I
« Han deseado una aventura y quieren vivirla contigo. Esto es en definitiva todo lo que hay que decir. Creen resueltamente que el futuro será moderno: diferente, apasionante, seguramente difícil. Poblado de cyborgs y emprendedores sin recursos, de fiebres bursátiles y hombres neuronales. Así es el presente para aquellos que quieren verlo. Creen que el porvenir será humano, o incluso femenino —y plural; y para que todos lo vivan y participen en él. Ellos son esa Ilustración que habíamos perdido, la infantería del progreso, los habitantes del siglo XXI. Combaten la ignorancia, la injusticia, la miseria, los sufrimientos de todo tipo. Están allí donde algo se mueve, donde pasa algo. No quieren dejar escapar nada. Son humildes y audaces, están al servicio de un interés que les sobrepasa, guiados por un principio superior. Saben plantear problemas, pero también encontrar las soluciones. Nos harán franquear las fronteras más peligrosas, nos tenderán la mano desde las orillas del futuro. Son la Historia en marcha, al menos lo que de ella queda, ya que lo más difícil está tras nosotros. Son santos y profetas, auténticos socialistas. Hace tiempo que han comprendido que mayo del 68 no era una revolución. Ellos hacen la verdadera revolución. No es más que una cuestión de organización y de transparencia, de inteligencia y de cooperación. ¡Vasto programa! Y además… »
¿PERDÓN? ¿QUÉ? ¿QUÉ DICES? ¿Qué programa? Las peores pesadillas, bien lo sabéis, son a veces la metamorfosis de una fábula, de esas que nos contaban cuando éramos pequeños a fin de dormirnos y perfeccionar nuestra educación moral. Los nuevos conquistadores, que aquí llamaremos los cibernéticos, no son un partido organizado —lo cual nos hubiera hecho la tarea más fácil— sino una constelación difusa de agentes, actuados, poseídos por la misma fábula. Son los asesinos del tiempo, los cruzados de lo Mismo, los enamorados de la fatalidad. Son los sectarios del orden, los apasionados de la razón, el pueblo de los intermediarios. Los Grandes Relatos bien pueden estar muertos, como lo repite a placer la vulgata posmoderna, pero la dominación sigue estando constituida por ficciones maestras. Este fue el caso de La Fábula de las Abejas que publicó Bernard de Mandeville en los primeros años del siglo XVIII y que tanto hizo para fundar la economía política y justificar los avances del capitalismo. La prosperidad y el orden social y político ya no dependían de las virtudes católicas de sacrificio sino de que cada individuo persiguiera su propio interés. Los « vicios privados » eran declarados garantía del « bien común ». Mandeville, el « hombre diablo », como SE le denominaba entonces, fundaba con ello, y contra el espíritu religioso de su tiempo, la hipótesis liberal que más tarde inspirará a Adam Smith. Aunque esta fábula sea reactivada regularmente bajo las renovadas formas del liberalismo, hoy está caduca. De lo cual se derivará, para los espíritus críticos, que el liberalismo ya no es algo a criticar. Otro modelo ha ocupado su lugar, el mismo que se esconde en los nombres de Internet, de nuevas tecnologías de información y comunicación, de « Nueva Economía » o de ingeniería genética. El liberalismo ya no es más que una justificación remanente, la coartada del crimen cotidiano perpetrado por la cibernética.
