Adynata Diciembre / VPS
- Revista Adynata
- hace 2 días
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La palabra clínica no se pretende como palabra poética. Puede tener belleza, sensibilidad, musicalidad, pero la urgen otras cosas: darse al estar ahí, ofrecer refugio, abrazarse al silencio, practicar un nombrar herido sin jergas ni lenguajes especiales.
Marcelo Percia.
El amor a las palabras, en todas sus formas, nos hace insistir en eso que amamos de la clínica. En eso que amamos de la escritura.
Amor, riesgo y desafío en alojar los matices y los temblores de sus efectos, de sus composiciones, de sus múltiples combinaciones.
La imperiosa necesidad de detenerse a escucharlas, a leerlas, a prestarles atención. A desestimarlas.
Meterse con ellas. Ya sea para editarlas, corregirlas o cuando nos envían una propuesta de publicación o cuando decidimos decir algo a alguien en algún lugar y por algún medio.
El riesgo de lo dicho. El riesgo de lo escuchado. Y ese abismo de posibilidades que a veces entablan conversación y otras tantas no lo hacen.
Marcelo nos comparte con la perseverancia de un pájaro carpintero: “El tema de la clínica reside en la clínica. Pensamos porque nos interesa la clínica, conversamos porque nos interesa la clínica, volamos bajito porque nos interesa una clínica no detectada por los radares. Nos interesa todo lo que pasa en el mundo porque nos interesa la clínica.”
Esa misma perseverancia capaz de hacer pequeños tajitos en un papel para aletear palabras.
Estar en la clínica -estar en la vida- para armar complicidad y asomar con delicadeza y perspicacia a dolores y confidencias (así lo nombraron algunas sabias juventudes que llevan la ternura como bandera).
Estar en la clínica -estar en la vida- para acompañar y entretejer una red de telarañas decorada con glitter (así lo enseñaron y lo nombran esas juventudes tomadoras de escuelas).
Estar ahí con los mordisqueos de esas perras negras y el estremecimiento de eso ríos feroces que nos permitió navegar Cortázar:
“Sacás una idea de ahí, un sentimiento del otro estante, los atás con ayuda de palabras, perras negras, y resulta que te quiero. (…) estoy solo en mi pieza, caigo en artilugios de escriba, las perras negras se vengan cómo pueden, me mordisquean desde abajo de la mesa. ¿Se dice abajo o debajo? Lo mismo te muerden. ¿Por qué, por qué, pourquoi, why, warum, perchè este horror a las perras negras? Miralas ahí en ese poema de Nashe, convertidas en abejas. Y ahí, en dos versos de Octavio Paz, muslos del sol, recintos del verano. (…) En guerra con la palabra, en guerra, todo lo que sea necesario aunque haya que renunciar a la inteligencia, quedarse en el mero pedido de papas fritas y los telegramas Reuter, en las cartas de mi noble hermano y los diálogos del cine. Curioso, muy curioso que Puttenham sintiera las palabras como si fueran objetos, y hasta criaturas con vida propia. También a mí, a veces, me parece estar engendrando ríos de hormigas feroces que se comerán el mundo.”
El magno desafío de habitar el mundo tratándonos con delicadeza, perspicacia y el andar bajito que nos enseñan arañas y hormigas.
