El texto que copio más abajo fue escrito el 17 de julio de 2003, después de la primera visita de Néstor Kirchner a París, donde mi hija había nacido pocos meses antes. Pasaron más de diecisiete años desde aquel viaje de Néstor, recién asumido, que posibilitó un encuentro fugaz… Desde entonces, corrió mucha agua bajo el puente. Hoy Camila tiene 18 y yo 52. En 2005 volvimos a Argentina, repatriados por el CONICET, lo cual, en esa época, constituía una política de estado, además de la concreción de una promesa que el presidente había hecho en esa misma visita. Ahora que se cumple una década del fallecimiento de Kirchner, creo que esta crónica, nunca publicada, conserva todo su valor. Hoy, si pudiera, le diría a Alberto lo mismo que en aquel momento le dije a Néstor: “Por mi hija, le deseo suerte, presidente”.
Estos fragmentos de una nota de La Nación dan una buena idea del contexto (cuando La Nación todavía se permitía dar algunas buenas ideas): “Sobre las escalinatas de una preciosa mansión parisiense el presidente Néstor Kirchner tomó aire, apretó el micrófono y en medio de su alocución dijo una frase que provocó la mayor ovación de la gira europea. ‘En sus rostros guardan historias, sentimientos, angustias...Vinieron a buscar su destino y lo encontraron, vinieron a buscar un pasaporte a la vida y lo encontraron. Vamos a trabajar para que vuelvan’, dijo, mientras alzó levemente la voz, como si fuera un mensaje de campaña. Los más de trescientos argentinos rompieron en un aplauso que duró un buen rato. El Presidente se anotaba, así, otro punto de oro en la segunda parte de la visita que desde hace cuatro días realiza por Europa”.
“Recordó a los amigos de su generación que debieron dejar el país en los setenta y habló de los que fueron empujados al exilio por el modelo neoliberal de los noventa. ‘Haremos que la Argentina recupere prestigio, pero no el prestigio de la sumisión; buscamos el prestigio de las ideas, de la capacidad intelectual, de la fortaleza espiritual que nos ponga nuevamente en el rumbo que nunca debió perder la Argentina’, sostuvo Kirchner mientras la gente, en los jardines de la Maison de l’Amérique latine, sobre el boulevard Saint-Germain, asentía ante cada concepto”. […] “Aunque parecía que quería seguir hablando, el Presidente salió de la residencia como si fuera Brad Pitt, rodeado de guardias de seguridad mientras le entregaban cartas, le pedían autógrafos y fotos. El protocolo exigía otro encuentro. Se lo veía trajinado, pero exultante. En el auto, antes de cerrar la puerta, alcanzó a decir: ‘Todos vamos a dejar todo para que la Argentina salga adelante; se los prometo’. Cinco minutos más tarde, se desmoronó el cielo de París en un largo chaparrón. Eso también le salió bien” (https://www.lanacion.com.ar/politica/promesa-a-argentinos-que-quieren-regresar-nid511816/).
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[Texto escrito en París el 17 de julio de 2003]
Mi hija Camila nació en París en 2002, hace exactamente diez meses. Ella es ciudadana italiana, nacida en Francia de padres argentinos... Cuando mi compañera y yo nos enteramos de casualidad que el presidente Kirchner iba a saludar a la comunidad argentina en la Maison de l’Amérique latine, tuvimos de pronto muchas ganas de ir y de llevarla al encuentro. En lo personal, fui invadido por un entusiasmo cívico repentino, que vagamente me recordaba sensaciones similares a las que había tenido en el ’83, con la recuperación democrática.
En esa época tenía apenas quince años, y el fervor de un adolescente que se siente parte de la historia. Eran tiempos de cambio, y después de la noche larga de la dictadura todo lo bueno parecía al alcance de la mano. “Con la democracia se come, se cura y también se educa”, decían algunos. Pero los hechos enseñaron después a mi generación que no todo había cambiado “de la noche a la mañana”, que la democracia era tan sólo un envase, donde lo viejo, reciclado, perduraba en lucha constante con lo nuevo. Y así, casi sin darnos cuenta, de las plazas llenas de júbilo del 10 de diciembre, del Nunca más y del juicio a las juntas, pasamos rápidamente a las cajas PAN, la economía de guerra, las felices pascuas, la hiperinflación, los indultos, las privatizaciones, los sindicalistas gordos, la maldita policía, los diputruchos, el “robo para la corona”, la debacle general en clave de pizza y champán...
Gracias a esta clase vertiginosa de Realpolitik que nos ofreció in crescendo la argentina alfonso-menemista, comprendimos que la democracia sufría de tutelas múltiples, que más que una conquista era una promesa en el horizonte y que la cosa era muchísimo más compleja que la simple oposición entre civiles y militares. Vimos también hasta qué punto una sociedad puede sabotearse a sí misma, creyendo por segunda vez en la ilusión de la plata dulce y del “deme dos” sin pensar en el costo de los platos rotos durante la fiesta (pero esta vez con el agravante del paso por las urnas y de la consagración de una camada de políticos faranduleros).
