entrando): Fíjense ustedes en las manzanas… Huelen como las manzanas de mi pueblo. Y parecen pintadas. (Las pone en la mesa. Elvira, con la interrupción, se hace dueña de sí y vuelve a reír. Juan Carlos se fastidia.) Juan: Bueno, déjalas ahí y hasta que yo llame no vengas con el café. Mucamo: Está bien. Está bien. (Sale entre extrañado y picaresco, cerrando la puerta. No hablan un momento. Elvira sirve y empieza a comer. Juan Carlos se levanta y viene a sentarse junto a ella.) Juan: Hablemos. Y no se ría, que es fingido. Escúcheme. Usted no es una chica tonta. Usted sabía que esto tenía que llegar. Elvira: Lo sabía. ¿Y qué? Juan: Y que usted ha jugado conmigo, o... Elvira: Con quien he jugado ha sido consigo misma… Pero esto, esto es estúpido, ridículo. . . Juan: No. Es bueno. Es lo único bueno de todo. Elvira: Hasta que lo evoquemos es una infamia. Y yo no he sabido evitarlo. Y ahora se ha roto nuestra franca amistad que me hacía tan feliz... (Se le llenan los ojos de lágrimas.) Juan: No quiero ver en tus ojos lágrimas. No, Elvira, no. Nuestra amistad era sólo una comedia, como todo... Elvira: No. Nunca podrá saber usted lo que era su amistad. Para mí tan sola... tan extraña a todo lo que me rodea... Y no he sabido defenderla... Juan: ¿Y nuestro amor? ¿No es nada para ti? Elvira (hostil): Nada. Juan: Tienes razón. Eres una coqueta como las demás. Peor que las otras. Coqueteas más refinadamente… Coqueteas fríamente, cerebralmente... Pero gustas como todas de pasearte por el borde del abismo. Eres una titiritera sentimental. Nada más. Elvira (en la misma actitud dolorida): Tal vez tenga razón. Soy peor que las otras. Soy también más desgraciada que las otras. Juan: Perdóname, Elvira. No te pongas así. No sé lo que digo. No sé lo que tengo... Elvira: ¿Por qué me tutea? Juan: No seas vulgar. No juegues al viejo juego. Escúchame. Piensa que antes de todo soy tu amigo. Elvira: Ya no. Juan: Sí. Ante todo amigo... Y te quiero. He llegado a quererte brutalmente. Elvira: Y yo tengo la culpa. Juan: Inconscientemente, pero la tienes. Elvira: Inconscientemente, no... Óigame usted ahora… Usted ha hecho mucho bien a mi alma. No sabe cuánto… Nunca, por más que piense, sabrá lo que era mi soledad. La desesperación de mi soledad... La angustia de cerrar mi alma a todo... de atar mis palabras, mis gestos, mi voz... Y usted me dio la paz, la serenidad, el equilibrio que había buscado tanto tiempo en vano… Nuestros paseos, nuestras conversaciones, eran tanto para mí, obligada a callar siempre, a hablar nimiedades, a olvidarme de que podía pensar... En esos momentos, yo era otra mujer... Me llenaba de oxígeno el pecho el alma... Respiraba... Y después, muchas veces, cerrando los ojos te evocaba y encontraba en mí fuerzas para soportarlo todo. Era tan puro mi afecto... O yo me hacía la ilusión de que lo era... (Él le toma una mano; ella la deja abandonada, inerte.) Por eso en este momento me haces tanto daño. A veces yo veía con terror en que esto iba a llegar. En que era una cosa irremediable que llegase... Muchas veces pienso que tantas mujeres habrán caído por eso... Solamente por poder sentirse un minuto seres libres y conscientes... Yo, como tantas, pagaré el precio de mis cortos momentos de alegría... Y es mejor.., mejor que así sea... Tal vez... Juan: ¿Ves? Tú también lo quieres... me quieres... Elvira: No. Yo no quiero a nadie. Pero estoy tan sola, tan sola... Juan: Yo te adoro, Elvira. Te lo juro. Elvira: De una cosa noble y buena haremos una cosa infame… Yo no quiero perderte... Y es humano. No puede irse contra la vida... Juan: Por qué infame. ¿Por qué? Elvira: Tú lo sabes... Gracia, él… Juan: No pensemos en eso. No... Vivamos este minuto… ¿Ves? Me tuteas... Qué dulce es el tú en tu boca... Hay palabras que sólo con él pueden decirse... Como “te amo”. Dímelo... Pero no me mires así... No pienses. Piensa sólo en nosotros... Más tarde, más tarde... sufriremos. Pero ahora... Ahora yo no puedo hacer más que quererte. He visto un rincón de tu alma. Quiero que me la des toda. Que te me des toda. Déjame besarte… Elvira mía. Amor mío... Mi Elvira... (Va a besarla. Ella, inerte, como entontecida, mira al vacío. Pero la puerta se abre violentamente y entran López Torres, Baudrix, el comisario y otro señor. El mozo, asustado, se queda en la puerta.) Escena VI Elvira, Juan Carlos, Baudrix, López Torres, un señor que no habla, Comisario y Mucamo. (Elvira y Juan Carlos, se levantan sorprendidos. Ella queda de pie, junto a la mesa, temblorosa. Él, dominándose con un enorme esfuerzo, se adelanta.) Juan: ¿Qué significa esto? ¿Con qué derecho? Comisario: En nombre de la ley. Juan: Comprendo. (A López Torres.) Estoy a su disposición, señor, en todos los terrenos. López: Gracias, joven. No se trata de eso por el momento. Odio los escándalos. Juan: Pues mayor que éste... López: Este quedará entre nosotros. No pasará nada. El señor... (Por el comisario.) levantará un acta que firmarán como testigos los señores. Esto es perfectamente legal. Ese acta servirá para un divorcio discreto. Y desde este momento la señora queda en libertad para ponerme en ridículo con usted... o con quien