Un día nos va a llegar la fe de erratas. Y vamos a leer que donde dice "criterio" debería decir otra cosa. Y que donde dice "admisión", la mitad de las veces deberían sonar los ecos de la "exclusión". Y la otra mitad de las veces, también. Y que cada vez que se lee "orientación" debería preferirse la niebla. Y que cuando se deletrea "evaluación" debería recordarse cuántas veces nos anuló el dispositivo pedagógico. Y que en cada página que se escribe "no es para esta institución" debería probarse con palabras más mullidas. O mullidas, directamente. La fe de erratas tendrá una nota al pie que dirá que no se trata de un problema de fe o religioso sino, quizá, de un problema político. Y que las palabras no son hipnóticos porque para hipnótico están los hipnóticos. Y dirá que las palabras, las veces que estamos en la vida viva, son despertadores.
La fe de erratas dirá que en cada boca que se dice "esto no depende de mí" debería decir (en letra temblorosa) "¿y yo, de qué la juego?".
La fe en los errores dirá que cada vez que se escribe "no" debería probarse un "y si...?". Y que las veces que dice "seguimiento" o "control" sentiremos un pellizco en el culo que nos hará recordar que gesto clínico y dispositivo policial eran cosas diferentes. Y que donde dice "ahh no me di cuenta", sobrevendrá la memoria colectiva y dirá que la indiferencia mata.
Leeremos en la fe de erratas que cuando dice "paciente colaborador" sentiremos un escozor y querremos escribir todo de nuevo. Todo. Aunque no sepamos cómo.
La fe de erratas será una nota que acompañe un hermoso ramo de flores. La nota dirá que nos ha crecido un cementerio en la lengua. Y que ahí nos hemos extraviado.
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