Se entra en una clase como en un laberinto o como en un zoom de varias pantallas con cámaras apagadas (la sala con las respiraciones sentadas en las sillas resulta igual de enigmática).
Se entra en las aulas con ilusión de eternidad, se sale de ellas con la excitación de haber plantado memorias, se las evoca como espacios de indiferencias y olvidos.
Qué hermosa desmesura la eternidad, qué dicha obsequiar y conversar bibliotecas, qué necesarias indiferencias y olvidos para sanar la enfermedad de la trascendencia.
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