le parezca mejor. Juan: Es una manera ultramoderna de arreglar las cosas. Baudrix: Pero perfectamente legal. Elvira (adelantándose, a López Torres): No sabía que leyeras a Maupassant. Y que te impresionaras hasta plagiarlo. Pero podías haber tenido un gesto más original. Espiarme, seguirme, traer policía. Es digno de ti, pobre imbécil. López: Digno de usted, señora. Elvira: ¿Qué sabes tú de lo que es digno de mí? ¿Me conoces, acaso? López: Desgraciadamente, demasiado. Elvira: Si me conocieras, no me obsequiarías con esta escena de pochade. Me habrías dicho, simplemente, que querías librarte de mí... o librarme de ti... (El comisario ha puesto sus bártulos sobre la mesa y se dispone a escribir.) Habríamos hecho entre los dos ese acta tranquilamente. Juan: Pero eso no es posible. Le juro por mi honor, señor, que entre Elvira y yo existe sólo una simple amistad. López: Eso me tiene a mí sin cuidado. Juan: Es que usted no puede levantar un acta falsa. Elvira: Déjalo. Que escriban lo que quieran. Yo lo firmaré. Firmaré todo... ¿Que lo engaño? Bueno, que lo escriban. No me importa gritarlo a los cuatro vientos si eso me libra de él. López: Señora... Elvira: Sí. ¡Porque lo odio... lo odio! Engañarlo... Como usted me engaña a mí, no... Todavía no... Pero escriba, sí... Escriba que lo engaño, que toda yo soy una mentira para él. Que toda yo soy odio y mentira. Que mis palabras, mis gestos, mi vida... Todo, todo es una mentira… Oh, lo engaño, sí... ¡Lo engaño con el alma, con el pensamiento, con el deseo, que es como engañamos las pobres, las desgraciadas mujeres honradas que no tenemos en la vida ni siquiera el valor de nuestros pecados!... Juan: Serénese, Elvira, cálmese... Elvira: Oh, amigo mío... Si estoy muy serena... Si casi me siento feliz... Si la tortura de todos los días tenía que terminar de cualquier modo... No lo veré más... Podré ser “yo”... ¿Qué me importa lo otro? Juan: Pero usted debe defenderse. Elvira: ¿Yo? Jamás. López: La señora es doblemente infame. Ha elegido para... sus inocentes entretenimientos al novio de su mejor amiga... Elvira (recordando con angustia): Gracia... Juan: Qué horror... Elvira: Gracia no debe saberlo. (A López Torres.) Y usted no lo dirá. López: Lo sabrá todo el mundo. Un divorcio es cosa pública. Elvira: Oh, es que yo no lo permitiré. Es que ante ella me defenderé... se lo diré todo... Y ella me creerá a mí. A mí sola... (Pausa larga. Elvira jadea. El hombre escribe.) López: Hablando pueden conciliarse las cosas. Usted firma el acta en la que no se nombra al señor para nada... O se le da un nombre cualquiera. Yo me comprometo a que Gracia no sepa nada jamás. Podrá efectuarse el matrimonio. En cambio, usted renuncia a defenderse. No vuelve a mi casa. Yo le enviaré... aquí todas sus cosas... y su dinero. Elvira: Acepto. ¿Dónde firmo? Comisario: Aquí. (Elvira toma la pluma.) Juan: Lea eso primero. Elvira: ¿Para qué? Es lo mismo. (Firma. Firman también los testigos y el comisario, que guarda los papeles.) Juan (a López Torres, mientras firman): Señor: creía a usted solamente un ser ridículo. Me he equivocado. Es usted un perfecto canalla, un cobarde, un sinvergüenza. (Va a darle una bofetada, pero antes de que los otros se acerquen, Elvira se lo impide sujetándolo de los brazos.) Elvira: Déjalo, Juan Carlos. No lo toques tú. Que se vaya. Juan: Donde lo encuentre le daré de patadas. Ahora por usted. Elvira: Después sí. Haz lo que quieras. Ahora piensa en Gracia... Juan: Tienes razón. Comisario: Buenas tardes. Disculpen. López: Que sean ustedes muy felices. Adiós. Baudrix: Buenas tardes. Mis excusas, señora... (Salen todos, menos el mucamo.) Escena VII Elvira, Juan Carlos y Mucamo Mucamo: Señor... Yo no tuve tiempo de avisarles. Subía para eso, pero se adelantaron. ¿Puedo servirles en algo? (Elvira ha ido a tirarse al sillón de los pies de la cama, donde queda como anonadada. Juan Carlos se pasea por la habitación.) Juan: Sí. Llévate eso y trae el café. Y cállate. Mucamo: Bien. Bien. Cuenten conmigo para lo que quieran. Elvira (tristemente): Gracias, amigo. Mucamo: De nada, de nada. (A Juan Carlos.) Y... ¿traigo el champagne también? Juan: Sí, tráelo. Trae todo lo que quieras. (Sale, cerrando la puerta. Hasta que vuelve, ellos continúan en la misma actitud. Ella, en el sillón. Él, paseándose.) Mucamo (entrando): Aquí está todo. (Deja café y champagne sobre la mesa y sale, cerrando la puerta. Se arriman los dos a la mesa en silencio. Ella va a servir, pero le tiemblan las manos.) Elvira: No puedo. Sirva usted. Es ridículo, pero estoy temblando. (Sirve él y toman el café en silencio.) Perdóneme, Juan Carlos, esta escena estúpida. Juan: Hemos caído en una hábil trampa. Ya pasó... ¿Qué vamos a hacer ahora?... Elvira: Yo qué sé. Juan: Óyeme tranquila. Vas a divorciarte. No sabes la dura prueba que te espera. Necesitarás de todo tu valor. Elvira: Es lo de menos... Juan: ¿Y después?... Elvira: Después... Dios dirá. Juan (tomándole las manos y aproximándose a ella): ¿Quieres quedarte aquí? Elvira: ¿Y Gracia? Juan: Tienes razón. Yo te llevaré al campo con mi madre. Es muy buena, muy viejita. Tiene sus ideas, pero tú te la