Y tal vez un día, si no corremos ante el miedo y lo desafiamos sobrevenga el segundo peligro:
“El segundo peligro, la Claridad, parece menos evidente. Pues la claridad, de hecho, concierne a lo molecular. También en este caso todo está afectado, incluso la percepción, incluso la semiótica, pero en la segunda línea. Castaneda muestra por ejemplo la existencia de una percepción molecular que nos descubre la droga (¡pero tantas cosas pueden servir de droga!): se accede a una micropercepción sonora y visual que revela espacios y vacíos, como agujeros en la estructura molar. Eso es precisamente la claridad: esas distinciones que se establecen en lo que nos parecía lleno, esos agujeros en lo compacto; y a la inversa, donde hace un momento veíamos terminaciones de segmentos bien delimitados, ahora hay más bien franjas imprecisas, intrusiones, imbricaciones, migraciones, actos de segmentación que ya no coinciden con la segmentaridad dura. Todo ha devenido flexibilidad aparente, vacíos en lo lleno, nebulosas en las formas, imprecisión en los trazos. Todo ha adquirido la claridad del microscopio. Creemos haberlo comprendido todo, y sacar las consecuencias. Somos una nueva raza de caballeros, hasta tenemos una misión. Una microfísica del migrante ha sustituido a la macrogeometría del sedentario. Pero esta flexibilidad y esta claridad no sólo tienen su peligro, sino que ellas mismas son un peligro. Primero porque la segmentaridad flexible corre el riesgo de reproducir en miniatura las afecciones, las afectaciones de la dura: se sustituye la familia por una comunidad, se sustituye la conyugalidad por un régimen de intercambio y de migración, pero aún es peor, se establecen micro-Edipos, los microfascismos imperan, la madre se cree obligada a masturbar a su hijo, el padre deviene mamá. Oscura claridad que no procede de ninguna estrella, y que desprende tanta tristeza: esta segmentaridad cambiante deriva directamente de la más dura, es su compensación directa. Cuanto más molares devienen los conjuntos, más moleculares devienen los elementos y sus relaciones: el hombre molecular para una humanidad molar. Uno se desterritorializa, se hace masa, pero precisamente para ahogar y anular los movimientos de masa y de desterritorialización, para inventar todas las reterritorializaciones marginales todavía peores que las otras. Pero sobre todo la segmentaridad flexible suscita sus propios peligros que no se contentan con reproducir en pequeño los peligros de la segmentaridad molar, aunque tampoco derivan de ellos o los compensan: como ya hemos visto, la especificidad de los microfascismos consiste en que pueden cristalizar en un macrofascismo, pero también puede perfectamente flotar por su cuenta en la línea flexible y bañar cada célula pequeña. Una multitud de agujeros negros puede perfectamente no centralizarse, y ser como virus que se adaptan a las situaciones más diversas, labrando vacíos en las percepciones y las semióticas moleculares. Interacciones sin resonancia. En lugar del gran miedo paranoico, estamos atrapados en mil pequeñas monomanías, evidencias y claridades que brotan de cada agujero negro, y que ya no forman sistema, sino rumor y murmullo, luces cegadoras que confieren a cualquiera la misión de un juez, de un justiciero, de un policía por su cuenta, de un gauleiter de inmueble o de vivienda. Se ha vencido el miedo, se ha abandonado el terreno de la seguridad, pero se ha entrado en un sistema no menos concentrado, no menos organizado, el de las pequeñas inseguridades que hace que cada uno encuentre su agujero negro y devenga peligroso en ese agujero, disponiendo de una claridad sobre su caso, su papel y su misión, más inquietante que las evidencias de la primera línea. (Deleuze, Guattari, 2002: 231, 232).
Castaneda reconstruye el dialogo sobre la claridad en función de la pregunta sobre el primer enemigo:
“-¿Pero no volverá el hombre a tener miedo si algo nuevo le pasa?
-No. Una vez que un hombre ha conquistado el miedo, está libre de él por el resto de su vida, porque a cambio del miedo ha adquirido la claridad: una claridad de mente que borra el miedo. Para entonces, un hombre conoce sus deseos; sabe cómo satisfacer esos deseos. Puede prever los nuevos pasos del aprendizaje, y una claridad nítida lo rodea todo. El hombre siente que nada está oculto,
Y así ha encontrado a su segundo enemigo: ¡la claridad! Esa claridad de mente, tan difícil de obtener, dispersa el miedo, pero también ciega.