Críticas racionalistas de la « creencia económica » o de la « utopía neotecnológica », críticas antropológicas del utilitarismo en las ciencias sociales y de la hegemonía del intercambio mercantil, críticas marxistas del « capitalismo cognitivo » que querrían oponerle el « comunismo de las multitudes », críticas políticas de una utopía de la comunicación que permite que surjan los peores fantasmas de exclusión, críticas de las críticas del « nuevo Espíritu del Capitalismo » o críticas del « Estado penal » y de la vigilancia que se ocultan tras el neo-liberalismo, los espíritus críticos parecen poco inclinados a tener en cuenta la emergencia de la cibernética como nueva tecnología de gobierno, que federa y asocia tanto la disciplina como la biopolítica, tanto la policía como la publicidad, sus predecesores en el ejercicio de la dominación, que hoy ya son demasiado poco eficaces. Es decir, que la cibernética no es, como se quisiera entender de forma exclusiva, la esfera separada de la producción de informaciones y de la comunicación, un espacio virtual que recubriría el mundo real. Es más bien un mundo autónomo de dispositivos confundidos con el proyecto capitalista en tanto que es un proyecto político, una gigantesca « máquina abstracta », hecha de máquinas binarias efectuadas por el Imperio, nueva forma de la soberanía política, y, habría que decir: una máquina abstracta que se ha convertido en máquina de guerra mundial. Deleuze y Guattari vinculan esta ruptura a una nueva forma de apropiación de las máquinas de guerra por parte de los Estados-nación: « Es solo tras la Segunda Guerra Mundial cuando la automatización y luego la ingeniería automática de la máquina de guerra han podido producir su auténtico efecto. Dicha máquina, teniendo en cuenta los nuevos antagonismos que la atravesaban, ya no tenía la guerra como objeto exclusivo, sino que tomaba a su cargo y como objeto la paz, la política, el orden mundial…, brevemente, la meta [but]. Así es como aparece la inversión de la fórmula de Clausewitz: la política deviene continuación de la guerra, la paz libera técnicamente el proceso material ilimitado de la guerra total. La guerra deja de ser la materialización de la máquina de guerra y es la propia máquina de guerra quien deviene ella misma guerra materializada ». Por ello la cibernética no es algo a criticar, es algo a combatir y vencer. Es una cuestión de tiempo.
Por tanto, la hipótesis cibernética es una hipótesis política, una nueva fábula que tras la Segunda Guerra mundial ha suplantado definitivamente a la hipótesis liberal. De forma opuesta a esta última, se propone concebir los comportamientos biológicos, físicos y sociales como integralmente programables y reprogramables. Más precisamente: se representa todo comportamiento como « pilotado » en última instancia por la necesidad de supervivencia de un « sistema » que lo hace posible y al cual debe contribuir. Es un pensamiento del equilibrio nacido en un contexto de crisis. Mientras que 1914 ha sancionado la descomposición de las condiciones antropológicas de verificación de la hipótesis liberal —la emergencia del Bloom, la quiebra de la idea de individuo y de toda metafísica del sujeto, manifestada en carne y hueso en las trincheras— y 1917 ha sancionado su contestación histórica con la « revolución » bolchevique, 1940 señala la extinción de la idea de sociedad, tan evidentemente trabajada por la autodestrucción totalitaria. En tanto que experiencias-límite de la modernidad política, el Bloom y el totalitarismo han sido entonces las refutaciones más sólidas de la hipótesis liberal. Lo que más tarde Foucault llamará, en tono jocoso « muerte del Hombre », no es otra cosa que el estrago suscitado por esos dos escepticismos, uno en dirección al individuo, el otro hacia la sociedad, y provocados por la Guerra de Treinta años que afectó a Europa y al mundo durante la primera mitad del siglo XX. El problema que plantea el Zeitgeist de estos años es de nuevo el de « defender la sociedad » contra las fuerzas que conducen a su descomposición, el de restaurar la totalidad social a pesar de una crisis general de la presencia que aflige a cada uno de sus átomos. La hipótesis cibernética responde por consiguiente, tanto en las ciencias naturales como en las sociales, a un deseo de orden y certeza. La hipótesis cibernética, disposición, de lo más eficaz, de una constelación de reacciones animadas por un deseo activo de totalidad —y no solamente por una nostalgia de ésta, como en las diferentes variantes de romanticismo— es pariente de las ideologías totalitarias tanto como de todos los holismos, místicas, bien solidaristas como en Durkheim, bien funcionalistas o bien marxistas, de todos los cuales no es más que el relevo.