conquistarás. Y cuando termine tu divorcio, me casaré contigo... Elvira: ¿Qué?... Juan: Si tú quieres. Hace un momento te juré que te quería. Vi tus ojos. Hubiera hecho de ti mi querida. El destino hace que puedas ser mi novia. Elvira: ¿Y Gracia? Juan: Con tiempo. Elvira: Sufrirá. Juan: No. O muy poco. Es una chica. Además... También sufrirás tú. A ella, otro la hará más feliz... Elvira: Pero tú la quieres... Juan: En este momento te quiero a ti sola. Además, es irremediable. No la humillemos nombrándola, pobre amorcito... (Pausa larga. Los dos piensan.) Elvira: Tenemos que tranquilizarnos antes de decidir nada. Yo me iré ahora a casa de Gloria. Juan: Gloria, tienes razón... Elvira: Hace tiempo que no la veo. Tengo tan dejado todo. Juan: Yo puedo ir primero a... Elvira: No. No hace falta. Iré a su casa y le diré: aquí estoy. Y ella me abrirá los brazos sin preguntarme más. Gloria no es como las demás personas. Es ella. Juan: Como tú. (Le besa la mano.) Mi novia... Ahora eres mi novia aunque no lo quieras... (Le saca el anillo de casamiento, lo mira... Luego se saca el de él y pone los dos sobre la mesa.) ¿Te acuerdas cuando te probaste el anillo de Gracia?... Elvira: Oh, sí... ¡Quién nos hubiera dicho!... Juan: Bueno... no te entristezcas... Olvida... Luego iremos los dos a casa de Gloria. Pero primero vamos a tomar champagne. (Se levanta, descorcha la botella y sirve. Mientras habla...) Eres una novia que me ha regalado la primavera. Toma. Brindemos a lo imprevisto, señor del mundo, y a nuestra dicha... Bebe... Y ahora bésame. ¿Ves? (La besa.) Novia de la primavera. Novia florida… (Vuelve a besarla…) TELÓN

  • Aurora (La moral del sufrimiento voluntario) / Friedrich Nietzsche (1881)

    ¿Cuál es el goce más elevado para los hombres en estado de guerra, en esa pequeña comunidad constantemente en peligro, en donde reina la moralidad más estricta? Me refiero a las almas vigorosas, sedientas de venganza, rencorosas, pérfidas, dispuestas a los acontecimientos más terribles, endurecidas por las privaciones y la moral. El placer de la “crueldad”. En semejantes almas, y en tales situaciones, mostrarse insaciable en la venganza es una virtud. La sociedad se reconforta con el espectáculo de las acciones del hombre cruel y arroja lejos de sí, de una vez, la austeridad del temor y de las continuas precauciones. La crueldad es uno de los placeres más antiguos de la humanidad. Por consiguiente, se cree que los dioses también se regocijan cuando se les ofrece el espectáculo de la crueldad, de tal modo, que la idea del sentido y del valor superior que hay en el sufrimiento voluntario y en el martirio aceptado libremente se introduce en el mundo. Poco a poco, la costumbre establece en la comunidad una práctica conforme a esta idea; desde entonces se desconfía de todo bienestar y se adquiere cada vez más confianza en los grandes estados de dolor, se dice que los dioses podrían sernos hostiles viendo nuestra felicidad y favorables viendo nuestro dolor; ¡sernos hostiles y no apiadarse de nosotros! Pues la piedad es considerada como despreciable e indigna de un alma fuerte y terrible; pero los dioses nos son propicios porque el espectáculo de las miserias les divierte y les pone de buen humor, pues la crueldad proporciona la más a voluptuosidad al sentimiento de poderío. Así es como se ha introducido en la noción del hombre moral, tal como existe en la comunidad, la virtud del sufrimiento frecuente, de la privación, de la existencia penosa, de la mortificación cruel: “no”, lo repetimos como medio de disciplina, de dominio de sí mismo, de aspiración a la felicidad personal, sino como una virtud que dispone favorablemente hacia la comunidad a los malos dioses, elevando constantemente hasta ellos la humareda de un sacrificio expiatorio. Todos los conductores espirituales de pueblos que supieron poner en movimiento el limo perezoso y terrible de las costumbres han tenido necesidad de la locura, a más del sacrificio voluntario, para encontrar crédito; y, sobre todo, han tenido necesidad de la fe en sí mismos. Cuanto más seguía su espíritu los nuevos derroteros y era atormentado por los remordimientos y el temor, más cruelmente luchaba contra su propia carne, contra su propio deseo y contra su propia salud, como para ofrecer a la divinidad una compensación en goces, en el caso en que se irritase a causa de las costumbres olvidadas o combatidas a causa de los nuevos fines que se había trazado. Sin embargo, no hay que pensar, mostrando así demasiada complacencia, que en nuestros días estamos completamente desembarazados de semejante lógica de los sentimientos. Que las almas más heroicas se interroguen en este punto en su fuero interno. El menor paso dado hacia delante, en el dominio del libre pensamiento y de la vida individual, ha sido conquistado, en todos los tiempos, con torturas intelectuales y físicas; y no solamente el paso adelante, no: toda clase de pasos, de movimientos, de cambios, tiene necesidad de innumerables mártires, en el curso de esos miles de años que buscaban sus caminos y que echaban los cimientos, pero en los cuales no se piensa cuando se habla de esta