Se trata de golpear con las uñas, la punta de los dedos, con los puños y
la cabeza si es preciso contra los muros, contra las rejas y los rollos de púas
Vicente Zito Lema
Doctor, yo no estoy loca, solo sé que están matando la tierra,
a todos los seres vivos que dependen de ella, los peces, los animales, las niñeces,
sin ninguna conciencia del mal que hacen, solo por ambición.
Claudia Rodríguez
Adynata Junio adviene ante los tembladerales en que mayo nos ha dejado.
Penélopemente, tejemos y destejemos historias que se incendian en el aire, andamos entre huevos y gallinas, impunidades y luchas, testimonios y monumentos. Adynata Junio invita, desde una ciencia ficción travesti, a multiplicar los géneros y las preguntas sin temerles.
¿Cómo saber que existen, en este mundo, fragilidades a salvo de la prepotencia? (podríamos preguntar al leer la selección de poemas escritos por Claudia Masin)
¿Cómo quedar al resguardo de “un compendio de expectativas dañosas, e insatisfechas, y de amor mal direccionado”? (podríamos preguntar si justito pasamos por Corrientes y Medrano).
¿Cómo situar la urgencia entre tantas urgencias? ¿cómo no marearnos, dolidas, en ese intento de movernos desde ciertas políticas de lentificación para cortar los flujos de esos ritmos veloces, binarios y tecnos que se (nos) imponen? (podríamos preguntar leyendo la entrega final de La hipótesis cibernética)
¿Cómo logramos percibir para qué literatura estamos, ahora? (por ahí, en lugar de preguntar, podríamos contratar a los detectives salvajes de Bolaño)
¿Cómo, cuánto y cuándo agarrarnos de ese algo que nos pone en movimiento? (podríamos preguntarnos leyendo Es-tres)
¿Cómo escuchar sin entender? ¿Cómo escuchar la enormidad de lo poco, eso que la desesperación no puede percibir?¿Cómo darse a la escucha de una existencia herida y desahuciada que se anima a pensar en el fin? (Una ráfaga nos sacude, como tantas veces, desde las escrituras que convida Marcelo).
¿Cuántas huellas acalladas soporta un cuerpo? (nos preguntamos descendencias y amistades, que saben y no saben de los dolores que recorrieron esos cuerpos, al leer "Los Arrebatos del aura").
¿Cómo volver a sentir que “a pesar de los pesares, la vida es gran cosa”? (podríamos preguntarnos si pispiamos la carta de Lou Andreas Salomé que nos comparte generosamente Cynthia)
Tal vez podamos afirmarnos por un instante, auxiliadas por Virginia Woolf: “Pero no hay Shakespeare, no hay Beethoven; con toda certeza y rotundamente, no hay Dios; nosotros somos las palabras; nosotros somos la música; nosotros somos la cosa en sí misma. Y esto lo veo cuando recibo un golpe.”
Tal vez, aún golpeadas, podamos celebrar el milagro de que, al fin, una niña fue escuchada y condenaron al progenitor abusador.
Tal vez, giremos y giremos, mareadas de impotencia y secándonos las lágrimas por el dolor de los lesbicidios perpetrados con una molotov arrebatada a las revueltas.
Tal vez giremos y giremos, limpiándonos los mocos con el puño de la campera, en una ronda infinita y redonda como una brújula que tiene la N de Norita, como dijo, triste y amorosamente, Rosi.
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