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  • Foto del escritorRevista Adynata

Caminar sin imágenes / Ezequiel Buyatti

Rafael Barrett, quizás, sentado en un banco de la plaza de Mayo, el resto es historia: un amanecer de fuego, la vuelta al dolor, la claridad lenta en la llovizna fría y pegajosa que desciende de la inmensidad gris. El cansancio incurable, saliendo crispado y lívido del sueño, del pedazo de muerte con que nos aliviamos un minuto. El húmedo asfalto, interminable, reluciente. El espejo donde todo resbala y huye. Los muros mojados y lustrosos. La gran calle pétrea, sudando su indiferencia helada. La soledad donde todavía duermen pozos de tiniebla, donde ya empieza a gusanear el hombre. La inmensidad gris, el húmedo asfalto, la calle pétrea y el cemento muerto nos obligan a gusanear. Nos automatizan para forjar una moral insensible, temerosa, obediente, ciudadana. ¿Cuántas sensibilidades nos faltan alojar para poder destruir los adoquines y así encontrar debajo la playa?

 

Roberto Arlt, quizás, paseando por el centro y por los barrios, metiéndose en la pobreza nueva de la gran ciudad y en las formas más evidentes de la marginalidad y el delito. Atravesando una ciudad cuyo trazado ya ha sido definido, pero que conserva todavía muchos espacios sin construir: el dinamismo de todo lo circundante que con sus rumores de hierro gritaba en nuestras orejas: “¡Adelante, adelante!”, manifiesta Astier en El juguete rabioso. Los nuevos espacios por construir, los nuevos caminos por transitar resultan ajenos al principio de gobierno que se nos encarna en la piel. Principio que hace alarde sobre el pecado de la espontaneidad organizada, de tomar lo que corresponde, de acabar –aunque sea por un instante– con el letargo de una no-vida mercantilizada regida por los límites de lo correcto. Obediencias que tocan las fibras más íntimas nos impiden hacer lo que nos nutre de vitalidad para soportar supervivencias jerarquizadas.

 

A los Estados siempre les ha incomodado lo que no se ajusta a sus márgenes estériles, por eso mismo son Estados: niegan la vida que existe por fuera de ellos. Se puede repetir de memoria, no permitir un centímetro de disidencia, contener el exceso, iluminar a la sociedad, ser un hombre de política, transitar democráticamente por la inmensidad gris, por el húmedo asfalto, por la calle pétrea y por el cemento muerto que nos obliga a gusanear. O acciones pueden contagiar. Periódicos, grafitis, murales, carteles, conversaciones, conspiraciones pueden convertirse en algunas voces que nieguen los dictámenes de la máquina.

 

Despojarnos de las imágenes.

Caminar sin imágenes.

Destruir las teleológicas cuerdas que nos atan.

Admirar el júbilo magnífico con que la dinamita atruena y raja el vil hormiguero humano.

Ganar las fuerzas de la ebriedad para las revoluciones cotidianas, imperfectas, caóticas, sensibles, inacabadas.

Perder las fortalezas de armaduras que entumecen escuchas y cuidados.

Expropiar tiempo-espacio a todo lo que nos niega.

Abrazar la fragilidad de la vida y asir susurros, suspiros, vientos y huracanes que harán volar por los aires la real realidad del rey. Insistimos en que el mundo real nos asquea, por eso queremos fantasías como garantías de alegría extrema. Lo queremos todo sin poseer nada. Queremos la vida.


Pi Chon. Caminar. Reforma previsional. 2017

Entre las figuras poéticas y retóricas, Adynata (plural de Adynaton, que suena a palabra femenina en castellano) compone lo imposible. Procura insurgencias, exageraciones paradojales, lenguas inventadas, disparates colmados, mundos enrevesados, infancias en las que “nada el pájaro y vuela el pez”.

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