Fuerza al hombre a no dudar nunca de sí. Le da la seguridad de que puede hacer cuanto se le antoje, porque todo lo que ve lo ve con claridad. Y tiene valor porque tiene claridad, y no se detiene en nada porque tiene claridad. Pero todo eso es un error; es como si viera algo claro pero incompleto. Si el hombre se rinde a esa ilusión de poder, ha sucumbido a su segundo enemigo y será torpe para aprender. Se apurará cuando debía ser paciente, o será paciente cuando debería apurarse. Y tonteará con el aprendizaje, hasta que termine incapaz de aprender nada más.
-¿Qué pasa con un hombre derrotado en esa forma, don Juan? ¿Muere en consecuencia?
-No, no muere. Su segundo enemigo nomás ha parado en seco sus intentos de hacerse hombre de conocimiento; en vez de eso, el hombre puede volverse un guerrero impetuoso, o un payaso. Pero la claridad que tan caro ha pagado no volverá a transformarse en oscuridad y miedo. Será claro mientras viva, pero ya no aprenderá ni ansiará nada.
-Pero ¿qué tiene que hacer para evitar la derrota?
-Debe hacer lo que hizo con el miedo: debe desafiar su claridad y usarla sólo para ver, y esperar con paciencia y medir con tiento antes de dar otros pasos; debe pensar, sobre todo, que su claridad es casi un error. Y vendrá un momento en que comprenda que su claridad era sólo un punto delante de sus ojos. Y así habrá vencido a su segundo enemigo”(Castaneda, 2010: 89, 90).
Deleuze y Guattari nos dicen que las existencias pueden estar envueltas por la telaraña de un segundo enemigo: la claridad. Si el miedo es un enemigo que pertenece al orden de lo molar, la claridad es un peligro que acecha en lo molecular. La claridad, al igual que el miedo, tiñe todo bajo su color: el habla, lo que podemos percibir, los gestos. Hay vidas vividas por la claridad. La claridad concita en si misma dos peligros. El primer peligro consiste en reproducir, desplazadas, las afecciones molares (cambiar la familia por la comunidad, la conyugalidad por un régimen de intercambio, etc). El segundo, el peligro que le es propio a la claridad, tiene que ver con que la claridad es un error inútil atado a la idea de que hay una Verdad. La claridad siempre implica algo que es fundacional: Dios, la Moral, la Idea, el Sujeto. Y estos errores son inútiles porque van precipitando agujeros negros, intolerancia, predisposiciones fascistas de diferente tipo que pueden o no confluir colectivamente, que pueden o no activarse en nosotros. Por oposición, existen también los errores útiles, que son los errores que sirven a la vida. En Mil mesetas, son aquellos errores que permiten pensar en términos de multiplicidad, de devenir, de transformación.
Pero, ¿Por qué queremos la verdad a toda costa? ¿Cuál es la necesidad de considerar que tiene que haber una verdad última? Creemos que una buena pista sobre ello la podemos encontrar remitiéndonos a El crepúsculo de los ídolos, especialmente a “Como el mundo verdadero acabó convirtiéndose en una fabula", dónde Nietzsche caracteriza toda la historia del pensamiento y da cuenta de su forma de interpretar la historia de la filosofía.
Allí comienza diciéndonos que para Platón hay un mundo verdadero, el de las ideas, y un mundo falso, el de la opinión. Con Platón comienza la historia de un error:
“El mundo verdadero, asequible al sabio, al piadoso, al virtuoso, - él vive en ese mundo, es ese mundo. (La forma más antigua de la Idea, relativamente inteligente, simple, convincente. Transcripción de la tesis “yo, Platón, soy la verdad”. (Nietzsche, 1979: 51).
