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  • Foto del escritorRevista Adynata

Libertad embustera / Marcelo Moretti

Un grupo de no más de treinta varones jóvenes salta al mismo tiempo, se encuentran, se desencuentran, cantan eufóricos, sacuden el cuerpo, se frotan entre ellos, están alegres. La vibración me seca la garganta, me irrita la mirada, hace que me tiemble el pulso. Desespera verlos disfrutar, envolverse en pañuelos amarillos, en remeras de polyester estampadas con la cara rígida de Javier Milei, abrazando muñecos y almohadones con frases que invitan a sumarse al kirchnerismo nunca más, parecen buscar que algo de todo eso les penetre la piel, les traspase el cuerpo.

Su rusticidad con cada salto se ablanda un poco. Quienes llevan camisa y corbata, quienes visten la cara de sus candidatos, quienes usan malas imitaciones de primeras marcas deportivas, todos ellos, terminan con el cuerpo igual de agitado y transpirado. A Marra no le importa nada, salta con ellos. Parece capaz de servirse un cóctel directo del sudor de sus militantes con tal que lo sigan arengando, mientras cantan “la casta tiene miedo", como una plegaria al cielo.

De pronto se abre la ronda, una cámara de Crónica TV apunta directo a la cara del bufón porteño. Marra dice que hay 150, 200, 500 personas, que si Massa miente con lo realmente sensible él puede decir el número que quiera. Lo intercedo cuando su perfo televisiva parece acabar, pregunto tranquilo, como abriendo la puerta para ir a jugar, intento suavizar el filo de lo que pretende ser una segunda o tercera pregunta. No llego, el candidato a jefe de gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires se distrae, atrapa una remera en el aire, solo me dice que Javier gana en primera vuelta, que él va a ballotage. Me mira fijo, finaliza nuestra charla primero con un gesto de arrogancia, luego con la palabra.


Una vez dentro del estadio hay algunos rostros familiares y otros desconocidos, todxs hacemos lo mismo: mostramos las cámaras, los celulares, los micrófonos, como la placa dorada de un odontólogo de pueblo. Con eso nos reconocen, saben quienes somos y nos dejan llegar al primero de los tres controles que hay que pasar. Cuanto más grande es la libertad, más son los controles, titula al aire una colega enviada de Brasil, y agrega, agotada, que en la asunción de Bolsonaro fue exactamente lo mismo.

En filas se escuchan trabajadorxs de medios nacionales, locales, y de otras partes del mundo, algunos hicieron todo tipo de malabares, cómo viajar sin viáticos o sin camarógrafo u incluso sin estar acreditados, nadie se quiere perder cubrir el cierre de campaña de la primera fuerza de derecha extrema que tiene condiciones fácticas de gobernar el país. Mientras algunos intentamos entrar, un notero de un reconocido multimedio sale casi de la mano de Victoria Villaruel, recorre el exterior del estadio con la tranquilidad de quien no tiene apuros, ni urgencia, de quien tiene todo resuelto. Integra, espera que le den aire desde el piso, responde las preguntas y sin más se retira como llegó, con el espíritu de una dueña de casa.


En el interior, la platea de prensa nos separaba de la multitud tan acalorada y excitada como en la previa. El evento comenzó casi con una hora y media de demora, pero con las butacas y el campo llenas casi por completo. Las palabras de inicio estuvieron a cargo de Alberto Benegas Lynch con lo que aumenta la euforia anticasta, anti iglesia, anti sistema, anti instituciones, antidemocracia, anti todo, todo. Con con la primera línea sobre el escenario Milei se abre un cerco humano en el medio de la multitud, a los minutos, Javier Milei ingresa forrado en un tapado de cuero negro, protegido por los mismos de los que se quieren alejar. Sus votantes lo celebran con flashes, con gritos, con una euforia sedienta y desesperada.


Al subir, el león saluda uno por uno a sus libertarios de cabecera, a la única que no besó fue a la Lilia Lemoine, la brillante candidata a diputada que pretende darle lo que cualquier ciudadano a pie necesita: la libertad de reconocer su paternidad. Todos juntos, brillan, hay muchos más que sonrisas blanqueadas, que ropa impecable, tienen la impunidad de quien se cree ganador. Sobre una de las plateas, la humorista Fátima Flores le arroja besos, lo mira sonrojada, tiene la espalda cuidada por un matón de traje oscuro y el cuerpo revestido de lentejuelas color violeta del tono justo de la insignia feminista. Otro lujo popular, que eligieron robar.


El miércoles 18 de octubre de 2023 la libertad falsa y egoísta avanzó sobre la inscripción a la fiesta como lenguaje democrático, como mística militante de quienes se saben juntxs. Y de eso hay que decir algo, hablar del terreno perdido o abandonado o colonizado, o lo que sea que era, ya no es lo mismo en sus manos, con sus cuerpos, con sus miradas cargadas de odio. El Parque Los Andes parecía un desierto, donde los gatitos pichones corrían sin miedo jugando a ser el rey de la selva, lo hacían de los mismos modos que otrxs exigen justicia: gritando y en la calle.


Kiki Smith. Amigo 2008. 77.8 x 137.2 cm Grabado, con adiciones a mano.


Entre las figuras poéticas y retóricas, Adynata (plural de Adynaton, que suena a palabra femenina en castellano) compone lo imposible. Procura insurgencias, exageraciones paradojales, lenguas inventadas, disparates colmados, mundos enrevesados, infancias en las que “nada el pájaro y vuela el pez”.

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