La psicóloga apurada / Verónica Scardamaglia
- Revista Adynata

- 2 oct
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Como tantas otras tardes durante casi un año, tímidamente Liam se asomaba por el vidrio de la puerta del Departamento de Orientación Escolar, esta vez, con un sobre de papel madera en mano.
Como tantas otras tardes, el movimiento del recreo habitaba aquel espacio “que es la escuela pero no parece la escuela” como definió un estudiante observador, que también advirtió: ”acá, para entrar, los grandes piden permisos pero los chicos no”.
En medio de aquel bullicio Liam, suave y decidido, susurró al entregarme el sobre: “cuando puedas leelo y llamame” y se escabulló ágilmente entre otrxs estudiantes que buscaban calentar el agua para el mate, mientras un preceptor avisaba que había llegado la mamá de Jonás, y Mavy entraba casi empujada por Rodo porque quería hacerme una consulta al mismo tiempo que Rodo me pedía ayuda para responder un descargo ante una sanción por un chiste que hizo y que la profe de biología tomó como personal.
Y así, como tantas otras tardes, aquel batifondo contrastaba con los silencios impuestos de las horas de clase. Ese barullo en movimiento, para algunxs desordenado, habilitaba un entrar y salir guiado por las necesidades y las ganas y desempolvado de aquellas constricciones a las que la obediencia performatea.
Pasado aquel vendaval llamado recreo, una notita en cursiva de birome azul asomó desde el sobre pidiendo una opinión sobre el informe.
Pasear los ojos por aquellas páginas membretadas y con faltas de ortografía, significó un viaje hacia esa crueldad aficionada llamada evaluación diagnóstica que veía en Liam "un TEA con recomendación de tratamiento cognitivo conductual, neurológico y psicoeducativo."
Afición profesional que entrecomillaba insidiosamente algunas expresiones “es selectivo con sus amigos SIC”. Así juzgaba a quien estaba eligiendo cómo nombrarse, cómo vivir, cómo relacionarse con sus compañerxs de clase. "Categorías limitantes", como brillantemente Liam había observado días atrás mientras describía los tests que le estaban administrando debido a unas convulsiones que había sufrido. Al referirse a los test también advirtió que la psicóloga que lo evaluó estaba apurada. Que no se detenía a escucharlo. A él, que habla suavecito, que es tan alto, delicado y fuerte como un junco. A él, que sabe observar y cree que su sonrisa arrugada escondida bajo esos rulos negros, puede pasar desapercibida. A él, que ruborizado, una vez me dio la razón cuando descubrí que hablaba bajito porque le gustaba que se le acerquen. A él, que se deja ante abrazos atolondrados entre las idas y venidas del Departamento de Orientación Escolar.
Esa psicóloga apurada también quiso obligarlo a que le cuente de un episodio muy doloroso de su vida “y a mí no me gusta hablar de eso, porque lloro. De eso hablo con mi psicóloga y con mi mamá. A ella no quería contarle, y me insistía e incomodaba mucho”.
Esa psicóloga con escritura confusa, daba a entender que Liam no veía al padre después de una discusión, “lo veía cada tanto y para mí era una relación muy falsa, entonces le dije que así no me gustaba porque era muy incómodo y no nos vimos más, pero no discutimos”.
Esa psicóloga apurada, nunca se va a enterar que esta crueldad aficionada que intenta mutar una fobia social hacia un TEA, se transformó en una puerta abierta a una madre que pide otra opinión profesional.
Nunca se va a enterar que Liam se preocupa por sus compañerxs, especialmente por aquellxs tan rarxs como él. Por Matu, que le ha contado sobre algunas ideas suicidas y a quién trata de ayudar contándole que a él le ha pasado lo mismo alguna vez. No se va a enterar que ayuda a María, la nueva de 5to 3ra, porque ella duda si le gustan los chicos o las chicas. Como él, que en medio de esas dudas el año pasado pidió que ya no lo llamáramos Augusto porque prefería que lo nombráramos Liam, porque algunas cosas estaban cambiando. No se va a enterar que Liam pasó de no salir del aula en toda la tarde a hacer carteles tirado en el piso entremedio de muchxs compañerxs para el armado de un acto. No se va a enterar que a Liam le preocupa que los chicos “más normales” de su curso hayan hecho llorar a la profesora de geografía.
El diagnóstico nunca se va a enterar que Liam late desde una sensibilidad que, con 17 años de estar en una vida con muchos profesionales, consultorios, tratamientos y pastillas, descree y ya sabe que "el diagnóstico es limitante".




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