flor de loto en un estanque ahora mandala miles de ríos trabajando la montaña párpados y ráfagas dioses enloquecidos con besos de ceniza destrucción fértil y el abrigo del agua
Juan Pablo Grabowski
En Adynata (y no sólo aquí) necesitamos de lo imposible para que se abra paso en las escrituras, en las militancias, en lo clínico.
Y la necesidad de escribirlo, decirlo, soñarlo, pedirlo.
De realizarlo.
De mantenerlo como horizonte.
El recorrido de escrituras de Abril viene con velocidades y lentitudes, aromas y colores que se enhebran en un mapa, “un Mapa del Imperio, que tenía el tamaño del Imperio y coincidía puntualmente con él”.
Mapa con encuentros de cartografías nómades que no se aferran a certezas y hacen decir “me abrazó y empezamos a caminar hacia alguna parte en ese aire que no era neblina ni claridad.”
Encuentros que no están destinados a suceder, como lo advierte Agostina Falco “Recuerdo perfectamente ese día, recuerdo la perfecta correspondencia entre una mano y un corazón; como dos cosas que sin estar llamadas a juntarse, de repente, lo hacían”.
Encuentros que no saben todo lo que pueden, como nos recuerda Ezequiel Buyatti, plagados de “afectos que revitalizan cuerpos para seguir en movimiento”.
Encuentros que se llenan de advertencias “La movilización de masas son líneas de fuga, pero pueden ser Hitler.” nos dice Fernando Stivala y agrega “Nietzsche trae el martillo y nos pone de frente a una serie de problemas. Zaratustra, un viento que los recorre.”
Vientos que nos arrebatan.
“Cuando los pensamientos atacan, los ojos se cierran./ Los oídos se suicidan.” y cae un alud. Y las palabras, faltan. Tantísimas veces, faltan.
O decidimos atragantarnos con ellas en ese momento y vomitarlas luego, como en ¿Qué mata?.
O nos llevan a decidir despedirnos de ellas, como Lord Chandos: “las palabras abstractas, de las que conforme a la naturaleza, se tiene que servir la lengua para manifestar cualquier opinión, se me desintegraban en la boca como saetas mohosas.”
Entonces otro tiempo se hace imprescindible, quizás ese al que nos invita la maravillosa Susana Villalba “El tiempo -se dijo- / será esta ceremonia / del té”.
Un tiempo de una militancia gozosa, como escribe Silvia Federici “No podemos situar nuestras metas en un futuro que no deja de alejarse. Los pueblos nativos de las Américas nos enseñan, por ejemplo, lo importantes que son las fiesta no solo como una forma de recrearse, sino también de construir solidaridad, de resignificar nuestro afecto y responsabilidad mutuos.”
Hay veces que en los consultorios jugamos a rodear lo imposible en ese otro tiempo que se intenta en la clínica. Una vez, hace pocos meses, imaginamos un mundo organizado por aguas.
Un mundo descentrado de la tierra, donde la referencia vital tuviera que ver con las aguas.
Allí, lxs del Pacífico nos contarían cómo se hace para habitar esas angosturas que te hacen ver la cordillera y el mar; que te hacen pasar, rápidamente, de la Revuelta al orden.
Lxs del Mar Muerto nos transmitirían sus saberes extrasalados acerca de la flotación.
No existirían fronteras.
Los Amores Transatlánticos, ya olvidados del amor libre, del poliamor, del cuento de la monogamia, recordarían el ir y venir, las cercanías y las distancias, el quedarse y partir, las maravillas del viajar.
Un mundo donde la aspiración fuera a llenarse la mirada de río, a aprender de los movimientos necesarios para caminar sobre piedras movedizas para cruzarlos, aunque duelan los pies.
Un mundo de complicidades con los vientos y las mareas. Ya sea para navegar, ya para conocer el pulso de las subidas y bajadas.
Un mundo en el que admirar y respetar lo caudaloso.
Y llorar las sequías.
Como las aguas asumen muchas formas y pasan por muchos estados, en este mundo tendríamos muchos mundos y múltiples formas descentradas y móviles de organizarlos.
Y alguna sabiduría nómade: “construir un refugio ligero para un hacer náufrago”.
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