La pandemia amenazó, hirió, arrasó, la vida que teníamos, dejando (dieciocho meses después) todo como estaba, lo que quiere decir: mucho peor a cómo estaba.
No se puede seguir como si no hubiera pasado nada (extirpando emociones y silenciando terrores).
Se puede seguir sí, con ilusiones y deseos, pero con la vida rota.
¿Cuánto tarda una civilización en aprender lo vivido?
¿Qué más hace falta para una común percepción planetaria de la fragilidad no eterna de lo vivo?
Los días pasan sin que pase nada.
Salvo el calendario del hambre, las desesperaciones que no cesan, las pérdidas irremediables.
Salvo, quizás, la súbita fiesta de quienes se encuentran en una común protesta.
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