Deseos de felicidad expresan promesas atenuadas.
No dicen: “Te prometo que serás feliz”, pero auguran la posibilidad.
La primera mañana, del primer día, de un nuevo año, se brinda como primicia. Como instante venturoso.
El deseo de felicidad funciona como conjuro.
En el horizonte cuelgan señales de lutos y duelos, mascarillas y terrores, opulencias y hambre.
Se podría llamar fascismo a una forma de crueldad argumentada.
Argumentar una crueldad equivale a justificarla.
Ojalá que lecturas afectivas prevalezcan sobre las crueldades travestidas de felicidad.
Lecturas practican gratitudes profanas.
Gratitudes ya no como una emoción benéfica por haber recibido algo valioso, sino como momentos de acogida en una común fragilidad, en una común tristeza, en un común olvido, en un común no saber.
Gratitudes no se desean, se dan. O se ofrecen como refugios contra resentimientos.
Resentimientos se instalan como reversos del don. Delatan rencores agazapados en el llamado “amor propio”. Amores propietarios que, contrariados, se vuelven odios.
No se puede leer ni vivir en estado de rencor.
Escribir importa tanto como recuperar textos impropios.
Adynata se piensa como en busca de escritos perdidos, pero ya no como memoria personal proustiana, sino como rescate de complicidades impersonales.
Lecturas -que no pretenden otra cosa que compañías sin trascendencias- suavizan noches y días que duelen.
Adynata no se pretende como Biblioteca de Alejandría virtual, ni como suma bibliográfica de una Cátedra, sino como apilada de ternuras queridas, muy queridas, más que muy queridas.
Lecturas, tal vez no cambien vidas ni las salven, pero (a veces) realizan cercanías entre debilidades que se agradecen.
Lecturas precipitan conversaciones -como diría Blanchot- infinitas.
Comments