top of page

Caligrafía nómade XXVIII / Patricia Mercado

  • Foto del escritor: Revista Adynata
    Revista Adynata
  • 4 jun
  • 3 Min. de lectura

Caminó por la calle de los pinos sin subir a la vereda.

La siesta caía a plomo.

El perro del carnicero le ladró sin convicción. Él, apenas lo advirtió.

Lo llevaban puesto los pensamientos. Y el viento, que no paraba de silbar.

Cuando terminó el turno en el puesto, a mediodía, pasó por la casa a sacarse el uniforme.

Marga no estaba y eso le sacó el hambre.Ya sabía él dónde buscarla.

Se puso el buzo azul y guardó el arma reglamentaria en la cintura.

La inapetencia le llegaba al corazón. Ninguna emoción rancheaba en ese páramo.

Como si el viento se hubiera llevado todo.

Iba a buscarla, a Marga, por sentido del deber.Como cuando el ganado no vuelve.

Se había casado para eso,ya hacía un tiempo.

A Marga la vio por primera vez en el baile del 9 de julio, en su pueblo, allá en el norte.

El ya estaba borracho y la sacó a bailar la ronda de chamamé.

Linda Marga con el vestido de flores y el olor rico que se mezclaba con el sudor ácido del vino que emanaba él.

No se enamoró. Pero le gustaba.Desde el día ese del baile.

Y se terminó casando.

Cuando en la Fuerza le dieron el traslado a ese pueblito perdido del sur, ella protestó. Era lejos.

Pero era el único trabajo que había y se fueron.

Los primeros días ella lloraba mientras comían el guiso con poca carne y mucho fideo.Y el viento soplaba y soplaba.El no decía nada. Comía y después se acostaba. Lo último que sus ojos veían era la estampita de Ceferino Namuncurá pegada en la pared. Alguna vecina se las había dado cuando llegaron al pueblo.

Capaz si tuvieran chicos, para que ella se entretenga, pensaba.

Eran muy pocos en ese pueblo más pequeño que el suyo.

Se conocían todos hasta en la intención.

El viento traía de los cerros una rancia convicción:la de los tiempos largos donde la gente pasa como un rasguño casi imperceptible, antes de marcharse.

Fue a buscarla por no desatender su obligación de marido. Por no defraudarla. Ni a ella, ni a su madre que había quedado allá en el norte y le escribía cada tanto.

Bueno, ella no. Le pedía a Carlitos, el hijo menor de su hermana,que pusiera en el papel eso de: ¿estás comiendo bien? Cuidate. Y remataba: dale mis saludos a Marga y a ver si para las fiestas de fin de año vienen con novedades.

Todavía no tenia un nieto para llevarle a su madre. Ya vendría.

La hilera de pinos se había terminado.Dobló la calle esquivando la estatua del gaucho que algún político le había regalado al pueblo muchos años antes.

Desde ahí vio el techo de la escuela vieja.

Ya en desuso, el vetusto edificio parecía resignado a su destino.

Los días de lluvia las goteras del techo recitaban la letanía del olvido.

Un coloso de paredes que habían sido blancas,abandonado a su suerte cuando mudaron la escuela a la vuelta de la plaza.En esa casilla de chapas que la comisión de fomento del pueblo pagó como si fueran nuevas.

Enfiló hacia la puerta verde, desvencijada. No le costó abrirla.

Desde ahí escuchó las voces de ambos. Se reían.

Cruzó el salón y los vio. A medio vestir.

Con la precisión de un animal del monte sacó el arma y tiró a la cabeza. El hombre morocho y joven que estaba junto a Marga se desplomó antes de comprender. Ella gritó y abrió grandes los ojos.

El guardó el arma en la cintura,y desando el camino rumbo a la casa, por la calle de los pinos.

Cuando paso frente a la carnicería, el perro ladró sin convicción.


Cy Twombly Naturaleza muerta 2004 Impresión en seco a color 43 × 28 cm
Cy Twombly Naturaleza muerta 2004 Impresión en seco a color 43 × 28 cm


Comments


Entre las figuras poéticas y retóricas, Adynata (plural de Adynaton, que suena a palabra femenina en castellano) compone lo imposible. Procura insurgencias, exageraciones paradojales, lenguas inventadas, disparates colmados, mundos enrevesados, infancias en las que “nada el pájaro y vuela el pez”.

bottom of page