Conversar: vivir, dar vueltas en compañía.
¿Hay conversaciones clínicas?
El analizante ¿conversa con el analista?
El analista ¿conversa con el analizante?
Tres preguntas y ninguna respuesta. Solo un recorrido para pensar nuestra práctica (¿clínica?).
Me gusta pensar que la práctica analítica se asemeja a una tarea de artesana, es decir que tiene mucho de arte (poesía-interpretación poemática) y que efectivamente sana. Sanan las palabras cuando se aligera, por efecto de alguna intervención, su peso mortífero. Peso que coagula en síntomas que atormentan la vida.
Un arte –entre ciencia y religión- que si fuera clínico, lo sería por la posición -decir verdades que no se pueden escuchar- recostado en un diván (kliné).
Una práctica que nos somete a cierta pasividad, a la espera de que por la escucha y hasta que llegue el instante -jamás previsto- de interrumpirla, de saltar como el león que sólo salta una vez.
Dar vueltas a las palabras que lo han dado vuelta, lo han atolondrado. Escribirlas nuevamente, dibujarlas, pintarlas y darles otro color.
A veces conversamos, sostenemos conversaciones a la espera. Estrategias transferenciales para poder dar el salto: interpretación-acto. Y que justamente provocan un cambio de registro, pasando de acumulaciones de sentidos a estallidos en los límites de la angustia.
La compañía es transferencial, no la pienso en términos de comprensión ni de empatía. Sólo estar como instrumento para que un analizante, componga su propia melodía. Un estar a la altura de la vibración de alguna palabra, un sonido o un silencio que se escuche, nuevo.
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