¡Quítate ese vestido, Rebeca, que la boda terminó!
Citado por Freud
A pesar del aguijón de la entropía
Teresa Leonardi Herrán
En el relato que F.S. Fittzgerald titula Crack up, desliza que uno debería ser capaz de ver que las cosas son irremediables y sin embargo estar decidido a hacer que sean de otro modo.
Al inicio define a toda vida como un proceso de demolición. En las demoliciones quedan escombros. Luego de un derrumbe, los escombros atestiguan.
Durante un derrumbe inesperado, hay terror, temor, desesperación, perplejidad, muertes. En la incertidumbre de un derrumbe por venir, por ejemplo, de un edificio, se aísla la calle, se deja momentáneamente las casas, se lleva algunas pertenencias, y se espera, quizá con desasosiego, en algún lugar que proteja.
Freud, se sabe fue un gran coleccionista. Siempre tuvo un interés especial por la época de oro de la arqueología y los descubrimientos de civilizaciones enterradas y leídas en las sucesivas capas de escombros, excavaciones, restos, reconstrucciones de lo irremediablemente perdido. Estimulaba en sus analogías y metáforas con la vida psíquica y situaba la paradoja que ocupa la memoria y el olvido en el campo del psicoanálisis. Sufrir de reminiscencias corporiza una arqueología que desestablece el sentido, hace síntoma que ancla y es el recurso escritural del padecimiento.
A veces hay colapsos. Lo que colapsa, provenga de donde provenga, pide que se escuche el límite. El colapso obliga pensar hasta donde se puede sostener algo de ese modo.
Freud sin duda atento a ofrecer su escucha, favoreciendo el enigma, aún frente una vida derrumbada. Incluso no desoye nunca sus propios desvalimientos en el contexto que lo atraviesa. Le escribe a Fliess: “En este derrumbe general de todos los valores, sólo la psicología ha quedado intacta. Los sueños siguen sólidamente afianzados… Lástima que no se pueda vivir, por ejemplo, interpretando sueños” En muchas horas sombrías, agrega Freud, ha sido para él consuelo recordar que “dejaré tras de mí este libro”.
En otra carta le escribe a su amigo: “Tuve que demoler todos mis castillos en el aire, y justamente acabo de reunir un poco de coraje para volver a levantarlos. En medio del catastrófico derrumbe, tú habrías sido invaluable para mí; pero en mi estado actual difícilmente podría hacerme comprender por ti.”.
La amistad, un modo amoroso de andar la vida, le ha sido imprescindible, pero no siempre posible ni suficiente.
Hay colapsos “externos”, sistemas colapsados, circunstancias, hechos, adversidades extremas, que requieren reorganización colectiva, responsabilidad comunitaria y estatal y por sobretodo un encomunado no negacionimo, ese que desoye de lo que nos pone en peligro.
Hay por otro lado y a veces más allá de las circunstancias colapsos, o derrumbes “internos”, personales.
Winnicott escribe en 1963 el texto “El temor al derrumbe”[1]. Plantea algo novedoso para él y lo llama miedo al breakdown. Se puede traducir como colapso, quebrantamiento y quizá fracaso extremo. El temor a algo futuro, no es universal, no nos ocurre siempre, pero podemos suponer que alguna vez algo de esa experiencia bordeamos. A veces en la transferencia, a veces en el cotidiano vivir, a veces frente al mundo que amenaza.
Hay esa zona de dependencia en la transferencia, cuando se hace posible una cercanía, agrega Winnicott, frente a algún traspié del analista, o algún detalle que se alumbra, se produce ese estallido cercano a algo loco, como temor desesperado al derrumbe. Es un miedo de vivir, como un miedo al futuro.
Se aclara que no se trata justamente de la angustia al estilo de la neurosis (que nosotros llamamos angustia de castración), más bien lo llama angustia impensable, muda, cercana a la mudez de la pulsión de muerte. Nos conecta con zonas que serían imposibles de recordar y que se acercan a los fenómenos “psicóticos” que ligan con lo que llama agonías primitivas: estados de no integración, de caída eterna a veces llamados “primarios”.
“Estoy capacitado para decir, que ese miedo al derrumbe ya ha tenido lugar”, pero no está experienciado, una paradoja.
En el caso del analizante, con quien nos encontramos, si acepta esta especie de extraña verdad, dice Winnicott, una construcción, algo puede ubicarse en la transferencia soportando las fallas del analista. Sin connivencia[2]. Entonces eso temido al ser experienciado se torna posible de constituirse en pasado. Winnicott lo enlaza a una experiencia de vacío situada a veces en lo oral. Quizá es un fantasma de inexistencia que responde a detener la voracidad del Otro.
¿Cómo pensar también lo ya ocurrido, en lo colectivo, afectado de presente y de inquietante novedad?
¿Vislumbrar, a veces ficcioalizar una inexistencia temible, detiene una voracidad, aprisiona y da fuerza para resistir, o deja sin recursos?
La revuelta, dice P.Sollers no es ser libres de hacer esto o lo otro, sino que es detenernos a pensar lo que se hace.
[1] D. Winnicott, Exploraciones Psicoanalíticas l Editorial Paidós 2005 [2] El temor al derrumbe y la idea de connivencia fue una transmisión de Jorge Rodriguez, quien trabaja el tema en diversos escritos.
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