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  • Foto del escritorRevista Adynata

Clítoris, anarquía y feminismo / Catherine Malabou

En griego, an-arjia designa literalmente la ausencia de principio (arjé), es decir de mando. Que no haya mando también significa que no hay comienzo. La arjé determina un orden temporal al privilegiar lo que aparece en primer lugar, tanto en el orden del poder como en el de la cronología. Anarquía quiere decir entonces sin jerarquía ni origen. La anarquía pone en tela de juicio la dependencia y la derivación.

Durante siglos, “anarquía” no significó otra cosa que desorden y caos. Aristóteles la definió como la situación de un ejército sin estratega. Un ejército que de improviso se dispersa y no sabe ya de dónde viene ni a dónde va. Los soldados miran atrás y no ven ya a su general ni perciben otra cosa que el vacío.

A mediados del siglo XIX los anarquistas invirtieron esas significaciones negativas y afirmaron que “la anarquía es el orden sin el poder”.[1] Los soldados sin jefes deben aprender a organizarse solos. Un orden sin mando ni comienzo no es necesariamente un desorden y ni siquiera lo es en modo alguno, sino un ordenamiento diferente, una composición sin dominación. Que solo procede de sí misma y nada espera como no sea de sí misma. Un orden de las cosas sin órdenes impartidas.

La complicidad entre clítoris y anarquía obedece en primer lugar a su destino común de pasajeros clandestinos, a su existencia secreta, oculta, desconocida. También al clítoris se lo consideró durante mucho tiempo como un alborotador, un órgano de más, inútil, que desafiaba el orden anatómico, político y social con su independencia libertaria y su dinámica de placer apartada de todo principio y toda meta. Al clítoris no se lo gobierna. A pesar de todas las tentativas de encontrarle amos –autoridad patriarcal, dictado psicoanalítico, imperativos morales, peso de las costumbres, carga de la ancestralidad–, resiste. Resiste la dominación por el hecho mismo de su indiferencia al poder y a la potencia.

La potencia no es nada sin su efectuación, su ejercicio, como lo testimonia la aplicación de una ley, un edicto, una orden e incluso un consejo. La potencia está siempre a la espera de su actualización. Actos, principios, leyes, decretos dependen a su vez de la docilidad y la buena voluntad de sus ejecutantes. Acto y potencia tejen la tela inextricable de la subordinación. El clítoris, justamente, no es ni en potencia ni en acto. No es una virtualidad inmadura a la espera de la actualización vaginal. Tampoco se pliega al modelo de la erección y la detumescencia. El clítoris interrumpe la lógica del mando y la obediencia. No dirige. Y por eso perturba.

La emancipación necesita encontrar el punto de inflexión en el que el poder y la dominación se subviertan a sí mismos. La noción de autosubversión es uno de los conceptos determinantes del pensamiento anarquista. La dominación no puede deshacerse solo desde afuera. Tiene su línea de fractura interna, preludio a su ruina posible. Toda instancia que se muestre indiferente al par del acto y la potencia exaspera a los sistemas de dominación y revela al mismo tiempo sus fisuras íntimas. El clítoris se introduce en la intimidad de la potencia –normativa, ideológica– para revelar la falla que la amenaza sin cesar.

Clítoris, anarquía y femenino, que a mi entender están indisolublemente ligados, constituyen un frente de resistencia consciente a las derivas autoritarias de la resistencia misma. La derrota de la dominación es uno de los más grandes desafíos de nuestro tiempo. El feminismo es sin duda una de las figuras más vivas de ese desafío, punta de lanza muy expuesta justamente porque carece de arjé.

Pero sin principio no quiere decir sin memoria. Por eso me parece vital no amputar al feminismo de lo femenino. Lo femenino es ante todo un recordatorio, recordatorio de las violencias ejercidas sobre las mujeres, ayer y hoy, de las mutilaciones, violaciones, acosos, feminicidios. De esa memoria, el clítoris es a no dudar, y en muchos aspectos, el depositario, símbolo y encarnación a la vez de lo que la autonomía del placer de las mujeres representa de insoportable. Al mismo tiempo, como ya he dicho, lo femenino trasciende a la mujer, la desnaturaliza para proyectar, más allá de las vilezas de los abusadores, grandes o pequeños, el espacio político de una indiferencia a la sujeción.

Lo femenino une esa memoria a este porvenir.



Fuente: Malabou, Catherine (2020). El placer borrado. Clítoris y pensamiento. Ediciones La Cebra. Buenos Aires, 2021

[1] Pierre-Joseph Proudhon, Les Confessions d’un révolutionnaire, pour servir à l’histoire de la révolution de février, París: Hachette livre/BNF, 2012 [trad. esp.: Las confesiones de un revolucionario, paraservir a la historia de la Revolución de febrero de 1848, trad. de D. A. S., Buenos Aires: Americalee, 1947].

Egon Schiele, Stehende Frau in Rot, 1913

Entre las figuras poéticas y retóricas, Adynata (plural de Adynaton, que suena a palabra femenina en castellano) compone lo imposible. Procura insurgencias, exageraciones paradojales, lenguas inventadas, disparates colmados, mundos enrevesados, infancias en las que “nada el pájaro y vuela el pez”.

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