clase de espacio de tiempo ridículamente pequeño en la existencia de la humanidad y que se llama “historia universal”; y aun en el dominio de esta historia universal, que no es, en suma, más que el ruido que se hace alrededor de determinadas novedades, no hay asunto más esencial ni más importante que la antigua tragedia de los mártires que quieren “remover el pantano”. Nada ha sido pagado más caro que esta pequeña parcela de razón humana y de sentimiento de la libertad de que tanto nos enorgullecemos hoy. Mas por este mismo orgullo nos es casi imposible adquirir el sentido de ese enorme lapso de tiempo en que reinaba la “moralidad de las costumbres” y que precede a la "historia universal”, “época real y decisiva, de primera importancia histórica, que fijó el carácter de la humanidad”, época en que el sufrimiento era una virtud, la crueldad era una virtud; el disimulo, una virtud; la venganza, una virtud; la negación de la razón, una virtud; en que el bienestar, por el contrario, era un peligro; la sed de saber, un peligro; la paz, un peligro; la compasión, un peligro; la excitación a la piedad, una vergüenza; el trabajo, una vergüenza; la locura, algo divino; el cambio, algo inmoral, preñado de peligros. ¿Creen que todo esto ha cambiado por el hecho de que la humanidad ha variado de carácter? ¡Oh, conocedores del corazón humano, aprendan a conocerse mejor! Fuente: Libro Primero, 18 “La moral del sufrimiento voluntario“, 1881. En Aurora, reflexiones sobre los prejuicios morales. Traducción de Eduardo Ovejero Maury, Biblok, España, 2019.

  • Los mundos (cap 1) / David Lapoujade

    La alteración de los mundos. Versiones de Philip K. Dick Tomemos los delirios de Don Quijote. Foucault describió cómo sus delirios “transforman la realidad en signo”, cómo los seres visibles que pueblan el mundo real son metamorfoseados por los signos legibles de la novela de caballería y sometidos a un orden imaginario1. Cuando la transformación fracasa, Don Quijote siempre puede acusar a los encantadores, denunciar la astucia de sus sortilegios con el fin de proteger la veracidad de su delirio y justificarla ante Sancho. Según este principio, si los grandes ejércitos que avanzan en la llanura son para Sancho simples rebaños de ovejas, es porque los encantadores lo han embaucado. Cuando las apariencias están en su contra, el delirio colma las brechas para preservar la cohesión de su mundo. Se comprende entonces el rol de Sancho. Es él quien, secundado por el narrador, garantiza el orden y la coherencia del mundo visible. Es el hombre del sentido común sólidamente anclado en el mundo real. Solo pierde el sentido de las realidades cuando Don Quijote le dirige sus discursos delirantes. Entonces, está listo para creer todo –y, en primer lugar, que se convertirá en rico gobernante de una isla–. La repartición es tajante: Don Quijote es el hombre las palabras, Sancho el hombre de las cosas. En la segunda parte de la novela, la situación se complica ya que los personajes que encuentran han leído el relato de sus primeras aventuras. Pueden entonces manipular la realidad consecuente, reafirmar los de- lirios del caballero y satisfacer las ambiciones del escudero. La realidad ya no está dada, sino que es puesta en escena. El mundo deviene una escena donde tienen lugar representaciones. Poco a poco, invaden todo el espacio de la novela; los subterfugios de puestas en escena, las falsas apariencias, los espejismos de la manipulación despliegan la nueva teatralidad del mundo de la Representación, theatrum mundi. Novela en la novela, teatro en el teatro, juegos de espejos entre lo verdadero y lo falso, las potencias del artificio sustituyen definitivamente las de lo maravilloso de la leyenda, cuando los dioses y los seres sobrenaturales todavía intervenían en el curso del mundo. Si Sancho podía luchar contra los delirios de su amo, ya nada puede contra los engaños de ese nuevo mundo. Solamente el narrador asegura de ahora en más la distinción entre realidad e ilusión y tiene su pleno dominio (como el lector tiene su pleno disfrute). Puede jugar al engaño, manejar la comicidad y la ironía, burlarse de las vanidades y las pasiones humanas, extraviar a sus personajes en el laberinto de las apariencias y engaños. El narrador ya no es el iniciado que comunica con las potencias naturales y sobrenaturales, sino que se ha convertido en el amo de la Representación y sus teatros. En todos los casos, la potencia del delirio queda contenida en los límites del mundo de la representación y se distribuye a través de sus juegos de espejos y escenas ensambladas. ¿En qué momento el mundo de la representación se desploma a su vez? Cuando el narrador redescubre fenómenos que ni las leyes de este mundo ni el juego de los engaños pueden justificar, fenómenos “objetivamente” inexplicables. Son mundos donde los muertos regresan a la vida, donde rondan espectros, se animan autómatas, donde lo extraño, lo monstruoso, lo anormal, son legalmente admitidos como en la novela gótica o los relatos fantásticos. No son solamente los personajes los que están locos, sino el mundo mismo el que delira, el que se ve “objetivamente” alterado por fenómenos inexplicables, como si en los confines de ese mundo reinara un orden donde las leyes de la naturaleza ya no corren. ¿Cómo el narrador no sería también arrastrado en ese colapso? No es solo el mundo el que se ve “objetivamente” alterado, sino que el narrador también es afectado por la confusión mental y se pone él también a delirar, como en El Horla o en Otra vuelta de tuerca. Se vuelve imposible saber “objetivamente” si el narrador delira o no en cuanto que las fronteras entre los mundos se han vuelto inciertas. ¿Hay realmente fantasmas en este mundo o bien el narrador es víctima de alucinaciones? ¿Cómo saber si alguien puede garantizar ya la “objetividad” del relato? El narrador abandona la escena de la representación para descender en las profundidades de la naturaleza donde se ve enfrentado a nuevas leyes físicas y psíquicas. De un lado como del otro, sobre la vertiente subjetiva como sobre la vertiente objetiva, ya no hay ninguna certeza. Es lo que volvemos a encontrar en Dick, sobre cada una de las dos vertientes. De un lado, hay mundos “objetivamente” delirantes, habida cuenta de las posibilidades que ofrece la CF de crear mundos insólitos, mundos donde descubrimos, una mañana, larvas extraterrestres sus- pendidas de los árboles, donde nos enteramos que el viejo amigo de siempre es en realidad el jefe militar de un planeta lejano, donde nos despertamos en un mundo paralelo en el cual no existimos, etc. Pero, del otro lado, como muchos relatos son conducidos bajo el punto de vista de paranoicos, psicóticos, androides, toxicómanos, extraterrestres, la distinción entre mundo “objetivo” y mundo “subjetivo” ya no puede ser mantenida2. Hay siempre un momento en que ya no se sabe si los acontecimientos sobrenaturales dependen de las leyes de un nuevo mundo o de la locura de los personajes. Con frecuencia se efectúa un pasaje al límite tal que una visión subjetiva se transforma en una realidad “objetiva”, como en Simulacra, donde un pianista esquizofrénico, espantado por la idea de absorber todas las cosas con las cuales entra en contacto, hace desaparecer efectivamente un florero en el interior de su pecho. “Miró fijamente el escritorio con una atención sostenida, con la boca crispada. Un florero de rosas pálidas posado sobre el mueble comenzó a flotar en el aire en dirección al pianista, para penetrar bajo su mirada en el interior de su pecho y desaparecer” (R3, 399). Inversamente, sucede a veces que el mundo “objetivo” solo sea finalmente la proyección de uno o varios psiquismos, como en Laberinto de muerte donde nos enteramos que el extraño planeta que explora un grupo de colonos es en realidad una “proyección poliencefálica” del conjunto de la tripulación que jamás abandonó la nave. Dicho de otro modo, la distinción subjetivo/objetivo pierde toda razón de ser. Esto se atiene al hecho de que sus novelas adoptan una sucesión de distancias focales definidas por el hecho de meterse “en la cabeza de los personajes”. El relato sigue un primer personaje, luego un segundo, un tercero, vuelve al primero, etc. Como dice Norman Spinrad, sus relatos son mosaicos de “realidades que son las de personajes-puntos de vista”; no hay realidad preexistente, “solamente la puesta en interfaz de una multiplicidad de realidades subjetivas”3. Multiplicar las distancias focales no consiste en hacer variar las perspectivas sobre un mismo mundo, sino más bien en multiplicar los mundos relativos a cada perspectiva. El uni- verso ficcional de Dick es un “pluriverso” según el término de William James, un universo compuesto de una pluralidad de mundos4. Incluso existen, llegado el caso, drogas destinadas a “pluralizar” los mundos5. Esto no quiere decir que el método narrativo de Dick tenga por fin mostrar que cada personaje tiene una visión singular del mundo o que posee un mundo propio. No hay ningún relativismo en Dick. En realidad, su método solo tiene un único fin: poner en escena una guerra de los mundos concebida como guerra de los psiquismos. Los psiquismos luchan unos contra otros para intentar imponer –o preservar– la “rea- lidad” de su mundo. Como lo dice también Spinrad, ya no estamos siquiera seguros de que haya un mundo común donde interactuar, sino solamente intermundos, en el sentido de que cada mundo es una superposición de mundos –de allí el carácter necesariamente multifocal de los relatos–. Cuando un personaje se da cuenta de que ya no está en “su” mundo porque allí sucede algo anormal, esa es la señal de que otro psiquismo hizo irrupción en su mundo y altera su organización. En estas condiciones, ¿cómo un mundo podría mantenerse de manera durable? La pregunta que Dick hace leitmotiv de su obra –“¿qué es la realidad?”