Escrituras en borrador
En la escuela pública de los sesenta, infancias que aprendían a leer y a escribir tenían dos cuadernos: el cuaderno borrador y el cuaderno de clase.
En el cuaderno borrador se podía borrar, tachar, arrancar hojas. Se podía manchar con tinta o manteca. Se podían tener faltas de ortografía y se podía dibujar como saliera.
En la vida en borrador se presentían secretas locuras acurrucadas en las palabras e impulsividades agazapadas en cada trazo.
Se aprendía que lo borrado nunca desaparecía del todo.
En el cuaderno de clases imperaba una estricta prolijidad. Se imponía el acto de pasar en limpio: el abismo de lo definitivo sin errores ni tachaduras. El control de la letra cuidada y los dibujos calcados sin vacilaciones ni defectos.
Recuerdo haber dejado amarillenta y quebradiza una hoja del cuaderno de clase tratando de hacer desaparecer una arruga con la base caliente de una plancha de planchar ropa.
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