El cristianismo es platonismo para el pueblo, pues el cristianismo no hace más que repetir el esquema platónico bajo un modo particular. Es así que para el cristianismo también hay un mundo aparente, el mundo en el cual estamos viviendo, y hay un mundo verdadero que es el mundo del más allá, de la vida eterna junto a lo divino, etc. La raíz judeocristiana que tenemos en tanto occidentales nos condiciona a ser dualistas, nos condiciona a plantear que hay verdad y falsedad, que hay cuerpo y alma, que hay material e inmaterial. Sin dudas uno puede decir que en el pensamiento hay muchas otras cosas, pero lo interesante de la crítica nietzscheana es que no se refiere a las cosas del pensamiento sino a la base misma del pensar. Yo puedo pensar de forma circular, de forma paradójica pero parecería que para pensar siempre necesito la oposición. La raíz de nuestra forma de ser, de nuestra forma de pensar, es dialéctica. Y, se sabe, cuando se habla del pensamiento no se habla de algo abstracto, sino del modo de ser que somos.
En la expresión “yo, Platón, soy la verdad”, en esa expresión, Nietzsche está señalando que es lo que él piensa de la historia de la filosofía. Él considera que la historia de la filosofía no es más que el relato autobiográfico de la fisiología de sus autores. Es decir, cada filosofía tiene que ver con un modo de ser, que es el modo de ser del autor que escribió lo que escribió, pero que necesita plantear de alguna manera que eso es algo objetivo que no remite a su propia corporalidad, a su propia fisiología, sino a algo que el descubrió. Luego Nietzsche tiene algunas palabras para Kant. Él escribe:
“el mundo verdadero, inasequible, indemostrable, imprometible, pero, ya en cuanto pensado un consuelo, una obligación, un imperativo”. (Nietzsche, 1979: 51,52)
Aquí está señalando un aspecto del pensamiento kantiano que es el que tiene que ver con el imperativo categórico y su relación con la concepción de la verdad. En Kant el imperativo categórico es aquello que determina el valor moral de la acción y es un principio que se aplica a toda acción para determinar si es moral. El imperativo señala que “la máxima subjetiva de tu acción se pueda convertir en ley universal de todos los hombres”. Sin embargo, tras la niebla de Kant se sigue escribiendo la fábula del mundo verdadero. Es el caso del positivismo, que ya no piensa en términos de ideas metafísicas sino en términos de hechos. Nietzsche muestra entonces como a lo largo de la filosofía hay algo que se constituye como principio último que da sentido a toda la realidad y que la ordena.
Lo que Nietzsche critica no es la tendencia a la unidad, sino el hecho de que se considere como verdadero aquello que se plantea hipotéticamente como resultado de esa tendencia ¿Por qué le preocupa esto a Nietzsche? Por una razón efectual: no le importa tanto desde el punto de vista argumentativo sino más bien se interesa por los efectos que producen las ideas. Y en este sentido, lo que le interesa de la tendencia unificante del pensamiento occidental es que en virtud de esa tendencia se ordena la sociedad y se ordena la moral de una determinada manera. Y que ese principio último en virtud del cual se ordena la realidad termina siendo un principio de castratismo moral. Ese principio unificador lo que hace es orientar al individuo en alguna dirección dejando de lado todos los otros aspectos que supone el existente humano. Y ese va a ser justamente el problema, es decir, la orientación en función de un principio único. Sería un error creer que podemos ordenar todos los fenómenos que caracterizamos como propios del sentimiento, las pasiones, etc, en una sola dirección y encima creer que esa dirección representa la verdad.
Entonces, en Cómo el mundo verdadero acabó convirtiéndose en una fabula, Nietzsche va haciendo una caracterización en términos de nihilismo. La idea del nihilismo alude tanto a la idea de que “en el fondo no hay nada”, porque no hay un último fundamento que sostiene toda la realidad, como también a la idea de que el pensamiento occidental al plantear una idea fundacional es nada. Hay muchos sentidos en que se puede pensar el nihilismo, entre ellos hay que pensarlo también como nihilismo de combate (o máquina de guerra) cuando Nietzsche señala que es necesario destruir a Dios a golpes de martillo. Es decir, está presente ahí la idea de que el nihilismo es también una fuerza de destrucción de todas las ideas que organizaron el mundo del pensamiento occidental.
Todo lo que entra dentro del monótono-teismo es lo que Nietzsche da en llamar nihilismo decadente. El nihilismo decadente es el intento de crear un sistema conceptual en torno a la nada. Asimismo existe en Nietzsche una crítica al sujeto moderno en términos de nihilismo decadente que tiene que ver con aquella fábula del mundo verdadero, pues el nihilismo se propone romper a golpes de martillo tanto la idea de Dios como sus derivaciones (el sujeto moderno) que giran todas alrededor de un elemento fundacional.