– queda como fondo de un campo de batalla donde los psiquismos se enfrentan con armas sobre todo “mentales”: telepatía, droga, manipulación cerebral, poderes paranormales, implantación de falsos recuerdos, manipulaciones políticas, mediáticas, teológicas, psiquiátricas, etc. En Dick, todos los combates son mentales. Se intercambian algunos tiros con armas futuristas, pero no es nada comparado a los combates que libran los psiquismos. Es lo que ilustra con gran fuerza cómica Ojo en el cielo, donde el mundo pasa por sucesivas transformaciones en función de los valores morales, las convicciones políticas y las creencias religiosas de cada uno de los personajes. La prueba de que se trata de una confrontación ante todo mental es que todos los protagonistas están en estado de coma desde el comienzo de la novela. En el transcurso de una visita organizada a un laboratorio, fueron víctimas de la explosión de un acelerador de partículas. La irradiación que los afectó produjo un efecto inesperado: todos los personajes son sucesivamente cautivos del universo mental de uno de ellos, quien entonces impone su realidad al resto. Pasamos del mundo donde vive un comunismo dogmático a aquel de un fanático religioso en el que un automóvil descompuesto vuelve a arrancar con una simple plegaria, donde una blasfemia desencadena instantáneamente una crisis de apendicitis –que solo puede ser curado con ayuda de agua bendita–, donde a la hora del sermón los televisores se encienden solos. “Por lo que sé, no es ni más ni menos que un universo de chiflados (…). ¿Cómo pueden vivir así? Uno nunca está seguro de lo que va a suceder, no hay ni orden ni lógica (…). Dependemos enteramente de Él. Nos impide vivir como seres humanos; somos como animales, esperando ser alimentados, recompensados o castigados”6. Sin embargo, la situación no es mejor cuando los personajes se ven enfrentados al mundo de una madre de familia paranoica o al de una esteta puritana que decide, en nombre de la sublimación, suprimir de su mundo toda vida sexual, juzgada vil y degradante. Ella saca provecho de ello para suprimir también las moscas, las bocinas, la carne, Rusia, la música atonal, los gatos y las niñitas viciosas. “Al abolir los males de este mundo, Edith Pritchett suprimía no solamente objetos, sino también categorías enteras” (R1, 852). Los otros personajes deciden entonces presentarle las realidades del mundo bajo una forma tan repugnante que ella las elimina a todas, unas tras otras, y “su” mundo termina por desaparecer íntegramente. Las condiciones que constituyen cada uno de estos mundos están dictadas por las creencias, los valores y las convicciones de cada uno de los personajes. Y la realidad se transforma en consecuencia: los negros se vuelven indolentes y analfabetos conforme a los peores clichés racistas, las mujeres se vuelven tan “asexuadas como abejas” o se transforman en monstruos devoradores, el sótano de un edificio deviene un aparato digestivo, etc. Hay algo aterrador en los mundos mentales, en su manera de eliminar pedazos enteros de la realidad común, transformarlos, desfigurarlos hasta la caricatura. Y segura- mente, cada una de las visiones del mundo que presenta Dick está estrechamente ligada al contexto de los Estados Unidos de los años cincuenta; un fanático religioso, una esteta puritana, una paranoica y un dogmático radical, todo aquello que tuvo que sufrir el personaje principal en el mundo real antes de la explosión7. Inversamente, esto quiere decir que, si existe una realidad común, ella se compone de todas esas visiones individuales aterradoras que se pueden encontrar en todo momento en el campo social, como otros tantos mundos en el mundo. No son solamente universos de pensamiento o discurso que harían del campo social el lugar de confrontación de ideas o transacciones diplomáticas diversas. La experiencia es mucho más violenta: circulamos en un mundo familiar, hasta cierto punto común, un mundo donde se posee una realidad efectiva hasta el momento en que somos proyectados en un mundo nuevo que nos priva de toda realidad, donde ya solo somos percibidos como una caricatura, un accesorio, una vaga presencia insignificante o nociva o incluso, de hecho, ya no percibida en absoluto, invisibilizada: un mundo donde ya no tenemos ningún derecho, de tanto que cambiaron las condiciones. Como en Fluyan mis lágrimas, dijo el policía, donde el personaje principal cae en un mundo donde no existe, donde jamás ha existido. Salvo que no se trata de una pesadilla, sino de la realidad misma, de una parte o un segmento de mundo, con sus condiciones de existencia específicas. Mundo cerrado de la locura religiosa, del odio paranoico, del puritanismo moral, pero hay muchos otros. Uno está en “su” mundo. Y se comprende por qué el personaje principal, al final de Ojo en el cielo, decide cambiar de vida: para cambiar de mundo. El mundo común en el cual ha vivido hasta entonces no es otra cosa que el foco de convergencia de los cuatro mundos aterradores que atravesó: consensus gentium o los Estados Unidos en pleno macartismo. Hemos abandonado definitivamente la gran escena del theatrum mundi. El mundo ya no es un espectáculo que se ofrece en representación, donde cada uno desempeña su papel a la manera de un actor. Se ha vuelto un asilo de locos, asylum mundi; el monólogo de los actores es sustituido por el delirio de los psiquismos. El juego controlado de los engaños y las ilusiones es sustituido por las angustias fruto de una realidad incierta, indecisa. Los individuos están todos