En tanto que posición ética, la hipótesis cibernética es complementaria, aunque estrictamente opuesta, al pathos humanista que se reaviva desde los años 1940 y que no es otra cosa que una tentativa de hacer como si « el Hombre » pudiera pensarse intacto después de Auschwitz, de restaurar la metafísica clásica del sujeto a pesar del totalitarismo. Pero mientras que la hipótesis cibernética incluye la hipótesis liberal sobrepasándola, el humanismo solo apunta a extender la hipótesis liberal a las situaciones cada vez más numerosas que se le resisten: esta es toda la « mala fe » de la empresa de por ejemplo un Sartre, por volver contra su autor una de sus categorías más inoperantes. La ambigüedad constitutiva de la modernidad, considerada superficialmente ya sea como proceso disciplinario o bien como proceso liberal, ya sea como realización del totalitarismo o como advenimiento del liberalismo, está contenida y suprimida en, con y por la nueva gubernamentalidad que emerge, inspirada por la hipótesis cibernética. Ésta no es otra cosa que el protocolo de experimentación a tamaño natural del Imperio en formación. Su realización y su extensión, produciendo efectos de verdad [verité] devastadores, corroen ya todas las instituciones y los vínculos sociales fundados en el liberalismo, y transforma tanto la naturaleza del capitalismo como las posibilidades de su contestación. El gesto cibernético se afirma mediante una denegación de todo lo que escape a la regulación, de todas las líneas de fuga por las que se compone [ménage] la existencia en los intersticios de la norma y de los dispositivos, de todas las fluctuaciones comportamentales que no se siguieran in fine de las leyes naturales. En tanto que ha llegado a producir sus propias veredicciones [en francés véridiction; y lo usamos aposta así transformado en castellano], la hipótesis cibernética es hoy el anti-humanismo más consecuente, el que quiere mantener el orden general de las cosas vanagloriándose de haber sobrepasado lo humano.
Como todo discurso, la hipótesis cibernética solo se ha podido verificar asociándose a los entes o las ideas que la refuerzan, probándose por su contacto, plegando el mundo a sus leyes en un proceso continuo de autovalidación. Es en adelante un conjunto de dispositivos que ambiciona tomar a su cargo la totalidad de la existencia y del existente. El griego kubernesis significa en sentido propio « acción de pilotar un buque », y, en sentido figurado, « acción de dirigir, de gobernar ». En su curso de 1981-1982, Foucault insiste en la significación de esta categoría de « pilotaje » en el mundo griego y romano sugiriendo que podría tener un alcance más contemporáneo: « la idea del pilotaje, como arte, como técnica a la vez teórica y práctica, necesaria para la existencia, es una idea creo que importante, y que merecería eventualmente el ser analizada de más cerca, en la medida en que vemos al menos tres tipos de técnicas que se refieren muy regularmente a este modelo del pilotaje: primero la medicina; segundo el gobierno político; en tercer lugar la dirección y el gobierno de sí mismo. Estas tres actividades (curar, dirigir a los otros, gobernarse a sí mismo) son, muy regularmente referidas a esta imagen del pilotaje en la literatura griega helenística y romana. Y creo que esta imagen del pilotaje recorta muy bien un tipo de saber y de prácticas entre las cuales los Griegos y los Romanos reconocían un parentesco cierto, y para las cuales intentaban establecer una tekhné (un arte, un sistema pensado de prácticas referido a principios generales, a nociones y conceptos): el Príncipe, en tanto que debe gobernar a los demás, gobernarse a sí mismo, curar los males de la ciudad, los males de los ciudadanos, sus propios males; aquel que se gobierna como se gobierna una ciudad, curando sus propios males; el médico que tiene que dar su parecer no solo sobre los males del cuerpo sino sobre los del alma de los individuos. En fin, vemos que tenemos aquí todo un paquete, todo un conjunto de nociones en el espíritu de los Griegos y los Romanos que derivan, creo, de un mismo tipo de saber, de un mismo tipo de actividad, de un mismo tipo de conocimiento conjetural. Y pienso que se podría remontar toda la historia de esta metáfora prácticamente hasta el siglo XVI, donde, precisamente la definición de un nuevo arte de gobernar, centrado alrededor de la razón de Estado, distinguirá, entonces, de una manera radical, gobierno de sí/medicina/gobierno de los otros —y no sin que por otra parte suceda que esta imagen del pilotaje, bien lo sabéis, quede asociada a la actividad, actividad que se denomina precisamente actividad de gobierno ».
