Al benéfico yugo de la razón ustedes someterán a los seres desconocidos, habitantes de otros planetas que se encuentran quizá todavía en estado de salvaje libertad
Evgueni Zamiatin, Nosotros
Pareciera ser que principios eternos gobiernan nuestra conducta, nuestras identidades: la verdad, la justicia, la ley, la razón. Principios anclados en los sueños de la modernidad de racionalizarlo todo, civilizarlo todo. Principios que siempre transmutan en pesadillas. Nuevas razones encuentran, en su adaptación al siglo XXI, las nuevas gobernanzas del mundo para no cometer el pecado de la improductividad: una inmensa policía digital y la hiperexplotación serían sus mayores aliadas para afianzar el control y el miedo, la obediencia y el entumecimiento. Sin embargo, las viejas razones son los sólidos cimientos de las nuevas.
Un híbrido entre dichos principios eternos y las nuevas razones de los cyber-Estados lo podemos encontrar en dos obras compuestas hace cien años que nos pueden ayudar a pensar nuestro presente: Nosotros de Yevgueni Zamiatin y R.U.R. de Karel Čapek. En ambas se construyen estructuras de poder movilizadas como instrumentos de fuerza para alcanzar los sueños modernos: racionalizar cada partícula del planeta, convertir a la biosfera en una cosa muerta, civilizar el mundo.
Si lo que prima en R.U.R. es una crítica hacia la ciencia y la verdad ya que “somos prisioneros de la industrialización” (Čapek, 2006, p. 1), en Nosotros, a su vez, se prioriza la crítica al mundo totalitario del Estado Único y la pérdida de individualidad mediante “el bendito yugo de la razón” (Zamiatin, 2016, p. 1). No obstante, en ambas obras se plasman las tensiones entre civilización y naturaleza. Los dos mundos construidos endiosan el progreso técnico y la extrema racionalización, dando lugar a las catástrofes ecológicas.
En Nosotros, frente a la anulación de la individualidad desde la maquinaria estatal, el ejercicio físico organizado, la automatización de la conducta, los personajes se encuentran con una naturaleza animal que los mejora, no que los degrada. Una naturaleza animal que a lo largo de la novela entra en tensión con la lógica de la civilización:
… ¿cómo habría podido adquirir la humanidad, si vivía en libertad igual que los animales, que los monos, en manadas, la lógica estatal? ¿Qué se podía, pues, esperar de ella, si incluso en nuestros días se oye, procedente de algún lugar profundo del abismo, el salvaje eco del griterío de los monos? Por fortuna lo oímos muy contadas veces. Y afortunadamente ejercen sobre nosotros solo unos efectos nocivos pequeños e insignificantes, que podemos eliminar fácilmente, sin interrumpir ni detener el movimiento eterno de toda la máquina. (Zamiatin, 2016, p. 6)
Por otra parte, en R.U.R. lo que está en juego es, además, otro tipo de naturaleza: la interior de los robots. Para Domin, Director General de Rossum's Universal Robots, son máquinas. Para Elena, los robots son personas como nosotros. Sería pertinente preguntarse qué es una máquina. En primer lugar, lo que se opone a lo natural. Se nos presenta, entonces, la naturaleza de los robots como el artificio. El robot, el trabajador/esclavo perfecto, es así una máquina que supera al hombre. Pero en la reversibilidad de esta imagen, resulta que los humanos también somos máquinas, imperfectas, reemplazables, pero máquinas al fin, aunque tensionadas, a la vez, por la naturaleza y el progreso: “La naturaleza es incapaz de adaptarse al ritmo del trabajo moderno (Čapek, 1966, p. 13); “... a la naturaleza le ha ofendido la fabricación de robots” (Čapek, 2006, p. 25).
