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  • Foto del escritorRevista Adynata

Acampar / Rocío Feltrez y Tomás Baquero Cano

Amiga, ¿cuántas veces, en el desánimo, nos calentamos las manos con algunas palabras, con la letra de una canción? Las palabras no llenan estómagos, pero encienden corazones. Las palabras nacen del fuego. Claro que no todas, a veces se pierden. Habrás visto por ahí una palabra perdida. Esas que no dicen nada o que muerden o que miran a los ojos a la muerte.


¿No pensás, amiga, que a veces tenemos frío de palabras? Es la intemperie que sentimos cuando nadie dijo eso que nos hubiera vuelto a sostener el pecho cuando se desarma, las piernas cuando tiemblan. Ahí donde no había nada, a veces, las palabras arman un banquito en pleno descampado donde sentarse a respirar. Las palabras hacen ahí con lo que tienen. Y hoy, ahora, ¿cómo vamos a escuchar, amiga, siquiera una palabra que no tenga una relación con el fuego?


Quiero que acampemos juntes. Ahora, acá. Elegir el lugar donde pasar una noche, un mes o cuatro años. No es ni el cemento, ni la sangre y, es más, te digo, ni siquiera los besos o la amistad. No hacen falta tantas cosas para acampar. Es un refugio hecho de nuestro deseo de volver cada vez: la dirección compartida en la que planeamos salir corriendo si el bosque se pone cruel, si los dientes acechan. Acampar es una invitación a atravesar la noche entre rarezas, entre quienes seamos, quienes estemos, compartiendo lo que tenemos, lo que sabemos, haciendo un fuego para espantar a la muerte y cantando canciones para encender el espíritu.


Mantener encendido el espíritu es una tarea constante. Necesitamos intimidades queridas para poder avivar una imaginación política que le haga un torniquete al desánimo, al desaliento. Sabemos que una intimidad es una criatura frágil que hay que intentar cuidar. Quizá no dure para siempre, no. Pero mantenerla con vida mientras quiera y pueda vivir es importante.


Una carpa es un pedazo de tela que nos protege del viento y los chaparrones y que también hay que intentar cuidar. Si se deja mucho tiempo al sol, los tejidos se desgastan y se rajan. Si se guarda así nomás, sin darle un mimo, la visitan podredumbres. Un techo frágil que nos recuerda que vivir es adornar una intemperie. Prepararse para lo imprevisible. No es posible blindar las paredes.


Vivimos en una civilización en la que no solo se blindan las fronteras, sino las pieles. Blindamos las emociones para seguir viviendo. Nos vamos de relaciones y espacios porque a veces no sabemos qué hacer con el dolor en tiempos de indolencias. ¿Qué esperar de una época que rechaza afectaciones? ¿Dónde caemos con los corazones rotos?


Deseamos un fuego que se mantenga prendido de día y de noche.


Un fuego alrededor del cual poder conversar sobre lo que nos pasa. Un fuego que pueda más que el clonazepam.


Las afectaciones caen como un chaparrón no anunciado. Caen como un recuerdo no esperado.


Espero que sepamos imaginar maneras de vivir en común que nos sostengan. Fuegos que nos abriguen. Conversaciones que nos permitan dudar de nuestras certezas e imaginar otros mundos. Cuerpos que puedan estar a la altura de lo inesperado.


Nota: Texto leído en Zona de acampe, el 24 de febrero en La Tribu Mostra, en una ocasión musical que nos brindaron amorosamente Ro y Tomi.


Hannah Lim. Botella de rapé de pez loto, 2022. Arcilla polimérica, jesmonita, brillo de resina. 18 × 15 × 10 cm

Entre las figuras poéticas y retóricas, Adynata (plural de Adynaton, que suena a palabra femenina en castellano) compone lo imposible. Procura insurgencias, exageraciones paradojales, lenguas inventadas, disparates colmados, mundos enrevesados, infancias en las que “nada el pájaro y vuela el pez”.

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