Lo que los oyentes de Foucault se supone que saben bien, y que él se guarda mucho de exponer, es que hacia finales del siglo XX, la imagen del pilotaje, es decir, de la gestión, ha devenido la metáfora cardinal para describir no solo la política sino también toda la actividad humana. La cibernética deviene el proyecto de una racionalización sin límites. En 1953, cuando se publica The Nerves of Government en pleno periodo de desarrollo de la hipótesis cibernética en las ciencias naturales, Karl Deutsch, un universitario americano de las ciencias sociales, se toma en serio las posibilidades políticas de la cibernética. Recomienda abandonar las viejas concepciones soberanistas del poder que desde mucho tiempo atrás han sido la esencia de la política. Gobernar será inventar una coordinación racional de los flujos de informaciones y decisiones que circulan en el cuerpo social. Tres condiciones asegurarán esto, dice: instalar un sistema de captores para no perder ninguna información que provenga de los « sujetos »; tratar las informaciones mediante correlación y asociación; situarse cerca de [à proximité] cada comunidad viviente. La modernización cibernética del poder y de las formas anticuadas de autoridad social se anuncia por tanto como producción visible de la « mano invisible » de Adam Smith que servía hasta entonces de clave mística para la experimentación liberal. El sistema de comunicación será el sistema nervioso de las sociedades, la fuente y el destino de todo poder. La hipótesis cibernética enuncia, de este modo, ni más ni menos, la política del « fin de la política ». Representa a la vez un paradigma y una técnica de gobierno. Su estudio muestra que la policía no es solamente un órgano del poder sino también una forma del pensamiento.
La cibernética es el pensamiento policial del Imperio, animada por completo, histórica y metafísicamente, por una concepción ofensiva de la política. Termina hoy en día por integrar a las técnicas de individuación —o de separación— y de totalización que se habían desarrollado de forma separada: de normalización, « la anatomo-política », y de regulación, la « biopolítica », por decirlo como Foucault. Denomino policía de las cualidades a sus técnicas de separación. Y, siguiendo a Lukacs, denomino producción social de sociedad a sus técnicas de totalización. Con la cibernética, producción de subjetividades singulares y producción de totalidades colectivas se engranan para replicar la Historia bajo la forma de un falso movimiento de evolución. Efectúa el fantasma de un Mismo que llega siempre a integrar al Otro: tal y como lo explica un cibernético, « toda integración real se funda sobre una previa diferenciación ». A este respecto, sin duda que nadie mejor que el « autómata » Abraham Moles, su ideólogo francés con más celo, ha sabido no suprimir esta pulsión de muerte sin resto que anima a la cibernética: « se concibe que una sociedad global, un Estado, puedan encontrarse regulados de tal suerte que estén protegidos contra todos los accidentes del devenir: tal que en sí mismos la eternidad les cambie [frase a retraducir: tels qu'en eux-mêmes l'éternité les change]. Es el ideal de una sociedad estable traducido por mecanismos sociales objetivamente controlables ». La cibernética es la guerra librada a todo lo que vive y dura. Estudiando la formación de la hipótesis cibernética propongo aquí una genealogía de la gubernamentalidad imperial. Y a continuación le opongo otros saberes guerreros, que ella borra cotidianamente, y por los cuales acabará siendo derrocada.
II
Incluso si los orígenes del dispositivo Internet son hoy bien conocidos, no es inútil subrayar de nuevo su significación política. Internet es una máquina de guerra inventada en analogía con el sistema de autopistas —que fue también concebido por el ejército estadounidense como herramienta descentralizada de movilización interior. Los militares americanos deseaban un dispositivo que preservara la estructura de mando en caso de ataque nuclear. La respuesta consistió en una red electrónica capaz de redirigir automáticamente la información incluso si casi la totalidad de los vínculos eran destruidos, permitiendo así, a las autoridades supervivientes, permanecer en comunicación unas con otras y tomar decisiones. Con un dispositivo así podría ser mantenida la autoridad militar de cara a la peor de las catástrofes. Internet es por tanto el resultado de una transformación nomádica de la estrategia militar. Con una planificación tal en su raíz, podemos dudar de las características pretendidamente anti-autoritarias de este dispositivo. La cibernética, como Internet, que de ella deriva, es un arte de la guerra cuyo objetivo es salvar la cabeza del cuerpo social en caso de catástrofe. Lo que afloró histórica y políticamente en entreguerras, y a lo cual responde la hipótesis cibernética, fue el problema metafísico de la fundación del orden a partir del desorden.
