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Foto del escritorRevista Adynata

Caligrafía nómade III / Patricia Mercado

Todo apestaba. La habitación, la ropa, todo.

Un perfume nauseabundo a vida rancia.

A orillas de un tipo que ya no significaba nada desde hacía años.


¿Porqué seguía ahí, a orillas de su verga lánguida? ¿Porqué?


Una especie de desidia le ganaba los músculos y el pulso, y comía sin hambre desde su costado de la cama la carne magra que él le ofrecía cada tanto con el gesto inequívoco de los ciudadanos que creen en la democracia.


Un día se fue. Ni sabe cómo. No era determinación, más bien debió tratarse de un declive inesperado por donde cayó a otro estado de cosas, sin más.


Otra habitación. Con una ventana a la calle desde donde vió que los tiempos habían cambiado. Que las mujeres habían ampliado el menú.

Y entonces se decidió a aceptar ofertas sorprendentes y se encontró durmiendo del otro lado de la cama junto a una concha vigorosa, húmeda, procaz.

La lamió semanas enteras hasta encariñarse.Hasta acostumbrarse a su olor fuerte. Aprendió a hacerla gozar siguiendo las instrucciones minuciosas de un tutorial de moda. Se mostró hábil, entusiasta, con la chica que la portaba.

Ya no usó bombachas y gozó de la entrepierna de sus jeans. Ahora resultaba que el meollo de las inquietudes políticamente correctas navegaban por la vía de los jugos vaginales fluyendo como pancartas de librepensamiento en alza.

Su chica pareció conforme y no pidió nada que no hubieran pactado en la carta de ciudadania que redactaron cuando se mudaron juntas y repartieron a partes iguales el alquiler. Al documento lo llamaron responsabilidad afectiva.

Se preguntó si estaba rejuveneciendo. Un par de viejas amigas le dijeron que la veían bien cuando tomaron café en el bar de siempre.

Tenia ganas de creerles.

A veces su chica intentaba explorar cierto gestos de generosidad que sus padres le habían enseñado cuando empezó el jardín. Hay que saber prestar, sino los chicos no vienen más a tu fiestita.

Y entonces la ponía boca arriba y boca abajo en tiempos simétricos y estimulaba sus orificios con pulcritud, con el detalle que amerita la geometría. Ella la dejaba hacer sin importunarla.

Las cosas quedaban hechas. A ojos vistas. Inapelables cuando algún pensamiento se cruzara en plena madrugada pretendiendo imputar una vida de logros.

Por cierto, los años siguientes cuidaron meticulosamente el detalle de usar una delicada fragancia a lavanda en la habitación. Por si las moscas.



Cy Twombly Aquiles de luto por la muerte de Patroclo 1962 Pintura Óleo, grafito sobre lienzo 259 x 302 cm

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Entre las figuras poéticas y retóricas, Adynata (plural de Adynaton, que suena a palabra femenina en castellano) compone lo imposible. Procura insurgencias, exageraciones paradojales, lenguas inventadas, disparates colmados, mundos enrevesados, infancias en las que “nada el pájaro y vuela el pez”.

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