Frente al “yo pienso”, uno de los ejes de la Modernidad, Nietzsche postula que el pensamiento viene cuando él quiere y de esa forma afirma que yo no soy motor de mis propios pensamientos, que hay un otro que habla.
“Quien asevera “yo pienso” parte de varios presupuestos: la existencia de un agente causante de la acción del pensar, la consideración del pensar como actividad, la aceptación del principio de causalidad, etc. Presupuestos todos del modo de pensar de la metafísica moderna, que entroniza al sujeto en el lugar de fundamento del conocimiento (...) La conciencia deja de ser el espacio para la puesta en escena de los procesos más importantes del yo, que ahora son enviados a la buhardilla. Lo interesante transcurre de ahora en más en el cuerpo, un escenario -paradójicamente- de la “no-representación”, en la medida en que es el “lugar” de los procesos de lo impersonal o lo neutro (el ello) (…) Y este cuerpo dice Nietzsche “que piensa”. “Ello piensa”: ningún yo, ningún sujeto, “ello”. El cuerpo es el selbst como pluralidad de voliciones y entrecruzamiento de fuerzas, pluralidad que “usa” la razón como su instrumento, su medio para conseguir determinados resultados. La razón queda defenestrada en cuanto a su lugar fundacional en la historia de la subjetividad moderna, ahora la “gran razón” es el cuerpo. Y él sabe, sabe de las “razones” que la razón desconoce. (…) La modernidad colocó al Ich (yo) en el lugar que Dios dejó vacante con su muerte. Nietzsche destruye a golpes de martillo ese lugar, y no vuelve a cubrirlo con otra entidad. Más bien, su trabajo consiste en hacer patente el abismo de la falta de sentido, y la necesidad de enfrentarse a ese abismo con errores útiles, con ficciones reconocidas como tales”. (Cragnolini, 2005: 7, 8, 11)
No es el sujeto liberal (autónomo, racional, aquel que cree estar ahí, que cree ser plenamente consciente de sí) quien habla. Quien habla es una corporalidad. La gran razón es el cuerpo y el yo es tan solo su juguete, tan solo la pequeña razón.
“Quién está despierto y consciente exclama: Todo yo soy cuerpo y ninguna otra cosa. El alma es tan sólo una palabra para una partícula del cuerpo. El cuerpo es un gran sistema de razón, una multiplicidad con una sola dirección, una guerra y una paz, un rebaño y un pastor. Instrumento de tu cuerpo, tal es también tu pequeña razón, que tú denominas espíritu, hermano mío, pequeño instrumento y pequeño juguete de la gran razón. Dices “yo” y te sientes orgulloso de esta palabra. Pero, aunque no quieras creerlo, lo que es mucho más grande es tu cuerpo y su gran sistema de razón: él no dice “yo”, pero él es yo” (Nietzsche, 2000: 31).
Así, al decir “ello piensa”, Nietzsche afirma que hay algo, que no es un quien, que piensa. Pero el ello al igual que el yo es una ficción. Es dable pensar que algún día también nos olvidemos del ello. Tal vez antes debamos olvidarnos del yo. Pero para ello ninguna argumentación sirve: es necesario reírse para liberarse de su peso.
Bibliografía:
-CASTANEDA, C., Las enseñanzas de don Juan. Una forma yaqui de conocimiento, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2010.
-CRAGNOLINI, M., “Ello piensa: la “otra” razón, la del cuerpo”, en J.C. Cosentino- C.Escars (comp.) El problema económico. Yo-ello-super-yo-síntoma, Imago Mundi, Buenos Aires, 2005.
-DELEUZE, G. y GUATTARI, F., Mil mesetas. Capitalismo y esquizofrenia, Editorial PRE-TEXTOS, Valencia, 2002.
-NIETZSCHE, F., “Cómo el mundo verdadero acabó convirtiéndose en una fábula”, en Crepúsculo de los ídolos o Cómo se filosofa con el martillo, Editorial Alianza, Madrid, 1979.
-NIETZSCHE, F., Así habló Zaratustra, Editorial Alba, Madrid, 2000.
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