El conjunto del edificio científico, en lo que éste debía a las concepciones deterministas que encarnaba la física mecanicista de Newton, se desmorona en la primera mitad del siglo. Es preciso representarse a las ciencias de esta época como territorios desgarrados entre la restauración neopositivista y la revolución probabilista, y luego tanteando hacia un compromiso histórico para que la ley sea redefinida a partir del caos, la certeza a partir de lo probable. La cibernética atraviesa este movimiento —comenzada en Viena en el cambio de siglo, y luego transportada a Inglaterra y a los EEUU en los años 30 y 40—, que construye un Segundo Imperio de la Razón, y de donde se ausenta la idea de Sujeto, que hasta entonces era considerada indispensable. En tanto que saber, reúne un conjunto de discursos heterogéneos que experimentan en común el problema práctico del dominio de la incertidumbre.
La escena fundadora de la cibernética tiene lugar entre los científicos, en un contexto de guerra total. Sería vano buscar aquí cierta razón maliciosa o las huellas de un complot: encontramos en ello un simple puñado de hombres ordinarios, movilizados por los EEUU durante la Segunda Guerra mundial. Norbert Wiener, científico americano de origen ruso, estaba encargado de desarrollar con algunos colegas una máquina de predicción y control de las posiciones de los aviones enemigos en vistas de su destrucción. No era posible entonces prever con certeza más que correlaciones entre ciertas posiciones del avión y algunos de sus comportamientos. La elaboración del « Predictor », la máquina de previsión encargada a Wiener, requiere por tanto de un método particular de tratamiento de las posiciones del avión y de comprensión de las interacciones entre el arma y su blanco. Toda la historia de la cibernética apunta a conjurar la imposibilidad de determinar al mismo tiempo la posición y el comportamiento de un cuerpo. La intuición de Wiener consiste en traducir el problema de la incertidumbre en un problema de información, en una serie temporal donde ciertos datos son ya conocidos, otros aún no, y en considerar al objeto y al sujeto del conocimiento como un todo, como un « sistema ». La solución consiste en introducir constantemente en el juego de los datos iniciales el intervalo constatado entre el comportamiento deseado y el comportamiento efectivo, de tal modo que ambos coincidan cuando el intervalo se anule, como lo ilustra el mecanismo de un termostato. El descubrimiento sobrepasa considerablemente las fronteras de las ciencias experimentales: controlar un sistema dependería en última instancia de la institución de una circulación de informaciones denominada « feedback » o retroacción. El alcance de estos resultados para las ciencias naturales y sociales es expuesto en París en una obra que responde al sibilino título de Cybernetics, que designa para Wiener la doctrina del « control y la comunicación en el animal y en el hombre ».
La cibernética emerge por tanto con la cara inofensiva de una simple teoría de la información, una información sin origen preciso, siempre ya ahí en potencia en el entorno de cada situación. Pretende que el control de un sistema se obtiene mediante un grado óptimo de comunicación entre sus partes. Este objetivo reclama de entrada la extorsión continua de informaciones, un proceso de separación de los entes respecto a sus cualidades, de producción de diferencias. Dicho de otro modo, el dominio de la incertidumbre pasa por la representación y la memorización del pasado. La imagen espectacular [sic], la codificación matemática binaria —la que inventa Claude Shannon en Mathematical Theory of Communication el mismo año en que se enuncia la hipótesis cibernética— por un lado, la invención de máquinas de memoria que no altera la información, y el increíble esfuerzo por su miniaturización —es la función estratégica determinante de las nanotecnologías actuales— por el otro, conspiran para crear tales condiciones a nivel colectivo. Así conformada, la información debe retornar a continuación hacia el mundo de los entes, religándolos unos con otros, del mismo modo en que la circulación mercantil garantiza su puesta en equivalencia. La retroacción, clave de la regulación del sistema, reclama ahora una comunicación en sentido estricto. La cibernética es el proyecto de una recreación del mundo por la puesta en bucle infinito de estos dos momentos, la representación que separa, la comunicación que religa, la primera dando la muerte, la segunda imitando la vida.