No obstante, hay que reconocer que siempre hubo voces que se alzaron en contra del “modelo”, aportando sentido crítico, por no decir sentido común. Y uno trató de guiarse por esas voces, aunque supiera que expresaban posiciones minoritarias. Y uno leía Página 12, y recelaba de Clarín o La Nación... Pero cada vez que estas ideas adquirían un rostro y se traducían en una propuesta política concreta uno entraba a desconfiar... Sin embargo, la última vez que voté a presidente -por Bordón-Álvarez, hace ya casi una década- logré entusiasmarme un poco, al punto de hacer de fiscal de mesa. Y más tarde, aunque ya a la distancia, pude alegrarme un poco por el triunfo de la Alianza (bah, por la derrota de Duhalde) en el 2000. Pero parece ser que la desilusión es el sino de nuestra generación. Si la generación del ’73 tenía ambiciosos ideales revolucionarios, nosotros, los “tibios reformistas” que entramos en escena en el ’83, habiendo crecido bajo la dictadura, nos conformábamos con la plena vigencia de las instituciones democráticas. Pero hasta eso terminó siendo utópico y revolucionario en el país de las Banelco, el megacanje y el corralito. Y lo que vino después del derrumbe es historia conocida...
Cuando empezó a bajar la polvareda, desde acá, desde Francia, parecía tragicómico ver al innombrable pasando de la prisión a la tele, de la tele a la tribuna, y de la tribuna a las encuestas... Un sudor frío nos corrió por la espalda a los argentinos en el exterior, “¿Y si gana?”. “Yo no vuelvo”, fue la respuesta casi unánime. Es que “los argentinos en el exterior” somos una categoría extraña. Aunque los años pasen, siempre estamos volviendo. Pero todo tiene un límite... Mirando a Camila, tan chiquita e indefensa, yo pensaba: “¿Puedo hacerle esto?” “Teniendo la posibilidad de elegir, ¿puedo obligar a mi hija a crecer en un país con tamaña vocación por el suicidio colectivo?”
Pero no, esta vez el maleficio se rompió al borde del abismo. El innombrable gano a lo Pirro, perdiendo. Y eso no nos redime como sociedad (después de todo, lo votó más del veinte por ciento...), pero al menos, que nos hayamos salvado raspando permite seguir creyendo en un futuro posible. Es que a veces todo indica que la Argentina es un país tan inviable que sólo podría existir en la imaginación afiebrada de los libretistas de Tato Bores. Y otras veces los hechos se suceden de tal modo que uno dice, tímidamente, “ahora sí, ésta vez sí”. Y desde que el pequeño riojano se bajó del ballotage, parece que estamos en uno de esos períodos propicios. De pronto, como decía Juan Pablo Feinmann en Página 12 el 31 de mayo, Kirchner se presentó como “un flaco como cualquier otro”, y su figura se agigantó. Con gestos simples pero contundentes, mostró que no era Chirolita. Hablando castellano (lengua hasta hace poco considerada como extranjera por los políticos argentinos) y tomando algunas medidas largamente esperadas conquistó en pocas semanas lo que mil asesores de imagen nunca pudieron darle a De la Rúa: la simpatía y el respeto de la gente.
Uno podría recordar, fríamente, que el Alfonsín del ’83 también había sabido generar expectativas muy positivas con sus primeras medidas de gobierno, sostenidas por un discurso claro y progresista, y que así terminó, rendido ante “los poderes fácticos”. Pero bueno, uno podría pensar también que, aunque la historia volviera a repetirse, hay algunos actos que son irreversibles. El juicio a las juntas, por ejemplo, no fue borrado en su potencia simbólica ni por el punto final, ni por la obediencia debida ni por los indultos, del mismo modo que el actual pase a retiro de los dinosaurios no sería anulado por eventuales concesiones que Kirchner pudiera hacer a los militares en el futuro. En todo caso, si hubo que esperar dos décadas para ilusionarse un poco, después de tragar tantos sapos, bien vale la pena disfrutar de estas pequeñas satisfacciones de hoy con optimismo; aunque sea con reservas y con cautela, pero con una dosis de optimismo, so pena de pasar por amargos.
Fue con ese espíritu que hace dos días, con mi compañera y mi hija nos acercamos a la Maison de l’Amérique latine para conocer al santacruceño. Recién llegado de Bruselas, desde unas escalinatas que daban al jardín, al lado de su esposa, improvisó un pequeño discurso para un auditorio de trescientas personas, entre las que estaban Juan José Saer y Miguel Ángel Estrella. Es cierto que la oratoria no es su fuerte, pero con palabras sencillas habló de los exiliados de los ’70 y de los ’90, de las tristezas y las angustias de los que se fueron, y de la necesidad de trabajar para que vuelvan. Nada del otro mundo, pero con un tono sereno, creíble.
De pronto, la gente se agolpó para saludarlo, y allí fui, con Camila, sin saber muy bien por qué. Cuando conseguí atravesar la marea humana, solo atiné a pasarle a mi hija y a decirle “¿Me la tiene un segundo Presidente?”. Y el Flaco la alzó, sorprendido, mientras los fotógrafos gatillaban a piacere. Pensé en qué decir, pero no se me ocurrió gran cosa. “Por ella, le deseo suerte”, esbocé
En lo que a mi respecta, en estas semanas, Kirchner ha mutado de Chirolita en Lupín, de Lupín en Tristán y de Tristán en Presidente. Aunque uno ya no tenga el candor de otros tiempos y aunque se trate quizás de una ilusión pasajera, como tantas otras, no está mal eso de sentir que la Argentina es un país que tiene un Presidente que la representa dignamente, al menos por un rato. Hoy por hoy, no es poco. Ya veremos qué pasa mañana...
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