-¿Puedo pedirle un favor? Olvídese de lo que soy y piense en el viento. Dios muchas veces me habló desde el viento…
-Sí. Miraré el cielo y las nubes. Me sorprenderé una vez más y escucharé lo que quiera decirme… Escucharé lo que dice el viento… Sabré que una voz amada nos habla desde el viento…
Vicente Zito Lema
¿De cuánta capacidad para disfrutar disponemos en esta pospandemia pre electoral? ¿Qué podemos ante tantas muertes, ante esta crisis? ¿Cómo hacemos para conservar esa fuente de energía que despeja y recarga cierta posibilidad para imaginar que podemos vivir de otras maneras, soñar de otras maneras, amar de otras maneras, criar de otras maneras? ¿Cómo empujar a un costado, al menos por un rato, dolores, desesperación, desganos, hartazgos, tedio, frustraciones, obligaciones, fastidios para que se abran paso formas del disfrute no hackeadas, cooptadas y dirigidas por el capitalismo?
Otra vez necesitamos recurrir a una cita de “Derecho al ocio y a la expropiación individual” (1930) escrito por Severino Di Giovanni:
“Más trabajamos, menos tiempo nos queda para dedicarlo a actividades intelectuales o ideales; menos podemos gustar la vida, sus bellezas, las satisfacciones que nos puede ofrecer; menos disfrutamos de las alegrías, los placeres, el amor.
No se puede pedir a un cuerpo cansado y consumido que se dedique al estudio, que sienta el encanto del arte: poesía, música, pintura, ni menos que tenga ojos para admirar las infinitas bellezas de la naturaleza. Un cuerpo exhausto, extenuado por el trabajo, agotado por el hambre y la tisis no apetece más que dormir y morir. Es una torpe ironía, una befa sangrienta, el afirmar que un hombre, después de ocho o más horas de un trabajo manual, tenga todavía en sí fuerzas para divertirse, para gozar en una forma elevada, espiritual. Sólo posee, después de la abrumadora tarea, la pasividad de embrutecerse, porque para esto no necesita más que dejarse caer, arrastrar."
Quizás la embriaguez del disfrute pueda contagiarse como la fuerza de los ruidos que irrumpen en una plaza cada vez que la picardía y el ingenio se hacen presentes en un acote en una batalla de freestyle. O como las alegrías que exaltadas gritan y festejan cada caída a tempo en un ballroom. Allí dos modos del sostenerse.
Quizás ahí, en el voguear y en el freestylear -acciones inventadas sin pedir permiso en las calles y en las plazas-, la lógica de competencias y batallas se asume con formas que las llenan de estilo y drama queen, de rimas y amor por las palabras.
Quizás entre juventudes y la comunidad LGBTTIQNB+ revivamos y encontremos estrategias antiextractivistas para que podamos sostenernos y no nos roben también el disfrute.
Muchas veces calles y plazas que se ríen y ni miran a las normalidades de género, raza y clase. Que bailan, twerkean y disfrutan de todos los cuerpos con todas sus formas en todos sus despliegues. Que hacen caso omiso a las advertencias adultocentristas que ven peleas y peligros por todos lados y en todo momento.
Si algo saben las juventudes es ranchar y disfrutar, sin más, de pasar el rato.
Y en estos tiempos del mundo, tenemos muchxs muchachitxs que saltaron de las plazas a llenar estadios y que prestan palabra a toda esa emocionalidad, a veces retraída, a veces exuberante que despliegan juventudes descreídas del mundo en el que viven.
Juventudes que, en plazas y en estadios, gritan y rapean, garganta en mano, lo que pasa por y en esos cuerpos.
Quizás, otro desafío amanece: lograr que freestylear y voguear perseveren cómo acciones de sostén y expansión de libertades, más allá del pinkwashing y más acá de vidas que puedan disfrutar de otras maneras.
¿Y si en este noviembre del orgullo advenimos a que, finalmente, "el deseo es una bailanta"?
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