desterritorializados, desfasados, inadaptados en relación con el mundo. No es necesario explorar las galaxias para encontrar extraterrestres. Los hombres son –literalmente– extraterrestres. “Más aprendo sobre la forma de pensar del prójimo, más me parece universalmente cierto que cada uno transporta otro mundo en sí y que nadie tiene realmente lugar en el mundo tal cual es. En otros términos, somos todos extranjeros en esta tierra; ni uno de entre nosotros pertenece verdaderamente a este mundo; y La alteración de los mundos tampoco él nos pertenece. La solución es satisfacer las exigencias de nuestro otro mundo por intermedio de este”8 Es ya cierto de cada uno de los mundos de Ojo en el cielo, pero todavía es más cierto en Los clanes de la luna Alfana. Alfana es una luna sobre la cual viven diversas poblaciones bajo el lejano control de la Tierra. Ignoran que su luna es un antiguo “hospital-base, un centro de cuidados psiquiátricos para los inmigrantes terrícolas que ya no soportaban las obligaciones, anormales y excesivas, de la colonización intersistema” (R3, 861). Y como ignoraban que se los había internado, hicieron saltar por los aires el hospital al que tomaban por un campo de concentración. Muy rápidamente, lograron formar una sociedad viable regida por un sistema de castas, prueba, según ellos, de su salud mental. Encontramos allí a los Paris (clan de los paranoicos rígidos), los Manis (clan de los maníacos, inventores y guerreros), los Skitz (clan de los esquizofrénicos, visionarios y místicos) que viven con los Hebs (los hebefrénicos, trabajadores manuales extáticos), los Polis (clan de los esquizofrénicos polimorfes), los Ob-com (clan de los obsesivos compulsivos que forman funcionarios perfectos) y los Deps (clan de los depresivos, detestados por todos los demás clanes). Como la CIA teme, igual que en la Tierra, la inventividad de los paranoicos en el campo político y militar, las autoridades decidieron retomar el control de esa luna. “Con toda franqueza, estimamos que no puede existir potencialmente nada más peligroso que una sociedad en la cual los psicópatas predominen, definan los valores, controlen los medios de comunicación. De ello puede resultar casi lo que quieran –un nuevo culto religioso de fanáticos, una concepción del Estado nacionalista paranoica, una fuerza destructiva bárbara– y estas eventualidades justifican por sí solas nuestra investigación Alfa III M2” (R3, 872). De su lado, el conjunto de los clanes, gobernados de hecho por los paranoicos, teme una agresión de los terrícolas. “Ellos harán nuevamente de nosotros sus pacientes” (R3, 981). Rápidamente se comprende a dónde quiere llegar Dick. Es evidente que esta luna es solo un doble, una imagen de la Tierra. “¿Cuál es la diferencia entre esta sociedad y la nuestra, en la Tierra?”, pregunta uno de los personajes (R3, 920). Los terrícolas son al menos tan paranoicos como sus enemigos y viven ellos también sobre un hospital-base, poblado de esquizofrénicos y depresivos; también ellos son gobernados por paranoicos y administrados por obsesivos compulsivos. Asylum mundi. Como en Ojo en el cielo, la realidad terrestre es solo el entrecruzamiento de diversas patologías mentales y sus delirios. Si todos los mundos enloquecen en Dick es porque revelan las patologías de los psiquismos que se apoderaron de ellos. Traducción Pablo Ires. Adelanto gentileza de Editorial Cactus. https://editorialcactus.com.ar/ 1 Michel Foucault, Les Mots et les Choses, Gallimard, p. 61. Cf. también el artículo de Alfred Schütz de 1946, “Don Quichotte et le problème de la réalité”, en Sociétés, De Boeck Université, 2005/3, nro. 89 2 “Aunque inicialmente suponía que las diferencias entre [los] mundos provenían de la subjetividad de los diversos puntos de vista humanos, me fui preguntando muy rápidamente si no se trataba más bien de algo distinto, si no existían, de hecho, varias realidades superpuestas, como si fueran diapositivas”, Si ce monde, 134. 3 Norman Spinrad, en Regards, 55-56. 4 Cf. Philip K. Dick, en Regards, 127: “ … tiendo a creer que vivimos, no en un universo, sino en un pluriverso”. 5 Ver la descripción del KR-3, la droga de Larmes [Fluyan mis lágrimas, dijo el policía] (247 y sig.) que tiene “por efecto obligarlo a percibir universos irreales, lo quiera usted o no. Como le he dicho, de golpe miles de posibilidades se vuelven teóricamente reales, de modo que el sistema de percepción escoge una de ellas al azar. No puede hacerlo de otro modo, de lo contrario los universos en competencia se superponen y el concepto mismo de espacio desaparece”. 6 L’OEil dans le ciel, R1, 802-803; 818. 7 Kim Stanley Robinson, The Novels of Philip K. Dick, umi Resarch Press, 1984, p. 17: “Hamilton perdió su trabajo en la industria de la defensa porque llegó a simpatizar vagamente con socialistas. Su amigo perdió su trabajo porque es negro. Uno se da cuenta de que el koïnos kosmos está compuesto de visiones individuales semejantes a las que Hamilton acaba de sufrir. Es decir, en partes iguales, el fanatismo religioso, la mojigatería moralizante, la paranoia angustiada y el extremismo político”. 8 Citado en Sutin, 191.

