El 2020 se recordará como un año de mierda.
Pero designar al año que pasó así funciona como desmentida de algo que se sabe y no se quiere saber: la civilización del capital marcha hacia la catástrofe.
La salud planetaria peligra.
La expresión “¡Qué año de mierda!” actúa como denegación de algo que se teme o no se quiere pronunciar: “¡Qué capitalismo de mierda!”.
Fragilidades aferradas a las ilusiones del yo, de lo propio, del sí mismo, de mi singularidad, de mi deseo, de mi libertad, antes que admitir una común fragilidad están dispuestas a consentir que la desigualdad decida a quiénes desaparecer.
Angustias se desatan sin saber por qué. Sobrevienen como gemidos del aire.
Dicen: “No sé qué me pasa”.
Angustias no ven la vida en ruinas, sienten lo ruin como un sordo dolor que desencanta los mundos disponibles.
Angustias anulan la refracción de los espejos. Suspenden el mínimo descanso que se siente al caminar proyectando una sombra.
Hablas que adhieren a los valores del capital no saben qué hacer con las angustias.
Desarrollan pedagogías sentimentales para combatirlas.
Las interpretan como ansiedades y depresiones, como nerviosismos y desánimos. Las consideran remanentes de desamores, fracasos, frustraciones. Creen que anidan en extremas soledades o en meditaciones excesivas. Recomiendan pastillas, ejercicios físicos, frecuentar gente, procurar dinero.
Aconsejan “mejor no hablar de ciertas cosas”.
Capitalismos no producen ni generan vidas angustiadas. Angustias revelan lo que el capitalismo no puede ni sabe de la vida.
Angustias se abisman en los tembladerales del sentido.
¿Con el capitalismo nos aproximamos al final de la civilización, pero sin el capitalismo no tendríamos metas que seguir?
Si se acepta permanecer en el encierro hay que decidir qué se hace con los excrementos.
Alejandra Pizarnik ofrece la locución “enmierdantes” para referirse a normalidades que hostigan y culpabilizan inconformidades.
La enmierdante normalidad concibe la podredumbre como emanaciones individuales, desgracias étnicas, haraganerías de las pobrezas, inadecuaciones de género.
Normalidades enmierdan sensibilidades que no compadecen disciplinadas o anestesiadas.
Angustias funcionan como tornados que arrasan el sentido común.
Fontanarrosa advirtió que, entre los vocablos irremplazables de la lengua castellana, no había que olvidar la palabra mierda. Señalaba con humor que el secreto de su contextura física estaba en la forma adecuada de pronunciar la letra “r”.
¿La palabra mierda concentra fuerzas corrosivas que pueden llevar a una revuelta?
No conviene que pestilencias de una época queden confinadas a un año vivido como excepcional e injusto.
Aunque cueste hacer una pausa cuando se suda en un hervidero, quizás se trata de morar en la angustia. Sin medicarla ni negarla.
Angustias como inquietudes e incertidumbres también deseadas.
¿Acaso se puede desear el desasosiego más que la calma?
Ni calma ni desasosiego se eligen.
Acontecen viviendo.
Se trata, por ahora, de descansar en un abrazo: no se conoce otra inmediata y momentánea calma en el desasosiego.
Sin título. V. Nicolás Koralsky, 2020
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