El discurso cibernético comienza enviando al estante de los falsos problemas las controversias del siglo XIX que oponían las visiones mecanicistas a las vitalistas u organicistas del mundo. Postula una analogía de funcionamiento entre los organismos vivientes y las máquinas, asimilados bajo la noción de « sistema ». Por eso la hipótesis cibernética justifica dos tipos de experimentaciones científicas y sociales. La primera apunta hacia una mecánica de los seres vivientes [más en el sentido de máquina que de una ciencia mecánica de los seres vivientes, creo que es ese el sentido], a dominar, programar, a determinar al hombre y su vida, a la sociedad y a su « devenir ». Alimenta tanto el retorno del eugenismo como el fantasma biónico. Busca científicamente el fin de la Historia; nos encontramos aquí naturalmente en el terreno del control. La segunda apunta a imitar con máquinas al viviente, de entrada en tanto que individuos, lo que conduce tanto al desarrollo de robots como de la inteligencia artificial; después en tanto que colectivos, lo que conduce a la puesta en circulación de informaciones y a la constitución de « redes ». Aquí nos encontramos más bien en el terreno de la comunicación. Aunque compuestos socialmente de poblaciones muy diversas —biólogos, médicos, informáticos, neurólogos, ingenieros, consultores, policías, publicitarios, etc.— las dos corrientes no se encuentran por ello menos reunidas por el común fantasma de un Autómata Universal, análogo al que Hobbes tenía del Estado en el Leviatán « hombre (o animal) artificial ».
La unidad de los avances cibernéticos proviene de un método, es decir, se ha impuesto como método de inscripción del mundo, a la vez estrago [rage] experimental y esquematismo proliferante. Se corresponde con la explosión de las matemáticas aplicadas consecutiva a la desesperación que causó el austríaco Kurt Gödel cuando probó que toda tentativa de fundación lógica de las matemáticas, y por ello de unificación de las ciencias, estaba abocada a la « incompletitud ». Con la ayuda de Heisenberg, acaba por desmoronarse más de un siglo de justificación positivista. Es Von Neumann quien expresa en extremo este abrupto sentimiento de destrucción de los fundamentos. Interpreta la crisis lógica de las matemáticas como la marca de la imperfección ineluctable de toda creación humana. Quiere por consiguiente establecer una lógica que pueda ser por fin coherente, ¡una lógica que solo podría provenir del autómata! De matemático puro pasa a ser agente de un mestizaje científico, de una matematización general, que permitirá reconstruir desde abajo, por la práctica, la unidad perdida de las ciencias de la que la cibernética debiera ser la expresión teórica más estable. Ni una demostración, ni un discurso ni un libro que desde entonces no estén animados por el lenguaje universal del esquema explicativo, por la forma visual del razonamiento. La cibernética transporta el proceso de racionalización común a la burocracia y al capitalismo al primer piso de la modelización total. Herbert Simon, el profeta de la Inteligencia Artificial, retoma en los años 1960 el programa de Von Neumann con el fin de construir un autómata de pensamiento. Se trata de una máquina dotada de un programa, denominada sistema-experto, que debe ser capaz de tratar la información con el fin de resolver los problemas que conoce cada dominio de competencia particular, y, por asociación, ¡el conjunto de problemas prácticos encontrados por la humanidad! El General Problem Solver (GPS), creado en 1972, es el modelo de esta competencia universal que resume todas las demás, el modelo de todos los modelos, el intelectualismo más aplicado, la realización práctica del adagio preferido por los pequeños amos sin dominio, según el cual « no hay problemas; solo hay soluciones ».