  • Las islas en el manicomio / Vicente Zito Lema

    LAS ISLAS EN EL MANICOMIO (Gurka dialogada, 40 años después) ESCENA I / EL SUEÑO (El Poeta está en la sombra. Dice un poema mientras poco a poco cae la luz sobre él. Es una luz que como todas las luces trae la vida) POETA: ¡Ah patria…! esas dulces / dolorosas aguas de la conciencia… ¡Ah patria…! La muerte no es más que un sueño una piedra / una nube que se estrella contra el viento… y nos roba el alma… Aparece el MUCHACHO. Es un ser. Viste con la libertad y la imaginación de sobrevivir en la pobreza extrema de un manicomio. Da vueltas y vueltas por el escenario, se acerca de a poco al poeta. Le habla. MUCHACHO: ¿Qué lee? ¿Qué dice? POETA: Algo que estoy escribiendo. MUCHACHO: ¿Escribir es como un sueño, no…? POETA: Si, un sueño… pero no siempre tiene fin… El punto final es una sombra… Escapa y escapa… MUCHACHO: Yo también sueño… ¿Quiere que le cuente un sueño? ¿O le dan miedo los sueños? POETA: No, amo los sueños… Nada hay mas real que un sueño… Cuente, lo escucho… MUCHACHO: (Entra en ensoñación, acompañado musicalmente) Estoy desnudo, acostado sobre el barro, con las piernas y los brazos atados… Hay gente a mi alrededor, parece el coro de una iglesia, pero no lo son… no lo son. Tienen botas negras, brillantes, y se tapan las caras con máscaras de animales… La orden la da el de la máscara de tigre y empiezan a golpearme, con látigos… Yo sufro mucho. Yo igual me río… y ellos se enfurecen y me pegan más fuerte, más fuerte… ¡Pegame… pegame…! y yo no puedo detener la risa… Hasta que el de la máscara de tigre me pone boca abajo en el barro… se acuesta arriba mío… y quiere violarme… Yo rompí mis ataduras con los dientes… y con mis manos lo ahorqué… (Cambio de tono) ¿Qué dice de mi sueño? ¿Parece un cuento, no? A lo mejor me dedico a escribir… POETA: Si… escribir y soñar van de la mano… Suelen tener momentos dolorosos, trágicos… Pareciera un laberinto sin salida… MUCHACHO: Antes, cuando estaba en las islas, yo soñaba mucho… vivía en un sueño… me comía el alma… También antes, cuando dormía en las estaciones de trenes, soñaba mucho…. Aquí, en el hospital, con los medicamentos, se duerme muy profundo y el que despierta no recuerda nada… Aquí la mañana es una trompada en la boca… Aquí no hay nada que hacer… Aquí se cuentan los días que faltan para morir… ¡Pero yo no eh! ¡Yo no! (Se alucina) ¿Escucha esos ruidos…? Son los gurkas, están haciendo maniobras militares en las islas, para recordarme que ganaron la guerra… Escuché la noticia por la radio y me puse muy nervioso. Le pedí al enfermero que me medicara. No puedo pensar en otra cosa… Hay monstruos que parecen perros… ¡El hospital está lleno de perros! ¡Yo no tengo miedo a los perros, ni a los lobos! (Mira con recelo a su alrededor, se frota con unción las piernas). ¡Yo combatí en las islas y fui un héroe…! Nadie me lo perdona. Mis compatriotas me mandaron al hospicio y los gurkas juraron matarme… Esperan el momento, me vigilan. De noche se esconden en los sótanos del hospital. De día se disfrazan de cualquier cosa, hasta de médicos y enfermeros; pero yo los distingo, tienen olor a muertos en vida, a cadáveres que caminan… POETA: ¿Les tiene miedo? Recuerde, la muerte no es más que un sueño… MUCHACHO: No. ¡Ya le dije que no! ¡Que no tengo miedo a nada, a nada! (Lo dice y tiembla, quizá sea otra cosa que el temor porque se levanta y grita). ¡Yo estoy en alerta rojo! ¡Los estoy esperando! (El muchacho se pone en actitud de alerta) ¡Cuidado! ¿Ve a ese enfermero…? Parece que quiere decirnos algo… ¿Ve como escupe, ve como dibuja con el pie una cruz? ¿Vio como corre? ¿Vio el olor que tenía? ¡Es un veneno! POETA: ¿El olor? ¿El olor de la muerte, de la guerra? MUCHACHO: Sí, es el olor de los gurkas. El olor del demonio. (Observa su reloj pulsera con detenimiento). Aquí tengo un radar para detectar a los enemigos… Ah, son las seis de la tarde, tengo que medicarme. Usted siga mirando el cielo, a ver si descubre algo… ¿Le gustan las nubes? Si son negras, llueve… (El muchacho sale corriendo de escena. El poeta se queda un instante. Apagón) Agradecemos la generosidad de Regine Bergmeijer y de Vicente Zito Lema en acercarnos este adelanto de la obra que se presentará este fin de semana (viernes 1 y sábado 2 de abril a las 21 hs.) en Hasta Trilce. Entradas en venta por Alternativa teatral.

Entre las figuras poéticas y retóricas, Adynata (plural de Adynaton, que suena a palabra femenina en castellano) compone lo imposible. Procura insurgencias, exageraciones paradojales, lenguas inventadas, disparates colmados, mundos enrevesados, infancias en las que “nada el pájaro y vuela el pez”.

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