Esa naturaleza incapaz de adaptarse también la leemos en Nosotros. Fuera del Estado Único todo es estado de naturaleza y los pueblos y las naciones que no son capaces de forjar la organización propia de un Estado moderno son incivilizados –gran halago para nuestros tiempos–. Pareciera ser que fuera de las leyes estatales todo es estéril y muerto, cuando en realidad ahí la abunda lo vivo. Se allanan los terrenos para que transitemos por las vías civilizatorias de la república romana, formal y legalista. Mussolini, jurista latino, se contentaba con la razón de Estado, solo que la transforma, con mucha retórica, en absoluto: “Nada fuera del Estado, por encima del Estado, contra el Estado. Todo del Estado, para el Estado, en el Estado”. En este territorio, el general, admirador y estudioso del fascista mencionado, a la vez que gestiona uno de los movimientos sociales más efectivos en la historia de la política argentina para garantizar la conciliación de clases, nos dicta: “Dentro de la ley, todo. Por fuera de ella, nada”. Estos conceptos se entienden mediante la contraposición permanente en la novela entre el Estado civilizado y los pueblos salvajes, ya sean extraterrestres, o pasados, o que habitan fuera del muro:
Más allá del muro se me venía encima toda una ola de raíces, flores, ramajes y hojas; esta ola se encabritaba y amenazaba barrerme para convertirme a mí, a un ser humano, el más exacto de todos los organismos, en un animal. Pero por fortuna me separaba el Muro Verde de este mar salvaje y claro. Oh, sabiduría inmensa, divinamente constructora de barreras. Creo que el Muro es la invención más importante de la humanidad: el hombre solamente ha podido ser una criatura civilizada al levantarse el primer Muro, únicamente se convirtió en hombre culto cuando construimos el Muro Verde, aislando de este modo nuestro mundo automático y perfecto de ese otro irracional y feo con árboles, pájaros y animales. (Zamiatin, 2016, p. 39)
El desarrollo de la historia de la civilización siempre va a sostener el tono imperativo que anuncie “Salvad las fábricas, los ferrocarriles, la maquinaria, las minas y las materias primas. Destruid el resto. Luego volved al trabajo. No se debe dejar el trabajo parado” (Čapek, 1966, p. 30), resguardado por “una legión de millones, [que] nos levantamos como un solo hombre, todos a una misma hora, a un mismo minuto” (Zamiatin, 2016, p. 5). Bajo esta lógica, entonces, el individuo, la comunidad y la biosfera resultan cosas que deben sacrificarse por el progreso unidireccional de la historia, por el avance maquínico del devorador de mundos. Estas pesadillas se leen en las dos obras analizadas: “El viejo inventor Mr. Rossum –que en inglés significa Mr. Intelecto o Sr. Cerebro– no es ni más ni menos que el típico representante del materialismo científico del siglo pasado” (Čapek, 2006, p. 1).
Las pesadillas civilizatorias que se esconden detrás los sueños del progreso siempre dialogan con la historia de los devoradores de mundos, con el gran artificio, con la Máquina apropiativa de lo vivo. “La tempestad y la vida, eso es lo que necesitamos”, otras maneras de habitar el mundo y no la racionalidad extrema y productivista del Estado Único que se construye en Nosotros, sino, permitirnos la pregunta que realizan “los únicos filósofos valientes”, esos niños que en la novela de Zamiatin siempre preguntan: “¿Y qué más?”. Qué más allá y más acá de la supuesta última revolución que se solidifica en la Máquina. Qué más allá y más acá de los muros de la razón que extirpan la imaginación. Una imaginación que vehiculice la destrucción de los adoquines del cemento muerto para encontrar debajo el bosque y la playa.
Referencias bibliográficas
Čapek, K. (1966). R.U.R. Robots Universales Rossum. Buenos Aires: Alianza Editorial. Traducción: Consuelo Vázquez de Parga.
Čapek, K. (2006). Entrevista‖ y Reseñas de R.U.R. En Saíz Lorca, Daniel, La literatura checa de ciencia ficción durante el período de entreguerras. Tesis doctoral. Madrid, Universidad Complutense de Madrid.
Zamiatin, E. (2016). Nosotros. Madrid: Hermida editores. Traducción del ruso de Alejandro González.
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