La hipótesis cibernética progresa indistintamente como teoría y como tecnología, la una asegurando siempre a la otra. En el 1943 Wiener encuentra a John Von Neumann que está encargado de fabricar máquinas lo suficientemente rápidas y potentes como para efectuar los cálculos necesarios para el proyecto Manhattan, en el que trabajan 15000 científicos e ingenieros, así como 300000 técnicos y obreros, bajo la dirección del físico Robert Oppenheimer: el ordenador y la bomba atómica nacen juntos. Desde el punto de vista del imaginario contemporáneo, la « utopía de la comunicación » es el mito complementario al de la invención de lo nuclear: siempre se trata de completar [achever] el ser-en-conjunto [l'être-ensemble] mediante exceso de vida o por exceso de muerte, por fusión terrestre o por suicidio cósmico. La cibernética se presenta como la respuesta mejor adaptada al Gran Miedo de la destrucción del mundo y de la especie humana. Von Neumann es su agente doble, el « inside outsider » por excelencia. La analogía entre las categorías de descripción de sus máquinas, de los seres vivos, y de las máquinas de Wiener, sella la alianza entre la informática y la cibernética. Serán precisos algunos años para que la biología molecular, en el origen de la descodificación del ADN, utilice a su vez la teoría de la información para explicar al hombre en tanto que individuo y en tanto que especie, confiriendo por ello mismo una potencia técnica sin igual a la manipulación experimental de seres humanos en el plano genético.
El deslizamiento de la metáfora del sistema hacia la de la red en el discurso social entre los años 1950 y los 1980 apunta hacia la otra analogía fundamental que constituye la hipótesis cibernética. También indica una transformación profunda de esta última. Puesto que si SE ha hablado de « sistema », entre los cibernéticos, es por analogía con el sistema nervioso, y si hoy SE habla en las ciencias cognitivas de « red » es que SE está pensando en la red neuronal. La cibernética es la asimilación de la totalidad de los fenómenos existentes a los del cerebro. Planteando la cabeza como el alfa y el omega del mundo, la cibernética se aseguraba así ser la vanguardia de las vanguardias, aquella tras la cual todas no dejarían de correr. En su punto de partida instaura en efecto la identidad entre vida, pensamiento y lenguaje. Este monismo radical se funda en una analogía entre las nociones de información y energía. Es introducida por Wiener injertando el discurso de la termodinámica del siglo XIX sobre el suyo propio. La operación consiste en comparar el efecto del tiempo sobre un sistema energético con el efecto del tiempo sobre un sistema de informaciones. Un sistema, en tanto que sistema, nunca es puro y perfecto: hay degradación de la energía a medida que ésta se intercambia así como hay degradación de la información a medida que ésta circula. Esto es lo que Clausius denominó entropía. La entropía considerada como una ley natural es el Infierno del cibernético. Explica la descomposición del ser vivo, el desequilibrio en economía, la disolución del vínculo social, la decadencia… En un primer tiempo, especulativo, la cibernética pretende fundar así el terreno común a partir del cual debe ser posible la unificación de las ciencias naturales con las humanas.
Lo que se denominará « segunda cibernética » será el proyecto superior de una experimentación sobre las sociedades humanas: una antropotecnia. La misión del cibernético es la de luchar contra la entropía general que amenaza los seres vivos, las máquinas, las sociedades, es decir, crear las condiciones generales de una revitalización permanente, restaurar sin cesar la integridad de la totalidad. « Lo importante no es ya que el hombre esté presente, sino que exista en tanto soporte viviente de la idea técnica », constata el comentador humanista Raymond Ruyer. Con la elaboración y el desarrollo de la cibernética, el ideal de las ciencias experimentales, ya en el origen de la economía política vía la física newtoniana, viene de nuevo a echar una mano, fuerte, al capitalismo. Desde entonces SE denomina « sociedad contemporánea » al laboratorio donde se experimenta la hipótesis cibernética. A partir del final de los años 1960, gracias a las técnicas de las que ha instruido ésta, la segunda cibernética ya no es solo una hipótesis de laboratorio sino una experimentación social. Apunta a construir aquello que Giorgio Cesarano denomina sociedad animal estabilizada que, « [en las termitas, las hormigas y las abejas] tiene, como presupuesto natural para su funcionamiento automático, la negación del individuo; así, la sociedad animal en su conjunto (termitero, hormiguero o colmena) se plantea en tanto individuo plural, cuya unidad determina y es determinada por la repartición de roles y funciones —en el marco de una composición orgánica donde es difícil no ver el modelo biológico de la teleología del Capital ».
Fuente: Publicado en https://tiqqunim.blogspot.com/2013/01/cibernetica.html
"La Hipótesis cibernética" Acuarela / Machado Libros, Madrid 2015, Editorial Hekht, Buenos Aires, 2016.
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